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miércoles, 1 de junio de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (1). Varios autores, cuentos, versos y audio musical

Mujer llanera de Cojedes (archivo de Carlos González)


CACHOS LLANEROS 

-La universalidad de la cultura no está en conflicto con la personalidad de los pueblos, como no lo está con  la de cada hombre. Alberto Zum Felde.

Sobre el cacho llanero
El cacho, también, llamado caso, historia, pasaje, o relato folklórico, es un bastión sólido dentro del cuento corto popular latinoamericano oral  inserto en lo fantástico, en los terrenos de la imaginación convertida en horizonte. 
Por lo general, el cacho, enfrenta a personajes (seres comunes y corrientes), con diversos aprietos e incluso con lo siniestro. Parte de un motivo real (el hambre, el extravío, un acecho) que se une a otros conflictos (el miedo, la falta de armas, la fatiga), y se exageran hasta trazar un argumento o cuadro del cacho, cuyo despeje instantáneo y genial (giro del cacho), brota del mismo personaje o de un regalo increíble, capaz de llevarnos a profundas reflexiones metafóricas y simbólicas. En este perfil, el cacho, no es un simple relato étnico-campesino; es un cuestionamiento intercultural y significativo de la realidad que burla  los linderos entre lo cotidiano y lo insólito.  La tradición estética del cacho llanero se “afila” en la brevedad,  el humor fantástico y el contexto cultural llanero.

Cachaceros indígenas de los Llanos adornados con cachos de venado

LA CULEBRA Y LA BICICLETA (Rafael Arias)
Esto me pasó ayer mismo. Resulta que vengo muy tranquilo en mi bicicleta del conuco y llegando a La vuelta de Camoruco, antes de la mata de fruta ´e burro, más allá de don Cipriano; eso ahí es monte y monte de lado y lado, lo que hay es un caminito. De repente,  se viene un bulto  como de dos metros de alto “¿Qué guarandinga es esta?” Me acerco poco a poco: veo que esa vaina tiene como escamas y se mueve, me le acerco más, y  me doy cuenta que es una culebra que está atravesá en el camino, agarré un poco ´e piedras y se las lancé, pero la bicha ni se movía, entonces le soné la corneta de la bicicleta, nada, lo que hizo fue sacar la cabeza dentro del monte, se me quedó mirando, sacándome  la lengua como si se burlara de mí. Así ya tenía como una hora y la bicha no se movía.
    Retrocedí con mi bicicleta unos centímetros, agarré impulso y le pasé por encima, fue tanta la velocidad que agarré que pasé derecho y caí en una laguna con todo y bicicleta. Lo cierto que al hundirme no supe dónde cayó la bicicleta. Salí a tomar aire, me volví a hundir una y otra vez y nada que encontraba la bicicleta. Cuando ya me sentía rendido para seguir buscando surgió un resplandor del fondo de la laguna, era la bicicleta  que se habían encendido las luces y fue así como pude encontrarla, eso fue verdad, verdaíta. Y cuando fui  a ver la culebra ya se había ido.

El cacho alimenta la prestancia de la artesanía llanera  

EL MORROCOY (Ronnys Almidio Padrón Quintero)
    Estaba mi tío Severiano en su conuco, allá en Buenos Aires. La tarea que tenía era limpiar la parte de los quinchonchos. Se dijo: Voy a sentarme un rato a descansar en esta piedra. Al rato consiguió cómoda la piedra y se queda dormido. Empezó a soñar que estaba paseando muy alto en las nubes y del frío que le pegó lo despierta. Cuando se despertó completo vio que estaba  encaramao en un cerro que se movía por todo el conuco y se divisaba todo a la distancia. Aquello fue un gran susto. Tremenda maravilla, cuando quiso ver la pata del cerro en que estaba arrellanao ve que no era un cerro sino un morrocoy que tenía años que estaba metido en su conuco y le dio por despertarse llevándose a cuestas a mi pobre tío Severiano con todo y su gran conuco y uno no sabe para dónde.

ENTRE EL LLANO CLARO OSCURO
(Deyssi Elizabeth Silva Fuentes)
Mercedes era una mujer de tierras llaneras, que aunque era muy guapa de día, de noche podía ser la más cobarde. Capaz de recorrer kilómetros y kilómetros, con sólo cargar en el anca de su caballo la comida,  siempre que fuera de día. Los cuentos de fantasmas y aparecidos que el abuelo le contaba, parecían invadir sus noches.
Un día salió para regresar antes del anochecer, pero con tantas diligencias que hacer  en el pueblo, las horas se le fueron volando. Pensó que podía llegar antes que la noche a la casa si echaba a andar rápido en su caballo “Brioso”; pero fue en vano todo su esfuerzo; a mitad de camino, cayó la noche y no pudo hacer nada más. Pocos metros había recorrido cuando a orillas de la quebrada encontró a un señor montado en una yegua azabache.
El caballo de Mercedes no quería avanza, ni siquiera acercarse a aquel caballero; pero ella lo azotaba para que siguiera caminando. Al rato el hombre volteó y la miró, la yegua también volteó y miró al caballo, le movió la cola unas tres veces y el animal se acercó mansito. El hombre le preguntó a Mercedes, señorita, ¿para dónde va usted?
Voy a la casa de los Aguirre, ¿Y usted? Podríamos acompañarnos.
¡A bueno! Gabana, ¿a usted no le da miedo andar por estos caminos oscuros y solitarios?
Bueno, sí, es por eso que le estoy diciendo que nos vayamos juntos, para acompañarnos.
¡Ah! ¿Y a qué es lo que más le teme?
A los muertos, compañero.
¿Sí? ¡No parece!
¿Por qué lo dice? ¿Porque ando sola por estos lugares?
No por otras razones que sólo yo sé.
Mercedes, encontraba extraña aquella serie de preguntas y respuestas. Así que para evadir nuevas interrogantes similares a las anteriores que le erizaban la piel; decidió interrogar ella. ¿Y usted, no le da miedo andar por aquí?
Aquel desconocido se sonrió y respondió con serenidad: -No, miedo no me da; ahora no. Calló por un momento y luego prosiguió. Cuando estaba vivo sí.
 

LA VACA
 (José Daniel Suárez Hermoso)
Por fin después de tanto peligro logro llegar a casita, ya era de noche, por ahí de madrugada me despierta el bramido de veinte mil reses que bramaron de un solo golpe toditas al mismo tiempo, bueno, pero, ¿qué broma es esa? Si yo lo que tengo son cinco vaquitas, lo que pasa es que el ganao se había reproducido en demasía,  qué carrizo; era una mancha completa de ganao, era tanto ese atajo, que contándolas  me quedé dormío, al despertar veo que ya no era una sola mancha sino tres, tanto así que ya no les quedaba casi terreno para pastar. Me decido y dispongo vender aunque sea la mitad. 
En efecto, voy y vendo uuuuuuuuu bastante, pero de to´ ese animalero ningún comprador quiso comprarme cinco vacas bien gordas y bonitas, extrañado llego y me hablo con una de las vacas y digo: -¿Qué jue?  La  bicha me dice: -Nos regresamos pa´ Camoruco. -¿Cómo es la cosa? Y sin dejarme respirar, me agarran, así como Jorge Noche, fuerte. Me llevaron volando, sí,  pero altísimo, en eso las vacas como que se pierden o se durmieron con la brisita fresca que pegaba y chocan con una bandá  ´e pájaros, allí nos venimos cielo abajo,  en una voltereta que doy, cayendo, pierdo el sombrero ¡Malaya nadie! No me quedó más que agarrarme de la vaca que me había hablado, bimbope, caímos a un río que debe ser el Apure, porque  no se le veía la otra orilla. En la matracaza  ´e caída  cojo yo una buena rabia y le armo aquel lío a la vaca y le digo que al llegá al fundo la voy a poner en candela pa´ comemela y pa´ que aprenda ¡No cuñao! Se ha puesto roja esa bicha como una llama y empezó a botar candela por el rabo. 
Veo el río y busco a nadar pa´ la otra orilla, así, sin miedo, estando por tirarme  al agua  sale un borbollón grandísimo, diez mil caribes capa burro de los macetúos, yo me frené en seco, la vaca condolida, hasta asustada de que ya fuera a dejar allí sola  se mete conmigo, pero no íbamos ni a un metro en el agua cuando aquellos animales se enfurecen. 
 Yo les dije por las buenas que me tenían que dejar pasar porque yo venía de muy lejos y tenía a la mujer y los muchachos solos en Camoruco, los bichos aquellos  como que fue al revés, se pusieron más bravos, entonces otra vez la vaca empieza a ponerse rojita,  cuando cogió bastante presión  le soltó a esos caribes un candelorio como nunca se había visto en aquel  río, a toditos los  pescaos los asó sin quemar ni una gota de agua ¡Qué maravilla! Los caribes bien doraditos se fueron corriente abajo, yo me comí cien y los demás campesinos que se asomaron recogieron lo que se les antojó, había como para un mes por lo menos,  después me sacaron hasta la carretera y así es como llegué aquí y todo eso gracias a mi vaquita que echa candela por el rabo. 


LA SEÑORA DEL SILBÓN (Jesús "Chucho" Torres)
 Fuente: Jesús Moreno, “el Rey del Pasaje” (cantante)

Aaaaaaayyyy la la lay
A San Antonio llegó
la Señora del Silbón
ella vino fue a buscar
los restos de su varón
que aquí quedó sepultado
bajo La Cruz del Perdón
y murió porque lo mató
Luis Laya de un pescozón
ella se llevó los restos
dentro de un saco bocón
y en Candelaria posó
y durmió en el corredor
atacó a Juan Salazar
que se la da de machón
y hasta lo puso en el caso
de cargarle el molondrón
Salazar le tuvo miedo
y hasta le pidió perdón
la vieja se refrescó
y fue cambiando opinión
y le dijo a Salazar
“Yo necesito un varón,
a mí me gusta el catire
cuando es gordo y barrigón”
lo agarró por las orejas
y se lo trajo a templón
quería que le diera un beso
y la pusiera en sazón
a ver si ella recordaba
su tiempo cuando el Silbón.
Salazar no la aguantó
se la pasó a Rafaelón
Rafaelón tampoco pudo
le aguantó un solo empujón
venía llegando Medina
y aprovechó la ocasión
le avisaron a Cariele
pero estaba “Rabo ´e  Lión”.

Aaaaaaayyyy la la lay
En esto dijo la vieja
cambiando conversación
“Dicen que yo soy maligna,
pero mi hijo es peor
en la pica ´e  Santo Cristo
sale a golpe de oración
atacó a Cipriano Soto
sin motivo y sin razón
y le dijo a Ciprianote
“Acomódate señor,
que vas a pagar la cuenta
lo que debes anterior
te acuerdas de Cara Caro
cuando estaba más lechón
que lo tenías amarrado
en la pata ´e  un botalón
cada golpe que le dabas
sonaba como un tambor,
yo le voy a da una pela
pa´ que tenga educación
aflójese la correa
y se baja el pantalón
yo sí lo voy a enseñar
a respetá un superior”
pero Cipriano se fue corriendo
cuando le vio el mandador
echando chispa ´e  candela
rojito como un tizón
era  regular garrote

el que cargaba el señor.


Disfrute de este audio de un joropo fantástico llanero:

El Gato Rabo e´ candela (Domingo García)



Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013)  San Carlos: UNELLEZ-VIPI.

lunes, 29 de abril de 2013

Cuatro Breves Cuentos del Fantástico Llano (José Daniel Suárez Hermoso)

Niño llanero con yuca gigante (archivo de Luis Eduardo Galeano)

“Buenas noches, voy a contarles tres cuentos embusteritos, caracoliaos uno tras otro, de esos que son puros del Llano adentro y que me pasaron a mí, ajá ¿cómo les parece?”


JORGE NOCHE
 Lo primero que me preocupa es que ustedes no conozcan a Jorge Noche, de aquí mismo, de El Baúl. Me preocupa porque hay gente que le tiene miedo a Jorge Noche, pero está equivocaos. Yo sí me sé el cuento completo.  La cosa es esta: estaba un pobre hombre que lo iba  arrastrando el río Cojedes, porque se había puesto a sacá su carro de aquel caudal de agua tan grande,  yo veo aquel problemón y me meto a ayudarlo, pues, …porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… cuando otros hombres y yo, que éramos como diez,  estábamos vencidos con tanto esfuerzo, se apareció de la nada Jorge Noche y nos dice:  -Bueno, chico, dejen quieto a ese hombre que está sacando ese carro de ahí. Luego nos dice que le demos  una botella de aguardiente y una caja de chimó pa´ él saca el carro. Yo le digo: -Bueno chico, yo tengo aquí una caja  ´e chimo, métase una  pella. Llegó y se metió de un solo golpe la caja de chimó, agarró la botella de aguardiente, se la echó un palo: Ahhhhhh; dijo. Apartó a la otra gente que estaba tratando de sacar al señor y al carro, le puso el mecate al carro y  lo fue jalando poco a poco, pero con fuerza, hasta que sacó al hombre con to´ y carro, después hasta sacudió el mecate ¡Qué vaina tan impresionante! Bueno y desde ese día a Jorge Noche todo el mundo lo quiso allá en El Baúl, por esa hazaña tan maravillosa, sacá a ese hombre con to´ y carro de ese río tan crecido, y entonces empezaron: Jorge Noche, sálveme este bongo que me lo está llevando el río; Jorge Noche, sáqueme estos mautes del agua, que no los podemos dominá;  y Jorge Noche pa´ aquí y Jorge Noche pa´ acá. La vaina grande no fue esa, lo cumbre fue cuando se murió Jorge Noche;   se fue la luz en el pueblo y hubo un tronío tan grande como cuando Dios lanzó pa´ la tierra de El Baúl, nada más y nada menos que al Diablo. Cantaron, esa vez, todos los pájaros de la llanura, cantó todo y todos nos llenamos de miedo, y lo enterraron allí en el cementerio, pero yo para allá no voy.


EL CAIMÁN
Fíjense bien,  mientras unos iban pa´ el entierro de Jorge Noche yo llego a la casa y me dice la mujer: -Mijo,  los muchachitos están enfermos; llenos de fiebre;  mijo, ¿qué va a hacé usted, los va dejá morí aquí, y a mengua? Mijo,  vamos,  haga algo. Ahí salgo yo…porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… ¿verdad?, ustedes son valientes también ¿verdad?, yo también soy valiente, pero eso sí, yo no soy embustero, entonces llego yo y agarro mi linterna y carajo voy caminando aguantaito, porque el río de El Baúl estaba muy feo, de un solo mar de agua, por cierto que ese río lo brazeaba yo de aquí pa´ allá y venía con caribe y tó, los caribes mismos me ayudaban a salí y depués se venían conmigo, la gente tenía que apartarse cuando venía yo caminando con ese poco ´e caribe por la calle. Bueno, pero regresando al cuento, agarro yo la linterna y le voy dando cuchariao,  eso es así: con el brazo en alto de arriba a bajo,   y de  derecha a izquierda  no fuera a salí un muerto ¡Ni quiera Dios!, entonces saqué del morral una lamparita y la prendo, y de esta manera con el brazo derecho cuchareaba con la linterna y con el izquierdo sostenía la lamparita prendía,  cuando  veo que en el agua habia millares de ojitos centelleando como los cocuyos, pero en el agua, mil quinientos caimanes. “Cónchale vale”. Y digo yo ¡Virgen Santísima!,  y me persigno, ¡caramba!, entonces llego yo y me digo…porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… ajá porque ustedes también son llaneros ¿verdad?, ustedes tienen miedo;  no, ¿verdad?,  ah bueno,  y eran las doce  ´e  la noche, casi pa´ la una, carajo,  ah hora peligrosa esa, la una, a esa hora a uno le puede pasá cualquier vaina.  “Virgen Santísima, ¿qué se será lo que me espera después de  la una?”. Mire,  porque a esa hora a uno le puede pasá una tragedia y digo yo: “¿cómo me le meto a esos caimanes?”, porque estaban así: pegaitos unos con otros, esperando, mil quinientos caimanes con el piquito parao pa´ arriba,  y me voy yo balseaíto y cuando puede empecé a caminar arriba de los caimanes de piquito en piquito, pero caminando con cuidao,  porque temía que un caimán de esos, que yo ya había pisao, reaccionara  y me mordiera una nalga, ajá y de repente, en una de esas piruetas, trastabillo como un piazo ´e loco y zuaz:  me voy a una vaina así como el infierno; era que me había caído en la boca de un caimán de cincuenta metros,  que se los conté yo al ir cayendo hasta la barriga de ese bicho. Al recuperarme del golpe y de la impresión, toco una vaina suavecita y el bicho me remontó pa´ arriba otra vez “¡Ay, Virgen Santísima¡ ahora si es verdad que  me quedé aquí,  mis muchachitos se van a morir”. Bueno y empiezo en aquella oscuridad   a tantear, así de a poco, toco por aquí y había una vaina suavecita, toco por allá y  se abrió una puerta, en esa oscuridad me meto,  porque si había una puerta debe haber una salida, toco aquí arriba y se prendió un bombillo, ahí veo clarito que en esa otra sala,  que también estaba en  la barriga del caimán, había un chinchorro,  bueno, yo lo toqué,  no vaya a ser que la vaina fuese una vaina falsa,  porque un caimán, como tiene muchas mañas puede hacer muchas trampas, entonces, me acosté en el chinchorro y me dije “ah, pero uno se puede mecé aquí” y me mecí “tran tan, tran tan” y me pegaba un airecito un airecito fresco. Bueno chico, en medio de eso me acordé de mis muchachos, me bajé del chinchorro  y busco las maneras de salir, cuando empiezo a caminar veo que hay un resplandor  hacia una pared y digo: “¿qué vaina es esta?”;  era una cocina con un caldero gigantesco llevando candela y quemando aceite, pero aceite del bueno, haciendo  “plof, plof,  plof”  y digo “¡Ah no, vale!, ¿dónde estoy yo, Virgen Santísima? Estoy en el fin del mundo”. En eso siento el estruendo de algo que viene “fuiii, fuiii, fuiii” dando vueltas  con brisa y todo y pasa por un lao;  era un bagre de diez kilos sazonadito y demás, hasta olía a pimienta  y cayó derechito en el caldero “suáz, suáz”; “Ay”  dije yo. Empiezo a dale vueltas, lo acomodé como pude y me lo  empecé a comer, sabroso el pescao, claro y el que diga que no es sabroso está traicionando   la  patria: ese no es llanero. Bueno y después  que comí bastante me recosté, pá pensaá bien qué es lo que voy hacer y así pasé siete días comiendo pescao, durmiendo y pensando qué era lo que iba hacer, yo sabía los días que pasaban porque subía por una escalerita  bien arriba del chinchorro y veía por un ojito que está en el techo cuando caía la noche y cuando salía el sol. Bueno chico, después de eso, que era ya demasiado la cosa, me entró una ansiedad. El caimán como que  adivinó el martirio en que me tenía, porque los caimanes también sienten; ellos igual tienen hijos,  así como uno y yo creo que hasta comen chimó,  porque yo comía chimó en la barriga del caimán y sentía que ese bicho estaba muerto ´e risa, claro se estaba alimentando. Bueno chico, de pronto siento una vaina estreciéndose. Yo creo que tanto chimó le pegó al caimán un dolor de estómago, al ratico ese animal comienza a moverse y de pronto el caimán me lanza,  pero me  lanza duro que iba yo dando vueltas, así como revolutiao, pues, dando vueltas y veo que caigo en medio de la llanura

EL DIABLO
 “Virgen Santísima y ¿dónde carajo estoy ahora? Lo que falta es que venga un animal y me coma también, pero de pedacito a pedacito”. Cuando estoy pensando eso, veo que viene un carrizo grande, de veinte metros pa´ arriba vestiito ´e blanco en el medio de la llanura, ¡cónchale!,  yo había conocido gente que median como dos metros y medio, pero ya de veinte metros la cosa estaba bastante sospechosa,  eso sí, yo no le tenía miedo, porque yo no le tengo miedo a nadie y entonces me le fui acercando y diciéndole: -Padre, padre, padre;  pero el carajo no volteaba: -Padre, soy tu hijo. Mira chico, por fin que  me le acerqué a ese hombre vestío ´e blanco y  le toco el deito que le salía de la alpargata, en eso hace una brisa grande: “bururúm”,  que me  estremece. Al recobrar el sentido veo que al lado está un pollito,  ahí me dije “Ah, este pollito debe saber dónde queda la  salida” y entonces me quito el sombrero, se lo lanzo al pollito y lo tapo,  pero me doy cuenta que el pollito tapao se transforma en una culebra de dos kilómetros;  sí,  una mapanare de dos kilómetros y entonces me le barajusté de un lado para el otro, así como el Gabán Mañoso, pero yo no le tenía miedo… porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta… y cuando la culebra  se abalanza para la derecha  muevo las patas y caigo en la cabeza y yo le decía; Mire, pollito;  está dominao,  está gobernao,  usted me saca de esta vaina, porque usted no va a podé conmigo. De repente,  la culebra como que no le gustó y empieza a moverse como un caballo corcóvelo:  saltando y saltando conmigo encima y me empujó  alto, alto, muy alto que llegué a las nubes, ¡mire!,  cuando llego a las nubes lo que me quedó fue agarrá el sombrero de paracaídas y me vengo poquito a poco, con mi sombrero y le volví a caer encima a la culebra, agarré con la misma el Cristo que cargo amarrao en este collar, juáz,  le puse el Cristo en la pata ´e la nuca,  ahí cayó el bicho tranquilito y me decía: -Ahhhhhhhh, ahhhhhhhh. Entonces con ese ahhhhhhhh también se acercó el caimán y empieza con la culebra a darse golpes con el cuerpo “pan, pan, pan”, allí salió un  vahío y me quedé dormío. Cuando desperté no estaba ni el caimán ni la culebra  y todavía los estoy buscando pa´ que me mantengan y mire que no los estoy embusteriando. Les voy a decí una cosa:  con esta misma ñema que nos dejó Jorge Noche comimos durante veinticinco años, y si ustedes les tienen miedo al Diablo aquí les voy a dejar esta cajita de chimó,  eso sí, cada pella es  con sietes días de por medio,  pero siempre a la misma hora y el mismo minuto y agarran  una velita y sus macundales  y se van como estoy me yendo yo,  así pa´ la llanura,  por yo me voy a ver dónde está ese señor pa´ que me explique cómo fue que él se puso así: grande – grande,  porque yo también quiero ser grande, ajá 



LA BOLA DE FUEGO. EL RETO
 Ajá, se estaban yendo ¿verdad?  No señor, falta la ñapa. Bueno, estaba yo conversando esta misma historia con Juan Navarro, que ese es un viejo muy grande, el compositor de “Tardes cojedeñas” ¡Casi nada! Cuando nos interrumpe un señor, y nos dice: -Pero, ¿qué cosa, no? Caramba, yo le respondo: -No, maestro, oiga bien esta:   
Venía Juanito Navarro de sacá una buena pila de pescaos de por los lados de Río Verde y Tiznados, para no seguir pescando en el río de El Baúl, que lo tenía azotao y allá los pescadores por poquito no se arruinan. En eso, debe ser por la gran carga de peces que había sacado y por lo viejo de la camioneta que tenía, siente que el motor empieza a desmayarse y las luces daban puros parpadeos. Un caucho que venía fallo de aire como que también estaba mortadela. No voy a llegar, se dijo. ¡Qué vaina! Bueno, se para a la orilla de la carretera, abre el capote de la camioneta y con la linternita, que también estaba fallando, vio que la batería echaba un humito bien hediondo. Muerta ´e metra. ¿Cómo haré para llegar? Nada que daba por la llave y no se atrevía a empujarla. En eso repara que al lado de la cava de los pescaos estaba una cavita  que alumbraba sola. ¡Madre!. Se decide y abre la cavita. Ajá, coja pues. Era un bendito temblador como de dos cuartas y un jeme, bien tapao con hielo. Agarra la cavita y se la vacía a la batería de la camioneta, como para que se enfriara, a ver que otra cosa más podía inventar.  Entonces ve que el condenao temblador comenzó a moverse, primero como recuperando la vida, después con ganas bastantes, peló los ojos el animalito y Juan Navarro se echó pa´ tras haciéndose cruces, aquello parecían dos tizones, después abrió la boca que era más bien como un soplete, cuando el bicho empieza a mover la cola con un ventilador, detalla enseguida que los borbollones de ácido que la batería  botaba se aplacaron, sequita quedó. Las luces se apagaron, pero, de golpe comenzaron a funcionar fino. Derechitas y grandes, bien buena la cosa. Ahí mismo bajó la capota de la camioneta y dejó atrapado al temblador adentro. Con la Virgen adelante, se monta en la camioneta y apenas le metió la llave: Brum,  encendió fina también. No juegue. Voy a darle aunque sea con el caucho fallo. No ¡Qué va! toditos los cauchos estaban calidad. Se viene el hombre y aquel carro con esa fuerza. Cambiaba y suavecito la caja. Bueno en unas tres horas debo estar llegando a la casa. No, qué va,  en menos de media hora ya estaba llegando al puesto de la Guardia. El Sargento le dice: -Maestro, menos mal que llegó a salvo, porque por esta misma carretera por donde usted viene, hace un ratico, se veía un resplandor bien grande, como cuando sale La Bola  ´e Fuego, mejor es que se quede, que esa bicha no perdona, pero eso es a nadie.                  

LA BOLA DE FUEGO. LA PORFÍA
 El viejo me dice, usted cree que yo me voy a  tragar ese anzuelo, no le voy a decir mucho porque nombró a Juan Navarro, aquí presente, pero si le voy a referir esto: Yo no soy de El Amparo, pero sí de muy cerca y me he vuelto un baquiano de esos terrenos. Eso es porque yo tengo cincuenta años pescando por esa zona, ¿cómo le parece? No es que son dos días. Cuando era yo era muchacho descubrí un paso, con pescao que juega garrote, facilito, un anzuelo, un poquito ´e paciencia con una buena luz y en todos esos años nadie más lo ha descubierto, ¡diga algo, pues! Cincuenta años. La mula que tengo es la otra que se sabe ese secreto. Una noche, pues, me voy yo con mi mula, para donde queda mi pozo secreto, a pescar unas veinte guabinas que acostumbro yo pa´   desayuná. Me pongo a lanzá anzuelo y nada, qué raro, bueno. Al rato, reparo bien y no se veía nada anormal, eso sí; no había ni un solo grillito cantando, apenas la luz de la luna pero el cielo se estaba encapotando. Prendó un cabo ´e  vela en una piedra bien grande y que parece más bien un altar, cerquita amarré la mula pá que no se espantara,  busco mi arpón y me decido a meterme a lo adentro del pozo, como a cuatro metros de hondo. Saco la primera guabina y como estaba el agua bien fría le pedía los santos que me dieran bríos y sigo, cuando calculé que estaba bueno ya, porque es que tampoco aguantaba  aquella frialdá, decido salirme. De golpe  siento que viene una brisa muy grande desde el pajonal. De las primeras tumbó la vela y en la oscurana se me espanta la mula. Qué se le va hacer. Cojo ánimos para irme a la orilla  y empiezo a nadar, mientras voy nadando siento primero una claridad, luego un calorcito sabroso, después una fuerza como que estaba jalando la ropa. Ave María. Cerré los ojos y cuando los abro era La Bola de Fuego que estaba  allí como flotando entre la piedra y yo. Mire eso y no le voy a exagerá es grande de verdad, como un camión, la caparazón es redondita, con llamarones azules, rojos, amarillos y blancos, yo creo que se la luz al kilómetro de distancia. Entre guapo y hambriao,  me le voy agazapaito pa´  ve si me podía llevarme los pescaos y pegá el carrerón. Ahí sí fue, patrón. La Bola de Fuego, pa´ mí que me leyó la mente. Y me iba pa´  un lao y ella también. Yo buscaba alzarme y ella hacía igualito. Ahí se me puso que si hacía como los zorros, me quedaba quieto haciéndome el rendido y después pacán le caía a la sarta de guabinas me las podía llevar y dejá lejos ese espanto. Así fue. Me hice el muerto, barajusté de golpe y agarro la sarta ´e guabinas y cuando creo que pego el brinco para perderme de to´aquello, siento que estoy flotando, Nada más y nada menos que dentro de La Bola de Fuego,  ¡diga algo, pues! Adentro pero yo no sé cómo sin quemarme ni un pelito ni sacale el frío a los pescaos. La bicha se levanta conmigo adentro y las guabinas como si nada. Me  paseó suavecito por toda esa orilla. ¡Bicho! Ahí es cuando. Me llevó en peso hasta el pozo, como a tres metros de alto. Ahí tuve como una hora levantao y sin atreverme a nada. Cierro los ojos sin soltá las guabinas. Empiezo a rezá todo lo que sé y lo que podía inventá. Siento que me estoy desmayando. Cansao ya, pues, de tanta pesca brega y tanto susto. Cuando espabilo, La Bola de Fuego se había ido y estaba ya cerquita de la casa. Llegué reparé bien;  todo estaba en su puesto, hasta la mula estaba allí. Cociné la sarta, desayuné y me vine pa´ a ver a quien  podía echarle esa historia, que es verdaíta, no vaya a creer que no.  

Estos relatos son del registro de José Daniel Suárez Hermoso. Nace en San Carlos, en 1958. Es uno de los autores más prolíficos jamás nacidos en Cojedes, con más de 26 libros publicados: poemarios, obras de teatro, ensayos, antologías poéticas, compilaciones de teatro escolar, historia literaria venezolana y poesía cojedeña, que han sidopremiados en importantes certámenes literarios. Es Licenciado en Artes y cursa estudios de Maestría en Literatura Venezolana. La muestra que presentamos pertenece a sus apuntes de actuación, o cuaderno del actor,  y fueron cedidos en préstamo para esta edición el 6 de enero de 2009.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección  y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la  UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado  y la Coordinación de Investigación