Siglos de vivencias y poderes de ficción se evidencian en los mitos indígenas
Competencia indígena de tiro con arco (archivo de la ETAI Pemón Samarayi)
HUEHANNA
Los makiritare han incorporado a su mitología la eterna
lucha entre su deidad dispensadora de vida y de bienes, que ellos llaman
Wanadi, y otro dios poderoso, igualmente creador, pero agente de la destrucción
y la desgracia: Odo’sha. Tanto la mitología india como la dialéctica
engeliana ponen de relieve lo temporáneo, lo perecedero, y no dejan en pie más que el proceso
ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior (que los mayas también revertían en la significación de sus katunes,
convirtiendo el transcurrir del mundo en eterno retorno). Tal vez por ello el mito transcrito concluye con la tesis
del sueño o la esperanza: la maldad habrá de cesar y Odo’sha perecerá. Entonces
una gente buena y sabia advendrá en un tiempo distinto, para que un nuevo
proceso dialéctico recomience:
“El Wanadi que nunca
sale de Kahuña quiso saber qué sucedía en la tierra. Quería que viviera gente
buena allí.
Entonces mandó un
segundo Wanadi, un damodede llamado Nadei’-umadi.
Él sabía que a causa de Odo’sha la gente se moría, se
enfermaba. Pero que la muerte no era verdad, era engaño de Odo’sha. Y quiso dar
una muestra de su poder para que supiéramos que la muerte no era verdadera. Se
sentó, puso los codos en sus rodillas, su cabeza en la mano. Se quedó quieto,
pensando, soñando, soñando.
Soñó que nacía una mujer. Era su madre, se llamaba
Kumariawa. Así fue. Aquel hombre poderoso pensaba, fumaba, tranquilo, soplaba
humo de kawai, soñaba con la madre Kumariawa. Así nació ella. Él mismo hizo su
madre. Así cuentan. Le dio vida soñando, con humo de su tabaco, con el canto de
su maraka, cantando nada más.
Ahora Kumariawa se puso de pie. Ahora Wanadi pensó: ‘Vas a
morir’. Así Wanadi mató a su madre. Ella nació derecha, grande como mujer, no
nació como niña. Luego murió, cuando él soñó la muerte, tocando maraka, cantando.
No fue Odo’sha quien la mató sino él mismo. Tenía mucho poder cuando pensaba.
Cuando pensó: ‘Vida’, nació Kumariawa. Cuando pensó: ‘Muerte’, ella murió.
Wanadi lo hizo como señal de su poder, de su sabiduría. Sabía que eso no era
verdad. La muerte era un engaño.
El nuevo Wanadi tenía Huehanna. La trajo de Kahuña para
hacer hombres. El quería gente nueva para la tierra, que naciera bastante
gente. Era como una gran bola, grande, hueca, con concha gruesa, dura, como de
piedra. Se llamaba Huehanna. Adentro de Huehanna se oían ruidos, palabras,
cantos, risas, gritos. Mucha gente hablaba allí adentro. Allí estaba la gente
no nacida todavía, toda la gente de Wanadi, traída del cielo, alegre, cantando,
bailando.
Wanadi quería que se abriera Huehanna en la tierra y que
saliera aquí su gente buena, sabia. ‘Morirán –pensó- porque Odo’sha está aquí.
El no quiere que haya gente buena. Los va a enfermar, a matar, cuando salgan.
Luego yo les daré vida, otra vez
nacerán, no morirán’.
Wanadi mató a Kumariawa como un ejemplo. Lo hizo para
hacerla nueva otra vez. Quería mostrar su poder a Odo’sha. Él era el dueño de
la vida, sus hombres no pueden morir. ‘Ha muerto-pensó cuando murió su madre.
Luego otra vez muere, otra vez vivirá. Asimismo van a nacer mis hombres de
Huehanna, luego morirán a causa de Odo’sha; luego vivirán, por mi poder’.
Wanadi llamó a Kudewa y le pidió ayuda para enterrar a
Kumariawa. Fue el primer entierro. Después se fue a cazar. ‘Me voy –dijo a Kudewa -, Kumariawa va a retoñar en la tierra. Cuando salga, será la señal para
que los hombres salgan de Huehanna’.
Wanadi olvidó su chákara. Allí guardaba su poder, su tabaco,
su maraka. También guardaba la noche. En aquel tiempo no conocían la noche.
Sólo luz había en la tierra, como en el cielo. Todo era un solo mundo. Cuando
Wanadi se fatigaba y abría la chákara, metía allí la cabeza y se dormía. Allí
estaba el sueño escondido, la noche. Allí dormía. Cuando despertaba, cerraba
otra vez la chákara, aprisionaba la noche adentro.
Wanadi había encomendado Iarákuru, su sobrino, no tocar la
chákara y vigilar a Huehanna. ‘No toque nunca la chákara. Es mi poder.
¡Cuídalo! ¡No abras! Si lo haces, saldrá la noche’. Kudewa quedó como guardián
de Kumariawa. Kudewa miraba la tierra para avisar cuando moviera y retoñara
Kumariawa. ‘Llámame enseguida, grita y
volveré’, le había dicho Wanadi.
Cuando la tierra se movió, Wanadi estaba lejos. Kudewa vio
salir la mano, el brazo de Kumariawa. La tierra se abría. Entonces Kudewa se
convirtió en loro y gritó, gritó, para avisar. Cuando Wanadi lo oyó se vino
corriendo, corriendo, a ver cómo brotaba nueva su madre, cómo reventada
Huehanna.
Pero mientras corría, vino la noche. Todo quedó a oscuras,
de golpe. Toda la tierra se apagó, de golpe, y Wanadi corrió en la noche. ‘Han
abierto la chákara-pensó. Iarákuru lo ha hecho’. Así era, Iarákuru tenía
curiosidad. Era Odo’sha quien en sueño le había ordenado abrirla.
Así vino lo oscuro a nuestro mundo por culpa de Iarákuru.
Antes no existía. Así dicen.
Cuando brotó, él quedo como ciego. Se asustó, corrió en la
tiniebla, no como hombre, sino como mono blando. Así quedó. Cambiado por
castigo. Él es el abuelo de todos los Iarákuru, los monos blancos que existen
ahora.
Cuando Iarákuru abrió la chákara y vino la noche, Odo’sha,
que lo había ordenado con su poder, se alegró. ‘Anocheció ahora –dijo-, la
noche es mía’. Nadie vivirá. Soy yo, dueño de la tierra.
Tenía él su propia gente. Ellos podían ver, moverse en la
sombras, en la oscuridad. La gente de Wanadi no podía ver nada, ni hacer nada.
Solo tenía miedo.
Odo’sha envió a Ududi, un
enano velludo, para mirar la sepultura de Kumariawa. Ududi dijo: ‘¡Viene
saliendo!’ Odo’sha lo oyó, lo puso, orinó en una totuma, se la dio a Makako,
lo mandó a la tumba de la mujer. Makako
parecía un lagartijo. Kumariawa abría la Tierra, se levantaba otra vez. El
lagartijo bañó con orina a la mujer. La orina de Odo’sha era hirviente como la
candela, como veneno. Quemó el cuerpo. La carne se tostó, los huevos cayeron,
el loro dejó de gritar, la Tierra se cerró. ‘Esta hecho’, dijo Makako cuando
volvió a Odo’sha.
Cuando llego Wanadi halló noche, cenizas, carbón, el mono
huido, el loro mudo, la chákara abierta. ‘Ya no puedo nada-pensó-. No hay
carne, cuerpo, no volverá la vida. No hay luz, la Tierra ya no es mía. Ahora
los hombres morirán’.
Buscó a Huehanna. Allí estaba todavía. Adentro hablaban,
gritaban, gritaban los hombres no nacidos, asustados. Cuando quemó a la mujer,
Odo’sha cayó a palo, para romperla, a Huehanna era dura, con concha gruesa,
como piedra. No puedo romperla.
Wanadi recogió a Huehanna. Cuando la recogió oyó adentro las
voces. Se puso triste: ‘tienen ahora que esperar –pensó, los voy a esconder’.
Se fue a la montaña Waruma hidi. Allí la escondió.
Y allí está esperando, tranquila, desde el principio del
mundo aguardando la muerte de Odo’sha para abrirse.
Allá en Waruma hidi aguarda la muerte de Odo’sha, dueño no
eterno de este mundo. Odo’sha morirá cuando la maldad se acabe y Wanadi
volverá a la montaña para hacer nacer a la gente buena y sabia que no pudo
nacer al principio. Les tocará su tiempo a los hombres de Wanadi”.
Nota: Textos transcritos de: Costado Indio de Gustavo Pereira, publicado por la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 2001)
3 comentarios:
¡Como siempre, "excelente artículo"!
Los mitos indígenas siempre dejan algo que decir, pues bien en casi todos ellos se refleja el bien y el mal o ya sea también un caos total, donde mas que todo hay un héroe un personaje de admiración y este no es la excepción.
Gracias por el texto profesor. La frase que más me gustó de este relato es “La muerte era un engaño”. Aquí podemos encontrarnos con dos dioses que representan al bien y al mal, que están en una eterna lucha en la que los principales afectados son los seres humanos. Los nombres de los indígenas presentes son algo complejo de recordar, pero que están relacionados con la historia. También me gustó porque habla sobre la creación, la muerte y ya se puede entender porque en la introducción se dice “eterno retorno”. De nuevo, gracias por esta entrega.
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