(El Cojo Ilustrado. Año II Nº 35. Caracas, 1º
de Junio de 1893)
Los tiempos modernos presentan entre nosotros
el fenómeno singular de que el desenvolvimiento material que se presenta en
toda nación no va acompañado del movimiento intelectual correspondiente;
obsérvese, por el contrario, que cada día disminuye el número de los que en
otro tiempo forman una brillante pléyade que ilustró la República y la puso a
la altura de los países más aventajados en materias científicas.
Así se nota en la naturaleza, que, después de
una cosecha rica en frutos que embellecen los campos y repletan los graneros,
se presenta otra que, siendo ya menguada de por sí, parece serlo todavía más si
se la compara con la que le precedió.
Más en esos mismos instantes en que parece
que los vegetales reparan las fuerzas agotadas por una fructificación optima,
en esas épocas de decadencia vital, suele presentarse uno que otro fruto que
reúne en sí y magnifica todas las cualidades eximias que hicieron afamada entre
todas a su especie, el cual viene a alegrar a los cultivadores, porque su
presencia encierra una promesa halagadora por el porvenir.
Las épocas pasadas hicieron creer que nuestra
raza tenía el privilegio de llevar radicadas en ellas potencias intelectuales
superiores a las que existían en las demás; luego vino una triste realidad a
desvanecer tan lisonjeras ilusiones, si bien se encuentran todavía algunos
espíritus elevados que poseen en grado sumo todas las grandes dotes de aquellos
que en tiempos venturosos dieron lustre y renombre a su país.
Uno de estos varones esclarecidos de nuestra
época es el señor doctor Nicanor Guardia: inteligencia amplia y vigorosa, que
ha cultivado uno de los ramos más difíciles de los conocimientos humanos, la
Medicina, y que ha llegado a ocupar un puesto culminante entre los hombres
científicos de nuestra patria.
Lleno de amor apasionado por la ciencia,
sigue paso a paso el movimiento casi vertiginoso que ella presenta en la
actualidad, experimentando un verdadero entusiasmo cada vez que viene a
descubrirse un nuevo secreto a la naturaleza, y presentándose, por lo tanto,
siempre al corriente de los adelantos científicos. Dotado además por la
naturaleza de una lógica irresistible, marcha sin vacilar por la senda que debe
conducirle a la verdad, el único ideal que los deslumbra y atrae.
En la ciencia difícil del diagnóstico, en la
habilidad para descubrir y llenar la indicación terapéutica; en una palabra, en
la parte clínica de la Medicina, es donde brilla su inteligencia con más
esplendor. Es increíble con cuánto vigor realiza diariamente esa lucha
incesante contra la enfermedad, que a veces llega a convertirse en una lucha
homérica contra la muerte. Y parece imposible pintar esa rara energía que le
hace resistir donde los demás flaquean, y teniendo entonces arranques de
inspiración que le levantan y colocan en una altura inaccesible a los demás
mortales.
Poseedor de una elocuencia natural, unida a
un criterio nada común, agrupó en torno de su Cátedra universitaria un auditorio
entusiasta que corría a recoger ávidamente los preceptos científicos, los
cuales adquirían con sólo salir de sus labios una autoridad incontestable. La
Madre Universidad, que nunca ha podido consolarse de su ausencia, le tiene
orgullosa en el cuadro de sus profesores honorarios.
Muy raras son, en efecto, las dotes
intelectuales de tal magnitud, y por lo mismo muy valiosas; pero más raras y
valiosas son las cualidades morales, que rodean al hombre de una simpática
aureola y le dan un prestigio tan grande como merecido. El señor doctor Guardia
las posee todas; la bondad natural, que compadece los sufrimientos ajenos; la
generosidad, que ennoblece el espíritu y le proporciona mil goces inefables; la
santa caridad, que llena el alma de los más excelsos sentimientos, genera las
acciones grandiosas que inmortalizan al hombre. Y practica la amistad de una
manera tan perfecta que los elegidos sienten por él un amor profundo y un
respeto ilimitado. ¡Oh, cómo corre la pluma fácil y ligera al escribir las palabras
que nos dicta el corazón!...
Tiene por compañera de su existencia un ángel
que le endulza las penas inherentes a su profesión, y vive tranquilamente
gozando de la veneración que le profesa toda su familia, y en medio de la
consideración universal. ¡Quiera el Cielo conservarle a Venezuela por largos
años un ciudadano tan distinguido como eminente!
Tomado de: "José Gregorio Hernández
Obras Completas" Compilación y notas Dr. Fermín Vélez Boza. Ediciones OBE
Caracas 1.968, por Alfredo Gómez Bolívar
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