Desde ese día nunca más se supo de Alicia (Archivo de Deiby Díaz)
Obra galardonada en el Concurso Nacional de
Cuentos Misterios y Fantasmas Clásicos de la Llanura “Ramón Villegas Izquiel”
(UNELLEZ –San Carlos, Cojedes)
Alicia miró al cielo. Es casi medio día –Pensó. Hacía como tres horas que había llegado al río a lavar. Siempre buscaba el mismo sitio, le gustaba aquel recodo porque formaba una poza donde podían jugar, sin peligro, sus dos hijos: Juana y Alexis, unos morochos de cinco años que la acompañaban a todos lados y que eran la luz de sus ojos.
A pesar de la dura faena de lavar
tanta ropa, Alicia sentía placer, le agradaba sentarse en una piedra negra en forma
de sapo por donde bajaba el agua, quedando sumergido los pies en la orilla de
la poza.
Ese día a Alicia le extrañó no oír a
los pericos ni a los loros que usualmente armaban su escandaloso concierto
entre los árboles de la ribera. Había un raro silencio sólo interrumpido por el
susurro del río, un canto monótono aprendido desde el principio de los tiempos.
Esa música mezclada con el golpeteo de la ropa sobre la piedra, la hipnotizaba.
Alicia esperaba ansiosa los días de lavar para disfrutar de la mágica seducción
de la soledad, sin preocuparse por nada, solo ella, el río con su canto y sus
hijos retozando en el agua. Flotaba en esa atmósfera cautivadora cuando
percibió a lo lejos voces de otros niños. Al principio frunció el ceño porque
se imaginó la llegada de otra lavandera que vendría a romper el encanto con la
infaltable conversadera. Pero luego se resignó pensando que sus hijos
disfrutaban la compañía de otros niños. ¡Qué equivocada estaba!
Lavanderas llaneras en pleno río (archivo de Ofelia Rodríguez Pérez)
Alicia continuó restregando. Le
pareció raro que aún no llegaba la otra mujer. -Mejor así. Quizás se quedó río
abajo- Dijo en voz baja. De pronto sintió un escalofrío, un presentimiento que
le erizó la piel. Con sobresalto caminó hacia la vuelta del río, de donde
provenía el bullicio. Pudo ver a sus hijos tirándole piedras a otros cuatro
muchachitos. Los observó fijamente tratando de reconocer algún vecino, pero los
pequeños recién llegados siempre le daban la espalda. Muy pronto se
arrepentiría de no haber insistido en tratar de descubrir la identidad de
aquellos forasteros. Aún sin ver sus caras, se sorprendió del tamaño de sus
manos y pies, que resultaban desproporcionados para sus menudos cuerpecitos.
Muy intranquila, Alicia decidió
terminar la faena ese día. En cada paso que daba retumbaban las preguntas.
Imagen en el archivo de José Luis Castillo
-¿De dónde salieron aquellos niños?-
-¿Dónde estaba su madre?- -¿Por qué no la vi?- Con esa angustia enjuagó lo que
faltaba y recogió rápidamente la ropa. La sensación de peligro era mayor.
Imagen en el archivo de Llano, Joropo y Leyenda
No oigo a los niños -Dijo. Levantó la
pesada cesta y corrió a buscar a sus muchachos. Un frío indescriptible se
apoderó de su cuerpo. NO HABÍA NADIE, LOS NINOS DESAPARECIERON. De su garganta
salió un alarido penetrante, desgarrador que inundó la ribera. Fue el único
grito que pudo exhalar de sus pulmones. El hermoso rostro de Alicia se
desfiguró con una mueca de espanto y los ojos se desorbitaron cuando, en los
últimos momentos de cordura que le quedaban, comprendió lo ocurrido. La mujer
corrió sin rumbo, detrás de lo invisible. Las piedras del río se encargaron de
lacerar su cuerpo con cada caída y la sangre cubrió su vestimenta.
Imagen en el archivo de Elkin Cardozo
La pobre mujer vagó por muchas horas.
Los vecinos del pueblo que estaban en la calle principal quedaron asombrados al
ver a una mujer con la ropa ensangrentada y la cara llena de terror. Es Alicia,
la esposa de Julián -gritó el bodeguero-. Se fue esta mañana con sus hijos a
lavar al río-. Todos estaban desconcertados, sin entender lo que pasaba. Los
más viejos del pueblo comprendieron rápido la verdad que traía la desdichada
mujer reflejada en sus ojos: LOS DUENDES REGRESARON AL RÍO A BUSCAR MÁS NIÑOS.
De la loca Alicia no se supo más
nada. Cuentan que la vieron por el río, en la poza, buscando a sus hijos.
Después de muchos años nació otra leyenda: La de una mujer fea y cubierta de
sangre que aparecía en el río lavando ropa asustando a los muchachos que iban a
bañarse solos.
*Texto publicado en “El Llano en Voces;
Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña
y de otras latitudes”. Compilación de Isaías Medina López y Duglas
Moreno (San Carlos: UNELLEZ. 2007)
Héctor Cardozo Lucena (Barquisimeto,
Lara, 1957 y residente en Cojedes). Egresa del Instituto Pedagógico de
Barquisimeto en la mención Química (1980), con estudios de especialización y
maestría. Dirigió el Instituto Universitario de Tecnología Agropecuaria,
IUTEAGRO. Su obra está inédita.
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