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viernes, 18 de diciembre de 2020

LA NAVIDAD CRIOLLA EN UN CUENTO DE ÓSCAR GUARAMATO (Presentación de Maritza Torres Cedeño)

 

Conjunto artesanal en el archivo de Glenys Pérez



La Natividad del hijo de Dios, para la tradición cristiana, está próxima a celebrarse y junto a  ella, añejos rituales aparecen para recordarnos la placidez y la alegría de la Noche Buena familiar;  el asombro  ante un regalo; el bullicio infantil al ver los juguetes anhelados y el disfrute de los cantos parranderos dedicados a la Sagrada Familia. Sin duda, en nuestro país, la Navidad es una de las celebraciones más importantes y su peculiaridad se manifiesta en diversas expresiones folclóricas, artísticas y literarias, conformando así, un extraordinario legado. Los creadores han plasmado  en pinturas, aguinaldos, poemas y cuentos una variada y prodigiosa  narrativa  de  los relatos bíblicos, que aprendimos gracias, a las santas voces, de  Lucas y Mateo.

 La literatura venezolana, por ejemplo, conserva un amplio registro bibliográfico basado en la liturgia de la Navidad. La investigadora, María Elena Maggi, señala que ese repertorio literario, está marcado por la  tradición heredada de España y por ello, son característicos: los pesebres, la misa de gallo, los villancicos y la celebración del día de Reyes; sin embargo, advierte que aparecen cargados, de nuevas representaciones al fusionarse con  la cultura indígena y la  africana. 

 De acuerdo a esta autora, en el género ensayístico, resaltan escritores como: Gonzalo Picón Febres,  Mario Briceño Iragorry, Rafael Olivares Figueroa,  Luis Arturo Domínguez, Isabel Aretz, Tulio Febres Cordero, Pedro Emilio Coll, Alfredo Armas Alfonso y José Rosas Marcano. Estos realizaron estudios para difundir aspectos folclóricos practicados, durante la época decembrina, en diversos espacios geográficos del país.

En la poesía, sobresalen, a su juicio, los poetas: Manuel Felipe Rugeles, Aquiles Nazoa, Andrés Eloy Blanco, Enriqueta Árvelo Larriva, Pablo Rojas Guardia,  Jesús Rosas Marcano y Ramón Palomares quienes nos legaron un rico testimonio en los versos dedicados a resaltar la figura del Niño Jesús y de las costumbres y tradiciones relacionadas con su nacimiento

Por otro lado,  en la ficción narrativa, destacan las figuras de: José Rafael Pocaterra, Antonio Arráiz, Andrés Eloy Blanco, Arturo Úslar Pietri, Óscar Guaramato, Adriano González León, Oswaldo Trejo y Laura Antillano. Todos ellos, han tejido una serie de historias que conforman un corpus literario imprescindible para  afianzar nuestra identidad cultural.

Por todo lo antes expuesto, se hace referencia al cuento Jesús José y María del escritor Óscar Guaramato (Maracay, 1916- Caracas, 1987); obra  publicada en 1969. Su argumento gira en torno al tránsito de María y José  buscando posada.

 Estudiosos de su obra cuentística como Liscano (1973), Maggi (1985) y Jiménez (2007) coinciden en afirmar que la obra está estructurada por un discurso poético, sencillo, espontáneo, con frases cortas que buscan descubrir al lector la pureza y sencillez de la vida  a través de una simbología de fácil interpretación y disfrute del texto. Los personajes, tan humanamente cercanos a nosotros, cautivan la atención del lector quien los acompaña en  su alegórico viaje y lo vincula, una vez más como cada veinticinco de diciembre, con el prodigio del nacimiento del Mesías.

Maritza Torres Cedeño

 

María embarazada. Detalle de una imagen en el archivo de Glenys Pérez


JESÚS, JOSÉ Y MARÍA

Óscar Guaramato

Al llegar a la cuesta, el asno apresuró la marcha. María buscó acomodo en la montura y miró hacia el hombre. El polvo y el sudor pintaban duros rasgos en el rostro de José. La barba ensortijada parecía ahora un atado de hierbas resecas. María bostezó y el ruido leve al aspirar hizo que el hombre la mirase.

        - ¿Cansada?

        - No.

        - ¿Sueño, entonces?

        - No. No siento sueño.

        El hombre cambió de una a otra mano el rugoso bordón. El asno había terminado de subir y ya en la meseta condicionó el trotecillo al hilo del camino.

        - Sí -murmuró el hombre-. Debes estar cansada. Hemos dejado atrás un pueblo y tres aldeas. También un río. María comentó:

        - Suerte tuvimos en encontrar el río. Estaba sedienta. También tú. Y éste -palmoteó sobre el lomo del asno- éste no hubiera resistido mi carga, así como estaba... ¿Observaste cuánta agua bebió? Bueno, ahora es noche y el aire es fresco. Esta mañana casi me ahogo con tanto polvo y tanto sol.

        - El pueblo no está lejos.

        En los ojos de María hubo un parpadear de inquietud:

        - ¿Encontraremos posada? En el otro pueblo y en las aldeas por donde pasamos, no encontramos.

        José no respondió. Registró el interior de una bolsa de fibras y sacó un trozo de pan. Mordió un pedazo. Miró a María -blanda de luna, húmeda de frío. Ella sintió el masticar del hombre y preguntó, sin mirarle:

        - ¿Qué comes? Parece que comieras hojas secas, o cortezas de árboles, ¿qué comes, José?

        - Estoy comiendo pan. ¿Recuerdas, cuando salimos, al hombre que cargaba la ovejita?

        - ¿La ovejita con la pata quebrada?

        - Sí. Ese. El mismo que me dijo: "¡Qué bonita correa, señor! ¿La cortó usted?".

        - Ah...

        - Comprendí que sería feliz llevándosela y se la di. Al despedirnos, él me dijo: "¿Quiere una de mis ovejas?".

          Pero no podíamos llevar también una oveja con nosotros al lugar donde vamos, y le respondí: "Mucho le agradezco, señor, su ofrecimiento, pero he aquí a María, mi mujer, que pronto tendrá un hijo, y piénsela cuidando a un tiempo a su niño y al asno y a la oveja". Y él sin desmayar en su empeño por retribuirme el regalo, respondió: "Entonces les daré un pedazo de queso y un pan". Queso de oveja y pan de pastor, ¿quieres?

        En ese instante el asno tropezó un pedrusco  y María estuvo a punto de caer. José alzó el bordón para castigar al animal, pero María -plumón de brisa, rama de rocío- le había mirado y el hombre apagó su ira y solo fustigó con palabras:

        - ¡Vamos, burrito, vamos!.

        Adelante, bajo la claridad lunar, emergían las primeras casuchas del pueblo.

        Y por todas las callejas deambuló José en busca de albergue. Y en todos los sitios le negaron posada. Y sucedió que en la casa del viejo Tobías, había festejos por la boda de su hija. Y cuando llegó José y suplicó cobijo, el viejo se enterneció y ofreció a los forasteros la parte trasera de la casa. Y era aquel lugar donde amontonaban los toneles inútiles, las sillas rotas y el pienso de las bestias. Y en el pesebre nació el niño. Y el niño se llamó Jesús.

        Era ya neblina de madrugada cuando uno de los invitados  salió al patio y oyó el llanto del niño. Y llevó la nueva a los que festejaban. Y todos desfilaron ante el niño. Y todos preguntaban su nombre. Y hubo una mujer que obsequió a María con un racimo de uvas y otra que trajo carne de cabra asada para José. Y cuando todos regresaron a la fiesta y María quiso dormir, llegaron tres hombres: rubio uno; moreno el otro y negro el tercero.

        Y dijo el negro:

        - Toma, para tu niño.

        Y dio a María un pomo de ungüentos olorosos.

        Y dijo el moreno:

        - Toma, para tu niño.

        Y dio a María un pájaro de siete colores.

        Y entonces el blanco llamó aparte a José y le dijo:

        - Tú vienes de un pueblo lejano. Yo voy hacia un pueblo lejano.

          Tú no posees ni una mísera pieza de plata para dar lecho limpio a tu mujer. Yo te daré oro.

        - ¿Oro? -balbuceó José-. ¿Me darás oro?

        - Sí. Te daré oro reluciente. Oro que nunca has tocado  con tus manos.

        José miraba al blanco -los ojos de añil, el cabello amarillo, el pecho de gladiador-.

        - ¿En verdad me darás oro? -preguntó de nuevo-.

        - Ya lo has oído.

        Jesús, el niño, lloraba junto a la lumbre del amanecer.

El hombre blanco sonreía en la bruma. José preguntó, una vez más:

        - Y... ¿a cambio de qué me darás tu oro?

        La sonrisa del blanco llenaba toda su faz.

        - He dicho que voy hacia un pueblo lejano. He caminado durante días. Mis pies ya no resisten. Yo te doy mi oro y tú me das tu asno...

        En los brazos de María goteaba el llanto del niño. "Es el frío del amanecer" -pensó José. El hombre blanco se impacientaba. José miró a María -gacela de ámbar, tamborín de miel- y dijo de repente:

        - Trato hecho.

        - Toma tu oro.

        La pieza brillaba en sus manos como un pequeño sol. Y en una de sus caras había un ave con el cuello torcido. Y José observó: "Es un ave de presa".

        El blanco montó sobre el asno y los otros le siguieron. Sobre el pesebre correteaba el alba.

      Una semana después, José Calcurián y María Cumare llegaron a Cabimas. Y era Cabimas lugar donde reuníanse mercaderes de extrañas latitudes. Y uno de ellos, un sirio jorobado, trocó el dólar de oro por monedas de plata. Y, en las manos de José y de María, eran las piezas como pequeñas lunas, donde un potrillo blanco corría sin descansar. Y entraron en la tienda de un mercader árabe y compraron a Jesús un venado de estambre y cuatro camisitas de seda artificial…

 

REFERENCIAS

         Guaramato, O.  (1989). Cuentos en Tono Menor.  Caracas: Monte Ávila Latinoamericana C.A.

                 Jiménez Turco, M. (2007). Las “pocas salvedades” de Óscar Guaramato. Revista de Investigaciones Literarias;  1(15) 58-59.  Recuperado desde: http://saber.ucv.ve/ojs/index.php/rev_il/article/view/3897/3727

         Liscano, J. (1973) Panorama de la Literatura Venezolana actual. Caracas: Publicaciones Españolas, S.A.

                 Maggi, M. (1985). Nuestros cuentos de Navidad. Antología de cuentos navideños venezolanos. Caracas: Editorial Binev C.A.


lunes, 19 de noviembre de 2018

Cuentos Venezolanos de Navidad (17) El Morrocoy y El Ratón (Carlos Reyes)

Niño llanero comiendo uva de playa. 
Imagen en el archivo de Elkin Cardozo.



El MORROCOY Y EL RATÓN
El morrocoy y el ratón eran amigos desde los tiempos del internado sancarleño. Al morrocoy también lo llamaban "el morroco", o el "care' tragedia", o simplemente, "tragedia", porque siempre andaba con la cara seria.
En cambio. el ratón era un roedor de cola larga. ¡Rabo!, querrás decir. "Ratón de muelle", así lo apodaban. No se incomodaba cuando amigos y conocidos le gritaban, desde la acera opuesta: "¡Hola, ratón de muelle!" Y mire que era gracioso escuchar aquello: "¡Allá va el ratón de muelle!", ¡mira, va con el morroco, el care' tragedia!, ¿a dónde irán?
Estábamos en navidad, la gente estaba alegre y el ambiente también. El morrocoy y el ratón caminaban por las calles animadas del pueblo. No sé cómo, pero hicieron amistad con un muchacho de estos de una asociación de exploradores, parecido a los de "siempre listos", o boys scouts. El muchacho andaba uniformado, un verdadero rover scout. El muchacho era delgado, estatura regular, piel morena y buen conversador.
El explorador se integró al grupo y el trío siguió caminando por las calles del pueblo. El muchacho uniformado llevaba un lorito en su hombro izquierdo. Por donde pasaban los miraban con curiosidad. El ratón correteaba alrededor de los amigos; el morrocoy caminando, lento y aparatoso. El ratón y el explorador tenían varias veces que detener la marcha para esperarlo.
Aquello era todo un espectáculo ver al morrocoy, carapacho oscilante, cabeza de culebrón, paticas de tequeteque y con un cuerpo de tablitas sobre tablitas, sobre tablitas tablón, que se movía como una oruga militar.
En verdad que era un grupo muy heterogéneo; el ratón, color gris, diminuto, nariz con pelos parados, orejas alargadas y levantadas: humeante el hociquito, ojos negros, vivaces, atentos; cabe-cita que se mueve nerviosamente; roedor escurridizo.
Por su parte, el muchacho explorador: postura erguida, parada militar, ¡porque realmente se sentía un cadete!, hablando sin parar, cuadrándose militarmente para saludar a un oficial del ejército, porque esto y que lo impone el reglamento de no sé qué disciplina castrense.
En cambio, el morrocoy, con el cuello arrugado que parece una toalla mal puesta; patas cortas que casi arrastra; cara de vieja, que parece sudar.
Pero, al fin y al cabo, caminando por la ciudad, ganada por la alegría navideña, ¡y las hallacas!, y el pan de jamón, el dulce de lechosa, las nueces, las avellanas, el turrón, el panetón, los licores. ¡Y qué me dices de las gaitas!, ¡y los aguinaldos!, ¡y las parrandas' que ya no escuchamos, porque se fueron; y los villancicos, que no se escuchar»; y los pesebres, que son escasos ahora; y los arbolitos de navidad cuyas luces intermitentes dejan ver, en la noche, sus mágicos calores; y las casitas de cartón con sus farolitos amarillos, cerca de las cascadas de papel aluminio, y en el centro del nacimiento, el Niño Jesús, San José y la Virgen María; la mula y el buey, rodeados por cerritos verdecitos y lomas marrón, mientras la luna asoma su plateado brillo en el cielo insondable.
Entonces, si estamos en navidad ¿por qué no decir con alegría? "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", mientras vemos la hilera de luceros que señalan el camino por donde arribarán los Reyes Magos, guiados también, por la estrella mayor.
Nuestros amigos, ahora, se encuentran en una casa; allí, les brindan chicha andina, dulce de lechosa y les ponen una suculenta hallaca navideña. En la reunión familiar que hubo, conocieron a un joven que vivía en Caracas. Era delgado, pero delgadísimo, de baja estatura y buen conversador. Pero, sobre todo, muy chistoso.
Con la familia hablaron bastante, degustando la chicha, el dulce, y... sobre todo... ¡la hallaca! Bueno, de más está decir que el muchacho de la capital también se integró al grupo, así que ya eran cuatro los aventureros en la noche navideña.
El joven de la capital contó el chiste más gafo de cuantos habían oído. Refiérese así: "¡Pobrecito!, le habló un hombre al gusanito; después le preguntó: ¿Tiene frío?, y éste contesto: ¡Sí, mucho frío! Y el hombre, que tenía el gusanito entre sus dedos, le dijo, con suma ternura: ¡Muérase, pues! y lo entripó".
Chiste malo y cruel, pero los presentes se reían a mandíbula batiente; era navidad, había que festejar de alguna manera, ¡reírse!, ¡alegrarse!; y qué se puede esperar de muchachos traviesos...
Se morían de la risa con los chistes balurdos, pero siguieron, a minando, conversando, deteniéndose en las esquinas iluminabas, mientras el viento helado de la noche les enfriaba las narices.  ¡La noche de las narices frías!
¡Y dieron las doce!; hora de tomar el aguacola, el ponchecrema, el miche, hora de beber la cerveza helada; campanear el whisky, el vino, el ron y el brandy, ¿y por qué no? El cocuy y la caña clara. Hora de alegrarse de veras porque ya es navidad; ¡ha nacido el niño de Belén!
El grupo se dispersó, cada uno se fue a su respectiva casa, a la mesa familiar; ¡fíjate en el pavo relleno!, y qué me dices del jamón de pierna, y el pernil y el estofado: ¡feliz navidad!
Días después de la navidad, en el mundo cristiano se celebra la llegada del nuevo año; entonces, comemos las uvas del tiempo, un racimo de doce uvas sostenemos en la mano que vamos masticando, lentamente...Y el joven de la capital y la cena servida, que en la festividad de año nuevo congrega a la familia en la intimidad; y la ensalada de gallina y el pan de banquete; y el turrón y el panetón.
Y mamá ratona, y papá ratón, y los ratoncitos; un pedazote de queso, porque si hay ratón hay queso; "amigo, el ratón del queso"; y si hay queso, merodea un ratón. Y, ¿qué es lo que queda después del año nuevo: ¡el ratón!
Y mamá morrocoya, y papá morrocoy; y los hijos, los morrocoyitos. La mesa está servida, hay cambures y mangos. Si hay cambures uno puede encontrar una cabeza de culebrón.
Y el muchacho explorador, y mamá exploradora, y papá explorador; y los hijitos, futuros exploradores; y la mesa está servida: el pernil, la hallaca, los callos a la madrileña, la paella a la valenciana y el antipasto.
Se encienden las estrellitas, explotan los triquitraques, rampán los buscapiés, atronan los tumba-ranchos, aturden los matasuegras, los recamarones revientan los tímpanos y los cohetes iluminan el cielo, ¡jiji!, ¡así celebramos la entrada del año en Venezuela.
La música hilvana un ambiente de baile; la radio, los reproductores, la televisión alegran la noche del año nuevo. ¡A mover el esqueleto!, ¡todo el mundo a bailar, caballero! Y dan las doce campanadas, y desde La Planicie, dan los cañonazos; ¡dije cañonazos!, por si acaso no pronuncie esta palabra cuando esté borracho, por favor.
Todos nos abrazamos fraternalmente, sentimos —como lo dijo el poeta Andrés Eloy Blanco— que somos hormigas de la misma cueva. Hay alegría, gracias Padre, gracias Dios mío, ¡hoy comienza un nuevo año! ¡Feliz Año!
Hemos tomado, bailado, comido, pero la madrugada nos vence, cerramos los ojos. Duerme el muchacho explorador, lo mismo hace el joven de la capital; duerme el morrocoy, también lo hace el ratón. Todos duermen, menos yo, que escribo este relato. Y es que la noche es de amor. El amanecer traerá burbujas de colores, que nos han sostenido en el más dulce de los sueños.
Amanece, el sol levanta sus rayos luminosos y las horas avanzan con el matiz del tiempo. Las calles lucen desiertas, puertas ventanas están cerradas, se diría que ya no hay vida; pero sí la hay también, cansancio, sueño, dejadez.
Cuatro días después de la gran fiesta, el joven de la capital y el muchacho explorador se encuentran con el morrocoy y el ratón de muelle en la Plaza Bolívar, aquéllos deben partir, reportarse a sus sitios de trabajo. Se despiden de sus amigos, el culebrón y el roedor, volverán a verse en la próxima navidad.
La amistad, el tiempo, la alegría, la noche, en verdad, ¿qué son? Solo el morrocoy y el ratón permanecen pegados a la tierra.

viernes, 9 de noviembre de 2018

DÉCIMAS A LAS MADRES Versos llaneros y audio musical para iniciar la navidad

Madre llanera en el estudio de FotoLlano



DÉCIMAS   A LAS MADRES (Ostacio Ramón Ochoa)

                       I

Por mi madre debo ver

mientras Dios me de vida

la tendré bien asentida

obediente debo de  ser

si yo no pago este bien

seré castigado de Dios

nunca le pagué a mi madre

la crianza y el ser que me dio

que entre su vientre metido

nueve meses me cargó.

 

                 II

Tres años me estuvo criando

en sus brazos y en su pecho

pasando este tormento

desde que me concibió

cuando se sentó a morir

para que yo saliera a la luz

rogándole al buen Jesús

por su vida y por la mía

que ruego no haría

esto considero yo.

 

                         III

La obligación de mi padre

yo la considero igual

para un hijo razonar

que todas estas cuentas sabe

esto lo dice quién sabe

si es mentira o es verdad

y aunque le sirva de más

mucho le pago a mi madre

 

                    IV

Me conviene  desplicar

el  explotar  de una mina

porque allí se determina

hacer primero un altar

hacerlo que quede igual

como me lo verán todos

para la Virgen María

voy a hacer un templo de oro

como el de Jerusalén

hacerlo y que quede igual.

 

JESÚS, MARÍA Y JOSÉ (Carlos Rafael Hurtado)

                      I

En Dios y María Santísima

tengo yo mi santa fe

que Jesús, María y José

son padres poderosísimos

están en el cielo altísimo

por su santa providencia

y adoro en la excelencia

de tanta jerarquía

oigan que con alegría

saludo con reverencia.

 

                 II

Adoro las tres personas

la segunda que me eligió

María que prodigió

de las tres divinas coronas

al lado de las tres personas

me encomiendo a Jesús

que es una brillante luz

que en el cielo resplandece

creo en Dios y la grandeza

y la Santísima Cruz.

 

                      III

Tres personas en unidad

cargo en mi divina estampa

padre, hijo y Espíritu Santo

Santísima Trinidad

que un solo padre será

un solo Dios verdadero

que apareció en el madero

para podernos salvar

creo en la insigne señal

árbol mayor de los cielos.

 

                  IV

El albañil que los hizo

un hijo de nuestro señor

por dentro pintó la gloria

y por fuera el Paraíso

pintó todo cuanto quiso

con su infinito poder

flores ha  de recoger

de las que están más regadas

que queden pronosticadas

Santas de Jerusalén.


Poemas de Cruz Antonio Torres

Saludo, Reina del Altar

Virgen y Madre de Dios,

Que me de muy fina voz,

Garganta para cantar;

Aquí debemos esperar,

La fuerza omnipotente,

Que se ve tan claramente,

A los pies del lindo Altar,

Lo vamos a celebrar,

En este Altar Reverente.

 

Yo saludo a los señores,

Todos los Santos Benditos;

En compañía de Jesucristo,

Es María la auxiliadora,

Con ramilletes de flores,

Con que adornan a un Altar,

Que yo pudiera explicarme,

Con mi lengua y corazón,

Con la fe y la devoción,

Con que entré a saludar.

 

Entre varias luces bellas,

Como relucientes aurora,

Creó Dios a nuestra señora,

En un paraíso de estrellas.

Se vio tanta pureza en Ella,

Con tata soberanía

Ángeles y Jerarquía,

Luego con razón refiero,

Y con La Reina del Cielo,

Cuatro son las tres Marías.

 

Hoy se celebra en la iglesia,

Los sacramentos divinos,

De aquél Señor Peregrino,

Que vació de María Bella,

Resplandecen las estrellas,

La reina más principal,

Como se pudo mirar

Con anhelo de eficiencia,

María llena de gracia,

Sin pecado original.


Nota: Estos poemas se tomaron del texto Antología de la décima popular en el estado Cojedes (Compilación de Isaías Medina López, 2007), publicado por la UNELLEZ, en la ciudad de San Carlos. Disfrute del audio musical del Grupo Macanilla de Cojedes en el siguiente enlace: 

https://www.youtube.com/watch?v=W-PWd4LPMjE