Los cuenteros del Llano sacan provecho de los relatos testimoniales
(archivo de Maritza Torres)
BIGOTES DE TIGRE. AGUAS SERENITAS
Reescribiendo a Sinforoso Rivero
Una vez Genaro Pumás, me dijo, sin que en su cara se apareciera la decencia, el bigote de tigre es más fuerte que el acero. Un cajón de jierro es una mota de algodón pa lo pesao de los pelos vergatarios de esas fieras. Me acuerdo de un día que estaba yo cazando, por los laos de Dos Cerritos, y precisamente en uno de los cerritos estaba una maraca e tigre. Era un animal tan bonito que me dio lástima tirarlo. Bicho como ese, gordo y pintao hasta no más, creo que por las montañas de El Barbasco no se ha visto más nunca. Yo digo que hay tigres que se parecen a esos hombres que son pretenciosos y faramalleros. Lo digo porque ese tigre se acariciaba el bigote con las patas, como si fueran las manos de una persona. Se los templaba, Dios me salve, como dicen que se los jalaba el difunto General Gómez. Yo escuché decir que los bigotes de Gómez están en el Panteón Nacional, no me crea; pero debe ser verdad porque en ese lugar y que guardan hasta los uniformes de mi General. Sigo con la historia. Mirá Almario, esos pelos parecían dos lingotes de oro. La gente cree que el tigre tiene el bigote separao, no señor, el bigote e tigre es como una mata e cambur. Es una sola hebra, yo no sé cómo se teje esa bicha, se da un parecío a un embudo, la punta es delgaitica y cerca del jocico es gruesota. Lo cierto es que a mí se me cruzó una idea loca por la cabeza. Quitarle los bigotes al tigre de un solo plomazo. Dicho y hecho. Me acomodé la escopeta en el hombro y me le dormí. Le disparé a no pegarle al tigre, solo arrancarle los bigotes. Yo esa tarde chico, tenía el pulso serenito. Y sonó ese matracazo. Cuando la jumará se fue, vino lo bueno del cuento. Mirá, la bala le dejó la trompa rojita y el bigote cayó lejos. El tigre pegó un berrío que estremeció la montaña y se perdió de vista. Me acerqué hasta el cerro y me llevé una mandilata e sorpresa. El bigote estaba completico, pero como a unos 30 metros debajo de la tierra. Sí chico, la punta se fue metiendo en el terronal, como que si la empujaran. Y yo dije, no crea que la voy a dejar aquí. La amarré con un piazo e soga y me la traje parriba. Y en el güeco que dejó, yo creo que cabía una casa. Bueno, me llevé esos mostachos de tigre pal rancho y sin decirte una pizca e mentira, por donde yo pasaba, la gente lo que se le veía era la carrera. Salían barajustaos. Y te digo que varios pusieran la tierra amarillita. Yo creo que el bigote e tigre jiede al mismísimo tigre. Y otra cosa, Almario, el olor a tigre cuesta pa quitase. Yo duré más de un mes con esa jediondera. Mire, lo último que le cuento, es que esos bigotes se fueron secando y secando y entonces los agarré y me jice una canoa. Chico y esa embarcación mía no me la atajan ni bejucos. Esa se va serenita por las aguas. Y no se junde ni que el río tenga crecientes. Por eso yo siempre digo, a mí sí que me han pasao lavativas asombrosas, que ya la gente ni me las cree.
ESTE SEÑOR NO TIENE CORAZÓN.
MEDICATURA DE LAGUNITAS
Reescribiendo a Sinforoso Rivero
Yo estaba seguro de que en la medicatura de Lagunitas no me iban a curar la enfermedad que tenía. No es que estos doctores no sepan, sino que hasta yo mismo cargaba un miedo con lo que me pasaba. Bueno, sin embrago, llegué un día hasta la medicatura y me metieron en un cuarto y las enfermeras corrían pa todos laos. El doctor me tocaba con un aparato. De repente agarró una carpeta, la metió en un maletín y llamó al chofer. Traiga la ambulancia a este paciente hay que llevarlo para San Carlos, pero es ya. No tuve ni tiempo de avisarle a mi familia. Con la buena de Dios y todos los santos llegamos a San Carlos. Me volvieron a meter en otro cuarto. Ahí no se veía nada de nada. Me quitaron la ropita. Primera vez que yo siento un viento tan frío. Era como si estuviera en las barrancas del Cojedes y en la madrugaíta. Hacía frío de verdad. Al ratico llegaron un puño e doctores. Uno dijo: Éste es el señor que no tiene corazón. Los médicos se asombraron. Pasaba uno tras otro y decían: es verdad, no tiene corazón. Y yo callaíto. Me vapuleaban parriba y pabajo, y yo callaíto. Hasta que llegó una doctora bien bonita y me dijo: ¡hola viejito! ¿Cómo estás? ¿Y dónde estará ese corazoncito? Me preguntó que cuál había sido mi trabajo desde niño. Le dije que muchos, pero que era zambullidor, trabajaba siempre haciendo tapas en los ríos. Que yo sabía cómo eran todas las corrientes de las aguas de El Barbasco. Que me aplastaba, como un tongo, en las barrancas amarillas de Caño de Agua y era como si nada. Que me conocía a Camoruco como la palma de mi mano. Que en Lagunitas nadie duraba más tiempo zambullío que mi persona. Yo le hablaba y ella me pasaba un aparatico por el pecho, las costillas, la cirunta, la boca el estómago, el cuadril y cuando llegó a la vejiga comenzó ese bicho a latir. Les digo que el corazón parecía un caballo en medio de una sabana. Quería correr pa todas partes. La doctora comenzó a reírse. Le dije: ¿verdad que mi corazón es como una pepa e merey? Vi cuando meneó la cara, diciendo que sí. Después me indicó: se va para la casa y me abandona eso de las tapas. Yo no le hice ni caso. Yo seguí con mis tapas y mis ríos. No sé si el corazón ha seguío bajando y bajando. Tal vez esté porai metío en el talón o en una batata. Total, yo ya ni voy pa las medicaturas. No me crean, pero desde ese día, cuando mi corazón salta como caballo enjaranao, me acuerdo mucho de lo bonita que era esa doctora.
EL TIGRE PALOMETERO DE CAMORUCO.
CARIBE LOMO NEGREAO
Reescribiendo a Sinforoso
Rivero
Ese día el río estaba con el marrón clarito de
septiembre. Una sombra extraña andaba sobre las aguas. Yo conozco ese río y
cuando Camoruco está así, es mejor que busque un saco porque habrá cosecha; hay
que aprovecharlo, pues los pescaos quieren como salirse solitos pafuera. Me fui pa mi pesquero de
palometas. Les digo que así es
como siempre me ha gustao Comoruco. Hay días en que no se consigue ni una
pecha, es cierto; pero es el río más bueno de Lagunitas. Les digo que ese
color marrón es como si viniera un tropel de pescaos. Miren, al tirar el
anzuelo, agárrese duro, porque el templón es bueno. Lo cierto es que ese día
llegué al pesquero, me acomodé y lancé
unos manotazos de maíz. Al ratico traía la primera palometa, lanzo de nuevo y
otra más. Yo sacabas las bichas y las tiraba pa la barranca. Cuando calculé que
tenía unas 10 más o menos, recojo todo y
dije me voy. Subo la barranca y no
podía creer lo que vi. No había una sola palometa. Apenas, entre las hojas
secas y los bejucos, estaban 15 cabezas
esguanñangaítas. No había terminao de pasar el susto, cuando miro, como
a unos 20 metros, en la costilla de un taparón, a un mamotreto e tigre
comiéndose la última palometica. Se la pasaba lentamente entre la boca. Era
como cuando uno pasa un piazo e caña por un trapiche. Parecía un mismo
perro devorándose una lapa. Así como lo oyen, todas las bichitas que saqué, el
tigre se las había comío. El animal me miraba como dándome las gracias por la
jartá que le estaba dando. Yo creo que me decía: lánceme la otra. Y yo pensé.
Ajá, vamos a ver, tigre jambroso, si te
va a gustá la próxima. Agarré una de las
20 cabezas ensangrentadas y me busqué en la marusa un anzuelo caribero, de esos
que jago yo, con un jeme de alambre liso en la punta. Me voy agachíto y lo tiro
a la corriente. ¡Caramba! Y no me fallo
Dios. Me ajiló un tremendo caribe pecho rojo y lomo negreao. Lo agarré por la
cola y se lo tiré pallá. Miren, yo no había escuchao un berrío tan feo. El
tigre pasó volando por encima del pesquero y calló lejos, en las ramas de un samán.
Como me pasó por encima de la cabeza,
pude verle al caribe pegao en la trompa. Seguramente cuando el tigre se lo fue
a comer, el caribe fue más vivo y se le pegó del jocico. Lo cierto es que ese
animalón se fue rejendiendo monte con esa grizapa. Yo creo que ese tigre
se murió, pues dicen que cuando el
caribe aprieta, no afloja más nunca.
LOS PAPERUDOS. GALERAS DEL PAO
Yo siempre
le decía a Genaro Pumás que un día cualquiera iba agarrá un caballo y me
iba a perder de El Barbasco hasta meterme en las oscuridades de las Galeras del
Pao. En el pueblo se contaba que en esos arrabales pagüeños la oscurana era tan
fea que a los hombres más vergatarios se les enfriaba el guarapo. No me están preguntando, pero en Lagunitas no
le tenemos miedo a ningún camino y mucho menos a las tinieblas, a la oscuridad,
pues. Bueno, un día llegó ese día. Ensillé la bestia y me fui. Quería llegar a
la cima y ver todo desde allá arriba. Duré tres días rejendiendo monte; pero
cuando menos lo imaginaba estaba en los copitos de la montaña. Iba de lo más
feliz cuando de repente el caballo se paró en seco. Era como si el animal
hubiera visto al maligno o una figura
del más allá. Le aprieto los talones y nada. Me bajé, caminé unos pasos y
cuando volteo patrás no había caballo ni nada. Menos mal que me había quedao
con la marusa y la peinilla. Digo a caminar y a caminar. No les había dicho,
pero iba notando que los árboles se estaban volviendo la noche misma. Cuando
voy de lo más tranquilo, caigo como en una cueva gigantesca. Comencé a rodar
pabajo y pabajo. Miren cuando tenía como una semana bajando por esos bejucales,
vi que se venía apareciendo el sol. Si amigos, llegué a una claridad. Era un
pueblo que yo nunca había mirao. Eran unas personas extrañas. No tenían
garganta sino unas mamburrias de paperas. Les digo que pasó una muchacha como
pa un matrimonio, pero las paperas le llegaban a la cintura. Cabello y paperas
eran una sola cosa. Los viejitos tenían las paperas arrugaítas. Bueno, como
tenía sed, me acerqué a un rancho y cuando una mujer me vio, casi sale
corriendo. Le dijo a los niñitos: Miren ese ejemplo, a este hombre lo castigó
Dios, por no hacer caso, lo dejó sin paperas. Los muchachitos lloraban y le
decían a la mamá: ahora sí que te vamos hacer caso mamaíta. No queremos que
Dios nos quite nuestras paperitas. Yo sabía que no estaba en un lugar bueno,
como quien dicen, de este mundo. Salí
corriendo y me lancé en la corriente de una madrevieja y me fui. Las aguas se
fueron haciendo más profundas y más profundas que me hundí y cuando saqué la
cabeza estaba en medio de la Represa del Pao. Agarré la orilla y saben quién me
estaba esperando en la barranca, el pobre caballo mío. Me monté y me vine
derechito pa El Barbasco. Yo que iba llegando al pueblo y me consigo a Genaro
Pumás y ya le iba a contar lo que habían vistos mis ojos, cuando me dice: épale
Almario y qué te pasó en la garganta que te vienen naciendo como unas
paperas.
Textos tomados del libro: 100 CACHOS:
ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA
ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección y notas de Isaías Medina López; 2013)
Publicado por la UNELLEZ-VIPI, en San
Carlos, Cojedes, Venezuela.
Estos cuentos están disponibles en la versión
electrónica del libro: Escenas
Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas
Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes, 2017-
No hay comentarios:
Publicar un comentario