LETRAS DE COJEDES Espacio sin lucro para promover las Artes de la Oralidad, la religiosidad popular, experiencias comunitarias, publicaciones y textos inéditos: hacia un nuevo perfil de la literatura popular. San Carlos, Cojedes, corazón de la llaneridad venezolana. Ganador del VII Premio Nacional del Libro (Venezuela, 2010-2011)Coordinador Isaías Medina López.
lunes, 20 de marzo de 2017
LA TOMA DE SAN FERNANDO DE ATABAPO (José Alberto Pérez Larrarte)
“La
toma de San Fernando de Atabapo, se dio en 1921. Fue hecha por un puñado de
hombres sedientos de Libertad. El 30 de enero fusilan en medio de la plaza al
tirano de Río Negro, como llamaban al coronel Tomás Funes y a su lugarteniente
Luciano López.
Al
coronel Funes no se le puede negar que fue guapo y de recia personalidad, llegó
a dominar esas tierras del Amazonas por más de ocho años, por su controversial
vida se cuentan muchas cosas, positivas y negativas. No todos lo odiaban.
Una
de las cosas positivas que se cuentan de él, en esa pequeña y escondida comarca
del Amazonas, es que cuando mandaba a la selva a su personal a hacer
exploraciones para obtener el preciado recurso del caucho, mientras ese
personal estaba en la selva, él religiosamente visitaba a las familias de esa
gente que le servía, pendiente de sus carencias; era un celoso guardián de la
situación económica de esas familias y otra cosa: que si alguno se aprovechaba
de la situación para cortejarle la mujer a otro, era ferozmente castigado y
hasta fusilado como escarmiento. Todo hombre por muy bárbaro que sea tiene un
lado de bondad y él la tenía, indudablemente.
Durante
sus ochos años que mandó en el Amazonas, puso unos impuestos muy elevados, con
la intención de ahogarlos económicamente y poder obtener más recursos, dinero,
morocotas o cualquier otro bien; en ese tiempo lo que circulaba eran las
morocotas de oro, eso era normal y más en una tierra con tantas riquezas
extraídas de su suelo.
No
podía haber disidencia, tampoco hablar mal de Funes, sino en bien y pobre de
aquel que lo acusaran de expresarse mal de él, era fusilado o encarcelado con
un par de grillos, sin derecho a comida, hasta morirse de hambre”.
Estaba
de lo más animado y imbuido en el recuerdo de aquel hecho, de tanta
significación para lo que fue la gesta libertaria de aquellos hombres que
lucharon por derrocar la tiranía gomecista, principalmente el legendario
general Emilio Arévalo Cedeño, quien dirigió tan aventurada acción heroica.
Le
interrumpo para preguntarle cómo o qué le anima al general Arévalo Cedeño
realizar dicha operación, que para cualquiera era algo inverosímil, más cuando
al que iba a enfrentar era ya toda una leyenda de valor y pánico.
Noté
que hice que su verbo se encendiera. Con absoluta convicción me respondió sin
perder detalle alguno en su narración novelesca:
“Él
sabía que por allá, por la llanura del Casanare, tenía fama la figura de un
guerrillero antigomecista, ya convertida en leyenda, era el general guariqueño,
Emilio Arévalo Cedeño.
A
mí, quien me comunicó la acción que pretendía llevar el general Arévalo, fue mi
hermano Cincinato, quien era su secretario de confianza. Le llegó la noticia
que en el Amazonas había un hombre, un dictador, un tirano que tenía subyugado
al pueblo y además de eso, que tenía morocotas de oro y sobre todo armamentos y
municiones; era lo que más interesaba para fortalecer la lucha antigomecista.
El
plan de Arévalo de invadir San Fernando de Atabapo no duró mucho en llevarse a
cabo. Después de conferenciar y dividir el campamento revolucionario de Cravo
Norte, entre Emilio Arévalo Cedeño y Pedro Pérez Delgado, dos grandes jefes de
esa revolución, yo me quedo con mi general Maisanta y Cincinato se va con su
general Emilio Arévalo Cedeño. Parten para el Amazonas 192 hombres con Arévalo
Cedeño a la cabeza, lo recuerdo clarito, el 31 de diciembre de 1920.
Fueron
muchas las penurias y calamidades que vivieron por esos selváticos caminos,
mayormente marchaban de noche, enfrentando un mundo de peligros por esos
pajares inhóspitos e inexplorados, rogando no ser descubiertos por esas tribus
salvajes que minaban esos montaraces caminos de soledad.
Atravesaron
en la noche el Orinoco, llegaron en silencio por la Pica del Tití; en la
madrugada del 28 de enero de 1921 sitiaron a San Fernando de Atabapo; pero el
coronel Funes respondió. Guapo era el hombre, 48 horas estuvieron combatiendo.
Arévalo, al darse cuenta que estaba quedando sin pertrechos, mandó a petrolizar
la casa para no perder ese viaje tan largo infructuosamente. Dándose cuenta que
era poca la gente que le quedaba a Funes, estaban bien reguarnecidos detrás de
las paredes de la casa; pero los hombres de Funes se dan cuenta que están
petrolizando la casa y le avisan a su jefe, quien de inmediato mandó a sacar
una bandera blanca y lo invitó a parlamentar.
Luego
de la rendición José Tomás Funes es llevado a presencia del general Emilio
Arévalo Cedeño. Al llegar, mirándole a los ojos, le dijo: -mi general Arévalo
Cedeño- y Arévalo le responde -su servidor-, aprovecha Funes y le dice –oiga
general, ordene, que me devuelvan mi revolver y yo me retiro para el Brasil y
no vuelvo más para acá. A lo que Arévalo responde, -óigalo bien, coronel Funes,
usted es el vencido y el vencido no impone condiciones. Nosotros le vamos a
hacer un Consejo de Guerra y si usted aparece inocente podrá disponer de sus bienes
y de su libertad; pero, si aparece comprometido será sancionado por lo que
determine el Consejo de Guerra. Lo encontraron culpable de 440 muertos, le
aplicaron la pena de muerte, como también a su segundo, Luciano López, tan
sanguinario como él”.
Don
Hilarión; pero son muchas las cosas que se han dicho sobre ese asunto, unas en
contra del general Arévalo y otras a favor del coronel Funes.
No
me dejó terminar de inmediato; de manera airada me respondió con su
característica firmeza y con su elocuente verbo de excelente narrador.
“Doctor
Tapia, cuanta vaina no se ha dicho para enlodar la vida de mi general Arévalo y
eso lo sabe usted. Recuerde que también se dijo que Funes trató de sobornar a
Emilio Arévalo Cedeño, pero éste, demostrando su honestidad revolucionaria, le
rechazó el ofrecimiento, que se asegura consistía en varios cajones de
morocotas de oro.
De
este supuesto episodio hasta surgió una copla que por muchos años anduvo de
boca en boca, creo recordarla:
En
1921 una mañana de enero
fue
que amaneció de fiesta,
el
pueblo de San Fernando
pues
condenaron a muerte
al
tirano de Río Negro
gritaban
con alegría
¡Viva
Arévalo Cedeño!
Le
ofreció dinero a Emilio
este
dijo no lo quiero
yo
solamente haré
lo
que decida este pueblo.
El
30 de enero de 1921, como a las nueve de la mañana, fue sacado Funes en
presencia del pueblo y de un pelotón de fusilamiento que le esperaba.
El
comandante del pelotón de fusilamiento dijo 20 pasos al reo, e iba contando en
voz alta uno, dos, tres… y eso sonaba como lumbre en aquella plaza silenciosa,
lo que se oía era la voz del cantante de los pasos, quien, ante la mirada
atónita de los presentes, iba a ejecutar la orden del Consejo de Guerra.
Marcos
Porras, quien era el comandante del pelotón de fusilamiento, se le acercó a
Funes y le dijo: Lo vamos a vendar coronel. Funes con su incendiada mirada
respondió -a los hombres como yo no se vendan. Quiero ver la cara de mis
asesinos-. Dicen que entregó a uno de los oficiales del pelotón de fusilamiento
un anillo de oro con brillantes y le dijo en voz alta, - use este anillo en
nombre de Tomás Funes-. El anillo y que originó la muerte violenta de todos los
que lo usaron.
Luego
de entregar su anillo al oficial, grito a todo pulmón. – Maldito sea el traidor
de Antonio Levanti, quien me vendió a Arévalo- y sin bajar su rostro se quitó
el sombrero, lo lanzó al público aglomerado en la plaza y se despidió:- Adiós
amigos míos.
Dispuso
el capitán Elías Fuente Hernández, quien era el capitán del Cuerpo de Parada, a
ordenar, firme y a discreción; el capitán Marcos Porras dio la orden de fuego,
procediendo a ejecutar el fusilamiento, cayendo abatido sobre la arena que
circundaba la plaza; allí cayó inerte, todo vestido de negro y su cuerpo
ensangrentado, enseguida llegó un médico a constatar si estaba muerto”.
Caramba,
don Hilarión, no cree usted que ese hecho magnificó la vida del coronel Funes,
convirtiéndolo en un mártir, un mito, en una leyenda que reanima la inventiva
del venezolano a tenerlo presente entre la realidad y la ficción.
“Eso
es muy sencillo de entender, doctor Tapia. Funes era una leyenda en vida y
luego de su muerte se propagó por todos esos montes de Venezuela, Brasil y
Colombia. Se habla de una lista de muertos, a quienes iba anotando en su
cuaderno de víctimas.
Muchos
dicen que aún lo ven desandando en esas selvas y que hasta que no consigan una
gran vasija que enterró repleta de morocotas de oro no va a descansar en paz.
Después
del fusilamiento de Funes, Emilio Arévalo Cedeño y sus hombres se fueron, no se
llevaron dinero, pero si unas pocas armas y municiones que había, dejando un
encargado en el gobierno revolucionario que instaló en el Amazonas; pero fue
por poco tiempo por cuanto Gómez, mandó una expedición y volvió a apoderarse
del Amazonas.
Son
muchos los comentarios que se tejen, contados por esa peonada de hombres que
estaban a su mando. Aseguran que él se preocupaba por conservar el bienestar de
los que le servían, en lo moral y económico de sus familias; pero no temía para
atentar contra la vida de los que le adversaban.
Allá
en esa intrincada selva quedan muchos de sus descendientes, unos son de
apellido Betancourt, otros han muerto.
San
Fernando de Atabapo ha sido siempre un pueblo reducido, limitado a cuatro
calles nada más, la plaza, iglesia y casas de bahareque. Se comenta que cuando
cae el cuerpo inerte de Funes, se acercó una señora, ayudada por otra persona,
lo envolvió en un manto y se lo llevó al velatorio y luego lo enterró; se
sospecha que era su mujer. Esa señora se llamaba Josefa Mirabal, en las actas
de bautismo de esa época siempre aparecen como padrino Tomás Funes y madrina
Josefa Mirabal.
No
dejó hijos allá, solo una hija que trajo con él llamada Gumersinda, casada con
Pascual Betancourt. También se dice que en la época del caucho hubo empresarios
que mataron más gente que Funes. Allá se vivía en la barbarie. Cuando se
abrieron esas comarcas para explotar el caucho, con Brasil, Colombia, Perú y
Venezuela, en 1840, asesinaron a más de diez y seis mil indígenas y en el año
1913 cuando bajó el caucho, con el boom de los ingleses e Indonesia, llegaron a
quedar solo diez y siete mil indígenas; a unos los mató el hambre, a otros las
fieras, los patronos y explotadores del caucho.
Lo
que sucedió fue que Funes pasó por las armas a la gente ligada a la sociedad de
Ciudad Bolívar, esos si reclamaban, tenían quien los cobrara, tenían dolientes,
Funes no tocó a los indígenas.
Doctor
Tapia, después de terminada esa condenada guerra y volver a la paz solariega de
mi hogar, empezó a regarse de boca en boca un corrio por todos estos llanos de Colombia
y Venezuela; aun lo recuerdo, la memoria no me falla, decía así:
Tomás
Funes se llamaba
el
tirano de Rio Negro
¡Ah,
malhaya la justicia
de
un Arévalo Cedeño
el
protector del lisiado,
el
amigo de los buenos,
el
que siempre tuvo espada
al
servicio de los pueblos!
Allá
viene don Emilio
el
del semblante sereno,
caballero
de una nube
porque
no le gusta el cielo
que
esté contento el que sufre
estén
seguro los buenos,
que
los tiranos se acuerden
de
la lección de este ejemplo
que
entre mala gente inicua,
la
lanza de este llanero
se
asoma de puerta en puerta
todo
el mundo para verlo
caballero
en corcel brioso,
es
del llano y es del cielo
lleva
en la mano laureles
y
luceros en el pecho
Tomás
Funes se llamaba
el
tirano de Río Negro
ah
malhaya la justicia
de
un Arévalo Cedeño.
Caray,
doctor esas son las cosas de la vida, cada quien las cuenta a su manera, lo
cierto que ambos personajes hicieron historia y lucharon a su manera por lo que
creían”.
No
quise interrumpirle, su memoria estaba tan fresca que fluían sus diáfanos
recuerdos; solo me dediqué a atender su narración sobre la toma de San Fernando
de Atabapo.
Al
solo escucharle sus cuentos me di cuenta que don Hilarión Larrarte La Palma, el
viejo capitán de las luchas guerreras antigomecistas; era un cronista de la
emoción cotidiana, un excelente narrador, un soñador trashumante, un
atormentado por tantas cosas que tenía que contar y le ahogaban la conciencia;
pero para nadie es secreto que la vorágine del petróleo está socavando el alma
del pueblo y trasgrediendo su cultura.
Cada
día se borra más la memoria histórica, se atenta contra la autenticidad del
venezolano. Lo nuestro vale menos y disminuye el amor por lo trascendente,
sencillamente se desprecia a lo nuestro y prevalecen los intereses foráneos y
la adoración por nuevos héroes que nos deja la cultura del petróleo que se
impone en la conciencia nacional.
No
sabría apreciar cuál de los dos interlocutores estaba más poseído por la
emoción nostálgica, tal vez haciendo un juicio de valor podría concluir que cada
uno, a su manera, los embargaba una mágica conmoción que de una u otra manera
la manifestaban en su verbo creador y en la máxima capacidad de entremezclar la
realidad con la ficción.
José Alberto Pérez Larrarte /
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