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viernes, 20 de abril de 2018

El Matrimonio de Pajarote y la negra Francisca. Poesía Llanera

Imagen en el archivo de Noilton Pereira

Él se llamó Pajarote,
y ella Francisca del Puerto:
ella esclava y él esclavo
que quieren hincarse en medio


César Reyes 
A UNA ZAMBA

Voy a fabricar un barco
de calicanto y arena
para embarcar a mi zamba
ojo de garza morena
yo no enamoro con canto
porque yo no soy sirena
yo lo hago es conversando
cuando la mujer es buena
que voy las aguas navegando
para alejarme de la pena.




Antonio José Torrealba 

EL MATRIMONIO NEGRO

 Vi, debe hacer tres días,
en la iglesia de San Pedro,
una tenebrosa boda
porque era toda de negro.

Parecía matrimonio
concertado en el infierno:
negro esposo y negra esposa
y negro acompañamiento.

Sospecho yo que, acostados,
parecerán sus dos cuerpos,
junto el uno con el otro,
algodones y tintero.

Se llenaban de estornudos
la calle en que vinieron,
que una boda semejante
es más bien un sufrimiento.

Iban los dos de las manos
como pudieran dos cuervos;
otros dicen “como andrajos”,
porque a andrajos van oliendo.

Iba afeitada la novia
todo el tapetado gesto
con hollín y con carbón
y con tinta de sombreros.

Tan pobres son que una blanca
no se halla entre todos ellos,
y por temer un cornado
casaron a este moreno.

Él se llamó Pajarote,
y ella Francisca del Puerto:
ella esclava y él esclavo
que quieren hincarse en medio.

Llegaron al negro patio
donde está el negro aposento
en donde la negra boda
ha de tener negro efecto.

Era una caballeriza,
y estaban todos inquietos,
que los abrumaban las pulgas
por berrincheras de perros.

A la mesa se sentaron,
donde también les pusieron
negros manteles y platos,
negra sopa y manjar negro.

Les echó la bendición
un negro veintidoseno,
con un rostro de azabache
y manos de terciopelo.

Les dieron el vino, tinto:
pan, entre mulato y prieto;
carbonada hubo, por ser
tizones los que comieron.

Hubo jetas en la mesa
y en la boca de los dueños,
y hongos, por ser la boda
de hongos,  según sospecho.

Trajeron muchas morcillas,
y hubo algunos que de miedo
no las comieron, pensando
en comerse  negros dedos.

Cuál, por morder del mondongo.
Se atravesaba algún dedo,
pues sólo diferenciaban
en las uñas de lo negro.

Mas, cuando llegó el tocino
hubo grandes sentimientos,
y pringados con pringadas
un rato se enternecieron.

Acabaron de comer,
y entró un ministro guineo
para darles aguamanos
con un coco y un caldero.

Por toalla trajo al hombro
las bayetas de un entierro:
laváronse y quedó el agua
para ensuciar todo un reino.

Y los negros se sentaron
sobre unos negros asientos
y en voces negras cantaron
también renegridos versos:

Negra es de  aquel,  la ventura, 
negro fuerte como un danto,
negra es su novia, qué negra,
pero su gracia es de un blanco. 

Negro tenían el color,
si no nos equivocamos,
y más negra es todavía,
la conciencia de los amos.

Hay negros que son negritos,
pero blancas sus acciones,
y hombres que son muy blancos
con conciencia de carbones.

Negra es la tinta y con ella,
El mundo se comunica,
a la garganta más bella,
el negro azabache aplica.

El que me dijere negro,
negro tendrá el corazón,
más negra será su madre
y toda su generación.


Poema tomado  del Trabajo de Investigación:  "COMPILACIÓN,  ESTUDIO Y SELECCIÓN DE TEXTOS DE LITERATURA ORAL: CANTOS, CUENTOS, POEMAS Y CRÓNICAS  EN LOS SECTORES SAN JUAN II Y LAS LAJITAS I,  EN SAN CARLOS,  COJEDES" de Isaías Medina López.  Obra ganadora del I Certamen Nacional de Proyectos Concursables del Ministerio del Poder Popular para la Cultura

martes, 6 de octubre de 2015

La Muerte del Guerrillero (canto y poesía)

Ni una cruz de los caminos del Llanos marca el lugar de su caída 
(archivo de Tomás Ramón Guevara Gutierrez)

En un banco de sabana 
allí lo dejó el cobarde, 
tras la bendición del cura, 
precedieron a enterrarle.

La figura del guerrillero es una de las más polémicas y románticas de nuestro imaginario. Forajidos para algunos, héroes para otros, los “irregulares que cambian su hogar por defender ideales” son una constante en la historia de muchos pueblos. De sus nutridas hazañas no todos salen ilesos, y para dar muestra de ello, presentamos un “corrío llanero”, propio del joropo,   inserto en la novela Por la Ceja de Monte del escritor de origen cojedeño Nelson Montiel Acosta, publicada por el Fondo Editorial Tropikos (Caracas, 1992):

El día lunes de Pascuita 
mataron a Antonio Achaguas, 
con su propia carabina 
lo asesinaron de espalda. 

Antonio José el destino 
le hizo una mala jugada, 
y en tierras de Corozal 
mataron al camarada. 

Era un hombre muy valiente, 
su destino la sabana 
y con la familia humilde 
el muy bien se comportaba. 

El Tigre de Matiyure,  
hijo apureño de Achaguas. 
Allá en Laguna Redonda 
fue donde lo asesinaron, 
a culatazo y palo 
le trituraron el cráneo, 
se lo llevaron arrastra 
hasta donde lo enterraron, 
tuvo diez meses perdío 
hasta cuando lo encontraron.  

¿Quiénes serían las personas 
del grupo que lo mataron?
Antonio José fue un hombre 
generoso y de a caballo, 
y para sus enemigos era 
muy grande y amargo.  

La muerte del camarita 
no la borrarán los años, 
siempre estará en la memoria 
del pueblo venezolano.  

Pagaron un dineral 
a quienes lo traicionaron, 
para quitarle la vida 
y así fue que lo lograron.

Cámara, tú no te has muerto, 
sigues viviendo en el Llano, 
donde tu abrigo fue el monte 
el invierno y el verano. 
El nombre de Antonio Achaguas 
se seguirá respetando.

Dicen que un terrateniente 
pagó pá que lo mataran, 
y un amigo traicionero 
se prestó para esa infamia.

A pesar de que el traidor 
era el hombre en quien confiaba, 
le brindó mucho licor 
para que se emborrachara, 
el horrendo asesinato 
en su mente maquinaba. 

Antonio Achaguas tenía 
alma revolucionaria 
por las buenas era bueno, 
contra los malos luchaba.

El obrero lo quería 
el poderoso lo odiaba, 
porque tenía un corazón 
amplio como la sabana.  

También las tenía bien puestas 
lo que a muchos le faltaba, 
el repartía a los pobres 
lo que al rico le quitaba.  

Dicen que un terrateniente 
pagó pá que lo mataran, 
como se pondrá el cobarde 
si Achaguas resucitara. 

jueves, 29 de agosto de 2013

Un Fantasma muy serio (cuento de Javier Merchán)


Bandolista llanero (Archivo de  Duglas Moreno)

EL ESPANTO DE LOS JOBOS: cuento de Javier Merchán



Se había tornado en algo casi de la familia  


Esa tarde, como todas, aquel grupo de personas caminaba la misma distancia andada de memoria y como por penitencia, hasta la casa de misia Juana. Así, travesaban el patio de Nicolás: El Camino de Los Guásimos, El Paso de Los Jobos, hasta finalmente terminar la pequeña travesía. Siempre, a eso de las seis de la tarde, después de cenar, la familia enrumbaba camino hasta la casa de su vecina. Siempre, para volver a conversar lo ya conversado, algo así como querer machacar el agua; una y otra vez volvían a lo mismo y a lo diferente. 
Regresaban unas dos horas más tarde. Ese ir y venir, diario y permanente, a la misma hora, dejando todos los enseres de la casa y la casa misma sola, era lo que molestaba irremediablemente a Nicolás. 
Amaneció igual que siempre, un día pleno de sol, época de sequía. Bien temprano la mujer preparó comida para tres hijos y esposo, cuatro trabajadores dispuestos a irse al conuco. Ellos de once, trece y catorce años cada uno y el esposo que cumpliría los treinta y cuatro en el mes entrante. 
Al marcharse los cuatro jornaleros, ella se dedicaría a los quehaceres del hogar. Alimentaría gallinas, patos y cochinos. Cuidaría de sus otros dos hijos, incluyendo al menor de casi dos años que todavía no caminaba. Nada extraordinario ocurrió ese día, las cosas se sucedieron igual que siempre, pero todos en su interior esperaban con ansiedad la hora consabida para volver a caminar la misma ruta de todos los días. 
Los hechos ocurridos aquella noche, cuando la familia regresaba nunca se aclararon completamente. Sólo una cosa era cierta, en El Paso de Los Jobos salía un espanto. Los dos niños menores, de casi dos años en los brazos de la madre y la niña de cuatro años, de la mano del padre se sintieron a salvo complemente. Sin embargo todos caminaron despavoridos huyendo del blanquísimo resplandor que se balanceaba en medio del camino, bajo aquella inmensidad de luna nueva. Solo que el de trece años equivocó el camino y estuvo perdido en el monte hasta la tarde del día siguiente. 
Cuando lo encontraron no hablaba, tenía un temblor en todo el cuerpo, estaba sin aliento y casi sin respiración. Tardaría diez días en recuperarse medianamente de aquel susto descomunal. El otro de catorce años cayó en el joyón del caño, fracturándose una pierna que lo dejaría convaleciente para toda la vida. La familia jamás volvió donde misia Juana por las noches. 
Por aquellos días no se vió a Nicolás con la sonrisita entre los dientes que siempre lo caracterizó. Las chanzas, el vacilón, la mamadera de gallo, los comentarios de doble sentido eran el pan nuestro de cada día de Nicolás, siempre juguetón. Muchos sospecharon que el muerto aparecido era un vivo, pero debido a lo trágico y grave del asunto nadie señaló a nadie. 
El mismo Nicolás guardó un profundo silencio y mantuvo una gran seriedad frente a los que se atrevían a hacer algún comentario. Solo los parientes de Nicolás, conociendo su forma de actuar le preguntarían al tío si había sido él, ese muerto que se le apareció a la familia. Años después se sabría que Nicolás, vestido impecablemente de blanco, había tenido la ocurrencia de colgar la hamaca entre aquellos jobos para mecerse en medio del camino, cual si fuese un aterrador espanto. 
De vez en cuando, el espanto, de vestidura y hamaca blanquísimas en noche de luna nueva, se vuelve a mecer en el paso de los jobos. Pero Nicolás ya no está disponible ni para conversar siquiera.

Informante: Javier Merchán, nativo de San Carlos. Edad; 44 años. Fecha de la muestra; 27 de abril de 2004. Tomado de: Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña y de Otras Soledades, compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno, Publicada por la UNELLEZ en San Carlos (2007)

viernes, 2 de agosto de 2013

Cuentos de toda gracia: Manuscritos de Ronnis Almidio Padrón Quintero

Imagen del archivo de Massimo Calanchi


Una simple taza de sopa animó mi curiosidad



EL CAZADOR
Salió mi abuelo de cacería a la montaña y se llevó una escopeta de pitón. Cuando iba caminando vio una huella de un venado, llegó y cargó la escopeta, más adelante encontró la huella de un picure, volvió a cargar la escopeta, vio las huellas de un cochino y volvió a cargar de nuevo. Volvió a cargar de nuevo cuando vio las huellas de un tigre y estaba un poco asustado. A medida que caminaba se le aparecían más huellas. Cuando vio hacia delante volvió a cargar y se fijó que todos los animales estaban en la pata de un cerro. Se acercó vio que eran muchos animales y cargó de nuevo la escopeta hasta llenarla hasta el tope. Apuntó hacia ellos y disparó una hora y todo se veía blanco de puro humo, fue tanto el impacto que mi abuelo quedó sordo por tres días, cuando casi a la semana se disipó el humo, había quedado todo desforestado y estaban todos los animales muertos, por aquel medio tirito que echó. Duró dos meses cargando animales. Le dijo a un compadre que le ayudara para  hacer un pequeño sartén. Empezaron su trabajo. Cada martillazo que echaban no se escuchaba en la otra punta según lo grande que era aquel sartén. Pregunta el compadre para qué era ese sartén y mi abuelo le dijo para echar juntos todos los animales que maté de un sólo tiro.

EL MAESTRO Y LA MUERTA
Un día un maestro salió a dar clases  a un lugar muy lejano. Su modo para llegar a su trabajo era una burra vieja que tenía. Una noche que pasó por un camino, se dio cuenta que  había una mujer en el camino y la montó para darle la cola hasta la casa de la muchacha. Al poco tiempo se dio cuenta que la joven llevaba mucho frío, le prestó su chaqueta y siguieron el paso. Llegaron  a un pueblito y la joven le dice que la deje por allí. Cuando el maestro iba un poco más adelante se dio cuenta que le había  dejado la chaqueta a esa joven. Cuando el maestro viene de regreso al siguiente día se para donde había dejado a la joven, llegó y tocó la puerta, toca y toca. Al rato sale una mujer y le abre la puerta. El maestro pregunta por la joven que le tenía la chaqueta y la señora le contesta: -¿Cuál joven? 
El maestro le dice: -Una joven muy linda,  a la que yo le di la cola anoche y se quedó con mi chaqueta. La señora le comenta: -Esa joven era mi hija,  que cumplió ayer doce años de muerta. 
Le insiste el maestro:-No puede ser, yo la dejé anoche aquí, en su casa.
Los dos fueron al cementerio y allí encontraron el nombre de la mujer en una cruz y su chaqueta encima de esa misma cruz. El maestro empezó a volverse blanco, tieso y frío como una tiza. Después se fue borrando de a poquito. Desde ese día no volvió el maestro a pasar por estos caminos viejos.

LA RAYA
Un día,  mi tío Severiano Castillo salió con mi  tío Laureano a pescar para un pozo. Al llegar el  pozo estaba blanquito de pura sardinas y coporos. Dijo Severiano: -Pero, Laureano, vamos a lanzarle un tiro a esa vaina. Acomodan la batería, meten el cable en el pozo y suena ese escandaloso ¡Boooon! Ese pozo se vacía bello de la pescamentazón  que se miraba fuera del agua. Dice mi tío Laureano: -No, chico, eso hay que meterse pa´ bajo. No ves que los más grandes quedan muertos abajo. Se metió mi tío Severiano al agua con un cuchillo en la boca. Se mete al agua y espera y  nada que sale. Dice mi tío Laureano: -Ah vaina, Severiano sí dura, menos mal que sabe nadar.
Pasó una hora y nada. Dos horas y nada todavía. Comenzó mi tío Laureano a desesperarse, agarra el morral y coge la vuelta del caño a buscar ayuda, pero en esa ve un borbollón de agua rojito de sangre. Dice mi tío: -Se murió Severiano. Pero en lo que ve mejor, se da cuenta que es Severiano, quien sale con una asadura como de una vaca. Mi tío Laureano le dice a Severiano:-Chico, yo pensé que te habías muerto. ¿Qué es eso que traéis ahí?-No chico, lo que pasa es que cuando estoy en lo más hondo, como a sesenta metros bajo el agua, veo una vaina que se alborotó. Cuando voy a ver es que esa vaina se me viene encima y comienzo a echarle cuchillo. - Pero, chico, ¿qué fue lo que mataste?
- Bueno, lo que maté fue un pichón de raya, pero pequeño. Mira,  tenía  doscientos kilos. Y yo deseando que me saliera la mamá ¡Pero qué tanta vaina! Lo único que me pude traer fue este pedacito de asadura, porque venía nadando parriba tan rápido,  para darte la novedad,  que toda esa carnamenta que traía se me desboronó toiíta en ese agüero.

EL CAIMÁN
Según cuenta mi abuelo esta historia parecería un embuste. -Pero yo ya estoy muy viejo para estar inventando vainas, me dijo muy serio. Así fue como pasó el  caso. Un día me puse a pescar y zumbo un anzuelo al agua, pero como ya estaba viejo me quedaba dormido y cuando sacaba el anzuelo no tenía ni presa ni carnada. En una de esas  vuelvo a lanzar el anzuelo y me vuelvo a quedar dormido, entonces me despierta un templón y un ronqueo que se mecieron hasta las piedras ¡No juegue! Era el hijo del caimán del caño que apenitas tenía trescientos kilos, o a la mejor un poquito más, como quinientos para no exagerar la cosa, allí veo que  el anzuelo se él había metido de la boca pa´ dentro hasta la punta de la cola. Así pues tiro el sombrero al aire para distraerle la vista, cuando se embelezó le echo yo un solo templón y me lo traje completito con lo de adentro pa´ fuera.

EL PERRO
Pasa un día, que yo, Amelio Padrón, estaba viviendo yo en Buenos Aires. Para allá llega un tío mío, me dice: - Amelio, poray, en San Carlos, hay una competencia al perro que sea más grande. - ¿Qué voy a estar ganando yo con ese bichito?, le contesto. -Bueno  chico, pero llévalo a ver si gana algo. Insistió. -Lo voy a llevar, pero usted, me acompaña.  Nos vamos con mi abuelo. Cuando llegamos ya había comenzado la competencia. El primero que desfiló fue un pastor alemán, después pasó otro bien grande, de los Estados Unidos. Dijo el juez que ese bicho sería el ganador. Cuando le van a dar el premio, detengo todo aquel alboroto.
-Un momento, ese premio es mío. 
-Pero, ¿dónde está su perro?, dice muy molesto el juez. 
-Déjeme que vaya a buscarlo, le contesto. Lo que estoy viendo es que no sé cómo voy a traerlo, porque ese animal sí que es grande de verdad. El juez cambia la cara y dice: -Bueno, si quiere yo le presto ese camión, que está a la orden. 
-Noooooooo, ¿cómo cree? No cabe. 
-Está bien, entonces tráigase una muestra, por lo menos. Porfío el juez. 
-Eso sí se puede. Ya vengo. Al llegar al rancho, allá en Buenos Aires, veo unos perritos que los estaba matando la pulga y la sarna. En eso levanto la mirada y diviso una maceta de morrocoya  bien vieja, sesteando en el ranchito de al lado. De una vez se me prende una idea. Agarró la morrocoya vieja, la meto en un saco y me regreso para el concurso del perro más grande. Al llegar el juez pregunta medio caliente: 
- Ajá. ¿Dónde está la muestra?
 -No, ya va. No pude hacer más nada. Lo único que puede traer, del perro mío, fue esta garrapata que tenía pegada en la oreja.

LA IGUANA
Un día mi tío Severiano Castillo estaba en el conuco socalando el maíz y sale un animal corriendo a toda carrera. -Como es un cachicamo más bien, se dijo para sus adentros. Reparó mejor, después de ese susto, y tiró la vista hacia delante. El monte se estremecía. Cuando el barajuste le viene cerca le tira un machetazo patantiá. Al ver que se aquieta el barajuste, repara que es una iguana. El machetazo no la había herido y después de verla bien la soltó. Siguió socalando y de nuevo ve que la iguana se le viene adelante. No le paró, pero al rato vuelve la iguanita. Ahí fue que reparó que el animal lo estaba buscando porque era tiempo de iguanas y ella quería regalarle sus huevos ¡Ha bueno!, se dijo y la abrió con mucho cuidado, porque era un animal pequeño. Después se preguntó ¿Cómo será que sacan estos huevos? Empezó a sobarle la barriga  y cayeron los primeros huevos: Doce. Al ver que no le cabían en la mano de lo grande que eran los huevos de ese animalito, se los metió en el mocho ´e pantalón. Así estaba. Sacando huevos por docena y rellenan se hasta que ya casi no podía moverse y el animalito seguía botando ñemas. Escucha un ruido y entonces decide cortarle el cordón a  la  iguana para que no siga botando ñemas y se vaya. El ruido eran sus hijos que tenían una bulla porque cada uno venía con dos tobos como de ocho kilos de peso llenitos de huevos de iguana, se reunieron y sacando fuerzas de cada quien lograron llevarse la carga. Los muchachos le dijeron que eran de una sola iguanita, que se les había aparecido.
Ya llegando a la casa, mi tío escucha otra remezón en el conuco, el no pudo  voltear  de lo relleno que venía y los muchachos tampoco, porque venían simbraos con el peso, pero se le puso, que era la misma iguanita que aún no terminaba de botar todas las ñemas que tenía en el vientre.


LA MUERTA DE LA MATA DE LA  MANDARINA
Una vez en Buenos Aires, por un sitio llamado Aguirre, salía una muerta en una mata de mandarinas. Persona que pasara por ahí lo asustaba. Allí también había un hombre guapo que no le tenía miedo a nada. Al oír de su valentía, alguien le cuenta de ese caso:  -Mira en La Mata de La Mandarina, pasando la quebrá, hay una muerta asustando a todo el que pase por allí. -Noooo, chico, deje quieto que se aparezca a mí. Ja.
Un día que el hombre va pasando cerca de La Mata de La Mandarina   se acordó del reto. En eso venía una tempestá muy grande, con relámpagos que alumbraban todo y vio para el mandarino, divisando la muerta, vestida de blanco. Cuando se quitó la claridad de los rayos, desapareció. Así estaba cada rato. El hombre guapo se dijo: A esta muerta la voy agarrar. Se llegó hasta el mandarino, esperando que en el próximo relámpago apareciera la muerta. Cuando le sale ese espanto le echa un manotazo. El hombre pensó: Esta condená lo que quiere es otra cosa. Se fue para su  casa. Al llegar y prender un cabo ´e  vela, le sale la muerta. Le agarra un brazo y se le desapareció. Le agarra el otro y también se le desaparece. Cuando se le tiro encima aquel espanto se puso bien bravo y se fue bufueando por todo el camino. Desde esa noche no se la ha visto más. 

Estos relatos son del registro de Ronnys Almidio Padrón Quintero: quien nace en Camoruco, estado Cojedes, el 21 de febrero de 1992. Cursó estudios en la Universidad del Deporte. Desde joven participa  en eventos literarios como contador de cuentos. Este es su primer libro de manuscritos y fue consignado en el año 2007. Los cachos de este cuaderno son narraciones legadas por sus familiares  Roso Amelio Padrón (nacido en 1944) y Severiano Castillo (nacido en 1936), personas muy respetadas en el estado Cojedes.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección  y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la  UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado  y la Coordinación de Investigación 

lunes, 29 de abril de 2013

Cuatro Breves Cuentos del Fantástico Llano (José Daniel Suárez Hermoso)

Niño llanero con yuca gigante (archivo de Luis Eduardo Galeano)

“Buenas noches, voy a contarles tres cuentos embusteritos, caracoliaos uno tras otro, de esos que son puros del Llano adentro y que me pasaron a mí, ajá ¿cómo les parece?”


JORGE NOCHE
 Lo primero que me preocupa es que ustedes no conozcan a Jorge Noche, de aquí mismo, de El Baúl. Me preocupa porque hay gente que le tiene miedo a Jorge Noche, pero está equivocaos. Yo sí me sé el cuento completo.  La cosa es esta: estaba un pobre hombre que lo iba  arrastrando el río Cojedes, porque se había puesto a sacá su carro de aquel caudal de agua tan grande,  yo veo aquel problemón y me meto a ayudarlo, pues, …porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… cuando otros hombres y yo, que éramos como diez,  estábamos vencidos con tanto esfuerzo, se apareció de la nada Jorge Noche y nos dice:  -Bueno, chico, dejen quieto a ese hombre que está sacando ese carro de ahí. Luego nos dice que le demos  una botella de aguardiente y una caja de chimó pa´ él saca el carro. Yo le digo: -Bueno chico, yo tengo aquí una caja  ´e chimo, métase una  pella. Llegó y se metió de un solo golpe la caja de chimó, agarró la botella de aguardiente, se la echó un palo: Ahhhhhh; dijo. Apartó a la otra gente que estaba tratando de sacar al señor y al carro, le puso el mecate al carro y  lo fue jalando poco a poco, pero con fuerza, hasta que sacó al hombre con to´ y carro, después hasta sacudió el mecate ¡Qué vaina tan impresionante! Bueno y desde ese día a Jorge Noche todo el mundo lo quiso allá en El Baúl, por esa hazaña tan maravillosa, sacá a ese hombre con to´ y carro de ese río tan crecido, y entonces empezaron: Jorge Noche, sálveme este bongo que me lo está llevando el río; Jorge Noche, sáqueme estos mautes del agua, que no los podemos dominá;  y Jorge Noche pa´ aquí y Jorge Noche pa´ acá. La vaina grande no fue esa, lo cumbre fue cuando se murió Jorge Noche;   se fue la luz en el pueblo y hubo un tronío tan grande como cuando Dios lanzó pa´ la tierra de El Baúl, nada más y nada menos que al Diablo. Cantaron, esa vez, todos los pájaros de la llanura, cantó todo y todos nos llenamos de miedo, y lo enterraron allí en el cementerio, pero yo para allá no voy.


EL CAIMÁN
Fíjense bien,  mientras unos iban pa´ el entierro de Jorge Noche yo llego a la casa y me dice la mujer: -Mijo,  los muchachitos están enfermos; llenos de fiebre;  mijo, ¿qué va a hacé usted, los va dejá morí aquí, y a mengua? Mijo,  vamos,  haga algo. Ahí salgo yo…porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… ¿verdad?, ustedes son valientes también ¿verdad?, yo también soy valiente, pero eso sí, yo no soy embustero, entonces llego yo y agarro mi linterna y carajo voy caminando aguantaito, porque el río de El Baúl estaba muy feo, de un solo mar de agua, por cierto que ese río lo brazeaba yo de aquí pa´ allá y venía con caribe y tó, los caribes mismos me ayudaban a salí y depués se venían conmigo, la gente tenía que apartarse cuando venía yo caminando con ese poco ´e caribe por la calle. Bueno, pero regresando al cuento, agarro yo la linterna y le voy dando cuchariao,  eso es así: con el brazo en alto de arriba a bajo,   y de  derecha a izquierda  no fuera a salí un muerto ¡Ni quiera Dios!, entonces saqué del morral una lamparita y la prendo, y de esta manera con el brazo derecho cuchareaba con la linterna y con el izquierdo sostenía la lamparita prendía,  cuando  veo que en el agua habia millares de ojitos centelleando como los cocuyos, pero en el agua, mil quinientos caimanes. “Cónchale vale”. Y digo yo ¡Virgen Santísima!,  y me persigno, ¡caramba!, entonces llego yo y me digo…porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… ajá porque ustedes también son llaneros ¿verdad?, ustedes tienen miedo;  no, ¿verdad?,  ah bueno,  y eran las doce  ´e  la noche, casi pa´ la una, carajo,  ah hora peligrosa esa, la una, a esa hora a uno le puede pasá cualquier vaina.  “Virgen Santísima, ¿qué se será lo que me espera después de  la una?”. Mire,  porque a esa hora a uno le puede pasá una tragedia y digo yo: “¿cómo me le meto a esos caimanes?”, porque estaban así: pegaitos unos con otros, esperando, mil quinientos caimanes con el piquito parao pa´ arriba,  y me voy yo balseaíto y cuando puede empecé a caminar arriba de los caimanes de piquito en piquito, pero caminando con cuidao,  porque temía que un caimán de esos, que yo ya había pisao, reaccionara  y me mordiera una nalga, ajá y de repente, en una de esas piruetas, trastabillo como un piazo ´e loco y zuaz:  me voy a una vaina así como el infierno; era que me había caído en la boca de un caimán de cincuenta metros,  que se los conté yo al ir cayendo hasta la barriga de ese bicho. Al recuperarme del golpe y de la impresión, toco una vaina suavecita y el bicho me remontó pa´ arriba otra vez “¡Ay, Virgen Santísima¡ ahora si es verdad que  me quedé aquí,  mis muchachitos se van a morir”. Bueno y empiezo en aquella oscuridad   a tantear, así de a poco, toco por aquí y había una vaina suavecita, toco por allá y  se abrió una puerta, en esa oscuridad me meto,  porque si había una puerta debe haber una salida, toco aquí arriba y se prendió un bombillo, ahí veo clarito que en esa otra sala,  que también estaba en  la barriga del caimán, había un chinchorro,  bueno, yo lo toqué,  no vaya a ser que la vaina fuese una vaina falsa,  porque un caimán, como tiene muchas mañas puede hacer muchas trampas, entonces, me acosté en el chinchorro y me dije “ah, pero uno se puede mecé aquí” y me mecí “tran tan, tran tan” y me pegaba un airecito un airecito fresco. Bueno chico, en medio de eso me acordé de mis muchachos, me bajé del chinchorro  y busco las maneras de salir, cuando empiezo a caminar veo que hay un resplandor  hacia una pared y digo: “¿qué vaina es esta?”;  era una cocina con un caldero gigantesco llevando candela y quemando aceite, pero aceite del bueno, haciendo  “plof, plof,  plof”  y digo “¡Ah no, vale!, ¿dónde estoy yo, Virgen Santísima? Estoy en el fin del mundo”. En eso siento el estruendo de algo que viene “fuiii, fuiii, fuiii” dando vueltas  con brisa y todo y pasa por un lao;  era un bagre de diez kilos sazonadito y demás, hasta olía a pimienta  y cayó derechito en el caldero “suáz, suáz”; “Ay”  dije yo. Empiezo a dale vueltas, lo acomodé como pude y me lo  empecé a comer, sabroso el pescao, claro y el que diga que no es sabroso está traicionando   la  patria: ese no es llanero. Bueno y después  que comí bastante me recosté, pá pensaá bien qué es lo que voy hacer y así pasé siete días comiendo pescao, durmiendo y pensando qué era lo que iba hacer, yo sabía los días que pasaban porque subía por una escalerita  bien arriba del chinchorro y veía por un ojito que está en el techo cuando caía la noche y cuando salía el sol. Bueno chico, después de eso, que era ya demasiado la cosa, me entró una ansiedad. El caimán como que  adivinó el martirio en que me tenía, porque los caimanes también sienten; ellos igual tienen hijos,  así como uno y yo creo que hasta comen chimó,  porque yo comía chimó en la barriga del caimán y sentía que ese bicho estaba muerto ´e risa, claro se estaba alimentando. Bueno chico, de pronto siento una vaina estreciéndose. Yo creo que tanto chimó le pegó al caimán un dolor de estómago, al ratico ese animal comienza a moverse y de pronto el caimán me lanza,  pero me  lanza duro que iba yo dando vueltas, así como revolutiao, pues, dando vueltas y veo que caigo en medio de la llanura

EL DIABLO
 “Virgen Santísima y ¿dónde carajo estoy ahora? Lo que falta es que venga un animal y me coma también, pero de pedacito a pedacito”. Cuando estoy pensando eso, veo que viene un carrizo grande, de veinte metros pa´ arriba vestiito ´e blanco en el medio de la llanura, ¡cónchale!,  yo había conocido gente que median como dos metros y medio, pero ya de veinte metros la cosa estaba bastante sospechosa,  eso sí, yo no le tenía miedo, porque yo no le tengo miedo a nadie y entonces me le fui acercando y diciéndole: -Padre, padre, padre;  pero el carajo no volteaba: -Padre, soy tu hijo. Mira chico, por fin que  me le acerqué a ese hombre vestío ´e blanco y  le toco el deito que le salía de la alpargata, en eso hace una brisa grande: “bururúm”,  que me  estremece. Al recobrar el sentido veo que al lado está un pollito,  ahí me dije “Ah, este pollito debe saber dónde queda la  salida” y entonces me quito el sombrero, se lo lanzo al pollito y lo tapo,  pero me doy cuenta que el pollito tapao se transforma en una culebra de dos kilómetros;  sí,  una mapanare de dos kilómetros y entonces me le barajusté de un lado para el otro, así como el Gabán Mañoso, pero yo no le tenía miedo… porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… y cuando la culebra  se abalanza para la derecha  muevo las patas y caigo en la cabeza y yo le decía; Mire, pollito;  está dominao,  está gobernao,  usted me saca de esta vaina, porque usted no va a podé conmigo. De repente,  la culebra como que no le gustó y empieza a moverse como un caballo corcóvelo:  saltando y saltando conmigo encima y me empujó  alto, alto, muy alto que llegué a las nubes, ¡mire!,  cuando llego a las nubes lo que me quedó fue agarrá el sombrero de paracaídas y me vengo poquito a poco, con mi sombrero y le volví a caer encima a la culebra, agarré con la misma el Cristo que cargo amarrao en este collar, juáz,  le puse el Cristo en la pata ´e la nuca,  ahí cayó el bicho tranquilito y me decía: -Ahhhhhhhh, ahhhhhhhh. Entonces con ese ahhhhhhhh también se acercó el caimán y empieza con la culebra a darse golpes con el cuerpo “pan, pan, pan”, allí salió un  vahío y me quedé dormío. Cuando desperté no estaba ni el caimán ni la culebra  y todavía los estoy buscando pa´ que me mantengan y mire que no los estoy embusteriando. Les voy a decí una cosa:  con esta misma ñema que nos dejó Jorge Noche comimos durante veinticinco años, y si ustedes les tienen miedo al Diablo aquí les voy a dejar esta cajita de chimó,  eso sí, cada pella es  con sietes días de por medio,  pero siempre a la misma hora y el mismo minuto y agarran  una velita y sus macundales  y se van como estoy me yendo yo,  así pa´ la llanura,  por yo me voy a ver dónde está ese señor pa´ que me explique cómo fue que él se puso así: grande – grande,  porque yo también quiero ser grande, ajá 



LA BOLA DE FUEGO. EL RETO
 Ajá, se estaban yendo ¿verdad?  No señor, falta la ñapa. Bueno, estaba yo conversando esta misma historia con Juan Navarro, que ese es un viejo muy grande, el compositor de “Tardes cojedeñas” ¡Casi nada! Cuando nos interrumpe un señor, y nos dice: -Pero, ¿qué cosa, no? Caramba, yo le respondo: -No, maestro, oiga bien esta:   
Venía Juanito Navarro de sacá una buena pila de pescaos de por los lados de Río Verde y Tiznados, para no seguir pescando en el río de El Baúl, que lo tenía azotao y allá los pescadores por poquito no se arruinan. En eso, debe ser por la gran carga de peces que había sacado y por lo viejo de la camioneta que tenía, siente que el motor empieza a desmayarse y las luces daban puros parpadeos. Un caucho que venía fallo de aire como que también estaba mortadela. No voy a llegar, se dijo. ¡Qué vaina! Bueno, se para a la orilla de la carretera, abre el capote de la camioneta y con la linternita, que también estaba fallando, vio que la batería echaba un humito bien hediondo. Muerta ´e metra. ¿Cómo haré para llegar? Nada que daba por la llave y no se atrevía a empujarla. En eso repara que al lado de la cava de los pescaos estaba una cavita  que alumbraba sola. ¡Madre!. Se decide y abre la cavita. Ajá, coja pues. Era un bendito temblador como de dos cuartas y un jeme, bien tapao con hielo. Agarra la cavita y se la vacía a la batería de la camioneta, como para que se enfriara, a ver que otra cosa más podía inventar.  Entonces ve que el condenao temblador comenzó a moverse, primero como recuperando la vida, después con ganas bastantes, peló los ojos el animalito y Juan Navarro se echó pa´ tras haciéndose cruces, aquello parecían dos tizones, después abrió la boca que era más bien como un soplete, cuando el bicho empieza a mover la cola con un ventilador, detalla enseguida que los borbollones de ácido que la batería  botaba se aplacaron, sequita quedó. Las luces se apagaron, pero, de golpe comenzaron a funcionar fino. Derechitas y grandes, bien buena la cosa. Ahí mismo bajó la capota de la camioneta y dejó atrapado al temblador adentro. Con la Virgen adelante, se monta en la camioneta y apenas le metió la llave: Brum,  encendió fina también. No juegue. Voy a darle aunque sea con el caucho fallo. No ¡Qué va! toditos los cauchos estaban calidad. Se viene el hombre y aquel carro con esa fuerza. Cambiaba y suavecito la caja. Bueno en unas tres horas debo estar llegando a la casa. No, qué va,  en menos de media hora ya estaba llegando al puesto de la Guardia. El Sargento le dice: -Maestro, menos mal que llegó a salvo, porque por esta misma carretera por donde usted viene, hace un ratico, se veía un resplandor bien grande, como cuando sale La Bola  ´e Fuego, mejor es que se quede, que esa bicha no perdona, pero eso es a nadie.                  

LA BOLA DE FUEGO. LA PORFÍA
 El viejo me dice, usted cree que yo me voy a  tragar ese anzuelo, no le voy a decir mucho porque nombró a Juan Navarro, aquí presente, pero si le voy a referir esto: Yo no soy de El Amparo, pero sí de muy cerca y me he vuelto un baquiano de esos terrenos. Eso es porque yo tengo cincuenta años pescando por esa zona, ¿cómo le parece? No es que son dos días. Cuando era yo era muchacho descubrí un paso, con pescao que juega garrote, facilito, un anzuelo, un poquito ´e paciencia con una buena luz y en todos esos años nadie más lo ha descubierto, ¡diga algo, pues! Cincuenta años. La mula que tengo es la otra que se sabe ese secreto. Una noche, pues, me voy yo con mi mula, para donde queda mi pozo secreto, a pescar unas veinte guabinas que acostumbro yo pa´   desayuná. Me pongo a lanzá anzuelo y nada, qué raro, bueno. Al rato, reparo bien y no se veía nada anormal, eso sí; no había ni un solo grillito cantando, apenas la luz de la luna pero el cielo se estaba encapotando. Prendó un cabo ´e  vela en una piedra bien grande y que parece más bien un altar, cerquita amarré la mula pá que no se espantara,  busco mi arpón y me decido a meterme a lo adentro del pozo, como a cuatro metros de hondo. Saco la primera guabina y como estaba el agua bien fría le pedía los santos que me dieran bríos y sigo, cuando calculé que estaba bueno ya, porque es que tampoco aguantaba  aquella frialdá, decido salirme. De golpe  siento que viene una brisa muy grande desde el pajonal. De las primeras tumbó la vela y en la oscurana se me espanta la mula. Qué se le va hacer. Cojo ánimos para irme a la orilla  y empiezo a nadar, mientras voy nadando siento primero una claridad, luego un calorcito sabroso, después una fuerza como que estaba jalando la ropa. Ave María. Cerré los ojos y cuando los abro era La Bola de Fuego que estaba  allí como flotando entre la piedra y yo. Mire eso y no le voy a exagerá es grande de verdad, como un camión, la caparazón es redondita, con llamarones azules, rojos, amarillos y blancos, yo creo que se la luz al kilómetro de distancia. Entre guapo y hambriao,  me le voy agazapaito pa´  ve si me podía llevarme los pescaos y pegá el carrerón. Ahí sí fue, patrón. La Bola de Fuego, pa´ mí que me leyó la mente. Y me iba pa´  un lao y ella también. Yo buscaba alzarme y ella hacía igualito. Ahí se me puso que si hacía como los zorros, me quedaba quieto haciéndome el rendido y después pacán le caía a la sarta de guabinas me las podía llevar y dejá lejos ese espanto. Así fue. Me hice el muerto, barajusté de golpe y agarro la sarta ´e guabinas y cuando creo que pego el brinco para perderme de to´aquello, siento que estoy flotando, Nada más y nada menos que dentro de La Bola de Fuego,  ¡diga algo, pues! Adentro pero yo no sé cómo sin quemarme ni un pelito ni sacale el frío a los pescaos. La bicha se levanta conmigo adentro y las guabinas como si nada. Me  paseó suavecito por toda esa orilla. ¡Bicho! Ahí es cuando. Me llevó en peso hasta el pozo, como a tres metros de alto. Ahí tuve como una hora levantao y sin atreverme a nada. Cierro los ojos sin soltá las guabinas. Empiezo a rezá todo lo que sé y lo que podía inventá. Siento que me estoy desmayando. Cansao ya, pues, de tanta pesca brega y tanto susto. Cuando espabilo, La Bola de Fuego se había ido y estaba ya cerquita de la casa. Llegué reparé bien;  todo estaba en su puesto, hasta la mula estaba allí. Cociné la sarta, desayuné y me vine pa´ a ver a quien  podía echarle esa historia, que es verdaíta, no vaya a creer que no.  

Estos relatos son del registro de José Daniel Suárez Hermoso. Nace en San Carlos, en 1958. Es uno de los autores más prolíficos jamás nacidos en Cojedes, con más de 26 libros publicados: poemarios, obras de teatro, ensayos, antologías poéticas, compilaciones de teatro escolar, historia literaria venezolana y poesía cojedeña, que han sidopremiados en importantes certámenes literarios. Es Licenciado en Artes y cursa estudios de Maestría en Literatura Venezolana. La muestra que presentamos pertenece a sus apuntes de actuación, o cuaderno del actor,  y fueron cedidos en préstamo para esta edición el 6 de enero de 2009.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección  y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la  UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado  y la Coordinación de Investigación