Los “Santos aparecidos” son aquellos que “se
le aparecen” a algún poblador, ya sea en una gruta, en un río o una quebrada,
cuya imagen se manifiesta grabada en una pequeña piedra, trozo de madera,
hueso, o cualquier otro material que permita su visualización. Las imágenes de
santos y vírgenes “aparecidas” se construyen, integran y comparten a través de
las emociones, los sentidos, y los procesos creativos que el colectivo social
les imprime; la iconografía de las mismas proviene del catolicismo, creando un
“cosmos de imágenes” que en cierta medida contribuyen a regir y ordenar la vida
cotidiana, es decir que el “santo” se articula al diario vivir de la comunidad.
El colectivo devoto de estos “santos” cree
que, además de los poderes que tienen las imágenes santas, hay otros poderes y
propiedades que las caracterizan, como los son sus atributos humanos y sus
atributos divinos. De allí la creencia de que las “imágenes santas”, al igual
que los hombres tienen sentimientos, emociones y personalidad, por lo tanto se
enojan, se contentan, tienen miedo, son celosos, es decir que son imágenes
“humanizadas”.
La concepción religiosa de los devotos de
estos “santos” determina la forma en que perciben las relaciones con esos seres
sobrenaturales, la cual está dominada por la convicción de que con ellos se
puede establecer un diálogo e intercambio de contraprestaciones mutuas que se
produce entre el oferente y la divinidad, expresada a través de las promesas y
los exvotos*. En esta relación si la imagen cumple, a juicio del devoto, éste
se ve obligado a satisfacer su compromiso realizando una ofrenda pecuniaria,
una penitencia física o cualquier otra forma de compensación.
El investigador Antonio Lorenzo Vélez (Religiosidad popular y superstición; Biblioteca virtual Miguel de Cervantes)
ofrece los siguientes elementos para la comprensión de este fenómeno:
“La mentalidad primitiva cree dominar las
fuerzas naturales por la magia. La religión presenta un segundo grado de
abstracción, un nuevo nivel mental. Donde la magia pone en juego las fuerzas
naturales, la religión lo hace con las divinas. Donde la magia exige, ordena y
espera de una forma automática las consecuencias de sus actos, la religión ora,
suplica y confía en ser atendida. Si la magia recurre, dentro de su esoterismo,
a la fuerza de los fenómenos que la ciencia ha ido aclarando como causas
naturales, la religión recurre a las fuerzas divinas, cuyo comportamiento está
fuera del alcance del ser humano. Al querer poner de su parte las fuerzas
divinas, el hombre recurre a acciones similares a las practicadas por la magia
natural, lo que conecta, en ocasiones, el hecho religioso con el ceremonial
mágico”.
En el mismo orden de ideas, Vélez, se refiere
a un elemento central que caracteriza a la devoción y el culto a los “Santos
Aparecidos”: los milagros, lo cual es consustancial con la creencia religiosa,
pues el milagro es un acontecimiento que los creyentes aceptan como señales de
la acción de los seres sagrados que actúan en favor o en contra de los hombres
y la Naturaleza, y estos se producen en respuesta a una solicitud hecha por un
devoto en la cual está de por medio de una “promesa”, es decir un compromiso
del solicitante a “pagar” el favor
recibido del “santo”.
Ahora bien, la naturaleza de las promesas es
variada, cada individuo la formula libremente en relación a lo que considera
valioso y satisfactorio en proporción equivalente a su necesidad sentida. Si se
hace una tipología de las promesas vemos que existen dos tipos: Las
penitenciales y las pecuniarias. En el primer caso, por ejemplo es cuando se
ofrece cubrir andando el camino al santuario, o haciendo descalzo y/o de
rodillas parte del itinerario; mientras que en el segundo caso pudiera tratarse
de la colocación de velas y oraciones, pagar cantadores de velorio, ofrendar
exvotos*, es decir cuando el promesante se ve obligado a cubrir el costo que
conlleva el “pago de la promesa”. Entonces, mientras la promesa pagada con la
penitencia representa el sacrificio del individuo que la ofrece, a cambio de la
gracia, el exvoto* es un tipo de promesa material que se entrega en
compensación por el bien recibido
*Un exvoto es un objeto ofrecido con carácter
público al “santo”, en respuesta a un favor, cuya donación había sido prometida
anteriormente y que cumple, además, la función de dar testimonio público de la
capacidad de obrar milagros de la imagen. Por lo general se trata de
esculturas, pinturas, o réplicas en oro y
plata de órganos corporales, traídos al lugar donde está el “santo” para
cumplir el compromiso contraído con la imagen, agradeciendo así el beneficio
recibido y permitiendo propiciar nuevos favores.
En el año 2003 realicé una investigación
sobre los “santos aparecidos” en el pueblo de El Baúl, Municipio Girardot, estado
Cojedes, cuyo trabajo de campo condujo a entrevistar a varios poseedores de
estas imágenes, las cuales si bien se veneran al interior de las viviendas, en
los altares domésticos, también comparten un espacio social y cosmológico que
integra a muchas personas de esta población, quienes participan activamente en
la construcción social de estas imágenes, a las cuales les reconocen atributos
especiales.
En la investigación se identificó la
existencia de cuatro (4) “Santos Aparecidos” en el ámbito local bauleño,
logrando entrevistar, inicialmente, a 3 de los poseedores de esas imágenes, y
posteriormente, en el 2005, se entrevistó a la persona que en ese momento tenía
bajo custodia temporal, para el pago de una promesa (no siendo la dueña), a
otra imagen. Las entrevistas permitieron captar la información que se ofrece a
continuación.
LA VIRGEN DE LA PIEDRITA:
En el 2003 la imagen estaba en manos de la
señora Luisa López, de 76 años, oriunda del caserío “Mata Oscura”; la pieza es
una pequeña piedra color negro brillante, cuya propietaria mantenía envuelta en
una cubierta de algodón. Esta señora comentó que ella obtuvo la pieza de su
madre Marcelina Tovar, quien a su vez la obtuvo porque el primer dueño, de
nombre Don Pedro (¿?) se la dejó al morir, y este a su vez la había encontrado
en un lugar denominado “Cerrillos”, en la quebrada de “Cerrillos” (actualmente
es territorio del Hato Piñero). Comentó además que era una imagen muy milagrosa
y tenía muchos devotos.
SAN FRANCISCO APARECIDO:
Se trata de una pequeña piedra de río, color
blanco, de unos 3 cm, que representa una figura humana a la que le falta la
cabeza, razón por la que su dueña la complementó con una cabeza hecha de oro.
El cuerpo de la imagen presenta perfección en sus líneas y trazos, que semejan
un manto cubriendo el cuerpo, sin embargo el modelo de ese “ropaje” no se
corresponde con el hábito de monje que se le atribuye a la iconografía de San
Francisco.
En el 2003 la imagen estaba en manos de la
señora Viviana Travieso de Montoya, de 69 años, quien heredó la pieza de la
señora Eulogia Cancines, abuela de su esposo Populo Alberto Montoya. La señora
Eulogia se la había dejado a su hija Gertrudis Cancines, suegra de la señora
Viviana, y al morir Gertrudis le quedó a su hijo Populo. Contó la señora
Viviana que la pieza había sido encontrada en una quebrada de la zona
denominada “Las Queseras” (Municipio Girardot), muchos años atrás
(probablemente a finales del siglo XIX), y afirmó que la figura del “santo” se
“pasmó” (dejo de “crecer” y perfeccionar la forma humana) porque lo habían
mandado a “bendecir” (con un sacerdote), lo cual incidió negativamente en la
formación del área de la cabeza, de allí que doña Eulogia le mandó a elaborar
una cabecita de oro y se la colocó a la piedrita. La pieza se mantiene
resguardada en un nicho de madera hecho por el señor Juan Linares en 1974,
porque el que tenía antes de eso se había quemado
EL SANTO DEL TORO:
Es una pequeña imagen en relieve, grabada en
una formación calcárea (cálculo hepático) que fue encontrada en el hígado de un
toro sacrificado a orillas del río Portuguesa (Municipio Girardot). En la
investigación se identificaron dos versiones acerca de este “santo aparecido”.
PRIMERA VERSIÓN: Esta versión la ofreció la
señora Viviana Travieso de Montoya (la dueña de la imagen de “San Francisco
Aparecido”), quien contó que la pequeña pieza referida fue hallada por un señor
de nombre Juan de la Rosa (¿?), quien fue la persona encargada de matar al toro
a orillas del río Portuguesa; afirmó doña Viviana que su información provenía
del hecho de que su madre, Dominga Travieso, trabajó en la casa del mencionado
señor Juan. La pieza con la imagen del “santo” estaba en el caserío “El
Manire”, en casa de Ercilia Pérez y Hermenegildo Ramos; un día del año 1948
doña Dominga (madre de Viviana, quien tenía 13 años en ese momento) fue a
buscar el “santo” para realizar el pago de una promesa y encontró que el nicho
del “santo” (sin la imagen) estaba en un chiquero de cerdos, sobre una troja
donde las gallinas ponían sus huevos, por lo que el nicho estaba lleno de
excrementos de pollos, sin embargo ellas (Viviana y su madre) se lo llevaron e
hicieron el velorio promesante sin el “santo” y se quedaron con el nicho sin el
santo, pero con “los milagros” que le ofrendaban. Tiempo después Jesús Pérez,
el hijo de Ramón Antonio Pérez, denunció a Dominga en la Prefectura del pueblo
por la posesión del “santo” (que en realidad era solo el nicho) y esta tuvo que
entregárselo a Ramón Antonio, que era el esposo de doña Justa Trejo, la
heredera del “santo”. Al morir Justa el “santo” lo heredó Ramón Antonio y luego
lo heredó su hijo Jesús; pero señala Viviana que el “santo” nunca más apareció
y solo estaba el nicho sin el “santo”.
SEGUNDA VERSIÓN: En el 2003 la señora Rosa
Hernández, de 52 años, tenía la imagen del “santo”, quien la heredó de su
hermano Jesús Pérez, que a su vez la había heredado de su bisabuelo Antonio
Mariño. Al ser entrevistada, ella contó que en una ocasión este señor traía un
toro arreado desde el sitio de “Urape” hacia El Baúl, y en el “Paso del
Portuguesa” el animal se “derrengó” (no pudo caminar más), razón por la que
decidieron sacrificarlo ahí mismo y vender su carne, pero el dueño se llevó las
vísceras a su casa y al cortar el hígado sintió que había algo duro como una
piedrita, la cual sacó y guardó, pero al pasar el tiempo apareció una imagen en
la pequeña formación calcárea. A partir de ese momento se le identificó como un
“santo aparecido” y surgió la devocionalidad hacia esa imagen que denominaron
“el Santo del Toro”, con las consiguientes promesas y milagros.
La señora Rosa comentó que ella poseía la
pieza desde que tenía 17 años (aproximadamente desde 1986), porque la había
recuperado de una señora que en una ocasión la pidió prestada para pagarle una
promesa y no la devolvió, sin embargo ella logró recuperarla. La narración en
esta última parte coincide con lo comentado por la señora Viviana en la otra
versión.
EL SANTO ROSTRO APARECIDO:
En el caso de esta imagen la entrevista se
realizó en el 2005, en ocasión de presenciar un velorio que se efectuó en su
honor en la casa de la señora Braulia de Tineda (actualmente tiene 100 años de
edad), comadrona y líder religiosa en el caserío “Zanja de Lira”, a orillas del
río Portuguesa (unos 50 km al sur este de El Baúl). Pese a la información
ofrecida por doña Braulia, optamos por transcribir aquí la información más
amplia que ofrece Ysnardo Conigliaro en una publicación On line titulada “Santo
Rostro: La piedra bendita que hace milagros en Calabozo”, publicado en https://www.noticiascalabozo.com.ve/?p=40072
“Los orígenes de este culto de religiosidad
popular se remontan al año de 1901, aproximadamente, cuando un niño de 7 años,
llamado Juan Vilera, un día escogido por Dios, consigue una piedra mientras
acompañaba a su madre que lavaba ropa a orillas del río La Portuguesa, en las
inmediaciones del Hato Piñero (Cojedes). Jugando en la orilla del río, entre
sus pies, se topó con una piedra que atrajo poderosamente su atención, la cogió
entre sus manos y se la entrega a su mamá para que se la guardara, porque el
niño decía que veía un rostro dibujado en ella; pero la mamá, en un descuido,
la tiró al río. Al día siguiente el niño se metió al agua y entre sus pies consiguió
de nuevo la piedrita, que conservó con mucho celo hasta la hora de su muerte y
que la gente de la comarca conocía como el amuleto de Juan Vilera.
En una oportunidad Juan y su familia tuvieron
que mudarse temporalmente del lugar donde vivían en ocasión de huir de una
repentina creciente, dejando olvidada, en el ajetreo, la milagrosa piedra; pero
al regresar a su casa, la pudo recuperar intacta, en el lugar donde la había
dejado.
Con el transcurso del tiempo, el amuleto de
Juan Vilera fue creciendo en fama de milagroso, ya que también crecía el número
de agradecidos devotos a medida que se incrementaban los favores concedidos por
la milagrosa reliquia. Entre los mitos y leyendas atribuidos al santo, está el
hecho de que la piedra fue creciendo de tamaño, haciéndose visible la figura
del rostro que en un principio solo era divisada por su dueño. Sus numerosos
devotos dicen que la piedra comienza a sudar y que cambia de colores, cuando
está realizando un milagro. También se cuenta que el santo tiene la costumbre
de desaparecer del lugar donde se le está realizando un velorio, si la gente
presente se comporta de manera irrespetuosa y no cumplen con la parte religiosa
del velorio, que consiste en rezar el Santo Rosario Mariano y formular
oraciones, cantos o improvisados versos de agradecimiento por el favor
concedido; apareciendo después en su capilla, de manera prodigiosa.
En uno de los tantos relatos que escuche de
boca de la señora Guadalupe Lara, su actual dueña y custodia, refirió que el
señor Juan Vilera, ya adulto, se encontraba en la plaza de Guardatinajas, que
queda frente a la iglesia y se topó con una señora desconocida, quien le pidió
que le hiciera el favor de bautizarle a su pequeña niña, para aprovechar el
momento en que estaban realizando uno de los ocasionales bautizos colectivos
que se hacían en el poblado en épocas especiales; como era el Día de Santa
Bárbara, patrona de dicha población o en días de Semana Santa. El sorprendido
Juan, le dijo que él no podía, pues no cargaba recurso para darle a la niña el
medio del bautizo, que era costumbre en esa región. La mencionada señora siguió
insistiendo, diciéndole que eso no importaba, que ella lo que quería era
bautizar a su pequeña. Ante la reiterada insistencia, Juan accedió y fueron a
bautizar a la niña llamada Ana Paula Lara.
La señora Guadalupe Lara, dijo que cuando
Juan Vilera se encontraba próximo a la muerte, le confió la sagrada reliquia a
la Señora Catalina Tovar y le confesó que él tenía un gran pecado encima, que
consistía en no le pudo dar el medio del bautismo a su ahijada Ana Paula Lara;
que él no quería morir con ese pecado encima y que por esa razón, le
encomendaba que buscara a esa muchacha, su ahijada, y le entregara la piedra
bendita; como pago por el medio del bautismo que él le debía. Sigue contando la
señora Guadalupe que la mencionada Catalina Tovar, era oriunda de Los Bancos de
San Pedro, cercanos a Calabozo, pero vivía por los lados del hato Piñero,
estado Cojedes, para la época cuando murió el señor Juan Vilera.
Siguiendo con el relato, la señora Guadalupe,
dijo que cuando murió la señora Catalina Tovar, Alejandra Córdoba Hidalgo,
quien se había casado con Santana Tovar, hijo de Catalina Tovar, había tenido
en su poder la piedra por espacio de 26 años y que por todas partes, le celebraban
velorios al Santo; estando en su poder. Al año de muerta Alejandra Córdoba, su
esposo Santana Tovar, comenzó a investigar sobre la ubicación de la ahijada de
Juan Vilera, llamada Ana Paula, para hacerle entrega de la sagrada reliquia
(Santo Rostro).
Según el relato, Santana Tovar fue a la Casa
Parroquial de la iglesia Catedral de Calabozo y consiguió la Fe de Bautismo que
certificaba que Ana Paula Lara fue bautizada por Juan Vilera. Con este dato en
sus manos, comenzó a indagar la localización de la ahijada de Juan Vilera,
hasta que, después de tanto preguntar, logró dar con su casa.
La familia Lara, pasó mucho tiempo sin tener
noticias del señor Juan Vilera, a pesar que este había prometido a la madre de
Ana Paula que un día le traería a su ahijada “el medio” que no había podido
darle el día del bautizo. Un día, ya difunta la madre de Ana Paula, ésta
recibió un mensaje de parte de Santana Tovar, diciéndole que tenía “el medio
del bautismo” que un día le había prometido su padrino Juan Vilera, refiriéndose
por supuesto, a la Piedra milagrosa.
Cuenta la señora Guadalupe, que cuando le
hicieron entrega de la venerada piedra a su mamá Ana Paula, ella tenía 10 años
de edad (1937). Que antes de recibirla, su mamá pidió que le dieran el tiempo
necesario para construirle una pequeña capilla para custodiarlo con el respeto
y el fervor que se merece; cosa que hizo hasta su muerte.
A la muerte de la señora Ana Paula, el Santo
Rostro pasó a las manos de su hija Guadalupe Lara, quien a su vez le hizo
construir la capilla donde lo tiene en la actualidad, gracias a un dinero
recibido de parte de un afortunado devoto, que le había pedido a Santo Rostro
que lo ayudara a salir de la difícil situación económica que estaba atravesando
y que, después había soñado con unos caballos que le hicieron ganar un cuadro
con seis caballos en el millonario juego del 5 y 6, donde se ganó una
considerable suma de dinero. Después de haber cobrado su dinero vino agradecido
a darle su ofrenda al santo, la cual sirvió para costear la construcción de la
modesta capilla donde se encuentra.
En la actualidad, Santo Rostro goza de una
fama de milagroso y cumplidor con sus innumerables devotos repartidos en los
estados cercanos al Guárico: Cojedes, Barinas, Portuguesa y Apure, los cuales
acuden fervorosamente a su humilde capilla, situada en la calle 1, entre
carreras 13 y 14 del Casco Central de Calabozo para formular sus promesas al
Santo, a demostrar su gratitud con ofrendas y oración o, a pedirlo prestado
para realizarle algún velorio en casa de la persona que ofreció la promesa, en
compensación por algún favor familiar concedido. Allí son atendidos por una
humilde anciana de 89 años de edad, quien es su dueña, guardiana y custodia: la
señora Guadalupe Lara.
La capilla del Santo Rostro está ubicada en
la calle 1 entre las carreras 13 y 14. Consiste en una pequeña capilla donde se
le rinde culto a Santo Rostro, el cual consta de una pequeña piedra de unos 10
cms. de diámetro donde puede observarse la imagen de un rostro humano esculpido
por prodigios de la naturaleza. La piedra, se asemeja al rostro aparecido en el
lienzo cuando la Verónica secó el rostro de nuestro señor Jesucristo, camino al
calvario. Descansa sobre una base de madera, ambas pulidas por el constante
acariciar de las agradecidas y fervorosas manos que la tocan para persignarse,
y se encuentra rodeada de cuadros con imágenes de Vírgenes, del Sagrado Corazón
de Jesús y otros Santos que conforman el santoral católico; donde acuden los
creyentes con flores, velas y figuritas metálicas de oro, plata, cobre o
aluminio para pagarle la(as) promesa(as) ofrecida(as) a él o los milagros
concedidos por el Santo. Estas ofrendas sirven para adornar su altar, donde
acuden los devotos a ofrendar sus plegarias al Santo Rostro, rezando una y otra
vez el Santo Rosario. Este Santo se la pasa viajando en su pequeño nicho de
madera para sitios donde sus fervorosos seguidores le ofrecen velorios como
pago por haber librado de ratas, mabita o sogata sus sembradíos de arroz, maíz
y otros rublos ya porque le hizo aparecer algún animal, objeto o persona
extraviada o por haberle hecho el milagro de recobrar su salud”.
Esta imagen es venerada en las comunidades
ribereñas del río Portuguesa, razón por la cual Doña Braulia de Tineda la
solicita prestada cada dos años y la lleva al caserío “Zanja de Lira”, con la
finalidad de que los devotos de dicho caserío y zonas circundantes cumplan con
el pago de sus promesas.
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