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sábado, 9 de febrero de 2019

Leyendas y cuentos cortos venezolanos (37) Varios autores

Imagen en el archivo de Juan Carlos Rosales González




QUEBRADA DE LAS ÁNIMAS (Mercedes Franco)
Entre El Tocuyo y El Molino, dos pueblos del estado Lara, se encuentra “La Quebrada de las Animas". En este pequeño arroyito se bañan a veces los niños campesinos, pero solo durante el día. Porque según una antigua leyenda del lugar, al anochecer se ven allí blancas apariciones, extrañas sombras fugitivas.
Afirma una creencia popular que en este arroyo larense ocurrió un hecho terrible. Un capitán español había abandonado a su mujer con un niño pequeño, por una bella cortesana recién llegada. Se dedicó a su nuevo amor, sin pensar que pronto pagaría las consecuencias de su villanía, pues la dama en cuestión aceptaba el amor de otros hombres.
Alguien le advirtió al capitán que estaba siendo víctima de una engañifa. No tuvo más que seguir a su nuevo amor hasta el arroyo. Ciego de ira, el hombre mató a la infiel y a su amante. Estuvo solo unos días preso, pues en la época, el hecho tenía grandes atenuantes. El capitán fue al mismo río y allí se dejó morir de hambre: Dicen que desde lejos se le veía vagar llorando por el lugar. Con el tiempo el río se hizo mínimo. Y en las noches más oscuras, se ven allí tres sombras dolientes, entre las aguas de la "Quebrada de las Ánimas".



QUEBRADA DEL JASPE (Mercedes Franco)
En nuestro estado Amazonas, cerca del kilómetro 273, se revela una de las maravillas de nuestro país: La Quebrada del Jaspe, un lugar mágico donde la piedra roja, semipreciosa, colorea las aguas y las hace parecer de sangre. El sol golpea de lleno la impetuosa cascada. Un gran arcoíris se derrama sobre las rocas.
Esta quebrada tiene una rara leyenda: mucha gente en el lugar asegura que desde aquí comenzará el Apocalipsis.



RAPTOS MÁGICOS (Mercedes Franco)
Muchas personas aseguran haber sido raptadas por duendes y fantasmas. Una jovencita en Falcón afirmaba haber sido secuestrada por un Ceretón que intentaba seducirla. Ella logró escapar y lo alejó embadurnando su cuerpo con  sangre de pescado, animal que parecen detestar los duendes. Otra muchacha de Barcelona, en el estado Anzoátegui, afirmaba haber sido sacada de su habitación durante la noche por una fuerza invisible, que la llevó a una montaña. Allí se encontró sola, en la oscuridad, pero una voz amable la tranquilizaba. Se durmió en brazos del desconocido. Al amanecer pensó que vería al fin el rostro de su gentil raptor, pero solo encontró miles de flores a su alrededor.


REBULLONES (Mercedes Franco)
En la novela Doña Bárbara, nuestro gran escritor Rómulo Gallegos habla de los Rebullones. Eran extraños pájaros portadores de la desgracia y la muerte, sedientos de sangre de vaca en el techo de la casa, para que bebieran.


UN PASEO A LO ETERNO (Gabriel Jiménez Emán)
Entre los chamuscados hierros, entre el amasijo carbonizado de metal y carne humana, entre el revoltijo sanguinolento en donde trozos de tejido se abrían por todos lados; entre los resortes, el cuero perforado y el vapor espeso que sigue las colisiones violentas, vi la cara de ella. Lucía joven y no tenía rasgo alguno de dolor. Sus ojos permanecían entre abiertos, y el vidrio desgranado del parabrisas los había salpicado sin hacerles daño; más bien los trozos del cristal, diseminados a lo largo de los cuerpos en los asientos, parecían una escarcha sobrenatural. Su pelo se extendía sobre el espaldar y se encontraba perfectamente peinado, tendido sobre la superficie lisa. Aún se percibía un calor de vida, una palpitación mucho más profunda que en la de los simples cuerpos aun vivientes. Sólo en ciertos filmes y en algunos cuadros prerrafaelistas o impresionistas había observado una atmósfera semejante, un ámbito tan permeada de visiones superiores. Sus labios, por ejemplo, poseían todavía esa dulzura profunda, propia del mismo instante de la muerte. Por un momento desee situarme en esa zona y dejarme ir hacia un brumoso cielo.
Habíamos preparado todo para la boda con el mayor esmero. Nuestros padres habían invertido en la ceremonia los ahorros de varios meses. El gran patio verde recibiría toldos alegres debajo de los cuales habría mesas adornadas con flores, plenas de manjares. Una pequeña orquesta amenizaría la reunión mientras los invitados se paseaban con sendos tragos en la mano bajo el atardecer, celebrando o maldiciendo nuestra unión, que importaba ya, pero estarían allí con el fin de alimentar la siempre escurridiza felicidad. Mi novia y yo pasaríamos al patio de improviso, haciendo toda clase de bromas con los amigos. Y fue dando los últimos toques a la reunión, cuando a ella se le ocurrió hacer este viaje rápido entre la ciudad y el pueblo donde íbamos a vivir, en nuestra ruina maravillosa, en nuestra pocilga henchida de verdades y sueños. Despertamos muy tempranos y ella aprovecho las promesas del día resplandeciente para proponer el breve viaje. Lo decidimos y ahora estamos aquí, ella en su lugar de eternidad y yo completamente lúcido de este lado, desde donde logré abrir la portezuela para salir y contemplar su rostro completamente inmaculado, lleno de ese esplendor de muerte que no estoy dispuesto a compartir con nadie. Tengo que recuperar este rostro sin mirar más abajo, no quiero ver otra vez el amasijo de hierro chamuscados ni sus espléndidos miembros mezclados a la chatarra hirviente y confundidos, como ahora me cercioro, con una mano mía recién desprendida que ostenta su muñón de músculos y articulaciones rasgadas y en uno de sus dedos el anillo dorado. Con la derecha apenas puedo llegar hasta su perfecta cara de diosa transcendida de esta mísera realidad y acariciarla, acariciarla suavemente sin marchar su tez, ni este matrimonio que con este mi último suspiro, queda ya inmerso definitivamente en el dominio de lo eterno.


MICRO 9 DESTINO (Cósimo Mandrillo)
Emprende el camino y sabe que huye. Adelante está el sol que le hurga la mirada a lo largo de cientos de kilómetros. Atrás queda la herida abierta, el dolor que no cesa un ápice. Ha pensado tanto. Ha recorrido el viacrucis de recuerdos. Ha reinterpretado cada palabra. Ha descubierto una mentira tras otra.
Ahora atesora todo como si fuese un botín de guerra. Cree que se arma pero es débil. Mira la línea infinita de asfalto que tiene por delante y se le ocurre que nada termina nunca. Lo que hay es un estruendo continuo que le torpedea la conciencia. Quiere pensar pero el hilo que lo ata fluye autónomo en su cerebro. Día y noche una procesión de insectos sonoros se mueve con libertad dentro de su cabeza. En un último esfuerzo por acallarlos, sube al máximo el volumen del radio. No sabe si funcionará. Se concentra en el reverberar del horizonte que parece esperarlo, allá, lejos.



EL DISPARO FUE CERTERO (Gregorio Riveros)
Con escalofriante precisión atravesó el oscuro cristal de la ventanilla y se alojó en el cráneo del hombre. Su cuerpo cayó sobre el volante y luego se desplomó hacia su derecha, sobre el hombro y la pierna izquierda de la mujer. El escarabajo comenzó a zigzaguear y rápidamente arrancó, se saltó la luz del semáforo y se perdió por Los Próceres en dirección hacia quién sabe dónde. Los dos hombres de la segunda moto regresaron presurosos, recogieron algo y con la misma premura aceleraron y se fueron detrás del Volkswagen, también hacia la nada.
En la distancia los motorizados ya no existían.
Asustada, la mujer sujetó el volante del vehículo que continuaba encendido y se movía con lentitud pero no lograba controlarlo, en el puente lo desvió ligeramente hacia la derecha, donde funcionaba la parada de una línea de taxis que estaba por allí y lo recostó contra la acera, cerca de uno de aquellos vehículos de alquiler. Aparte del susto, a ella nada le pasó. Él respiraba con dificultad. Así lo encontraron los taxistas una vez que ella hubo gritado pidiendo auxilio.
Una camioneta negra, Ford Explorer 4x4, vidrios ahumados, del año, pasó muy lentamente y a sus ocupantes pareció no importarles nada de aquello. Impertérritos, continuaron su marcha.
Por la radio, Roberto Carlos seguía cantando...
“… ella aquieta mi herida, todo, todo se olvida…”
Era la 1:10 de la madrugada.



AHUMADOS EL RESPALDO Y EL ASIENTO  Y SEMIDERRETIDOS LOS ARCOS (Armando José Sequera)
A la abuela no le gustaban los cohetes. Decía que volar por el espacio y visitar otros planetas era cosa del Demonio y que en las cosas del malo ninguno se debía meter.
Nadie había hecho ninguna objeción al momento de su sudorosa e  imprevista llegada y todos en el pueblo la adoptamos de inmediato como abuela.
Ya le habíamos tomado cariño.
Cuando Paula me tomó de la mano y yo aferré nuestra maleta para avanzar hasta la plataforma solar que nos llevaría a la base de lanzamientos, en calidad de primeros viajeros del poblado, la abuela se santiguó con azufrosos movimientos y desapareció de nuestra vista, en una llamarada parecida al despegue de los cohetes.
Como prueba para los incrédulos quedó su mecedora: ahumados el respaldo y el asiento y semiderretidos los arcos.  



EL ORNITÓLOGO (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
Su canto era único, perfecto. Acudía diariamente a escuchar esa melodía, lo llevaba al éxtasis. Era la única especie que no poseía.
Pensó muchas veces la manera de llevársela, claro, sin levantar sospechas.
Aquel día parecía ideal, el pasillo estaba solo.
Aquel día nada salió bien, la soprano no quiso entrar a la jaula. No pudo llevarla viva.


PROHIBIDO VOLAR (Ricardo Jesús Mejías Hernández)
No puedo volar en este mundo de pájaros. Tengo que caminar como un idiota. Tengo que hacerlo junto a ellos porque, desde hace tiempo, simulan caminar.
Está prohibido volar pues. Debo tener las alas siempre dobladas, bajo la camisa.
Recuerdo la última vez que despegué y pude planear un rato; luego de esquivar los disparos, aterricé y me escondí, pero, fui capturado.
Aún me duele la sentencia, la siento en el peso de cada paso de mi única pierna.


¿ACASO DEBÍAN...? (Eduardo Mariño)
El autobús realmente vibraba mucho, con todo ese movimiento, Nancy no podía regresar a sus carcelarias emociones de cuando niña. Así le había enseñado el tiempo inexorable y vil.
Al momento de subir, no sabía el nombre de su verdugo. Una señal de vida tan paradójica como su silencio ante la recia voz de él. Alguien le había comentado, pero ella no aceptaba la realidad del peligro. Para ella, los autobuses eran sólo máquinas, fierros sin vida ni espíritu inmortal. Enrique apareció de pronto, en la ingenuidad del colector. El misterio de amar, no era más que un recordatorio a su histérica situación de indeciso desinterés.
Una vez más el autobús crujió en una curva y de nuevo sintió ese vacío en su estómago. Nancy no estaba siendo en modo alguno autocompasiva, no era susceptible; pero aún así, tenía miedo de morir sin llegar a San Carlos. Para ella, eso significaba algo así como fallar a un precepto genéticamente implantado en sus uñas, en su bolsito negro y sus tarjetas amarillentas, llenas de nombres de novios, nombres que jamás eran absolutos. Todas tenían la marca de haberla llevado una y otra vez, a estar al borde de llorar y reír por un sepulcro de emociones; manchado tremedal de intencional desolación y silenciosas voces atrapadas en complicadas rayas, en almohadas sin funda, sin tela, sin gomaespuma, sin colchón, en fin, sin cuerpos que jadeen y griten.
Recordó de improviso que su Credo arrancaba con el mundo apesta y sonrió, pues era existencialista, nihilista, comunista, pero en el fondo, temía a la muerte antes de llegar a San Carlos.
Nancy, al parecer, nunca amó; podía mentirnos a todos diciendo que había amado a Enrique, pero él era como ese pedazo de historia que uno trata de hacer propio en tiempos de escolar. Enrique lloraba y Nancy reía mucho cuando los vi por primera vez. Por supuesto, ella ya me conocía; me creía tan malo y despiadado; comenzó a creerme el amo absoluto de su amor y de los hijos de aquella fuente de dolor, contemporáneos de mis estudios iniciales de Maestro. Pocas veces reí en su presencia, en cierta forma, yo mismo le temía. Era un temor especial, el de los Dioses que ven el acrecentamiento del poder de sus criaturas como un cierto peligro de olvido.
Un miedo diferente se apoderaría de ella, varios lustros después. Su pulso se aceleraba con cada kilómetro que recorría la unidad de ruta. Se aproximaba a San Carlos, justo donde estaba yo, esperándola; ella podía sentirme, lo sabía.
Luego de derrotarla en el peor juego de ajedrez de mi vida, llegamos a conocernos mucho. Realmente entonces fue cuando comenzó a temerme; a sentir ese miedo a sentir miedo, a adorar mis gritos y sentir verdadera fobia de mis silencios. Más yo no lo hacía intencionalmente; sólo era ella, la que creaba toda aquella situación. Rafael me lo advirtió para ese entonces. Luego, los hijos, la casa, domingos en familia y cosas así. Nancy comprendía mi frustración y trató de influenciarme el diablo sabe tentar, decía; entonces te tentaré, contestaba y un día ella lloró. Amargamente lloró. Yo tan sólo volé sobre la casa un par de horas y dormí con gran calma. Al despertar, ya no estaba.
El autobús frenó de pronto. Ella se sintió caer al piso, rodar, convertida en una sombra, y nada más.
Yo fui a su sepelio; Enrique me insultó, como siempre lo había hecho en los últimos años. Sus amigas (las que aún me recordaban), me nombraban con epítetos que ni Nancy conocía, todas me reprochaban.
No lloré.
Nancy, que era muy bella, no me reclamó
¿Acaso debían reclamarme ellas?



LA AMARGURA DE  AQUEL  HOMBRE. YA NO QUIERO TENER MEMORIA (Duglas Moreno)
La bala dio exactamente en la aldaba  con ribetes de oro. El pedazo de hierro que cayó bruscamente al piso, tenía restos de corazón.  El hombre vino y le apuntó a la cara con esa  rabia que  solo la muerte puede desvanecer. La mano que sostenía el revólver  se mantuvo recta y firme entre la venganza  de uno y la palidez del otro. Si al menos hubiese intentado una palabra.  Si hubiese permitido que recogiera las pocas cosas de la oficina y se marchara. Nada de eso. Solo hablaba de una afrenta, de un honor familiar ultrajado y del fin de la dictadura. No sabemos cómo logró disparar,  con tanta  ira saliéndosele por los ojos, y  dar en el blanco. Dicen que le pegaba a un mediecito en el aire. En Lagunitas lo mentaban El fino.
 La oficina era sencilla. Un escritorio de madera y unas sillas terminadas en cuero. La bandera nacional en un rincón. Detrás del sillón principal, la imagen del dictador.  Allí estaba todavía, la mañana cuando cayó el régimen, el jefe civil del pueblo. Tenía poco tiempo en el cargo. Era un hombre de buenos modales. Recuerdo que al final de la habitación  había una puerta que daba al traspatio. En el fondo de esa puerta el hombre pálido cayó de bruces y su camisa blanca se llenó de sangre inmediatamente. Una mujer con lágrimas en sus manos, lo tomó y lo pegó contra su pecho. Creo que fue Almario el que dijo: él era un jefe bien gobiernista, apretao pues, y no  nos duele naíta lo que le pasó. Entonces la mujer nos silenció a todos, cuando largó sollozante: tal vez no haya sido bueno para ustedes; pero era mi hijo y me duele en el alma. Todos ustedes son unos sinvergüenzas, una persona valdrá siempre más que unos pobres ideales. Ver la muerte de un hijo es como estar ante  tu propia muerte. Son dos vidas las que se acaban. 
Hubo otro muerto; creo que un policía, pero  trato de recordarlo y no puedo. Han pasado muchos años  y sólo el rostro amargo  de aquel  hombre anda por aquí, como si no bastara con lo que pasó y no fuera suficiente tener que llevar su  aciaga figura   a todas partes. Lo cargo como un peso terrible en la  conciencia. Confieso ahora que los recuerdos son también un desagradable  signo de castigo. Me gustaría que todo desapareciera, hasta la vida, no puedo andar con esta angustia siempre. Ya no quiero tener memoria, les juro de verdad que ya no quiero recordar nada.  A veces deseo ir a la plaza del pueblo y sentarme en la sombra de los mijaos, pero estoy  seguro  que él estará ahí esperándome con su camisa blanca bañada de sangre, entonces me quedo pensando en este destino que me ha tocado vivir.      

jueves, 22 de noviembre de 2018

¿UN GATO O UN PERRO? ¡QUIERO UNA MASCOTA! (cuento de Jania Gámez Sandoval)


Desde la más tierna edad el amor por los animales nos acerca a los complejos fenómenos de la vida. Niño llanero en el archivo de Janett Perdomo



Jackie era hermana de Josh, a ellos les gusta pasear por la ciudad, pero han notado que la mayoría tiene mascotas, Josh le dijo a su hermana sobre esto y los dos coincidieron en decirles a sus padres.
Jackie: - Mamá, tengo que decirte algo, eh... ¡Quiero una mascota!
Mamá, rió: -¿Estás segura? Apenas tienes 11 años y es una gran responsabilidad.
Jackie:- Mamá ya estoy grande, además, Josh me ayudará a cuidarla.
Mamá: - Pero, Josh solo tiene 9 años... Bueno, lo pensaré, pero ¿qué mascota quieren?
Jackie y Josh: - Un gato o un Perro.
Mamá y papá:- ¡Decidan! ¿Un gato o un perro?
-Jackie: ¡Gato!
-Josh: Perro!  (Exclaman al unísono)
Mamá y papá: (ríen y se miran el uno al otro), creemos que deben pensarlo mejor. Le vamos a dar una semana para que lo hagan.
Jackie y Josh les pareció una difícil decisión. Mientras que sus padres lo veían como algo que olvidarían al día siguiente. Jackie quería tener un gato, pero no quería que su hermano se molestara, y Josh quería mucho tener un perro, pero ¿Qué decidir?  Los gatos y los perros son hermosos.
¡Necesito un gato! Para ver cómo se comporta- dijo Jackie- pero, tendré que esconderlo de mis padres! Jackie le contó esa idea a su hermano y los dos pensaron en tener un perro y un gato a escondidas para saber cuál era mejor. Jackie duró tres días buscando un gatito abandonado y Josh  dos días buscando un perro.  Para Josh fue un poco más fácil, porque sabía que cerca de su casa había unos cachorros. Los escondieron entre unas cajas, sábanas y almohadas y les buscaron comida, pasaron cuatro días viendo cuál era mejor, y se encariñaron mucho con esas mascotas; todavía no sabían qué decidir y ya sus padres pronto les preguntarían por la decisión.
Un día, no quedaba más comida para sus mascotas y no tenían otra opción que ir a comprarla, claro, sus padres habían salido de casa. Jackie era la mayor ¡ella tenía que ir a la tienda! Pero, no quería ir sola así que llevó a Josh;  este quería llevar a las mascotas y Jackie estaba pensando si llevarlas o no; finalmente, llevaron sus mascotas, para no dejarlas sola. .
Josh: -¡Pero, Jackie! ¿De dónde sacaremos tanto dinero?
Jackie: -Vamos! (sonrió) tengo mis ahorros y junto con los tuyos, tal vez hasta nos sobre.
Pues se fueron caminando hasta que llegaron al centro de la ciudad y encontraron la tienda de mascotas y compraron lo necesario (estos niños tenían muchos ahorros al parecer), se sentaron unos minutos en los bancos del frente mientras alimentaban a sus mascotas.
Jackie: -Amo mucho a nuestras mascotas, no puedo decidir! Quiero quedármelos a los dos.
Josh: -Yo igual, no me decido; ¿No podemos solo deshacernos de uno?
Jackie: -Tenemos que ir pensando qué le diremos a mamá y a papá.
¿Hora de revelarlo?
Los niños después de hacer todo lo que deseaban con las mascotas, se sentían cansados y fueron a buscar la estación de bus para regresar a casa. De repente, el pie de Josh cayó en un agujero lleno de barro, y cuando trata de sacar su pie se le sale su bota. Y pues, tuvo que meter su mano en todo ese barro para recuperarla.
Josh: -Ahora sí que metí la pata.
Jackie: -¡Qué torpe eres! (dice riendo)
Mientras ellos estaban distraídos, sus mascotas fueron corriendo tras un vendedor de hot dogs; ellos voltean y empiezan a correr nerviosos, Hasta que los alcanzaron, estaban muy asustados Pensaban que se habían escapado, pero cuando voltean a su alrededor ven que se fueron un poco lejos del sitio, y deciden preguntarle al vendedor dónde quedaba la estación de bus más cercana.
Jackie y Josh: -Disculpe, ¿dónde está la estación de bus más cercana?
Vendedor: - Pues está a una cuadra, justo ahí a la izquierda (señalando la calle donde quedaba el trabajo de sus padres, que estaban ahí ahora)
Jackie y Josh: -¡Muchas gracias señor! (se miraron nerviosos).
Estaba un poco difícil, ¿y si sus padres los veían? ¡Un castigo mínimo de tres meses!, ¿Qué haremos ahora? - exclamó Josh. Jackie decidió ir por otra calle, ¿Qué más da? Y pues eso hicieron;  siguieron caminando por ahí, buscando una estación de bus. Jackie estaba muy cansada y se sentó por unos minutos en el suelo, junto a una tienda de ropa y cuando se levantó su hermano se rió a carcajadas.
Jackie: -¿Qué pasa?
Josh: -¡Tienes un chicle en tu pantalón!
Jackie: -¡No puede ser! Qué mala suerte.
Un rato después, de estar caminando, encontraron una estación de bus, y decidieron ir  a casa rápidamente, Cuando llegaron sus padres ya habían regresado. Por lo que decidieron contarles a sus padres lo que pasó, claro, con unos detallitos a su favor. Y así fue; sus padres no los regañaron. Quedaron muy sorprendidos porque solo los aconsejaron y los mandaron a bañar al instante.
Mamá y papá: - Bueno, niños eso no fue lo correcto, esperamos que no vuelva a suceder, pero;  nos parece bien que se hayan preocupado por sus mascotas, ¡les permitiremos quedarse con las dos!  Eso sí, no pueden descuidarlas, siempre los tienen que amar  y si necesitan algo, tienen que hablar primero con sus nosotros. Se dieron un abrazo grupal y los niños sabían que no volverían a hacer eso sin el consentimiento de sus padres.


Nota del editor: Jania Gamez Sandoval, nació en San Fernando de Apure, estado Apure, el 10 de julio de 2007. Tiene 11 años de edad. Esta publicación fue autorizada por sus padres  el 20 de noviembre de 2018. Desde 2012 (con 5 años de edad) se  inicia como violinista en el Sistema de Orquestas y Coros Simón Bolívar. Actualmente pertenece a la Orquesta Infantil y a la Camerata Juvenil de dicho sistema. Estudia 7mo grado en el Liceo Nacional Eloy Guillermo González, en la ciudad de San Carlos, estado Cojedes.

jueves, 17 de enero de 2013

10 grandes microcuentos (Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, España, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela)

Imagen en el archivo de Anita Mendoza


Argentina: LA OBRA MAESTRA (Álvaro Yunque)
El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.

Bolivia: LAS DOS CIUDADES (Edmundo Paz Soldán)
Debido a la negativa de los cochabambinos a usar su ciudad como set de filmación por espacio de once meses, los productores de la miniserie "Pueblo chico, caldera del diablo" decidieron no escatimar recursos en construir una réplica de Cochabamba, del mismo tamaño que la original. Después de dos años de trabajos ininterrumpidos, la réplica fue concluida con una exactitud que desafiaba a cualquier observador imparcial a discernir cuál de las dos ciudades era en realidad la original. En la nueva ciudad no faltaba nada de la esencia de la ciudad fundada en 1574: caótico urbanismo, deprimente mal gusto, calles de pavimento destrozado, suciedad, pobreza.
 La miniserie fue filmada en cuatro meses y el escenario fue abandonado: todo hacía preverle un destino de pueblo fantasma. Sin embargo, su cercanía de Cochabamba (veinte minutos) comenzó a proveerle de visitantes los fines de semana. No se sabe cuando se instalaron en él los primeros habitantes, lo cierto es que apenas iniciado, el flujo no se detuvo: a fines de 1988, Cochabamba se había convertido en una ciudad fantasma. Todos sus habitantes vivían ahora en la ciudad réplica.
 ¿Por qué los cochabambinos han cambiado su ciudad por una copia exacta, no por algo mejor o peor? Se han arriesgado un sinfín de explicaciones en busca de la comprensión de dicho fenómeno; una de ellas, acaso la más lógica, conjetura que es muy posible que ellos, con su traslado, hayan logrado la de otro modo imposible reconciliación de dos deseos en perpetuo conflicto en cada ser humano: el deseo de emigrar, de cambiar de rumbo, de buscar nuevos horizontes para sus vidas, y el deseo de quedarse en el lugar donde sus sueños vieron la vida por vez primera, de permanecer hasta el fin en el territorio del principio.
Es muy posible. Pero ésa es una explicación más, no la explicación. Nadie sabe la explicación, nadie la sabrá.

 

Colombia: EL TAPIZ DEL VIRREY (Pedro Gómez Valderrama)

Cuando el virrey subió a su coche con la virreina, para dirigirse al baile en casa del marqués, el criado mulato se quedó escondido en un rincón del patio, hasta que cesaron todos los ruidos del palacio. Sacó entonces una inmensa llave, y abrió la puerta del salón central. Encendió una antorcha y se situó ante el gran tapiz que adornaba el fondo del salón, y que representaba una hermosa escena de bacantes y caballeros desnudos.
El mulato extendió las manos y acarició el cuerpo de una Diana que se adelantaba sobre el tapiz. Murmuraba en voz baja, hasta que de pronto gritó:
-¡Venid! ¡Danzad!
Los personajes tomaron movimiento y fueron descendiendo al salón. Comenzó la música del sabbat, y la danza de los cuerpos en medio de las antorchas. Ante el mulato, los personajes del tapiz iban cumpliendo el rito de adoración al macho cabrío.
Diana permanecía a su lado, besándole de vez en cuando con golosa codicia.
Después de consumidas las viandas del banquete, vino el momento de la fornicación, hasta que sonó el canto del gallo y los personajes se fueron metiendo uno tras otro en el tejido. Sólo quedaron, trenzados en el suelo, Diana y el mulato, al cual encontraron a la mañana siguiente desnudo y muerto en el suelo con unos desconocidos pámpanos manchados de sangre en la mano. Diana no estaba en el tapiz.

Chile: LA HIJA DEL GUARDAGUJAS (Vicente Huidobro)
La casita del guardagujas está junto a la línea férrea, al pie de una montaña tan empinada que sólo algunos árboles especiales pueden escalonar a gatas, aferrándose con sus raíces afiladas, agarrándose a los terrones hasta llegar a la cumbre.
La casita de madera desvencijada a causa del estremecimiento constante y los fragores. La casita pequeña en un terraplén de veinte metros junto a tres líneas.
Allí vive el guardagujas con su mujer, contemplando pasar los trenes cargados de fantasmas que van de ciudad en ciudad. Cientos de trenes, trenes del norte al sur y trenes del sur al norte. Todos los días, todos los meses, todo el año. Miles de trenes con millones de fantasmas, haciendo crujir los huecos de la montaña.
La mujer, como buena mujer, le ayuda a enhebrar los trenes por el justo camino
La responsabilidad de tantas vidas satisfechas les ha puesto un gesto trágico en el rostro.
Apenas si pueden sonreír cuando se quedan como suspendidos mirando a su pequeña, una criatura de tres años, graciosa, delicada, con gestos de flor y de paloma.
Pasan los trenes con el fragor de hierros y largos metales arrastrados de toda una ciudad que soltara sus amarras, de tantos fantasmas desencadenados y ebrios de libertad.
La hija del guardagujas juega entre los trenes de su montaña con una confianza aterradora. Ignora que los niños ricos de la ciudad se entretienen con unos trenes pequeñitos como ratones sobre rieles de lata. Ella posee los trenes más grandes del mundo… y ya empieza a mirarlos con desprecio.
Es un encanto de niñita. Vive despreocupada, suelta como si no quisiera apegarse a nadie. Se diría que un tren la arrojó allí al pasar como por casualidad.
En cambio sus padres viven pendientes de ella, la contemplan, mientras todavía es tiempo, la miman, la adoran.
Ellos saben que un día la va a matar un tren. 

Ecuador: LA CREACIÓN DE LA TIERRA Y EL CIELO (Relato mítico jíbaro)
Dice el pueblo de los jíbaros que fue el bondadoso Yus quien creó la tierra. Pero ésta, al principio, estaba completamente desnuda. Era necesario vestirla y la vistió con selva de árboles gigantes y plantas menores que iban a dar los más variados frutos.
Entre las ramas altas silbaba el viento solitario, unas veces como bestia salvaje, otras como pájaro llorón, y otras al modo del zumbido de las moscas. Entonces Yus dijo:
-¡Mi creación está todavía incompleta!... ¡Ahora corran cuadrúpedos y serpientes por el suelo! ¡Puéblense los árboles de pájaros cantores! ¡Vuelen y anden los insectos por donde quieran o puedan!...Y eso fue.
La tierra no estaba completa todavía. Algo más faltaba. Entonces Yus subió a la copa del árbol más alto llevando en su diestra una hermosa jarra de oro. Con sus ojos divinos contempló su obra y notó que la flora inmensa se moría de sed.
-¡Sean los ríos y los lagos! –dijo. Y volcó su jarra llena de agua milagrosa sobre el suelo; y los ríos y los lagos fueron.
Faltaba algo más. De algún rincón secreto sacó una tela finísima de color azul, la echó hacia la altura y, sopla que sopla, la extendió en una comba infinita cubriendo la tierra con el cielo. -¡Sobre este firmamento brillarán el Sol, la Luna y las estrellas, y cruzará el río Nayanza -agregó-, para que, cuando desborde, llueva en la tierra!...Y eso fue.
Pero faltaba algo más. Faltaba el hombre, pues Yus no estaba satisfecho con las criaturas animales que creara. Eran incapaces de comprender las maravillas de su obra. Y así subió un día al cráter del volcán Sangay, llevándose una porción de barro del valle Upano. Al borde de esa descomunal boca de la montaña, modeló un muñeco que parecía un hombre. Luego, en la gran hornilla del coloso prendió fuego y puso a cocer la figura antropomorfa, obteniendo lo que quería. Le bastó solamente el soplo de su alegría para que el muñeco sea el mismísimo hombre pleno de vida e inteligencia, a quien Yus le regaló cuanto había creado antes, y además una compañera para que la raza jíbara se multiplique y pueble sus inmensos dominios.

España: LA MANO (Ramón Gómez de la Serna)
El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado.
Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía, por higiene, con el balcón abierto, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.
¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano?
Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».

México: LITERATURA (Julio Torri (México)
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.

República Dominicana: LA SEÑAL LEJANA DEL SIETE (Pedro Antonio Valdez)
El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico en la ventanilla siete. Sentóse —sin darse cuenta— en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete.

Perú: MAÑANA DIFUNTA (Ciro Alegría)
 Tal vez llegarían mejores tiempos. Porque todo tiene su hora justa y nadie debe quedarse sin su ración de bienandanza. Los momentos buenos llegan de pronto, llegan algún día. Nítido cielo azul arriba. Esplendían los techos rojos y pardos de las casas. Un pájaro cruzó raudamente, con su antigua sabiduría de avión edénico, volando hacia las zonas de la dicha. Por la ventana entraba un aire diáfano. De la de una vecina, colgaban ropas de niño puestas a secar. Amarillas, verdes, violetas, blancas. Un niño se llamaba Charlito. Había llorado la noche pasada pero ahora todo estaba en silencio. Y la paz tenía esa tranquilidad germinal de las mujeres grávidas. Algo anunciaba la propicia donación que, en un lugar impreciso, preparaba la vida. Esa antena de radio, fina y gallarda, debía saber. Tenían un gesto atento sus oídos metálicos. Lo callado se hacía en ellos voz. Porque el hombre conoce únicamente cierta parte de la vida de la materia. Debe estar llena de energías y voces ocultas, latentes, que no se esquivan y sólo esperan que el índice presione el botón exacto, que la mano acierte con el nítido pulso de sus venas y el oído descubra el ritmo de su maravilloso corazón. Mientras tanto, ella sabe y da. Conjugando todas sus fuerzas, las aprehensibles e inaprehensibles, en alguna latitud, quizá a la vuelta de la esquina, estaría gestando su bello presente. Para el cuerpo y para el alma. Para el cuerpo y el alma de Nicolás Rivera. Para él. Sin duda para él mismo, como para tantos. En verdad, siempre había esperado vagamente eso y sin duda ahora iba al legar. Lo sentía en el ambiente, en el hálito luminoso y potente de los anchos espacios y en el fácil ritmo de su sangre. También en la hebilla del cinturón y en los botones del chaleco y en el nudo de la corbata. (Se encontraba vistiéndose.) Su buen humor obedecía seguramente a una razón. El corazón tiene, a veces, adivinaciones inexplicables. Y además estuvo silbando alegremente. Silbando alegremente un aire viejo y nuevo siempre y siempre renovado como el oxígeno del aire. No podía recordar si fue acaso el Preludio VIII de Bach. La brisa llevaba un grato olor a jabón. Toda la vida se había levantado y estaba limpia y apta. Iniciábase un magnífico día. Adelante, Nicolás Rivera. Salió. En la esquina, el mismo diario le dijo que el mundo continuaba siendo el mismo. Por las calles trotaban los mismos tranvías ahítos y desvencijados. En la oficina, el mismo libro de cuentas le mostró los mismos números insospechablemente rígidos. ¿Qué fue de lo sorprendente, lo bueno y lo hermoso? Nicolás Rivera vaciló. Sus ojos aún buscaron sobre la mesa. Después, con el gesto de quien se rinde, cogió la pluma y se puso a alinear cifras mudas. Así murió una promisora mañana.


Uruguay: EL NIÑO CINCO MIL MILLONES (Mario Benedetti)  

En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Muchos países, en ese día eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto.
Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño 4.999.999.999.
El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en si mismo ganas de pensar o creer.
Una semana después el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.

Venezuela: TATUAJE (Ednodio Quintero)
Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.
La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos: breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado viaje a la eternidad.
En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.
El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.

Selección realizada en labores de investigación, mediante encuestas aplicadas a cien lectores (52 mujeres y 48 hombres) por estudiantes de la UNELLEZ. Tomada de: NARRATIVA EXPRÉS editada por  Francisco Rodríguez Criado



viernes, 30 de diciembre de 2011

Los Diablos Danzantes de San Juan (Algunas fotografías 2008-2018)

Diablos de  San Juan del Santísimo Sacramento del Altar, de San Carlos de Cojedes 


El 17 de julio de 2014, arribó a 130 años de tradición la cofradía de Los Diablos Danzantes del Corpus Christri, o Diablos de  San Juan del Santísimo Sacramento del Altar, de San Carlos, Cojedes, Venezuela, bajo la insignia de la lucha del bien contra el mal. Con tal motivo presentamos algunas gráficas que describen el seguimiento y merecido homenaje que le rinden,  tanto la Fundación San Juan Bautista Niño como el Servicio Comunitario de la UNELLEZ- San Carlos.  


El casi mítico promesero José Efigenio Ochoa (Chupita)
 quien, por más de cincuenta años, estuvo al frente de esta devoción ancestral 





Los Diablos Danzantes de San Juan  figuran entre los pocos grupos 
que rinden servicio de culto a Corpus Chistri y a San Juan Bautista  


Arribo de los Diablos Danzantes al templo de San Juan Bautista 
recibidos al ritmo de los tambores de San Juan Niño. 

Los niños  Diablos Danzantes de San Juan  conforman el futuro de esta tradición  

Respetos a la Cruz de Mayo, a San Juan Niño y a San Juan Bautista 

Danza y despliegue de devoción a la salida del templo de San Juan 


Diablos sueltos en plena calle

Los Diablos Danzantes de San Juan tejiendo el sebucán 


El siempre importante  componente femenino de la cofradía

La Rendición ante el Sacramento del Altar

 Reverencia de "rendición"de  los Diablos Danzantes en el templo de  San Juan 


Capitanes de los Diablos Danzantes y estudiantes universitarias 
comparten esta gráfica. 


Elemento clave es la música que guía a los Diablos Danzantes, 
protagonizada bajo los acordes del clásico cuatro venezolano


Diablos en la fiesta de San Pedro y San Pablo

 Otro detalle de los Diablos Danzantes en la Fiesta de San Pedro y San Pablo 



El "Diablo Mayor" y algunas estudiantes del Servicio Comunitario 
en sencillo homenaje que se le rindiera a tan insigne personalidad cultural 





Consejo de Diablos Mayores de los Diablos Danzantes de San Juan. 
De izquierda a derecha: Pedro Saavedra, Jose "Chole" Saavedra, Andres Saavedra, 
Saturno Saavedra "el Grillo" y Arquimedez Mendoza.





Gracias por su visita. 
Isaías Medina López