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jueves, 22 de noviembre de 2018

¿UN GATO O UN PERRO? ¡QUIERO UNA MASCOTA! (cuento de Jania Gámez Sandoval)


Desde la más tierna edad el amor por los animales nos acerca a los complejos fenómenos de la vida. Niño llanero en el archivo de Janett Perdomo



Jackie era hermana de Josh, a ellos les gusta pasear por la ciudad, pero han notado que la mayoría tiene mascotas, Josh le dijo a su hermana sobre esto y los dos coincidieron en decirles a sus padres.
Jackie: - Mamá, tengo que decirte algo, eh... ¡Quiero una mascota!
Mamá, rió: -¿Estás segura? Apenas tienes 11 años y es una gran responsabilidad.
Jackie:- Mamá ya estoy grande, además, Josh me ayudará a cuidarla.
Mamá: - Pero, Josh solo tiene 9 años... Bueno, lo pensaré, pero ¿qué mascota quieren?
Jackie y Josh: - Un gato o un Perro.
Mamá y papá:- ¡Decidan! ¿Un gato o un perro?
-Jackie: ¡Gato!
-Josh: Perro!  (Exclaman al unísono)
Mamá y papá: (ríen y se miran el uno al otro), creemos que deben pensarlo mejor. Le vamos a dar una semana para que lo hagan.
Jackie y Josh les pareció una difícil decisión. Mientras que sus padres lo veían como algo que olvidarían al día siguiente. Jackie quería tener un gato, pero no quería que su hermano se molestara, y Josh quería mucho tener un perro, pero ¿Qué decidir?  Los gatos y los perros son hermosos.
¡Necesito un gato! Para ver cómo se comporta- dijo Jackie- pero, tendré que esconderlo de mis padres! Jackie le contó esa idea a su hermano y los dos pensaron en tener un perro y un gato a escondidas para saber cuál era mejor. Jackie duró tres días buscando un gatito abandonado y Josh  dos días buscando un perro.  Para Josh fue un poco más fácil, porque sabía que cerca de su casa había unos cachorros. Los escondieron entre unas cajas, sábanas y almohadas y les buscaron comida, pasaron cuatro días viendo cuál era mejor, y se encariñaron mucho con esas mascotas; todavía no sabían qué decidir y ya sus padres pronto les preguntarían por la decisión.
Un día, no quedaba más comida para sus mascotas y no tenían otra opción que ir a comprarla, claro, sus padres habían salido de casa. Jackie era la mayor ¡ella tenía que ir a la tienda! Pero, no quería ir sola así que llevó a Josh;  este quería llevar a las mascotas y Jackie estaba pensando si llevarlas o no; finalmente, llevaron sus mascotas, para no dejarlas sola. .
Josh: -¡Pero, Jackie! ¿De dónde sacaremos tanto dinero?
Jackie: -Vamos! (sonrió) tengo mis ahorros y junto con los tuyos, tal vez hasta nos sobre.
Pues se fueron caminando hasta que llegaron al centro de la ciudad y encontraron la tienda de mascotas y compraron lo necesario (estos niños tenían muchos ahorros al parecer), se sentaron unos minutos en los bancos del frente mientras alimentaban a sus mascotas.
Jackie: -Amo mucho a nuestras mascotas, no puedo decidir! Quiero quedármelos a los dos.
Josh: -Yo igual, no me decido; ¿No podemos solo deshacernos de uno?
Jackie: -Tenemos que ir pensando qué le diremos a mamá y a papá.
¿Hora de revelarlo?
Los niños después de hacer todo lo que deseaban con las mascotas, se sentían cansados y fueron a buscar la estación de bus para regresar a casa. De repente, el pie de Josh cayó en un agujero lleno de barro, y cuando trata de sacar su pie se le sale su bota. Y pues, tuvo que meter su mano en todo ese barro para recuperarla.
Josh: -Ahora sí que metí la pata.
Jackie: -¡Qué torpe eres! (dice riendo)
Mientras ellos estaban distraídos, sus mascotas fueron corriendo tras un vendedor de hot dogs; ellos voltean y empiezan a correr nerviosos, Hasta que los alcanzaron, estaban muy asustados Pensaban que se habían escapado, pero cuando voltean a su alrededor ven que se fueron un poco lejos del sitio, y deciden preguntarle al vendedor dónde quedaba la estación de bus más cercana.
Jackie y Josh: -Disculpe, ¿dónde está la estación de bus más cercana?
Vendedor: - Pues está a una cuadra, justo ahí a la izquierda (señalando la calle donde quedaba el trabajo de sus padres, que estaban ahí ahora)
Jackie y Josh: -¡Muchas gracias señor! (se miraron nerviosos).
Estaba un poco difícil, ¿y si sus padres los veían? ¡Un castigo mínimo de tres meses!, ¿Qué haremos ahora? - exclamó Josh. Jackie decidió ir por otra calle, ¿Qué más da? Y pues eso hicieron;  siguieron caminando por ahí, buscando una estación de bus. Jackie estaba muy cansada y se sentó por unos minutos en el suelo, junto a una tienda de ropa y cuando se levantó su hermano se rió a carcajadas.
Jackie: -¿Qué pasa?
Josh: -¡Tienes un chicle en tu pantalón!
Jackie: -¡No puede ser! Qué mala suerte.
Un rato después, de estar caminando, encontraron una estación de bus, y decidieron ir  a casa rápidamente, Cuando llegaron sus padres ya habían regresado. Por lo que decidieron contarles a sus padres lo que pasó, claro, con unos detallitos a su favor. Y así fue; sus padres no los regañaron. Quedaron muy sorprendidos porque solo los aconsejaron y los mandaron a bañar al instante.
Mamá y papá: - Bueno, niños eso no fue lo correcto, esperamos que no vuelva a suceder, pero;  nos parece bien que se hayan preocupado por sus mascotas, ¡les permitiremos quedarse con las dos!  Eso sí, no pueden descuidarlas, siempre los tienen que amar  y si necesitan algo, tienen que hablar primero con sus nosotros. Se dieron un abrazo grupal y los niños sabían que no volverían a hacer eso sin el consentimiento de sus padres.


Nota del editor: Jania Gamez Sandoval, nació en San Fernando de Apure, estado Apure, el 10 de julio de 2007. Tiene 11 años de edad. Esta publicación fue autorizada por sus padres  el 20 de noviembre de 2018. Desde 2012 (con 5 años de edad) se  inicia como violinista en el Sistema de Orquestas y Coros Simón Bolívar. Actualmente pertenece a la Orquesta Infantil y a la Camerata Juvenil de dicho sistema. Estudia 7mo grado en el Liceo Nacional Eloy Guillermo González, en la ciudad de San Carlos, estado Cojedes.

martes, 6 de noviembre de 2018

Cuentos Venezolanos de Navidad: LAS HOJAS SECAS DE AQUEL ÁRBOL (Juan Emilio Rodríguez)


La esposa del poeta poco comprendió de este curioso póema


Una mañana de sol picante, un hombre, luego de mucho pensar, empezó a escribir en su hora de almuerzo un poema de navidad. Y aunque él hubiera preferido que la  inspiración le llegara bajo el cielo estrellado, fue debajo de una mata de aguacate donde consiguió desarrollar la mayor parte del poema.

Este poema hablaba- a pesar de haber surgido en una zona donde abundaban las fábricas y talleres- de madrugadas friolentas, de pastores y de todas esas particularidades que abundan en los poemas de navidad.

Pero aquel poema de navidad, no obstante las numerosas correcciones practicadas por el autor, sólo gustó, tras ser publicado por el periódico de la parroquia, a contados lectores. Lectores que, después de unas semanas, nunca más se volvieron acordar de un poema, como lo constataba al saludarlos después de la misa de los domingos.

Esto causó tristeza en el hombre pues había imaginado para su obra no la imprecisa cita de algún lector ebrio, sino una difusión semejante a la del villancico Noche de Paz.

A manera de consuelo, y pensando también que de esta forma le rendía tributo a quien le había prestado sombra y discreción para que él escribiera aquel poema, el hombre trepó un día al árbol, e hizo una ranura en una rama gruesa. Luego, cuando hubo suficiente espacio, metió dentro de ella una copia del poema de navidad.

Desde esa ocasión el follaje del árbol le pareció más verde. Igualmente, por esos días sin saber motivo, pero presintiendo que el acto tenía cierta magia, el hombre empezó con el ritual de recoger una hoja de aguacate cada vez que pasaba cerca del árbol acogedor.

Hojas de Trina Josefa, la mujer del autor del poema fue echando- después de saber su marido que eran parte de una promesa- en una bolsa de cuero. Bolsa donde guardaba los guantes de goma que usaba para lavar.

Pasaron dos navidades, y se acercó la tercera hasta el día veinticuatro del mes doce. Todo eso, sin que su poema de navidad saliera a relucir ni siquiera en los largos sermones del cura de la parroquia. Se podría decir que también el religioso lo había borrado de su mente.

Ese comportamiento le parecía inconcebible al hombre, ya que él nomás al estar delante de cualquier Pesebre, recordaba de inmediato su poema de navidad.

Qué iluso he sido- pensó decepcionado justo cuando marcaba la salida en el reloj de la empresa donde trabajaba-, creí que había escrito una obra imperecedera y ni Trina Josefa lo menciona.

Con ese desencanto, le nació el deseo de acercarse al lugar donde se alzaba la mata de aguacate.

Caminó por las calles que ya empezaban a quedar desiertas rumbo al arbusto, reconfortado por la certeza de que su poema se estaría volviendo savia de un árbol que daba frutos.

Si la Noche Buena hubiera estado más distante del hombre habría soltado una blasfemia. Del árbol, de su reverdecido árbol, únicamente quedaba un corto tronco aserrado.

Una nube negra se desató a llover tristeza dentro de su mente, salpicando las numerosas ramas, astillas y hojas esparcidas en rededor. El hombre se alejó, con el corazón tan maltratado como el árbol, entre sus dedos llevaba dos trocitos de madera.

Aún no desaparecía de sus manos el olor a resina, cuando decidió no irse con su familia, como en años anteriores, a festejar la navidad en la casa de su suegra. Quizás vaya más tarde, dijo por salir del paso.

Aunque interiormente lo que pensó fue: Subiré a la terraza y le preguntaré a las estrellas dónde está la falla de mi poema.

Y así lo hizo. Apenas se marchó su familia, el hombre tomó una garrafa de vino y se instaló en la terraza. Cuatro tragos le dejaron en disposición de quedar absorto ante la noche estrellada. ¿Es posible que el mundo ignores un trabajo, en el que puse todo mi interés? ¿Qué le falta para ser una obra inmortal? ¿Tendrá éxito si prosigo escribiendo?

Estas y otras preguntas similares, se hacía el hombre guardando un breve espacio de tiempo entre una y otra, mientras miraba con atención el cielo.

Por alguna causa, él esperaba que una estrella o luz le diera una señal aclaratoria. Pero como arriba no se veía ningún indicador celeste, el hombre durante esas pausas llevaba la garrafa de vino  a su boca y bebía un gran trago. ¿Qué se me quiso decir con la tala del aguacate? ¿Qué debo hacer para saber si tengo talento como escritor?

Hasta que llegó el momento en que se terminó el vino... Y las preguntas fueron encaramándose en sus párpados, los cuales adquirieron de repente el peso de dos encerados de camión. Entonces decidió irse a dormir.

¡Malhaya! El viento como siguiendo una orden secreta cerró la puerta de la terraza con el estruendo de una granada. La puerta, que únicamente tenía picaporte del lado interior de la casa.

El hombre olvidó el poema, navidad y ahora sí; soltó una maldición. Debido al asunto del poema, había omitido aquella elemental medida de precaución, impuesta dentro de la casa por él mismo: trabar la puerta de la terraza, cuando se dejaba la llave de la cerradura, con el ladrillo que estaba ahí para ese fin.

Ya no había nadie del otro lado de la puerta que acudiera abrirla o que al menos le encendiera la luz. No obstante, lo que realmente le hacía desearse la muerte, era no haberle instalado en tanto tiempo, a la condenada puerta que se cerraba incluso con un estornudo, un picaporte para ambos lados.

El hombre no quiso reprimir una mirada venenosa hacia el cielo estrellado. Por andar creyendo en respuestas celestes tendría que chuparse una noche a la intemperie... a escasos metros de su cama.

Resopló sobre la oleada de furor que le calentaba las orejas, y empezó a rastrear la terraza en busca de un lugar para dormir.

En la oscuridad se detuvo y escrutó la esfera de su reloj. Le pareció que las agujas marcaban la 1:45. Al menos es más de medianoche, pensó ligeramente animado. Dio algunos pasos y se enredó con un objeto que le golpeó un  tobillo.

En medio de la mentaba de madre, recordó que arriba sólo había cachivaches, entre ellos un cuadro oxidado de bicicleta. El hombre soltó su décima maldición de la noche, dirigida esta vez contra las bicicletas viejas que son arrumadas en los lavanderos.

¡Lavandero! En la mente del hombre alumbró una esperanza. Improvisar una cama con alguna sábana, que no muy sucia, estuviera aguardando compás de la lavadora.

Lamentablemente, la esperanza pronto se le derrumbó. Trina Josefa había impuesto en la casa, tan tradicional como las hallacas y el pesebre, la costumbre de lavar toda la ropa sucia antes de la navidad.

Aunque interiormente maltrecho, el hombre siguió caminando a tientas hasta donde estaba la batea. Para su sorpresa el hombre consiguió una bolsa casi llena de algo, pero no se atrevió en la oscuridad a averiguar qué era, pero que bien podría servirle de almohada.

Donde creyó que el frío era menor se acostó, y reclinó la cabeza sobre la bolsa. Esta crujió igual que si tuviera hojuelas de maíz. Dobló el brazo derecho y metió la mano por detrás del cuello.

Sus dedos tropezaron con la frialdad de los guantes de goma. Rápidamente retiró la mano, ante el recuerdo del golpe en el tobillo.  Pasaron pocos segundos y se aventuró de nuevo, con el cuidado del que trasiega polvo de oro cerca de un ventilador. Sacó un guante y varias de las hojas salieron también. Levantó sobre él, teniendo el cielo como fondo. ¡Carajo! ¿No era aquello un milagro?

Observó atento las estrellas, con la certeza de que alguna soltaría un guiño revelador. Aparentemente no se trataba de ningún portento porque el cielo permaneció inalterable, ajeno al papel de oráculo.

Es curioso- reflexionó el escritor dejando caer la mano, y ya con los ojos cerrados- el cielo asoma sus estrellas y nada le importa lo que piense o diga el que las ve... Trina Josefa lava su ropa, y nadie le pregunta si quedó limpia o no... Igual que el gallo...

A lo lejos... o cerca, oyó el canto de un gallo con cabeza de estrella.


lunes, 20 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (11) "Los Cochinos Navideños": Relato de Samuel Omar Sánchez Terán

Niña de Cojedes (archivo de Jean Omar Escalon Coello)


Los Cochinos Navideños
Samuel Omar Sánchez

Esto sucedió hace muchos años, cuando el alumbrado  público era escaso en muchas barriadas, sus calles eran de tierra, se utilizaba mucho el pozo séptico en los patios de las casas para hacer las necesidades, era el típico ambiente pueblerino, esto le sucedió a Doña Agripina Zapata.
Agripina, era una mujer de campo, trabajadora, para esos tiempos vivía en casa de su hija Carmen Zapata,  ¨La Tuca¨, la cual vivía en la barriada ¨Los Malabares¨, con su pareja conocido con el apodo de ¨Malaguera¨, situado en la calle Mariño, a dos casas del Ambulatorio. 
Madre e hija, se llevan muy bien entre las dos pilan el maíz, para hacer las arepas en el fogón a leña, en un budare con el cual también tendían las ricas cachapas, en el patio de la casa, había casi un zoológico donde tenían una variedad de animales como: patos, gansos, chivos, venados... hasta 2 vacas tenían para el ordeño de la leche para hacer un rico queso, no le faltaban las gallinas pirocas y las ponedoras, conejos, loros, palomas y pare de contar, sin faltarle un chiquero que habían hecho en el fondo del solar donde tenían varios maracos de cochinos gordos, los cuales  mataban para diciembre y una parte para preparar las hallacas navideñas,  ellas mismas los preparaban haciendo la salvedad que en casi todas las casas abundaban los animales para esa época, porque no había un control sanitario. 
Doña Agripina, era muy humanitaria con sus vecinos, cuando algunos se enfermaba ella los visitaba en su casa o el hospital, eso se los enseño a sus hijos, después de hacer los quehaceres cotidianos de la casa, se ponían todos a jugar cartas (barajas), el de caída o 31, después se tomaban un rico café recién colado o taza de chocolate, acompañándolo con pan o galletas, se juntaban a contar cuentos de fantasma, aparecidos, duendes, así se entretenía la familia.
Pasó un día 28 de diciembre la señora María Cruces, quien vivía en el barrio  Banco Obrero,  muy amiga de la viejita Agripina, como se dice hermanas,  cae enferma, para esa época había en San Carlos, un solo hospital el cual se llamaba “Los Llanos”, y estaba ubicado donde hoy está la plaza Manuel Manrique, todo ese terrenales abarcaba, cuántos niños vivieron al mundo allí , sobre todo la buena atención de los médicos y de las enfermeras, le  avisan a doña Agripina, que su amiga estaba hospitalizada, ahí mismo se fue a verla, la acompañó un buen rato y antes de venirse le dijo a su amiga que vendría en la noche a visitarla con su hija la tuca, así fue a las 6.30 pm, llegó. Le llevaba un paquete donde habían manzanas, peras, uvas y unas galletas de soda, la acompañaron hasta las 11 de la noche. Madre e hija, se vinieron caminando por esas calles de tierra, a medio alumbrar, así llegaron sanas y salvo a la casa.
Al día siguiente  en la mañana doña Agripina, se fue a visitar a su amiga, la encontró un poco mejor, hablaron un rato ¡ah! le llevó un poco de atol, al despedirse le comentó que vendría en la noche a visitarla, esta se lo agradeció y se vino Agripina pero antes de ir a Los Malabares, pasó por casa de su amiga para dejar una ropa que estaba sudada y ver a los muchachos.
Al otro día la viejita Agripina, estuvo ocupada con sus hijos, toda la mañana la pasaron en el conuco de Malaguera, ya estaba limpio el terreno y estaban preparando las semillas para sembrar maíz y caraota, por eso estuvieron madre e hija ocupadas toda la mañana, habían preparado la comida, la cual llevaron en varias viandas, después de comer descansaron un rato y alrededor de las 4 de la tarde se vinieron a la casa, contentas, porque gracias a Dios, todo salió bien y tendría una buena cosecha. Agripina le dice a su hija: ¡Cónchale! No fui a ver a mi comae. En la noche tú me vas a acompañar. Ella, le respondió: Bien mamá.
Hicieron todos los quehaceres del hogar y a las 7 aproximadamente, las dos agarran camino para el hospital, al llegar está de guardia una enfermera conocida de Agripina, le regalaron una bolsa llena de manzanas, peras, mandarinas, les dio las gracias y entraron al cuarto donde estaba su amiga, en ese momento estaba tomándose un vaso de agua, al verse se abrazaron y La Tuca, le dio una bolsa que contenía manzanas, uvas y peras, está la agarró y les dio las gracias, estuvieron hablando, a eso de las 11 y 30 pm, se despiden,  le dice doña Agripina:  ¨Que mañana sería 31 y fin de año, que vendría a pasar esa fecha con ella y recibir el nuevo año, “con lágrimas en sus ojos” se lo agradece  y le pide a su amiga que pase  por favor por su casa y les dé una vuelta a sus hijos. Así fue; llegaron a la casa de María, tocan la puerta y sale una de sus hijas, esta se  asusta al verla a esas horas, Agripina, les dice: “No se asusten muchachas, es que pasé porque su mae, me encargó que les diera una vuelta”. Entraron y tomaron un vaso de agua, después se viene hacia la barriada Los Malabares, sería ya las 12.30 de la madrugada, cuando están llegando a la esquina de la calle Salias cruce con calle Ricaurte,  para ese tiempo era un camino de tierra y después fue que hicieron la Avenida Ricaurte, había un solar grande con muchas matas de mangos, donde hoy en día viven la familia Lima, que tiene un taller mecánico y todos los hijos trabajan allí, igualmente al lado están construyendo un edifico, ellas siente el aire pesado, enrarecido, la luna que está clara, en una súbita carrera sale espantada a esconderse detrás de unas nubes, la noche se puso tenebrosa, sienten varios perros ladrar, aparece de la nada un fuerte ventarrón que les hiela la piel a las dos, dice la tuca: “Mamá ¿Qué pasa?  Responde: “tranquila parece ser que el demonio nos quiere asustar”, dice La Tuca: “Mamá, no me diga eso que me acobardo”. Agripina le dice: “Con ese cuerpote y vas a tener miedo”.
Dan varios pasos y al llegar a esa esquina sienten la brisa tan fría como un tempano de hielo, los perros se callan, se siente a lo lejos una risa que se oye como salida de una cueva profunda. En ese instante a La Tuca, se le paran todos los pelos de la cabeza y a su mamá también parecen unas gallinas grifas, luego  sienten el gruñir de varios cochinos que poco a poco se van sintiendo cerca, ellas están ahí paradas no dan ni un paso, ven aparecer de la nada tres macetas de cochinos de color negro carbón, tienen los pelos parados y los ojos como dos tizones de candela, dice La Tuca, “Mamá ¿Qué está pasando?”.
Esta temblorosa le dice: “Hija,  eso son los cochinos del demonio”. A bichos feos para gruñir, que se les metía por los oídos, estaban asustada, querían salir pero era como si estuvieran pegadas al piso, vuelven a sentir la risa pero más cerca, las mujeres esta chorreadas del susto, ven que los cochinos se les venían encima Agripina, se acuerda que tenía un tabaco por si acaso, como buena llanera estaba preparada, lo prendió y dijo una oración. La Tuca, empezó a rezar el Padre Nuestro y varias Ave Marías. La viejita dice varias frases al aire, los cochinos responden  con rabia gruñendo con más intensidad, en ese momento por obra y gracias de Dios, oyen sonar las campanas de la iglesia, escuchan el cantar de un gallo, vaya sorpresa que se llevan ahora el aire se siente un olor como a azufre, los cochinos pegan un espantoso gruñido que las dejó turuletas de la sordera. Vuelve aparecer un ventarrón y desaparecen los cochinos, de nuevo oyen la risa y oyen la voz decirles: “Será otra vez, Agripina”. Ahí, de nuevo los pelos se les vuelven a parar, sienten que las piernas les llega la fuerza y pegan una veloz carrera que parecían dos bolas rodando, así llegan a la casa, asustadas y temblorosas del miedo. Al día siguiente contaron lo que les había sucedido de cómo los cochinos del  asustaron a doña Agripina y a La Tuca.

sábado, 4 de junio de 2016

Cuentos fantásticos del Llano (4). Varios autores: versos y audio musical

Mujer llanera en el archivo de Pablo Araque

CACHOS LLANEROS 

El cacho llanero: Una denominación problemática
Los símbolos referentes de estos cuentos son muy diversos. En el contexto llanero, un cacho, además, puede ser: una arista o saliente; un envase para beber agua o para resguardar el preciado chimó; y también; el puñal viviente de la res bravía y como tal se canta: “No le tengo miedo al toro / sino al cacho que es puntú”. El cacho es firme, delineado, pero, además, curvo y peligroso: encierra un espacio de sombras. En culturas antiguas, tras sacrificar a toros y cabríos, convertían sus astas en trompetas, cuyo eco, mágico y penetrante,  inspiraba increíbles hazañas míticas.   
Otra fiesta llanera del cacho es el “cantar la punta”, hecho por el capitán de la comparsa de Las Locainas  el “Día de Los Inocentes” (28 de diciembre). Los integrantes, a cada toque del cuerno, realizan parodias hilarantes alusivas a ese sombrío pasaje bíblico, como madres dolientes, niños-víctimas o el cruel Herodes. Hay  risas y simulacros, pero en cada “punteada” resurgen inocentes muertos, madres frenéticas de dolor y homicidas: son fantasmas invocados por la punta de un cacho.     
El cacho como “punta” dibuja el arreo de las bestias o de una “punta de ganao”, guiada por “punteros” y “traspunteros”. Tras cobrar su paga, los arrieros practicaban el arte marcial llanero de eludir los varapalos de otro arriero, en el “juego de puntas de garrote”. La expresión “cacho en la manga” marca el gran festejo de los toros coleados, en cambio, “puntada” traduce un dolor agudo y penetrante, o un antojo inoportuno. 


Baile del joropo; esencia de cuentos, como lo son los cachos llaneros

LA CÉDULA DE IDENTIDAD
(Heriberto Pérez)
Vengo yo en mi moto, como siempre lo hago; de El Baúl a Tinaco y de Tinaco a El Baúl. Venía corriendo bastante, venía corriendo tanto que no me di cuenta que había una alcabala. Inmediatamente, un funcionario se pegó a perseguirme, logró alcanzarme y me dice: -Deténgase ciudadano, ¿de dónde viene y hacia dónde se dirige? -Vengo de El Baúl y hacia Tinaco voy.  -Usted, ¿cómo que se está burlando de mí? -De ninguna manera, señor funcionario.
-Deme su cédula.
-No se la voy a dar, para qué botó la suya.

Las rudas faenas del Llano son fuente de inspiración de la narrativa del  cacho 

LA TIERRA DE LOS PAPERÚ
(Jaime Ramón Núñez)
  Resulta que un día me fui a cazar por los lados de Chivacuto y como en ese cerro, dicen que salen espantos yo andaba medio asustado, en ese momento me pasa un pájaro cerquita de la cabeza y cuando intento esquivarle, caigo a un hueco que parecía un túnel, por ahí rodaba, rodaba, ese hueco tenía como dos mil metros. Después de tanto rodar, llegué a un atierra rarísima, todo era diferente pero lo más extraño fue que todos los habitantes de ese lugar eran paperú; sí,  todos tenían grandes paperas. Luego de tanto rodar por el túnel, me dio un sed horrible tenía la garganta seca y entonces me acerco a una casa a pedir un poco de agua y sale un niño, que cuando me ve empieza a reírse, ese niño se revolcaba en el suelo y le pregunté que le pasaba y no paraba de reírse, así pues que le dije que llamara a la mamá.
     Entra el niño a la casa y todavía va muerto de la risa y la mamá le pregunta ¿Qué te pasa hijo de que te ríes? Y el niño nada que habla, hasta que la señora se molesta y lo regaña y el niño le dice, es que allá afuera, está un señor pidiendo agua, pero tiene el cuello delgaditico y la mama le dice que respete que si quería que Dios lo castigara y se le pusiera el cuello así también, el niño se puso a llorar y me pido disculpa porque no quería tener el cuello flaquito como el mío.

EL TEMBLOR MECANICO
(Antonio Morillo)
    Cierto día, fuimos a pescar a un caño que cae por detrás de las Galeras de El Pao, llamado Corozo, andábamos un grupo de seis personas,  nos trasladamos en un Jeep Willis, al cual le habían adaptado una plataforma de 750. Para poder llegar al lugar pasamos muchos tragos amargos, ya que la vía estaba muy deteriorada y el carrito tenía una falla de electricidad pero al final con sacrificios llegamos.
     Al llegar al lugar nos dispusimos a pescar, sacamos las tarrayas y nos metimos al agua, esa pesca era una locura cada vez que lanzábamos un tarrayazo, sacábamos montones de pescado, al cabo de dos horas habíamos sacado cerca de cinco mil kilos de pescado y seguíamos sacando, era una cosa increíble y así seguíamos hasta caer la tarde.  
    Luego de varias horas habíamos recolectado diez mil toneladas de pescado de todas clases y decidimos retomar, pero al tratar de encender el Jeep, este no respondía debido a la falla de electricidad que traía desde el comienzo, tras varias horas tratando de repararlo y no obtener resultados, recordé que en ese caño habían tembladores y si sacábamos uno, se lo podíamos conectar al Jeep y poder encenderlo pero parecía algo imposible. Es cierto parecía imposible, pero como la peor lucha es la que no se hace, le echamos tarraya a esos tembladores y luego de varios tarrayazos, logramos sacar uno, pero al intentar despegarlos me dio una descarga que me lanzó como a treinta metros, en ese momento recordé lo que decía mi abuelo, que después de siete descargas ya no se sentía nada y decidí seguir intentándolo.
Al pasar por las siete descargas me di cuenta, que era verdad lo que decía mi abuelo, porque ya no sentía ni los dedos y el pelo lo tenía chamuscado, pero al final lo despegué y se lo conectamos al Jeep y pueden creerlo, que desde ese momento no falló más. “Algunos no creerán esta historia pero pueden preguntarle al perro cazador que cargábamos ese día, el vio todo completico”.

LOS MILAGROS DEL MORROCOY 
(Nilibeth Yulexi Martínez Aular)
  Una tarde soleada cuando se veía el sol bien grandote a lo lejos, cuenta mi tío Jesús Rafael López, que mi abuelo, Ramón Antonio López, se encontraba en su conuco, en Cojeditos,  un pueblito cojedeño. Mi abuelo estaba acostado en una perezosa viendo la siembra de quinchoncho de más o menos media hectárea de  terreno; lo cierto es que ya era tiempo de cosechar y mi abuelo estaba cansado porque había limpiado los alrededores del ranchito que estaba enmontao, así se levantó y viendo todo el trabajo que restaba pensó: Naguaraaaaaa con ese rayo de sol yo no voy a estar cosechando nada… Pero cómo hago si las tripas me suenan del hambre que tengo.
     Era tanta la pereza que tenía, que al ver una piedra bien grandota y que estaba cerquita de una mata de quinchonchos se sentó en ella y arrancó dos vainitas que cuando mucho tenían seis quinchonchos  cada una y con esas dos vainitas se fue para el ranchito y montó una ollita con agua y sal y echó los quinchonchos y rascándose la cabeza dijo: Bueno, creo que alcanza para rellenar la arepa que me quedó de la mañana. Se acostó un rato en el chinchorro y del cansancio que tenía se quedó dormido, de repente se despertó y para su sorpresa cuando ve que la olla ya no le cabía más  quinchonchos; aquella cosa parecía que cada grano se había dividido en cien granos más y mi abuelo no sabía si alegrarse o asustarse al ver cosa tan  rara.
            Del susto fue a ver las matas preguntándose: Esto sí es raro porque yo siempre había cosechado y no había pasado esto. Pero de lo que no se había percatado era que de las vainitas que estaban alrededor  de las piedras eran más gruesas que las otras. Por curiosidad movió la piedra y vio que no era una piedra sino un morrocoy gigante; pero… “qué tenía ese morrocoy que hacía el quinchoncho rindiera tanto pues”, dice mi abuelo asustado.
     Detalló que la tierra allí era más amarillenta que el resto. Resulta que era orine del morrocoy. Ahhhhhhhhhhhh Con razón; el orine del morrocoy es como urea para el quinchoncho, eso es, pensó. Luego, ve otras piedritas cerca del morrocoy; pero tampoco eran piedritas; sino que eran crías del morrocoy  y eran como diez.  Ajá,  mi abuelo muy alegre dijo:
Aquí lo que tengo que hacer  es poner cada cría  en un lado de la siembra y así tengo bastante quinchoncho y hasta me queda para vender, hasta me sobra pues. Y eso hizo; el morrocoy grandote se lo llevó para su casa  y lo puso en una siembra de patilla  y las crías las dejó en el conuco con el quinchoncho; hasta montó una venta de quinchoncho y la gente le compraba sacos enteros y les rendía meses, imagínese usted. Hoy en día siguen los morrocoyes  allá, en el conuco de mi abuelo, por los lados de Cojeditos y están grandotes. Hay que ver, pues, lo que es este mundo.   

LA ENANA  
(Juan Belisario Rodríguez Peña)

Se hallaba Juan Belisario
cerca del pozo de La Enana
y lo sorprendió   una culebra
con la cabeza de  iguana
que por decirles muy poco
medía como treinta varas
y  se vio en la boca del bicho
amarillo  como auyama  
Si ese animal se alebresta
de mí lo que queda es nada
desenfundó un crucifijo
y la Oración de Santa Ana
y así del suelo brotaron
dos tallos de  mejorana 
que los tomó Belisario
volviéndolos cerbatanas
y se los metió en la garganta
como pito de membrana
que aquella culebra brava
se fue con la cara plana
escapando como pudo
por esa maña temprana
oyendo que Belisario
roncaba como caimana
de las que salen allí
en el pozo de La Enana
con colmillos como un poste
y la lengua de macana
Y por eso es aquí estoy yo
Cantando más que una rana.

Textos tomados del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA  FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Isaías Medina López; 2013) San Carlos: UNELLEZ-VIPI.

Disfrute de este audio de un joropo fantástico llanero:

EL SALVAJE DE LA SIERRA
(Dionisio Garrido)

domingo, 3 de enero de 2016

Cuentos de Arrieros y del Antiguo Llano (4) El Gallo que vino de Apurito

Mujer llanera en oficios de arreo. 
Imagen en el archivo de  Walter Mancipa



EL GALLO QUE VINO DE APURITO 
(Ramón Villegas Izquiel)

Mi pueblo, El Baúl, está situado en la margen derecha del rió Cojedes, por lo cual vale decir que nací y pase gran parte de mi infancia asomado al espejo de sus aguas, sumergiéndome en su frescura i arrullados mis sueños por el suave rumor de su corriente entre arrecife i manglares. Es muy bello en verdad vivir a orillas de los ríos. Nos arroba contemplar las frondas ribereñas reflejadas en la luna de sus aguas con serena profundidad, Sobre todo en las horas lánguidas de los atardeceres cuando el crepúsculo diluye en ellas sus nubes de almagre. Oír los contrapuntos de los pájaros en los amaneceres i en el silencio de la noche, el salto de algún pez sobre la superficie o el grito asustado de un ave, sorprendida quizá por algún depredador furtivo en la tranquilidad de su sueño aspirar las humedad emanaciones de sus brumas o sumergirnos en el para que el agua nos envuelva con sensual caricia de mujer amante luego la brisa nos enjuaga con sus casi impalpables debitos de ángel. Aunque peligrosa como mujer hechicera, lo es también la serenidad de los ríos llaneros, sobre todo en las crecidas, lentas, pero inexorables en la expansión de sus aguas. Al influjo de estos ríos i al de las sabanas abiertas atribuyo de halla tanta poesía en el alma del llanero, que si no la escribe la canta y si no la canta la siente, alimentado espiritualmente por las interminables travesías del espinazo del caballo en las fluviales embarcaciones.
Ya está dicho que los ríos son caminos que andan i con ellos andan también los hombre y sus consejas.
El nuestro fue en una época exclusiva ruta durante la estación lluviosa para comunicarnos con otras poblaciones de la llanera región. Por tal motivo muchos bongos entraban i salían en los embarcaderos de la población y la actividad bongueril era de la mayor importancia entonces.
Los bongueros, por su parte eran gente disipada, bebedora, aficionados a los fustanes y amigos de contar con grueso gracejo las propias y ajenas peripecias y calamidades, así como leyendas de aparecidos y encantamiento en los parajes de sus andanzas. Es decir, que estos cristianos en muy poco tiempo se diferenciaban de sus congéneres marinos, pues tal como ellos y en una propia escala, sufrían las penurias i sobre saltos de la navegación, así como las abstinencias por largos periodos de la añorada ternura femenina.
Por esta última razón, cuando llegaba alguna flotilla desde San Fernando de Apure, un tío mió quien me referiré, mas adelante, se paseaban por el corredor de su casa frente a la playa i gritaba con picardía: “¡ Mujeres, carajo, a forrarse en hojalata que llegaron los apureños!”.
Este pariente era tan bien bonguero, por lo cual poseía la misma carga espiritual de abnegación y arrojo, así como la desbordada efusión característica para compensar entre copas y catres los largos silencio e interminables privaciones en las dilatadas soledades de sus viajes.
Parece ser que este señor, mi tío, era más apegado a los besos que a los vasos por que recuerdo bien los interminables rezongos de mi celosísima tía Pastora, los cuales una vez se referían a la gamberra del Pueblo Arriba, como a la gamberra del Pueblo Abajo, o de La Manga, o de Las Queseras. De ahí infería yo muy pequeño aún para entenderle sus galimatías, que deberían ser varias las tales gamberras, o la propia “Sayona”, entre infernal que, según las consejas populares, se ocupaba de acompañar a los noctívagos mujeriegos.
A propósito de ello, voy a referir una anécdota atribuida a mi conspicuo pariente la cual se ha quedado engarzada en la tradición familiar y no quisiera yo que se diluyese en el olvido como otras tantas sabrosas croniquillas borradas de la memoria de los pueblos.
Era costumbre de nuestros bongueros que el dueño o encargado de la embarcación se adelantara a esta en la última jornada del viaje de regreso. Es decir. El penúltimo día pernoctaba en la costa del rió, pero el siguiente continuaba por tierra por lo cual ganaba considerable ventaja puesto que los bongos cargados, impulsados por sus bogas a fuerza de palancas, eran sumamente lentos, sobre todo cuando remontaban corriente arriba.
Por este motivo y por no quedar tan lejos del poblado, el tenía un nido de amor en el sitio denominado La Regina, penúltima parada de sus viajes antes de llegar de nuevo a su casa. Se llamaba Pancha y diz que era muy hermosa, pero de un carácter tan fuerte que le dio tanta fama como sus propios atractivos, por cuyos defectos hasta mi propia tía le había advertido que esa mujer en cualquier momento iba a terminar ocasionándole un grave problema.
Ojos grandes y expresivos, boca carnosa, larga cabellera negra al gusto de entonces, senos túrgidos y opulentas ancas, acostumbrada a esperar a su amante después de bañada, y perfumada, peinándose la mata de pelo como sensual incitación al suave inicio de las eróticas caricias fielmente ansiadas.
Exactamente así lo hizo la tarde de esta historia, cuando los aguardaba procedente de Apurito, lejana población ribereña del rió apure.
Cuando ya el sol comenzaba a declinar oyó la guarura con que los banqueros anunciaban sus proximidad de horas, y el retumbar característicos de sus talones de su querido Fabriciano sobre la peneta de la embarcación, pues cada quien tiene su propio estilo para hacerse reconocer desde lejos.
Montó en seguida un sancocho de gallina, calculando  que, la lentitud de la canoa daría tiempo para que estuviera listo cuando él llegase. Después se bañó, se perfumó, arregló la alcoba i engalanó la cama con una sábana olorosa a sándalo, de una maderas orientales que guardaba en el baúl de la ropa limpia.
Cumplidos todos estos preliminares, sentóse en el corredor frente al barranco a peinarse pausadamente, en espera del hombre para el momento por tantos días añorados.
Llegó el bongo i los prácticos se encargaron de las correspondientes maniobras del atraque antes de comer i acostarse a dormir cerca del cargamento del cual eran responsables.
Mi tío, por su parte, después de acariciar a la mujer i entregarle el cariñoso obsequio que siempre le traía de sus viajes, comió, colgó la hamaca en el corredor para aprovechar la brisa de río i se acostó a descansar un rato.
La mujer recogió los trapos de la cocina, paso al dormitorio, se desvistió, empólvose de nuevo i se tendió en la cama voluptuosamente desnuda en inflamada expectativa… i esperando la rindió el sueño, porque mi tío cumplió su jornada de un solo tirón, pues involuntariamente se quedó dormido sin despertarse toda la noche.
Clareó la mañanita i los gallos estaban apuraditos enrollando la madeja de sus cantos, cuando los bingueros, caliente el buche por el trago de café colado por ellos mismos, arrancaron río arriba.
-¿Con quién vamos?
-Con Dios.
- I la Virgen.
Pancha se levantó con un pañuelo amarrado en la cabeza, su insignia guerrera cuando amanecía pletórica de reprimida ira.
El hombre comprendió, pero se hizo el loco tomándose el pocillo de café traído con desgano i observando con languidez mañanera que las gallinas se tiraban del árbol donde dormían i el gallo las recibía en el suelo haciéndoles solemnemente la rueda, sin cubrir ninguna.
La mujer –muda por tanta soberbia- observaba también la escena. Pero de repente, no pudiendo contenerse más, cogió un rolo de leña y se lo lanzó violentamente al gallo: “Toma, gallo del carajo, porque tú también como que llegaste de Apurito anoche”.
Quien me contó esta historia no podía precisar si al fin se realizaría el combate que Pancha estaba provocando. Aunque él así lo creía, pues don Fabricio, bizarro campeador de estas lides, se apareció al otro frente de batalla abierto ya en su propio hogar, cuando los loros despedían la tarde i mucho, muchísimo tiempo después que la gente de la casa había tenido que recibir la carga de la embarcación.