viernes, 2 de agosto de 2013

Cuentos de toda gracia: Manuscritos de Ronnis Almidio Padrón Quintero

Imagen del archivo de Massimo Calanchi


Una simple taza de sopa animó mi curiosidad



EL CAZADOR
Salió mi abuelo de cacería a la montaña y se llevó una escopeta de pitón. Cuando iba caminando vio una huella de un venado, llegó y cargó la escopeta, más adelante encontró la huella de un picure, volvió a cargar la escopeta, vio las huellas de un cochino y volvió a cargar de nuevo. Volvió a cargar de nuevo cuando vio las huellas de un tigre y estaba un poco asustado. A medida que caminaba se le aparecían más huellas. Cuando vio hacia delante volvió a cargar y se fijó que todos los animales estaban en la pata de un cerro. Se acercó vio que eran muchos animales y cargó de nuevo la escopeta hasta llenarla hasta el tope. Apuntó hacia ellos y disparó una hora y todo se veía blanco de puro humo, fue tanto el impacto que mi abuelo quedó sordo por tres días, cuando casi a la semana se disipó el humo, había quedado todo desforestado y estaban todos los animales muertos, por aquel medio tirito que echó. Duró dos meses cargando animales. Le dijo a un compadre que le ayudara para  hacer un pequeño sartén. Empezaron su trabajo. Cada martillazo que echaban no se escuchaba en la otra punta según lo grande que era aquel sartén. Pregunta el compadre para qué era ese sartén y mi abuelo le dijo para echar juntos todos los animales que maté de un sólo tiro.

EL MAESTRO Y LA MUERTA
Un día un maestro salió a dar clases  a un lugar muy lejano. Su modo para llegar a su trabajo era una burra vieja que tenía. Una noche que pasó por un camino, se dio cuenta que  había una mujer en el camino y la montó para darle la cola hasta la casa de la muchacha. Al poco tiempo se dio cuenta que la joven llevaba mucho frío, le prestó su chaqueta y siguieron el paso. Llegaron  a un pueblito y la joven le dice que la deje por allí. Cuando el maestro iba un poco más adelante se dio cuenta que le había  dejado la chaqueta a esa joven. Cuando el maestro viene de regreso al siguiente día se para donde había dejado a la joven, llegó y tocó la puerta, toca y toca. Al rato sale una mujer y le abre la puerta. El maestro pregunta por la joven que le tenía la chaqueta y la señora le contesta: -¿Cuál joven? 
El maestro le dice: -Una joven muy linda,  a la que yo le di la cola anoche y se quedó con mi chaqueta. La señora le comenta: -Esa joven era mi hija,  que cumplió ayer doce años de muerta. 
Le insiste el maestro:-No puede ser, yo la dejé anoche aquí, en su casa.
Los dos fueron al cementerio y allí encontraron el nombre de la mujer en una cruz y su chaqueta encima de esa misma cruz. El maestro empezó a volverse blanco, tieso y frío como una tiza. Después se fue borrando de a poquito. Desde ese día no volvió el maestro a pasar por estos caminos viejos.

LA RAYA
Un día,  mi tío Severiano Castillo salió con mi  tío Laureano a pescar para un pozo. Al llegar el  pozo estaba blanquito de pura sardinas y coporos. Dijo Severiano: -Pero, Laureano, vamos a lanzarle un tiro a esa vaina. Acomodan la batería, meten el cable en el pozo y suena ese escandaloso ¡Boooon! Ese pozo se vacía bello de la pescamentazón  que se miraba fuera del agua. Dice mi tío Laureano: -No, chico, eso hay que meterse pa´ bajo. No ves que los más grandes quedan muertos abajo. Se metió mi tío Severiano al agua con un cuchillo en la boca. Se mete al agua y espera y  nada que sale. Dice mi tío Laureano: -Ah vaina, Severiano sí dura, menos mal que sabe nadar.
Pasó una hora y nada. Dos horas y nada todavía. Comenzó mi tío Laureano a desesperarse, agarra el morral y coge la vuelta del caño a buscar ayuda, pero en esa ve un borbollón de agua rojito de sangre. Dice mi tío: -Se murió Severiano. Pero en lo que ve mejor, se da cuenta que es Severiano, quien sale con una asadura como de una vaca. Mi tío Laureano le dice a Severiano:-Chico, yo pensé que te habías muerto. ¿Qué es eso que traéis ahí?-No chico, lo que pasa es que cuando estoy en lo más hondo, como a sesenta metros bajo el agua, veo una vaina que se alborotó. Cuando voy a ver es que esa vaina se me viene encima y comienzo a echarle cuchillo. - Pero, chico, ¿qué fue lo que mataste?
- Bueno, lo que maté fue un pichón de raya, pero pequeño. Mira,  tenía  doscientos kilos. Y yo deseando que me saliera la mamá ¡Pero qué tanta vaina! Lo único que me pude traer fue este pedacito de asadura, porque venía nadando parriba tan rápido,  para darte la novedad,  que toda esa carnamenta que traía se me desboronó toiíta en ese agüero.

EL CAIMÁN
Según cuenta mi abuelo esta historia parecería un embuste. -Pero yo ya estoy muy viejo para estar inventando vainas, me dijo muy serio. Así fue como pasó el  caso. Un día me puse a pescar y zumbo un anzuelo al agua, pero como ya estaba viejo me quedaba dormido y cuando sacaba el anzuelo no tenía ni presa ni carnada. En una de esas  vuelvo a lanzar el anzuelo y me vuelvo a quedar dormido, entonces me despierta un templón y un ronqueo que se mecieron hasta las piedras ¡No juegue! Era el hijo del caimán del caño que apenitas tenía trescientos kilos, o a la mejor un poquito más, como quinientos para no exagerar la cosa, allí veo que  el anzuelo se él había metido de la boca pa´ dentro hasta la punta de la cola. Así pues tiro el sombrero al aire para distraerle la vista, cuando se embelezó le echo yo un solo templón y me lo traje completito con lo de adentro pa´ fuera.

EL PERRO
Pasa un día, que yo, Amelio Padrón, estaba viviendo yo en Buenos Aires. Para allá llega un tío mío, me dice: - Amelio, poray, en San Carlos, hay una competencia al perro que sea más grande. - ¿Qué voy a estar ganando yo con ese bichito?, le contesto. -Bueno  chico, pero llévalo a ver si gana algo. Insistió. -Lo voy a llevar, pero usted, me acompaña.  Nos vamos con mi abuelo. Cuando llegamos ya había comenzado la competencia. El primero que desfiló fue un pastor alemán, después pasó otro bien grande, de los Estados Unidos. Dijo el juez que ese bicho sería el ganador. Cuando le van a dar el premio, detengo todo aquel alboroto.
-Un momento, ese premio es mío. 
-Pero, ¿dónde está su perro?, dice muy molesto el juez. 
-Déjeme que vaya a buscarlo, le contesto. Lo que estoy viendo es que no sé cómo voy a traerlo, porque ese animal sí que es grande de verdad. El juez cambia la cara y dice: -Bueno, si quiere yo le presto ese camión, que está a la orden. 
-Noooooooo, ¿cómo cree? No cabe. 
-Está bien, entonces tráigase una muestra, por lo menos. Porfío el juez. 
-Eso sí se puede. Ya vengo. Al llegar al rancho, allá en Buenos Aires, veo unos perritos que los estaba matando la pulga y la sarna. En eso levanto la mirada y diviso una maceta de morrocoya  bien vieja, sesteando en el ranchito de al lado. De una vez se me prende una idea. Agarró la morrocoya vieja, la meto en un saco y me regreso para el concurso del perro más grande. Al llegar el juez pregunta medio caliente: 
- Ajá. ¿Dónde está la muestra?
 -No, ya va. No pude hacer más nada. Lo único que puede traer, del perro mío, fue esta garrapata que tenía pegada en la oreja.

LA IGUANA
Un día mi tío Severiano Castillo estaba en el conuco socalando el maíz y sale un animal corriendo a toda carrera. -Como es un cachicamo más bien, se dijo para sus adentros. Reparó mejor, después de ese susto, y tiró la vista hacia delante. El monte se estremecía. Cuando el barajuste le viene cerca le tira un machetazo patantiá. Al ver que se aquieta el barajuste, repara que es una iguana. El machetazo no la había herido y después de verla bien la soltó. Siguió socalando y de nuevo ve que la iguana se le viene adelante. No le paró, pero al rato vuelve la iguanita. Ahí fue que reparó que el animal lo estaba buscando porque era tiempo de iguanas y ella quería regalarle sus huevos ¡Ha bueno!, se dijo y la abrió con mucho cuidado, porque era un animal pequeño. Después se preguntó ¿Cómo será que sacan estos huevos? Empezó a sobarle la barriga  y cayeron los primeros huevos: Doce. Al ver que no le cabían en la mano de lo grande que eran los huevos de ese animalito, se los metió en el mocho ´e pantalón. Así estaba. Sacando huevos por docena y rellenan se hasta que ya casi no podía moverse y el animalito seguía botando ñemas. Escucha un ruido y entonces decide cortarle el cordón a  la  iguana para que no siga botando ñemas y se vaya. El ruido eran sus hijos que tenían una bulla porque cada uno venía con dos tobos como de ocho kilos de peso llenitos de huevos de iguana, se reunieron y sacando fuerzas de cada quien lograron llevarse la carga. Los muchachos le dijeron que eran de una sola iguanita, que se les había aparecido.
Ya llegando a la casa, mi tío escucha otra remezón en el conuco, el no pudo  voltear  de lo relleno que venía y los muchachos tampoco, porque venían simbraos con el peso, pero se le puso, que era la misma iguanita que aún no terminaba de botar todas las ñemas que tenía en el vientre.


LA MUERTA DE LA MATA DE LA  MANDARINA
Una vez en Buenos Aires, por un sitio llamado Aguirre, salía una muerta en una mata de mandarinas. Persona que pasara por ahí lo asustaba. Allí también había un hombre guapo que no le tenía miedo a nada. Al oír de su valentía, alguien le cuenta de ese caso:  -Mira en La Mata de La Mandarina, pasando la quebrá, hay una muerta asustando a todo el que pase por allí. -Noooo, chico, deje quieto que se aparezca a mí. Ja.
Un día que el hombre va pasando cerca de La Mata de La Mandarina   se acordó del reto. En eso venía una tempestá muy grande, con relámpagos que alumbraban todo y vio para el mandarino, divisando la muerta, vestida de blanco. Cuando se quitó la claridad de los rayos, desapareció. Así estaba cada rato. El hombre guapo se dijo: A esta muerta la voy agarrar. Se llegó hasta el mandarino, esperando que en el próximo relámpago apareciera la muerta. Cuando le sale ese espanto le echa un manotazo. El hombre pensó: Esta condená lo que quiere es otra cosa. Se fue para su  casa. Al llegar y prender un cabo ´e  vela, le sale la muerta. Le agarra un brazo y se le desapareció. Le agarra el otro y también se le desaparece. Cuando se le tiro encima aquel espanto se puso bien bravo y se fue bufueando por todo el camino. Desde esa noche no se la ha visto más. 

Estos relatos son del registro de Ronnys Almidio Padrón Quintero: quien nace en Camoruco, estado Cojedes, el 21 de febrero de 1992. Cursó estudios en la Universidad del Deporte. Desde joven participa  en eventos literarios como contador de cuentos. Este es su primer libro de manuscritos y fue consignado en el año 2007. Los cachos de este cuaderno son narraciones legadas por sus familiares  Roso Amelio Padrón (nacido en 1944) y Severiano Castillo (nacido en 1936), personas muy respetadas en el estado Cojedes.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección  y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la  UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado  y la Coordinación de Investigación 

5 comentarios:

Juan M Flores dijo...

Excelentes cuentos, leídos y apreciados! Saludos!

alfmega Marín dijo...

Gran labor de recopilación la que estáis llevando a cabo. Preciosas narraciones que se perderían en el tiempo sin remedio y nosotros ahora leemos, disfrutamos y compartimos con más gente...Genial labor, no me canso de decirlo..

blanca rojas dijo...

Exelente. Mil gracias

Walter Hugo Rotela González dijo...

Interesante los dos primeros cuentos que leí. Seguiré leyendo. Buen ojo Isaías, buen ojo.

Unknown dijo...

Muchas gracias a tod@s por leer mis cuentos...