miércoles, 18 de noviembre de 2020

La verdadera enfermedad de Santa Teresa de Jesús (ensayo escrito por José Gregorio Hernández)

 

Representación del santo José Gregorio Hernández, sector Los Malabares, San Carlos, Cojedes. Imagen en el archivo de Samuel Omar Sánchez



LA VERDADERA ENFERMEDAD DE SANTA TERESA DE JESÚS

 

Dedicado al más josefino de todos los Obispos de la cristiandad, El ilustrísimo señor doctor Felipe Neri Sendrea, Obispo de Calabozo.

 

(Según Ernesto Hernández Briceño, su sobrino también ubica esta obra realizada  en  1907)

 

Mi devoción por Santa Teresa de Jesús es tan antigua que el día de hoy me sería imposible decir con exactitud el momento de mi vida en que  comencé a conocer y amar a la gran santa española, característico tipo femenino de la raza.

Durante mis estudios  preparatorios al curso de bachillerato subió de punto mi entusiasmo por su fama, porque, además de la santidad resplandeciente que la rodeaba en mi entendimiento conforme en los tiempos anteriores había formado idea de ella, ahora empecé a conocerla como escritora y poetisa admirable e inimitable.

Empezaba mis estudios de Medicina cuando con gran animación y alegría celebróse en Caracas el tercer centenario de la Santa, y recuerdo con júbilo las gratas impresiones, las vivas emociones que experimentaba mi alma al oír los elogios que de ella se hacían en la prensa y en el templo, pareciéndome, sin embargo, que todos eran inferiores a su grandeza.

Años más tarde uno de nuestros más queridos y populares profesores de Medicina en la Universidad escribió un estudio sobre el histerismo, en el cual, sin ningún reparo, afirmaba que  Santa Teresa estaba afectada de la neurosis y que sus éxtasis eran llamados éxtasis histéricos. (1)

 ¡Con qué dolor leí el artículo de mi maestro! ¡Cómo deseaba tener un gran caudal de saber y de elocuencia para defenderla de tan inconsiderada apreciación!

Muchos años después pude estudiar sus obras y fue entonces cuando vine a apreciar la verdadera grandeza de la santa y a comprender que la idea que acerca de ella  me había formado en los primeros años de mi vida distaba de la realidad cuanto dista la tierra del cielo.

Entonces también  la empecé amar y a venerar más si cabe, por otra razón. De todos los santos que forman el esplendor del cielo y constituyen la gloria extrínseca de Dios, ninguno, si exceptuamos a  la Santísima Virgen, tiene para el pueblo cristiano y para la Iglesia entera la significación y el valor de San José. Todos vivimos en el amor y en la veneración del santo que no tiene semejante en la inmensidad de la gloria.

La devoción de San José, propagada en toda la Iglesia, es la obra de  Santa Teresa principalmente. Ella hizo que el culto del Patriarca de Nazaret fuera el culto de todo cristiano y nos enseñó a recurrir a él en todos los casos de nuestra vida, y a poner especialmente bajo su protección el trance de la muerte.

¡Oh devoción cara y amable para todo corazón fiel, que desea la santidad conforme a los designios inescrutables de Dios! ¡Y cómo amar a San José sin tener inmensa gratitud a la santa que nos enseñó a venerarlo y a poner en él nuestra confianza como el remediador seguro de nuestros males! Por eso he sentido tan punzante dolor al oírla calificar de histérica en aquellos tiempos y siempre, y he formado el propósito invariable de contribuir en lo que pudiera para desvanecer tan impensada y ligera calificación, primeramente demostrando que en Santa Teresa no se encuentra la más pequeña señal de histerismo, y en segundo lugar tratando de indagar cuál era la enfermedad cierta que la aquejaba, puesto que ella misma nos describe los sufrimientos que tuvo durante su vida.

La Neuropatología nos enseña a conocer perfectamente el histerismo, de tal suerte que apenas hay enfermedad de más fácil diagnóstico. Es una enfermedad del sistema nervioso que carece de localización anatomopatológica, y que presenta distintos grados de desarrollo; pero en todos los enfermos se observan ciertos rasgos morales peculiares que se descubren prontamente. Tienen carácter movible, son inconstantes, faltos de voluntad firme, propensos a la disimulación y casi siempre son falsos, amigos de  que los mimen y de ser por parte de los demás objeto de atenciones y cuidados. (2)

¡Qué distante y opuesta a este bosquejo moral se nos presenta la santa de todos sus actos! Su firmeza de carácter se revela en la elección hecha de una vez para siempre de la vida religiosa; porque la vida religiosa exige en quien la abraza y en ella persevera la más completa abnegación  y la renuncia definitiva de todo lo que en la vida es grato y apetecible; en ese género de vida son indispensables todas las virtudes en grado no común en lo general, y para alcanzar la verdadera santidad, la que demanda el honor de los altares, en grado heroico.

Nuestra santa las tuvo todas en ese grado, y por ello su santidad resplandece en la Iglesia. Y entre todas las virtudes es sobresaliente en ella, precisamente, la que es imposible para el histérico: la sinceridad. La señal más cierta que  se puede tener de la curación de un histérico es ese cambio moral que lo hace pasar de simulación y de la exageración a la sinceridad. En los escritos de Santa Teresa brilla de tal manera esta virtud que encanta al lector y lo subyuga de una manera total.

Los histéricos presentan, cuando su enfermedad está bien caracterizada, las grandes crisis con convulsiones y movimientos pasionales de todo el cuerpo y los tan mal llamados éxtasis, durante los cuales permanecen largas horas y aun días en un estado semejante al sueño y en posiciones irregulares y grotescas; estado este que alterna con las convulsiones y está acompañado de alucinaciones. Al salir del éxtasis el histérico se muestra en un estado de embrutecimiento y de imposibilidad de ninguna operación intelectual.

De esos tales éxtasis jamás estuvo afectado ninguno de los santos místicos y tampoco Santa Teresa. Lo que se llama en Teología mística éxtasis son estados de oración sobrenatural que ninguna semejanza tienen con el histerismo.

Santa Teresa nos dio la descripción de tales estados. Hecha con mano maestra en habiendo acabado de salir de uno de ellos:

“Lo que yo pretendo declarar es qué siente el alma cuando está en esta divina unión…Estando así el alma buscando a Dios siente, con un deleite grandísimo y suave, casi desfallecer toda con una manera de desmayo, que le va faltando el huelgo,  y todas las fuerzas corporales, de manera , que si no es con mucha pena, no puede aún menear las manos: los ojos se le cierran sin quererlos cerrar; y si los tienen abiertos no ve casi nada; ni si lee acierta a decir letra, ni casi atiende a conocerlas bien; ve que hay letra, mas, como el entendimiento no ayuda, no sabe leer, aunque quisiera; oye, mas no entiende lo que oye… Hablar es por demás, que no atina a formar palabra…El deleite exterior que se siente es grande y muy conocido.

 “Ahora vengamos a lo interior de lo que el alma siente; dígalo quien lo sabe, que no se puede entender, cuanto más decir. Estaba yo pensando, cuando quise escribir esto, qué haría el alma en aquel tiempo. Dígame el Señor estas palabras: Deshacerte toda, hija, para ponerse más en mí; ya no es ella la que vive, sino yo; como no puede comprender lo que entiende, es no entender entendiendo… Se pierde la memoria… La voluntad de estar bien ocupada en amar… El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende…“Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura”

Es preciso leer los capítulos enteros de su Vida en que trata de esos estados místicos para maravillarse de las grandezas  de la oración sobrenatural y juntamente convencerse de que no ofrecen ni siquiera parecido remoto con los estados histéricos. Ninguno que establezca comparación entre ellos y los confunda e identifique puede considerarse como verdadero hombre de ciencia y mucho menos hombre justo e imparcial.

Es, pues, un hecho fuera de discusión ilustrada que Santa Teresa no padecía de histerismo. Podemos entonces averiguar cuál era la enfermedad de que padecía, puesto que ella misma nos la describe. Empezaron los síntomas de ella después de su profesión religiosa, porque “la mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud”.

La enfermedad principió con una gran debilidad. “Comenzáronse a crecer los desmayos, y dióme un mal del corazón tan grandísimo que ponía espanto a quien lo veía…”

Para ver si se curaba la llevaron a una estación balnearia a tomar aguas minerales. “Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos, porque la cura fue más recia que pedía mi complexión; a los dos meses a poder de medicinas me tenían casi acabada la vida  y el rigor del mal del corazón de que me fui a curar era más recio que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían del, tanto que se temió era rabia. Con  la falta  grande de virtud (porque ninguna cosa podía comer si no era bebida, de gran hastío, calentura muy continua y tan gastada, porque casi un mes me había dado una purga cada día) estaba tan abrasada que se me empezaron a encoger los nervios, con dolores tan insoportables que día y noche ningún sosiego podía tener y una tristeza muy profunda…; todos me desahuciaron…; los dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los pies hasta la cabeza”.

En esto estuvo cinco meses, desde abril hasta agosto, a fines de los cuales: “Dióme aquella noche un paroxismo que me duró estar sin ningún sentido cuatro días poco menos… Quedé estos cuatro días de paroxismo de manera que sólo el Señor puede saber los incomparables tormentos que sentía en mí. La lengua hecha pedazos de mordida; la garganta de no haber pasado nada y de la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el agua no podía pasar…; sin poderme menear ni brazo, ni pie, ni mano, ni cabeza…”.

Lo cual le duró hasta diciembre, en que  la llevaron al convento de nuevo. ”El extremo de flaqueza no se puede decir, que sólo los huesos tenía; ya digo que estar así me duro más de ocho meses; al estar tullida, aunque iba mejorando, casi tres años”.

Después se puso buena por completo, quedando únicamente sujeta a tener palpitaciones que ella, como dice en una de sus cartas, se curaba con agua de azahares.

De todo ello podemos deducir que la santa, en su primera juventud sufrió de una enfermedad aguda que con las secuelas le duró como cuatro años, después de la cual tuvo una salud perfecta y cabal, tanto que pudo emplear toda su vida en el trabajo de fundaciones y de la dirección de una Orden extendida en toda la Península.

Esta enfermedad consistió en un dolor violento en la región torácica y precordial, seguido al poco tiempo de dolores generales en todo el cuerpo, con fiebre alta, y que paró en un ataque cerebral con convulsiones; después rigidez articular y muscular, que la tuvo tullida durante tres años; al fin, vuelta a la salud con palpitaciones y algunas veces vómitos.

Con esta sumaria descripción es, ciertamente, difícil clasificar su enfermedad poniéndola en cuadro nosológico. Sin embargo, para los que están acostumbrados al lenguaje de la santa se aclara un poco los síntomas y se puede, sin mucha violencia, asimilar su enfermedad al reumatismo articular agudo.

Tomemos, si no, el admirable artículo “Reumatismo”, del Diccionario de Medicina y de Cirugía escrito por Gerges Homolle. (3)

1. Alude a un artículo de! doctor Guillermo Morales, publicado a primeros del año 1885 en El Repertorio, periódico que era órgano de la Sociedad Santa María. En dicho artículo el autor, no obstante la fama con que llegaba de Europa, dando de mano a la sanción de la verdadera Ciencia y a vueltas de hablar sobre magnetismo, hipnotismo e histerismo, pretendió reducir a puras manifestaciones algunos milagros de Jesucristo, los de Lourdes, los éxtasis de los santos, en especial de Santa Teresa, y la impresión de las Sagradas Llagas en Nuestro Padre San Francisco. Excusado es decir que el Pbro. Doctor Juan Bautista Castro, director de El Ancora, salió por los fueros de la verdad y de la ciencia cristiana. (Esta llamada es del doctor J. M. Núñez Ponte, en su Estudio crítico biográfico del doctor José Gregorio Hernández). Imprenta Nacional. 3° Edic. pág. 258. Caracas, 1958.

2. Leamos lo que acerca de esta misma materia escribió Hernández en su libro Elementos de Filosofía: «Se ha tratado muchas veces de establecer identidad entre estos estados histéricos y los fenómenos de la oración sobrenatural. En particular el éxtasis de los santos se ha considerado como de naturaleza histérica; todos los autores místicos, y principalmente Santa Teresa; han sido definitivamente colocados entre los histéricos por los que admiten esa identidad.”

“Pero todo aquel que quiera estudiar serenamente y de una manera científica el histerismo, y que estudie, además, del mismo modo la psicología de los santos, encontrará de seguro tal desemejanza entre ellos que forzosamente tendrá que establecer una conclusión contraria a dicha identidad, la cual sólo puede admitirse por los que no tienen conocimiento alguno del histerismo o de los éxtasis de los santos.”

“En efecto, los histéricos son enfermos que presentan, además de los síntomas propios de la enfermedad, ciertos estigmas en su ser moral y físico que son característicos del fondo o terreno indispensable para el desarrollo de la neurosis. Son irritables, veleidosos, apasionados; gustan de ser un espectáculo para los circunstantes, porque su afán constante es llamar la atención. Son pusilánimes, carecen por completo de energía física y moral;  a veces son astutos, inclinados a mentir y tercos.”

 «Sus facultades cognitivas son muy limitadas; son incapaces de ningún esfuerzo sostenido de la voluntad e incapaces también de reflexión, y presentan las señales de una agobiadora inferioridad intelectual, sobre todo aquellos que han llegado a los estados extáticos, los cuales, al establecerse definitivamente, acaban con la inteligencia del enfermo, que cae por fin en el idiotismo.”

«Es cierto que los que están sólo ligeramente tocados por la neurosis pueden ser personas discretas e inteligentes; pero los que llegan a la grande histeria y a su último estado del éxtasis sufren una degeneración intelectual casi completa.

Los síntomas del éxtasis histérico son bien conocidos. Los enfermos se encuentran inmóviles, en un estado aparente de sueño, en posiciones más o menos forzadas; después entran en convulsiones de la totalidad del cuerpo, a las cuales sigue un estado tetánico interrumpido por alucinaciones variables.”

«Pasadas las crisis extáticas, el enfermo se encuentra en un estado de profunda degradación mental, del cual sale lentamente y entonces recobra aquel humor excéntrico y frívolo que ya hemos señalado.”

«Es una enfermedad de las personas jóvenes o, a lo menos, empieza a presentar las primeras manifestaciones en la juventud.”

“Contemplemos ahora el grandioso espectáculo de la vida de los santos, y escojamos a Santa Teresa de Jesús como el caso más conveniente para este fin, porque es ella la que con más frecuencia ha sido calificada como enferma de histerismo.”

“La santa pasó su primera juventud entregada u las prácticas usuales de la regla del Carmelo, sencillamente, sin que nada se notara en ella de extraordinario.”

«De carácter apacible y firme, tan firme que pudo vivir veinte años, de los dieciocho a los cuarenta, en la perfecta ejecución de los preceptos de su regla; amante de la vida oculta y silenciosa de la celda, en ella practicó en grado heroico todas las virtudes: la paciencia, la obediencia, la modestia, la virginidad, la mortificación, el horror de la mentira, la santa pobreza; y todo ello sin ostentación, recatadamente y en la soledad.”

«A los cuarenta años fue agraciada con la oración sobrenatural, y entonces tuvo los éxtasis. Durante ellos nada de aparatoso: ni convulsiones, ni posiciones teatrales, ni estados tetánicos, ni alucinaciones.

«Los que tuvieron ocasión de verla en esos momentos se sentían sobrecogidos de respeto y de admiración al ver la serenidad y el embellecimiento de todas sus facciones, y el recogimiento y la modestia de toda su persona.

”Al salir de sus éxtasis la santa tomaba la pluma; y la que antes era tan ajena a toda literatura, ahora producía sus incomparables escritos, con los cuales se reveló al mundo maestra sin igual en Teología mística, historiadora eminente, eximia poetisa; con una filosofía tan elevada y original como su teología, modelo en el arte del bien decir, llena de donaire y elegancia, y con una gracia tan fina y espiritual que, desde hace cuatrocientos años, forma las delicias de los que la leen; por estas tan excelsas dotes la Santa Iglesia Católica la ha aclamado Doctora Mística.

”Los mismos fenómenos psicológicos, que bien podemos llamar antagónicos del histerismo, se encuentran en los otros santos místicos; en Santa Catalina de Siena, en San Juan de la Cruz, en San Enrique Suso, en Santa Gertrudis, en la Madre María de Ágreda. Todos ellos son autores clásicos en sus respectivas lenguas, eminentes en todos los asuntos de que tratan, y han realizado grandes obras en bien de la humanidad, de las cuales muchas subsisten.

”No existe, pues, ninguna identidad, ni siquiera la más leve entre los llamados éxtasis histéricos y los verdaderos éxtasis de los santos, que consisten en un arrobamiento de las facultades intelectuales, producido por la contemplación sobrenatural; el confundirlos es indicar de una manera cierta que no se conoce suficientemente alguno de los dos estados»(Elementos de Filosofía, por el doctor José Gregorio Hernández, páginas 65 a 68).

3.  El artículo «Reumatismos», escrito  por Georges Homolle, aparece inserto íntegramente en las páginas 548 a 750, ambas inclusive, en el tomo 31, Rei-Rot del Diccionario de Medicina y de Cirugía prácticas, cuyo Director de redacción era el Doctor Jaccoud. Después de tratar del reumatismo en general divide su estudio en seis capítulos: I.   Rhumatisme articulaire aigu. II. Rhumatisme articulaire subaigu. III. Rhumatisme seccndaire. IV. Rhumatisme articulaire   chronique. V.   Rhumatisme  abarticulaire. Rhumatisme visceral. VI.  Rhumatisme constitutionnel.

Tiene al final, en seis páginas completas, una bibliografía de 387 autores, distribuidos  así: Reumatismo general y Reumatismo  articular agudo, 110; Reumatismo cerebral, 26; Reumatismo hiperpirético, 44; afecciones abarticulares, 55. Reumatismo secundario y formas anormales del Reumatismo 45; tratamiento, 66, y Reumatismo crónico 45.

 Es, como lo califica el Dr. Hernández, un artículo sencillamente admirable, aun para los profanos en la materia.

 Tomado de: “José Gregorio Hernández Obras Completas”, Compilación y Notas del Dr. Fermín Vélez Boza –Universidad  Central de Venezuela-OBE, Caracas-1968,  Alfredo Gómez Bolívar


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