Los mitos son de particular interés para los niños de los pueblos originarios
TAMBIÉN mandé al capitán Whiddom, a W. Connocke y a unos ocho arcabuceros a ver si encontraban algún mineral a las orillas de ríos.
Una vez alcanzadas las cimas de las
primeras colinas que se elevan a la llanura que bordeaba al río, contemplamos
aquellas asombrosas brechas por donde corrían el Caroní desde allí pudimos ver
como el río se dividía en tres brazos en una longitud de más de 20 millas; y
aparecieron antes nuestras vista unas 10 o 12 cataratas escalonadas unas detrás
de otras y cada una tan alta como la torre de una iglesia sus aguas caían con
tal furia que su salpicaduras cubrían todo el parajes de una fina lluvia que al
principio nos pareció una inmensa humarera que subía desde algún pueblo grande.
Por mi gusto, siendo como soy tan mal
caminante, hubiéramos al barco; pero los demás sentían tantas ganas de
acercarse al lugar donde se producía los extraños truenos del agua que
convencieron poco a poco; y así llegamos al valle siguiente, donde lo pudimos
ver mejor. Nunca he contemplado un paisaje más hermoso ni vista más alegres:
colinas que se levantaban aquí y allá sobre el valle, el ruido serpenteado en
diversos brazos, con las planicies contiguas desprovista de matas y de maleza;
todo cubierto de yerba verde y fina y con un suelo de arena dura, cómodo para
caminar a caballo o a pies; venados que cruzaban cada senderos pájaros que al
atardecer cantaban en todos los arboles sus mil canciones distintas; grullas y
garzas blancas, rojas y carmesí, que parloteaban en las orillas el aire fresco
soplaba en forma de una ligera brisa del este, y cada piedra que cojeamos
semejaban, por su color, ser de oro o de plata. Sus señorías verán muchas
variedades y espero que haya algunas que no tendrán igual bajo el sol.
Para arrancarlas solo disponíamos de nuestros cuchillos y dedos. Las rocas son
de aquel mineral que ante mencioné y tan duras o más que el pedernal sus betas
se encuentran a una o dos brazas ten el interior de las rocas. Pero carecíamos
de todas las cosas necesarias salgo nuestro gran deseo y nuestra bueno
voluntad, para ver obtenido más en resumen, cuando las otras dos partidas
volvieron, cada una trajo varias piedras que parecían prometedoras, pero las
hallaron esparcida por el suelo, eran por lo general solamente doradas, sin
ninguna cantidad de oro en su interior; pero los que no tenía conocimientos ni
experiencia guardaba todo lo que brillaba, y era imposible convencerle de que
únicamente por el lustre que tenía, no era valiosas. Las trajeron, juntos con
marquesitas de trinidad, dándolas a ensayar en muchos sitios, extendiéndose así
la que habían en la creencia de que todo lo demás de lo que habían en la
Guayana era igual. Sin embargo más tarde, enseñes algunas de las mías a un
español de Caracas y me dijo que era la madre del oro y que la mina estaría en
la tierra a más profundidad.
No es mi deseo de engañarme a mí mismo o
a mi país con fantasías ni tampoco estoy enamorado de aquello alojamiento,
vigilias, atenciones, peligros, enfermedades, pestilencias y comidas y otras
mil calamidades que acompañan a estos viajes, como para pretender para mandar
una nueva expedición, si no estuviera convencido de que en ningún otro lugar
del mundo brilla el sol sobre tanta riquezas. El capitán Whiddon y nuestro
cirujano Nichola Millechap me trajeron unas piedras que parecían zafiros no lo
sé lo que resultaría ser. Cuando se las enseñé a algunos Orenoqueponi,
prometieron llevarme a una montaña que contenía muy grandes piezas, donde
aparecían de la misma manera que sucede con los diamantes. Que sean cristal de
roca, diamantes de Bristol o zafiro no lo sé todavía; pero espero lo mejor,
puesto que estoy convencido de que el lugar es tan propicio a ellos por sus
semejantes con aquellas donde se extraen todas las piedras preciosas. Y además
está a la misma latitud o muy cerca.
En la margen izquierda del río Caroní
está asentada la nación de Iwarawaqueri, enemigos de los Epumerei, de quienes
hablé antes; y en la cabecera, junto al gran lago Cassipa, están situadas las
otras naciones que también son hostiles al Inga y a los Epumerei, llamados
Cassepagotos, Eparegotos. Además tengo entendido que este lago Cassipa es tan
grande que se tarda más de un día en cruzarlo en unas de sus canoas, acaso
tenga unas 40 millas. Varios ríos desaguan en él y se encuentran gran cantidad
de pepitas de oro en sus riberas en gran rio, más allá del Caroní, llamado
Arui. Este también atraviesa el lago Cassipa para desembocar en el Orinoco más
hacia el oeste; y todo el terreno comprendido entre ambos queda convertido en
una hermosa isla. Cerca de Arui existen otros dos ríos: Atoica y el Caora.
En la orilla del segundo vive una nación
de gentes cuyas cabezas no asoman por encima de sus hombros. Se puede pensar que
esto sea una mera fábula; pero estoy convencido de que es verdad, pues hasta
los niños de la provincia de Arromaia y Canuri así lo afirman. Se llaman
Ewaipanoma y se dice que tienen los ojos en los hombros y la boca en medio del
pecho y que un gran mechón de pelo les crece hacia atrás entre los hombros.
El hijo de Topiawari, a quien llevé
conmigo a Inglaterra, me dijo que aquellos son los hombres más fuertes de toda
la Tierra, y que sus arcos, flechas y macanas tienen tres veces el tamaño de
los de la Guayana o de los Orenoqueponi; y que un Iwarawaqueri cogió prisionero
a uno de ellos el año anterior a nuestra llegada y lo llevó a las proximidades
de Arromaia, el país de su padre. Además, como aparecía que lo era simplemente
una más de las naciones fuertes, tan corriente como cualquier otra de aquellas
provincias; y que en los últimos años habían matado a muchos centenares de
gentes de su padre y de otras naciones vecinas. Añadió que era una pena que yo
no hubiera tenido ocasión de oír hablar de ellos antes de mi regreso, pues con
sólo haberlo mencionado estando el allí, podía haberme traído uno para dejarme
desvanecida todas las dudas. Una nación parecida fue descrita por Maundevile,
cuyos relatos fueron considerados como fábulas durante muchos años; sin
embargo, a partir del descubrimiento de las Indias Orientales, vemos la verdad
de muchas cosas que hasta entonces se habían tenido por increíbles. Que sea
verdad o no, el asunto no tiene gran importancia; tampoco ganaremos nada con
especulaciones; yo no los vi personalmente, pero me parece difícil que tanta gente
pueda ponerse de acuerdo para inventar esta especie.
Más tarde, cuando llegué a Cumaná, en las Indias Orientales, hablé por casualidad con un español que vivía cerca de allí,
un hombre que había estado en la Guayana y llegando hasta el Caroní, tan al
Oeste, su primera pregunta fue si había visto algún Ewaipanoma, es decir, uno
de los acéfalos. Este hombre, que tiene fama de ser honrado en sus palabras
como en todo lo demás, me dijo que había visto muchos.
Texto de Walter Raleigh, tomado de Historia Real y Fantástica del Nuevo Mundo (1992), compilación de Horacio Jorge Becco, publicado en Caracas por la Biblioteca Ayacucho.
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