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martes, 28 de mayo de 2019

I CONCURSO DE VIVENCIAS LITERARIAS “MISTERIOS Y FANTASMAS DEL LLANO” (Narrativa y Dibujo)

Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez



BASES DEL I CONCURSO DE VIVENCIAS LITERARIAS “MISTERIOS Y FANTASMAS DEL LLANO” 
(Narrativa y Dibujo)

La Coordinación de Enlace Cultural del Vicerrectorado de Infraestructura y Procesos Industriales de la UNELLEZ, con el objetivo de incrementar nuestro patrimonio cultural, declara abierto el I Concurso de Vivencias Literarias “Misterios y Fantasmas del Llano”, el cual se regirá por estas bases.

1) Se podrá participar con obras de origen individual, familiar y/o de grupos culturales, siempre y cuando, su responsable principal sea  estudiante activo de pregrado o postgrado así como también cualquier obrero, empleado y docente (activo o jubilado) del VIPI. También los hijos de los antes nombrados.
2) Solo podrán concursar  obras no antes publicadas en ningún  medio de comunicación, incluyendo Internet.  El tema del concurso son los cuentos, historias, poemas, fábulas,  guiones de radio, televisión, teatro y cine, cuadros de costumbres, comics,  leyendas y crónicas  relacionadas con vivencias experimentadas con misterios y fantasmas ambientados en  el medio rural o urbano del Llano y del municipio “Andrés Eloy Blanco”  del estado Lara.
Por ejemplo: apariciones y desapariciones inexplicables; lugares espectrales; crímenes fantasmales; pactos infernales; brujos, duendes y ánimas; casa embrujadas, seres extraordinarios, mitos indígenas regionales,  pócimas, oraciones  y recetas mágicas.
3) Las obras, en narrativa,  se  remitirá  al e-mail concursopatrimoniovipi@gmail.com. El autor-responsable de la obra concursante, en el mismo correo y previo al contenido  de su obra consignará  los siguientes datos: Nombres y apellidos, número de cédula de identidad, correo electrónico, condición familiar, estudiantil y/o laboral, dirección  de habitación,  teléfonos y el lugar donde su ubica el texto. La falta de alguno de estos datos invalida la participación en el certamen.
4) El contenido de las obras, en narrativa,  es de un mínimo de dos páginas y el máximo de cinco    páginas, en letra arial, a doble espacio, punto 12.   Cierre de la convocatoria: 15 de julio de 2019. 
5) En Dibujo, se admitirá, solamente,  una obra por participante. La obra, hecha a mano, en las diferentes técnicas de este arte milenario,  se consignará en la Coordinación de Enlace Cultural del VIPI, en tamaño carta, hasta el 15 de julio de 2019. Quienes no puedan consignar sus obras antes de esta fecha podrán remitirlas al correo concursopatrimoniovipi@gmail.com., y las presentarán en físico en la Coordinación de Enlace Cultural del VIPI,  hasta el 30 de septiembre de 2019. En ambos casos, el autor-responsable de la obra concursante, suministrará  los siguientes datos: Nombres y apellidos, número de cédula de identidad, correo electrónico, condición familiar, estudiantil y/o laboral, dirección  de habitación,  teléfonos y el lugar donde su ubica el texto. La falta de alguno de estos datos invalida la participación en el certamen.
6) El dibujo ganador será la portada del la publicación antológica de la edición 2019.
7) Un jurado calificador determinará las obras ganadoras en las menciones de narrativa y dibujo  y, podrá otorgar las menciones de honor que estime convenientes. Las obras ganadoras y las que alcancen menciones de honor serán publicadas y difundidas por la UNELLEZ, el Ministerio del Poder Popular para la Cultura y la Imprenta Regional Cojedes de la Fundación “El Perro y la Rana”. 
8) La premiación  de las obras ganadoras se efectuará en los actos centrales del 44 Aniversario de la fundación de la UNELLEZ, en el mes de octubre de 2019: Las y los ganadores recibirán diversos reconocimientos patrimoniales de literatura y arte, de diferentes épocas  y un certificado.  Los ganadores de menciones de honor recibirán sus certificados  y, proporcionalmente,  recompensas similares.
9) Todas las obras participantes pasarán a formar parte del patrimonio cultural de la UNELLEZ.
10) Todas las personas que participen aceptan las bases aquí difundidas. 

sábado, 24 de noviembre de 2018

Obras ganadoras del Concurso "Letras y Hombres Libres" (Poesía y Cuento)

Llaneros de humilde casta se ha convertido en nobles defensores de la libertad 
que, también reflejan sus poemas y cuentos. 
Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez


Certamen organizado por la Coordinación de Cultura 
de la UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes.


VEREDICTO DEL I CONCURSO DE POESÍA “LETRAS Y HOMBRES LIBRES”
Nosotros, Isaías Medina López, Willian Ramírez y Carlos Muñoz, miembros del jurado del I Concurso de poesía  “Letras y Hombres Libres”, reunidos en San Carlos,  Cojedes, una vez leídos y analizados todos las obras presentadas a este certamen, hemos decidido, otorgar el primer premio establecido por las bases, al texto titulado “Tierra de Cerámica”, de la autoría de José Leonardo Albizu, Profesor de la UNELLEZ-VIPI, por expresar de acuerdo a los parámetros del poema y con un lenguaje abreviado y estético, imágenes épicas y heroicas relativas a la figura de Ezequiel Zamora y de nuestros héroes patrios en tierras cojedeñas; de igual manera, determinamos otorgar el segundo lugar  al poema “Mujer, Tierra, Viento y Ezequiel” de la autoría de Yessica Mercedes Aguirre Morales, Profesora de la UNELLEZ- VIPI, y el tercer lugar al texto titulado “Zamora el valiente”, cuya autora es Dariannys Liseth Mercado Aponte, Estudiante del Primer Semestre, Contaduría  de la UNELLEZ- VIPI, quienes también demostraron méritos en el ejercicio del género, apegándose todas las obras al propósito con el cual fue concebido este certamen literario, inspirado con el deseo de avivar el espíritu zamorano en nuestra más antigua Alma Mater cojedeña, la UNELLEZ.


TIERRA DE CERÁMICA (José Leonado Albizu)
Fueron las fuerzas de los combatientes
que iluminaron las batallas
desde Taguanes a la Carmelera
gritos en las sabanas.
Tierra de guerreros
que empuñaban libertad entres sus armas
desde una mirada en los caminos españoles
gritos de virtud entre camaradas.
importantes visitas a esta tierra amada
que Bolívar entre sus calles engalana
importantes fechas que sus historias marcaban
gritos desesperados de Zamora entre la campana.
Tierra de fuerza indígena
que se vio con el yugo cara a cara
desde los principios parió libertadores
gritos de esperanzas "tierra de hombres y mujeres libres".
...la victoria eterna camaradas...


MUJER, TIERRA, VIENTO Y EZEQUIEL (Yessica Mercedes Aguirre Morales)
A Ezequiel,  la tierra
Tierra que acaricia y mancha
tierra de nuestro color
no me mancha pues soy negra
viendo bien negra no soy
si me miro de cerquita
me doy cuenta soy marrón.

Soy marrón, soy marroncita
ese es un bello color
no me mancha pues la tierra
se mezcla con mi piel hoy
y se seguirá mezclando
hasta el día del perdón

Pues yo de la tierra vengo
hija de la tierra soy
me acaricia y no me mancha
como mancha a aquel patrón
que me esclaviza y me explota
y me exige sin perdón.

Da la vida cuerpo y alma
por dos doblones de sol
si yo de la tierra vengo
de la tierra pues yo soy
no me digas que es tu tierra
por papel letra y color.

La tierra me pertenece
pues, esta tierra yo soy
la surco con sutileza
la modelo con amor
la lleno de sabrosura
y la bailo cual danzón

Tanto le alegra a la tierra
 si zapateo un joropón
que me rodea y se levanta
cual polvo en excitación
bailando también conmigo
no se pierde una canción

Si la mojo con semillas
generosa me da dos
tres, cuatro, cinco ocho veces
generosa tierra sos

Si la oigo en el silencio
me grita a todo pulmón
historias de mundo y llano
que en su seno ella acuñó
lo que ocurrió en el pasado
que inmutable ella observó

Grita el viento susurrando
¿porque la sangre brotó?
pregunta y tierra contesta
el hombre por mi luchó
y veo que sigue luchando
lucha y sangra por la hoz
si hay mucho de  mi pa´ todos
dice la tierra en clamor

De una semilla doy mucho
hombre que inconforme sois
que me hierres, me maltratas,
me ensucias con ese hedor
químicos y cosas de esas
pura contaminación.

Tú me compras con papeles
ni si quiera verdes son
y eso que le llamas hojas
de árboles muertos son,

Grita así la tierra al viento
Que no comprende razón
Pero el hombre que la pisa
No escucha esa bella voz,

Voz de la tierra que es madre
de la tierra que es mi amor
pues la tierra no me ensucia
pues de la tierra yo soy
tierra es Ezequiel lo digo
la tierra me lo contó.

La tierra no es mía ni tuya
ni de aquel que la compró
pues que de la tierra somos
pregúntaselo al creador
que al final de nuestro tiempo
tierra somos sí señor.


ZAMORA EL VALIENTE (Dariannys Liseth Mercado Aponte)
                                I
Ezequiel Zamora general del pueblo soberano
héroe de sangre venezolana el que luchó con honor,
Desde muy temprana hora.
Guía del Pueblo Soberano, moriste por la traición
y al morir tu ser humano, murió la Federación.
                                II
En Miranda naciste pero en San Carlos moriste
Un diez de enero de mil ochocientos setenta
Uno de los ciudadanos más valientes
de nuestra tierra Venezuela.
                                III
A manos de una traición,
un disparo de fusil
que entró por su ojo derecho,
mató al que valía por mil
y oprimió todos los pechos.
                                IV
El destino ha sido cruel contigo
Zamora el valiente gran venezolano
que inocente se murió,
siendo su propio cuñado,
el hombre que lo vendió.


VEREDICTO DEL I CONCURSO DE CUENTOS “LETRAS Y HOMBRES LIBRES”
Nosotros, José Gregorio Salcedo, Gladys Vásquez y Efraín García, miembros del jurado del I Concurso de Cuentos Breves “Letras y Hombres Libres”, reunidos en San Carlos, Cojedes, una vez leídos y analizados todos los cuentos presentados a este certamen, hemos decidido, otorgar el primer premio establecido por las bases, al texto titulado “El misterio de San Juan”, de la autoría de María Renata Jiménez Balza, estudiante de la carrera de Contaduría de la UNELLEZ - VIPI, por expresar de acuerdo a los parámetros del cuento y con un clásico y acertado lenguaje, una llamativa y nueva versión sobre la muerte del General del Pueblo Soberano Ezequiel Zamora; de igual manera, hemos determinado otorgar el segundo lugar  al cuento titulado “El caballero de la igualdad” de la autoría de Adrián José Linares Chirinos, también estudiante de la carrera de Contaduría de la UNELLEZ - VIPI, y el tercer lugar al relato titulado “Un Sueño con Zamora: El Académico”, cuyo autor es Jesús Octavio Pacheco Cañas, Profesor jubilado de la UNELLEZ VIPI, quienes también demostraron méritos en el ejercicio del género, apegándose todas las obras al propósito con el cual fue concebido este certamen literario, inspirado con el deseo de avivar el espíritu zamorano en nuestra más antigua Alma Mater cojedeña, la UNELLEZ.


EL MISTERIO DE SAN JUAN (María Renata Jiménez Balza)
Se estimaban lluvias a comienzos de aquel año, cabalgaban bajo el manto de la noche una caravana de 7 hombres cuyo cabrestero, un hombre mayor del que destacaba su tupido bigote negro y sus ojos fieros reflejantes de sus pensamientos liberales. La caravana anduvo por el llano hasta arribar a un campamento iluminado a poca luz de vela, en donde los esperaba un hombre.
-General Zamora, bueno que llega.- la caravana bajó de los caballos atendidos por el caballicero.-Teniente Tiberio, ¿cómo ha estado?- dijo Zamora, acompañando al joven de rango bajo a través del lodazal y el ruido de los trabajadores.
-El trabajo en las trincheras ha avanzado, algunos andan alunaos, pero hemos parado la obra; ¡un guarapo ´e caña pa´l general y los compadres!-. Gritó a un joven mientras camina en dirección al rancho de su propiedad, seguido por  Zamora, quien caminaba a paso ligero. 
-Se notan los avances. Y dígame Compa, además de los enfermos, ¿qué era aquello por lo que con tanto ímpetu me pidió venir? –Dijo al entrar a la casucha.
-Mi General, mientras se hacían las labores, 5 ´e mis hombres se estaban en el cerro y lo que encontraron señor, será mejor que sean ellos los que les digan.- con un gesto de mano se admitió la entrada a los jóvenes. Entre la lumbre de las velas aparecieron 4 muchachos caratos de pies a cabeza. -General- habló el más alto de ellos, que con un gesto del teniente prosiguió a contar –Tábamos ayer trabajando en el cerro San juan, abrimos ahí un hueco pa´l pasadizo de la trinchera, pero Eladio se dio cuenta de que había una pare´ de abajo e nosotros, le abrimos una zanja pa´ ve que era, le lanzamos un mecate y nos entramos los 5 con una vela pa´ alúmbranos.
Entonces, ¿que encontraron? Interrumpió Zamora, con escepticismo. -Mi general, era túnel, cambiamos 2 amorochaos, los demás iban atrás. Estaba hecho e piedra, y hedía a mapurite. Caminamos y conseguimos un promontorio e huesos, se nos espelucó el cuerpo y nos fuimos a regresar pero se nos apagó la vela y a ahí la vimos- dijo aterrorizado, rucio como caballo. -¡Termine de hablar!, el general no tiene toda la noche. Solo cuéntele lo que me contó a mí  –solicito el teniente. –Mi señor, entre la oscuridad dos ojos grandes de pajuía que aturdían cómo ve el  sol, nos encaramamos a subí el mecate pero la cuaima se le lanzó a Argenis y de un zarpazo le comió la pierna, lo jalamos entre todos; encaramos arriba  lo intentamos subí con el mecate pero la cuaima lo jaló. Tapamos la zanja con una ñasca y le vinimos a contar a todos.
-Pero, ¡¿Me dice que una culebra le comió la pierna de un solo mordisco?!- refutó el general. 
- ¡Y se lo hubiera jartao completo señor!- habló otro de los jóvenes. 
Zamora pensativo se levantó de su asiento y dando unas vueltas alrededor indicó con un gesto que deseaba intimidad entre mayores. Ya solos, habló:
–Había yo escuchado rumores sobre túneles construidos por el teniente Juan José Veloz hace ya muchos años, el encargado de la construcción de la iglesia de San Juan, en un intento por elaborar una vía de escape en ocasión de guerra; algunos llegaron a decir que los túneles poseen un guardián. Esto lo oí yo de buena fuente. -¿General y cree que allí haya tal animal?- 
Con una expresión neutra respondió:  -Pues no permitiré que interfiera con nuestra batalla, ¡Ningún espanto, o criatura logrará evitar que esta tierra o estos hombres sean libres!–
A la mañana siguiente con el pecho inflado de valor el general y sus hombres, seguidos de los 4 trabajadores subieron por el cerro, a escasos metros del hoyo distinguieron lo que parecían partes humanas, sin miedo avanzaron pero la tierra bajo sus pies temblaba, ¿terremoto? Pensó el general y preparándose a lo peor desenvainó su espada. De la tierra una serpiente de 15 metros con afilados colmillos arremetió contra el grupillo devorando a 2 de un solo mordisco, los disparos empezaron a hacer eco por el pueblo, pero nada llegaba a hacerle a la gruesa piel del animal. En un intento por evitar la muerte de sus camaradas con una estocada certera logró llamar su atención, ya más cerca con una elocuente ida y venida del sable arrebató un ojo del animal, este se revolcó por el cerro hasta caer al campamento.
-¡Teniente tengo una estrategia para eliminar a la bestia!, -Grito Zamora- ¡Corra con un fusil hasta la torre de la iglesia y ya allí espere a tener un buen ángulo de tiro- confiando en su general el hombre corrió a hacer su trabajo. Aun con el ojo en su sable Zamora bajó corriendo el cerro. En las trincheras, cadáveres dejaba el paso de la serpiente, se oía el terror de los hombres y  ahora el ferroso olor de la sangre invadía el aire. ¿Cómo en tan poco tiempo la tragedia se adueñó del panorama?, era una guerra contra el animal a quien por supuesto pensaban ganarle. La serpiente detuvo su sanguinario desplazamiento al ver de nuevo su ojo, se lanzó de arremetida contra el General. En una estrategia improvisada corrió lo más fuerte que pudo en dirección al santuario, en vano su esfuerzo ya que la cuaima más veloz le alcanzó antes, intentó engullirlo, Zamora se resistió y para no ser tragado clavó su sable en la cuenca del ojo pudiendo salir de sus fauces con la desgracia que su cuerpo interrumpió el tiro del teniente al animal, acabando así con la vida del valeroso general Zamora. La serpiente recuperando la parte mutilada de su cuerpo y oliendo la muerte de su contrincante regresó a custodiar sus túneles. Para no armar zafarrancho, la serpiente y los túneles fueron omitidos de la historia oficial, al igual que el teniente y todo lo pasado aquel día, pero siempre recordaron al General Zamora como un héroe.


EL CABALLERO DE LA IGUALDAD (Adrián José Linares Chirinos)
Había  una  vez  un  joven   llamado  Ezequiel, un  joven  de carácter   aventurero,  heroico,  humilde  y  sencillo que pasó por mucho intentando conseguir  la igualdad para todos los campesinos  y esto lo convirtió en un luchador  incansable,  luchando  contra  grandes  tropas; Ezequiel  poco  a  poco  fue  consiguiendo  su  cometido. 
Aproximándose el día en que tenían que salir de la lucha Ezequiel preparó a sus hombres para la  batalla  aquella   batalla  que quizás el no sabía pero que acabaría con su vida. Ya partiendo hacia la lucha Zamora -como se apodaba Ezequiel y le decían sus colegas más allegados-  se dirigió hacia su tropa diciéndoles palabras de aliento pues lo que les esperaba no era nada bello.
Partieron  hacia  la  batalla  en  sus  caballos  pura  sangre  galopando  hacia  donde  quizás  fuese  su último  destino,  en  el  camino  se  encuentran   a   una  bella  dama  que  iba  por  el  mismo  sendero  que  ellos,  la  dama  cansada  de  andar  les  pide  ayuda  y  un  poco  de  agua,  Ezequiel  que  va de primero guiando a la tropa se detiene a escasos metros de donde esta ella y con aquella voz dulce de hombre valeroso le pregunta.
-¿Oh bella dama qué hace tan semejante hermosura por estos senderos tan solos?  A lo que la dama le responde  con voz  desesperada -¡Solamente he salido a comprar algunas cosas!  Ezequiel  vuelve y le pregunta -¿Has salido sola?  La dama responde -¡Sí   pero me han robado mi caballo y  mis pertenecías por favor  ayúdeme!
Ezequiel da la voz de mando a la tropa para tomarse un descanso y luego continuar con su rumbo, él junto a sus soldados le brindan ayuda a la dama tranquilizándola,  dándole un poco de comida y agua. Ezequiel no pierde el tiempo y se le acerca a la dama preguntándole su nombre.
-¿Cómo te llamas? Dice Ezequiel con voz susurrante, ella le responde -mi nombre es Viviana,  -¡Oh Que bello nombre! Exclama  Ezequiel un poco atontado por  la belleza de Viviana,  aquella noche duraron hablando por  un  rato largo. Al día siguiente ya pasada la noche Ezequiel se levanta y se da cuenta que Viviana ya no está por  lo que él se preocupa y sale a buscarla camina unos escasos pasos y a lo lejos ve a Viviana arrodillada  junto a un pequeño charco de agua rodeado de bellas flores.
Ezequiel le pregunta -¿Oye que te pasa?  Ella con sus ojos un poco llorosos le dijo -¡Nada! solo recuerdos que me invaden la mente, mi hermana y mi madre murieron trágicamente en un accidente dentro de mi casa, un feroz incendio ocurrió de manera imprevista llevándose consigo la vida de las dos eso dejó un gran vacío en mi por eso cada vez que recuerdo eso no puedo evitar llorar.
Ezequiel la toma de un brazo la levanta se acerca y le da un cálido abrazo le dice con suave voz - tranquila eso poco a poco dejara de doler el tiempo será quien te ayude a sanar.
Juntos se levantan y vuelven donde está la tropa, Ezequiel da la voz de mando para volver a retomar el camino, como todo hombre caballeroso el sube a su caballo y le dice a Viviana -ven sube conmigo,  juntos en el mismo caballo comienzan de nuevo su rumbo;  cabalgando por los senderos solitarios desde lejos ven un pequeño pueblito y dice Viviana -¡Oh es ahí donde vivo! Poco a poco llegan al pueblito donde se detienen.
Ezequiel baja del caballo junto a Viviana y ella le dice al oído, no encuentro como agradecerte valiente hombre, se acerca y le da un beso ardiente, Ezequiel confundido por aquel beso le susurra -¡Oye a que se ha debido ese beso¡ Ella alegre le responde, porque he comenzado a sentir algo más por ti que solo admiración. A Ezequiel -asombrado por aquella respuesta- se le ponen los ojos aguados pues él en el fondo sentía lo mismo que Viviana y también sabía que quizás no volvería a ver a la mujer que lo hizo sentir que tenía corazón ya que hace rato no sentía nada.
Casi llorando se despide de Viviana diciéndole que luchará con todo su coraje para poder volver a salvo con ella, con un beso de despedida Ezequiel sube a su caballo y da la voz de mando a su tropa para continuar, pasan los días y las noches y todavía no llegaban a su destino pero estaban muy cerca.
Al fin llegaron al campo de batalla y se encontraron con un ejército armado hasta los dientes con armas pesadas trincheras y demás, Ezequiel detiene a su tropa llega y hace una  pequeña plegaria, vuelve alza su fusil y grita a toda voz  “Tierra y hombres libres”.
Se lanzó contra aquella horda de hombres buscando igualdad pero fue en vanó pronto una bala le atraviesa su ojo derecho ocasionándole la muerte,  cayendo de su caballo en un baño de sangre. Allí quedó aquel hombre tendido en el suelo el mismo que por buena obra buscaba la justicia de los campesinos.
La  guerra continuó y se extiende durante 3 años convirtiéndose en un conflicto armado donde murieron miles de hombres así fue como un 10 de enero de 1860 murió  Ezequiel Zamora  conocido también  como “El general del Pueblo Soberano”.


UN SUEÑO CON ZAMORA: EL ACADÉMICO (Jesús Octavio Pacheco Cañas)
Corren los días 08, 09 de Diciembre del año 1859, anteriores  a la gran batalla de Santa Inés, todo es movimiento para los preparativos de ese encuentro armado de las tropas de Ezequiel Zamora con las tropas republicanas que están gobernando a Venezuela,  y dentro de esa tropa  están presentes personas que provienen de diferentes partes de territorio nacional y entre algunos de ellos se da el siguiente dialogo:
Cámara Macanilla,  ya tenemos 8 días desde que llegamos de San Carlos, invitados para luchar por la causa del General Zamora y todo ha sido movimiento estratégico de todas las personas con las que hemos tratado.
Si cámara Riquiti, yo también estoy dispuesto a dar todo de mí para que esta revolución siga avanzando.
Es así que tenemos que dar todo para ayudar al General Zamora que es el único que se ha mostrado defensor de nosotros los campesinos analfabetos y asalariados de terratenientes.
Si eso es mañana 08 de Diciembre a las 3 de la tarde en plena sabana del hato donde estamos descansando.
Bueno nos vemos mañana para oír el discurso.
Al día siguiente todo era carreras en el sitio, para oír el discurso del general.
Frente a unos 400 hombres en su mayoría campesinos de toda la zona llanera; se acerca imponente el general Ezequiel Zamora a un mesón improvisado y dio comienzo al discurso:
“Camaradas y amigos, bienvenidos a uno de los principales retos de nuestra revolución, como es el encuentro armado del día de mañana, gracias por su asistencia, pues es difícil convencer a la gente, pero yo necesito tener batallones obedientes para poder vencer y sobre todo aplicar una táctica en las trincheras de Santa Inés que ya tengo estudiada en el sitio; pues les digo camaradas ¡levántense, levántense carajo¡ aquí no hay esclavos. Amigos quiero que está conversación esté enfocada al incentivo de la educación, pues muchos de ustedes viven en la oscuridad al no saber leer y escribir, por lo que se debe estudiar y trabajar, trabajar y estudiar; porque debemos prepararnos para los retos que se avecinan; empecé mi formación en la Escuela de Las Primeras Letras  de Caracas de la mano de mi maestro Vicente Méndez,  pero tuve siempre la inquietud de leer y escribir nociones elementales de Gramática y Doctrina Cristiana alimentadas por la sapiencia del Dr. José Manuel García.
Camaradas, debemos instruirnos, ¿Por qué si todos somos hijos de Dios, por qué tengo que ser el sirviente de mi prójimo? Transformémonos cada uno en una escuela y preparémonos para la práctica de la política de la igualdad, pues tengo que hablar siempre con ustedes que son el pueblo y escucharlos siempre, debemos manejar el eslogan de Tierra y hombres libres, gracias camaradas por estar presentes”.
400 hombres contestaron: “¡Tierra y hombres libres, Tierra y hombres libres!”.
Macanilla despierta que estás dando gritos, ahí dormido.
Buenos días Riquiti es que estaba soñando con una batalla por los lados de Barinas y tú y yo estábamos entre los soldados que iban a pelear, pero lo bueno de todo fue el discurso del General Ezequiel Zamora referido sobre todo a las personas que no sabemos leer y escribir incentivándonos a prepararnos para el futuro.

jueves, 19 de abril de 2018

Y no todo era muerto. Dos cuentos de Gleiber Alvarez


Hay historias que se enredan solas. Imagen en el archivo de Julio Drossor


FUERA DEL REFUGIO
Cuando amaneció, los enfermeros de las primeras ambulancias se dispersaron. Yo tenía poco tiempo contemplando el panorama que había dejado nuestro frente de batalla, pero no dejaba de inquietarme un hombre que desde que llegué, iba de cuerpo en cuerpo sobre sus rodillas, muy lentamente, detenido en uno, después en otro.
Era una mañana de sol frío y había terminado de arrojar la última colilla a la yerba. Yo llevaba dos pares de guantes y aun así, me frotaba las manos. A él no lo vi enguantado.
Todavía se elevaban las humaredas negras en las lontananzas. Y no todo era muerto, pues algunos se movían mas no se ponían de pie y el viento traía quejidos detrás de las colinas.
Los enfermeros que cargaban la camilla le dijeron algo; hasta me parece, por los ademanes, que le gritaron; pero el hombre, que seguía postrado frente a un cadáver que sangraba, no pareció entender o no quiso escucharlos. <>, pensé fijándome en su camisón raído mientras manoseaba al cadáver.
No sé si los enfermeros me vieron. Pero cuando llegaron más unidades, me acerqué solo para verle bien el rostro a ese tipo, para descartar que lo conociera.
A medida que me acercaba, la yerba se tornaba roja, la podredumbre aumentaba. Tuve que cubrirme la nariz y la boca con la bufanda. Más soldados que enfermeros comenzaban a apilar cuerpos y no pisé a ninguno de los brazos junto a los perchones abiertos ni los torsos destrozados y cenicientos que estaban cerca de ese hombre que apenas hacía ruido.
Antes de avanzar un paso más, me detuve, siempre con la mano en la boca. Miré alrededor y me percaté que a la distancia dos soldados me observaban. No quise gritarles y levanté la mano con que no me cubría la boca y les hice la V; ellos se miraron y siguieron explorando lo que quedaba del campo de batalla; comprobaban los zippos negros y rápidamente los arrojaban donde los habían recogido. Mayor es mi alivio cada vez que recuerdo que no me fusilaron allí.
En cambio, este hombre seguía absorto, metiendo sus manos en uno de los contiguos al cadáver que sangraba. El cuerpo tenía la boca y los ojos abiertos y le faltaban varios dientes. En ese momento se volteó con violencia. Creo que no se había percatado de mi presencia. Su cara tenía cortadas y sus ojos sanguinolentos estaban puestos en la nada a pesar de que se dirigía a mí. No pude verle las piernas. Fruncí el ceño; esperé que dijera algo pero no dijo palabras. Parecía esbozar una sonrisa.
Al fin dije:
–Tus brazos están sangrando –y los señalé.
Él los miró sin sacar las manos del costado del cuerpo, debajo del chaleco quemado. Volvió a mirarme y no dijo nada.
–Pues parece ser tuya –dije todavía cubriéndome la boca.
Él continuó manoseando al cuerpo, sin hacer mayor caso. Y cuando me agaché para estar a su altura, no sé de dónde, el tipo empuñó una navaja, una de esas navajas suizas muy brillantes y la pasó frente a mi cara. No diré que a esa distancia pudo cortarme, pero un poco más y quién sabe si me fuese dejado sin nariz.
–¡¿Qué diablos haces?!
–Estoy cortando el aire –dijo esas palabras con un acento que nunca antes había escuchado y seguía pasándola de lado a lado, como si en verdad el maldito estuviera cortando el aire.
Acaso por un minuto lo haya mirado directamente a los ojos, sin hacerme preguntas ni reparar en las cortadas de su rostro, solamente cerrando los puños en medio del aire pesado.
–Si sigues aquí, hoy mismo te mueres.
–Ya estoy muerto –dijo el maldito, ayudándose con sus largos brazos a saltar sobre otro cuerpo.
Me di vuelta y regresé por el sendero que había tomado sin aplastar a los miembros desgarrados, sin taparme la boca porque el viento dirigía la podredumbre en otra dirección.
Quise hundirme en las sombras de la Selva Negra y vi que uno de los enfermeros, a duras penas, luchaba para restañar a un caído con un puñal. Hasta me dio gracia. Paré por un momento en el tronco del roble, vi la colilla apagada y me dirigí hasta ellos.
Comprobé que estaba ensangrentado hasta el pecho de ese crío inquieto.
–Muchacho, ¿eres de aquí? –me preguntó atendiendo al herido.
–Sí, sí, somos unos pocos los que estamos a tres...
–Pásame el estuche.
–Aquí está.
–¡Eso no, hijo de puta! ¡Es una cantimplora!
No sé por qué le había pasado una cantimplora en vez de la petaca que me pedía.
La herida del infante tenía muy mal aspecto y el enfermero me dijo que no dejara que se fuera ni mucho menos tomara su revólver. ¿Es que acaso el crío quería suicidarse? Al poco rato regresó con dos enfermeros a amarrarlo: le amputarían la pierna. A fuerza le dieron un trago. Y me dije: <>.
Me di vuelta y de nuevo me fijé en el maldito que hurgaba en los cadáveres; estaba exactamente en el mismo lugar pero ahora dos soldados le hundían las culatas de sus ametralladoras en la cabeza. ¿Para qué gastar una bala en esa porquería? El infante gañía y ellos lo maldecían. Después, oí la brisa helada que venía de los cadáveres y la pila de obuses. Miré a los charcos de orina de las camillas y a las gasas rojas entre la yerba que a ratos rodaban más allá de los árboles quemados hasta hundirse en sus cenizas.
Más unidades llegaban y partían por la vera de la Selva.
Cuando los enfermeros se dieron un trago y encendieron sus cigarros camino a las ambulancias, dejaron el frasco al borde de la camilla y a una cajita con unos pocos. Y sin que nadie me dijera nada, entre los vacíos, sorbí lo que quedaba, que no era mucho pero suficiente para el resto de la mañana.
Bajo el cielo nubiloso y divisando escuadrones, pequeños grupos fueron apilando los cuerpos con acémilas; otros, contiguos a las unidades y a las estaciones, comenzaban a cavar profundas fosas que rociaban con gasolina y querosene. <>, pensé.
El puñal había quedado con el mismo brillo frío por encima de los pertrechos; no tenía funda, pero imagino que si la fuese tenido, sería igual de brillante. Su hoja era filosa, la empuñadura parecía de cobre y acaso estaba limpio porque olía a alcohol; así que me lo llevé.



LOS CONOCIDOS
A Samuel Beckett
–Pero, amigo mío, ¿por qué les temes tanto?
–No es que yo les tema... –respondía apretando la vajilla que llevaría al jardín contra su pecho y mirando con esos ojos sanguinolentos de un lado a otro, pero nunca a mi rostro– porque el día menos pensado... todos pueden amanecer muertos... sin una gota de sangre... o les cortaría las patas... tajo por tajo... por debajo de los vellos... hasta llegar a los ojos... y así a las mandíbulas cerradas... a la tráquea... por los... o mejor... guardaría las patas... para mí... y del fémur... al abdomen les arrancaría... el pellejo duro... y los cosería para colgarlos... de mis codos... a uno por uno los... próximos años como... tú dices que ustedes... los llaman sino que... más bien... vivo dando vueltas... sin ellos...
Ahora cruzaba el pasillo con el mismo paso.
Yo no entendí lo que quiso decir y me apresuré tras él, antes de perderlo o de perderme por andar en esos trechos silentes y mal iluminados que nunca me atreví a conocer por mi cuenta.
–Espera, espérame –le susurraba ateniéndome a sus ruegos de no gritar en ninguna parte.
Él giró súbitamente y, elevando un poco la voz, me dijo que ahí sí podían matarnos a los dos y que no levantaría un dedo para evitar que nos molieran a garrotazos.
 Con un nudo en la garganta asentí.
–Ni se te ocurra... de mí –dijo de camino al jardín.
Yo le musité a la altura del hombro:
–¿Es por eso que cada mañana dejas que las hundan hasta rozarte los órganos y el lagunar?
–Así... mismo...
No dijo más palabras y al fin cruzamos la alta entrada, que no tenía puerta ni cristal que la vedara. Todavía me parece curioso.
Mis ojos no podían penetrar más allá de la yerba negra ni del chorro de agua clara con el que limpiaba a la vajilla. Postrado como estaba, en medio de la charca que no aumentaba, sin sombra, parecía un centenario con ese traje que se diría parte de su piel. Más fue el tiempo que lo estuve contemplando que él lavando esa vajilla que relucía de blanco.
–Sígueme... sin desviarte de...
Esta vez la luz sobre nosotros me encandiló tanto que no pude ver el piso, así que me acerqué más y le pregunté, a la altura de su hombro:
–Fuera sido tan fácil para nosotros, ¿no?
–En verdad... que todavía no te das cuenta... no te das cuenta... de la magnitud de las cosas –me dijo sin siquiera voltearse, como otras veces lo había hecho.
Ninguno cruzó palabras hasta que llegamos al salón principal. Y aún estaba la larga mesa de esquinas pronunciadas, hecho que me sorprendió, porque hace muy poco uno de ellos, acaso hablando por todos, había declarado que la ceniza de esa mesa sería usada para marcarlo a él, que en todo momento estuvo mirando de un lado a otro, bajo el lagunar.
Ya no podía quedarme con estas palabras y le dije, mientras estábamos allí, que en mi morada le llamamos mesa o comedor y cada uno se sienta a su alrededor en sillas del mismo tamaño, aunque no siempre así si hay niños que no alcanzan su comida y que, probablemente, a esa hora estaríamos yantando un asado de domingo.
Él apenas me preguntó qué es una mesa y yo, que creí que podía aclararle las cosas, ante tal pregunta, dicha como quien no le interesa saber qué diablos significa una palabra que nunca antes ha escuchado, me saqué el aire del pecho y comencé a decirle que todo utensilio es una prolongación del cuerpo que lo creó.
A pesar de mi entusiasmo, él seguía atento a la mesa, poniendo sus ojos hundidos en todas partes.
Cuando ellos llegaron al salón principal, apenas pude mantenerme de pie. ¡Maldición! Tuve que recostarme en una de las salientes. Parecía que lo estaban interrogando, aunque nunca pude estar seguro; nada es seguro en los ademanes del salón principal.
–No te recuestes más. Ya no más... ya... no más –me suplicaba, a duras penas agitando mis hombros.
De un manotazo lo aparté de mí.
–Si quieres... apóyate en mis codos –repetía mirando de un lado a otro–. ¡Pero no te recuestes... las salientes!
De ahí pasó a arrastrarme en su espalda frente a ellos, que estaban inmóviles en una de las esquinas filosas de la mesa. La verdad es que no sé qué pretendía con eso ni adónde quería llevarme, porque únicamente alcanzamos a dar una vuelta en el mismo sitio.
–No te apoyes de él –le advirtieron y tiró mis manos de sus hombros.
Nunca toqué el suelo. Pero ya no sabía lo que le decían y no podía deducir nada porque él estaba viendo de un lado a otro, con las manos crispadas.
En el extremo de la mesa, una de las luces parpadeó hasta que se apagó. Al mirarlos de nuevo, ya no estaban, aunque él seguía con ojos de péndulo, tomándose las manos, frotándolas. Caminó de espalda con la misma parsimonia y se detuvo junto a mí.
–Mira arriba –me dijo.
Estábamos bajo el lagunar.
–¿Cuándo es que tú no te regresas? –le pregunté.
–No es... mío –replicó.
No quise preguntarle nada más y mientras estuvimos allí, bajé la cara porque en la medida en que contemplaba su profunda obscuridad, parecía agua obscura, inquieta, un pozo revuelto.
–Y si es cierto lo que me dijiste, ¿por qué no los degollaste cuando te interrogaban?
–Verás –dijo esbozando una sonrisa, sin dejar de mover sus pequeños ojos–, no me interrogaban... Me gusta más cuando... creen que pueden descuartizarme... por eso dejo que declaren cuanto haya en sus pechos... Porque si les hiciera beber... de sus venas... en una Cámara Negra... separados... nada más iluminadas... las cuencas vacías de los ojos... de sus pútridos muertos... cara a cara... malditos... pendiendo en el aire... sin esta voz que bien conocen... cascada... haría que no cambien sus palabras... solamente para verlos... chupándose las venas abiertas... con los vellos impregnados de su propia sangre... murmurando... luchando... luchando... por rogarme... La penumbra nos rodeaba... Yo coloqué la cubeta sobre la veladora... que no estaba con... ¿Yo no... estaré contando? Al momento de sangrar... observé las gotas... manaban efusivas... de la yema... su dedo corazón... Y cuando hayas contado... dos cientas... me interrumpes... Yo los contemplé... ciscarse... sí... ellos seguían... esgarrando sangre... cuando los clavé... en la tierra húmeda... con las estacas... de fierro... en la misma positura... y pasaba mis manos... para sentir el calor de su... esputo rojo... fiebre... cuerpos sudorosos... ensangrentados... desgraciados... arrastrándose... las fosas... miré... en todos sus ojos... la llama... entre mis manos... apresurados... por escaparse... cárdenas... de orina... charco casi negro... Y apreté sus apéndices... nervudos... arrastrándose en derredor... del vientre abierto... cubiertos de su propia mierda... revueltas... y se movían... aún lejos... del cuerpo... de escalpelos atezados... nadie más... oía esos alaridos... esos alaridos... todo el mundo en medio de las sombras... Yo no calenté a todas las estacas... dejé tres cenicientas... se cruzaron... y crepitaban... entre el humo... lejos del cuerpo... Pero sí a las tenazas mías... Los dejé sin boca... para que... más alaridos sordos... de mi cuidado... cesaron antes que yo... creía... es diferente... en cada caso... nunca acabé esa caterva... ya había otra... no cubrí... están secos... para tropezar ahí... a gusto mío...
Solo pude asentir, aunque no sé si me vio. Comenzaba a marearme el sueño entre esa parsimonia desesperante a la que ya me había acostumbrado, pero no podía cerrar los párpados por más que me pesaran. Y temí que ellos pudieran regresar y sin decirme nada, me desmembraran vivo o peor aún: desmembraran mi cadáver. Temí que él pudiera irse corriendo por el pasillo mal iluminado y atravesara el jardín para siempre.
Desde adentro sentí que me apuñalaban la cabeza tratando de recordar sus consabidas palabras. Primero cerré los ojos y repetí a las últimas que dije hasta cansarme. Así pude entrever a los asideros de vidrio y a varios escalones que nunca estuvieron allí. Después hice un recorrido por donde había pasado y vi los mismos bordes negros de los ajuares. Yo no puedo decir ajuares, porque nunca soltaron luz. A lo mejor, estaban ellos. Pero en esa vía de la entrada hacia el pasillo, la hilera de luces mortecinas se apagó, dejando ver a los bordes. Ahora creo que hubo dicho a los regatones argentados.
–¿Por qué no me miras, por qué no siempre estás viendo a una parte? ¿Es que te angustia que lleguen sin advertir su presencia?
–La última vez... que vi directamente a los ojos... no los... no los volví a ver más...
Ahora contemplaba la mesa de esquina a esquina, llevándose las manos a la boca.
–Entonces, ¿para quién no es el lagunar? –le pregunté, fijándome de cerca en ese rostro aquilino, de ojos hundidos, sanguinolentos.
–El día... como ustedes... los llaman... en que dejes de hablar de sillas... mesas que ni ellos ni yo nunca hemos visto... camines de ida y vuelta... más allá de la yerba negra... sin sorber una gota... de agua... acaso sabrás quiénes... no están cerca de ti para... que hundas tus manos en sus vientres... sientas la carne que tiembla... tiembla mientras te abres paso por los huesos... plétoras... la sangre caliente que te llama cuando la saques y vuelvas a hundirte... hasta los hombros y veas que esa sangre que te cubre... no puede... no ser mejor... que nada que hayas visto... en tus años...



Gleiber Alvarez (San Carlos de Austria, Cojedes, Venezuela, 1994). Licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura por la Universidad Nacional Experimental de Los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora (UNELLEZ, Cojedes). Se ha desempeñado como profesor de inglés en colegios de su ciudad natal, misma en la que se cuenta su participación en diversos recitales de poesía. Regularmente escribe en la webzine Panfletonegro y en su blog personal Aburileo (https://aburileoblog.blogspot.com/). Ha colaborado con el diario regional Las Noticias de Cojedes y publicado cuentos y poemas en las revistas Almiar, El Grito Literario, Letralia, Monolito, Philos, entre otras.