martes, 14 de enero de 2014

LA CASILDA DE PASO LARGO (Cuento de Daciel Pérez)

Imagen en el archivo de "Bajo un mismo sol"


Nunca imaginé que una acción sencilla, un pequeño esfuerzo por satisfacer mi curiosidad, sería el causante de sonrisas, alabanzas y hasta desprecio de algunos catedráticos, en especial de aquellos que tenían una fe ciega en su labor archireconocida. Lo que me pasó no es más que una cuestión de casualidad, una evidencia de la influencia de los astros a la hora del nacimiento.
Recuerdo la tarde cuando le comuniqué al jefe de reporteros que anhelaba desentrañar las historias de esos rincones, que a veces por pereza se convierten en invisibles, también porque la ciudad podía ser muy grande pero pasaba siempre lo mismo y allí en los extramuros están los orígenes de esta desconstrucción que vivimos. Su respuesta fue un rizo de ironía colándose entre sus dientes, me habló de gasto de recursos y eficiencia, pero que si la quijotada era tan grande en mí, que procediera, total pensaba en darle un vuelco a la línea editorial.
Mis aspiraciones me condujeron a las afueras de la ciudad, un arrabal olvidado por la gracia de Dios llamado “Paso Largo”. A medida que me acercaba iban desapareciendo las espaciosas casas, iniciándose una etapa poco conocida de la multifacética ciudad. Al llegar a la comunidad, sólo se distinguían unos cuantos camiones que iban y venían de las fincas cercanas, dejando a su paso estelas de polvo. Un calor del demonio se apoderaba de las calles, me imaginé que la gente estaba en su casa refrescándose sentados frente al televisor con una cerveza acogida en las manos y el ventilador a máxima potencia, ya que no llegué a ver algún acondicionador de aire en mi travesía. Al fin observe a una mujer mayor de mal aspecto, enjuta ya, de cabellos blancos, le calculé unos setenta años.
Logré abordar a la señora, entrando inmediatamente en conversación con ella. Se llamaba Eva María, la madre de la familia, quedó viuda a la edad de veinte años. Siempre protegida por su madre cuando niña y por su esposo Juan Gregorio durante seis años antes de que la vida lo separara de su lado, según ella todo el mundo que conocía era a través de éste; luego de eso se casó por segunda vez con José Abraham. No era setenta su edad sino alrededor de cuarenta años, eso me dejó anonadado, ¿Cómo podría haber envejecido tan prematuramente?
Me comentó que tenían dos hijos Gregorio y Juana, ambos del primer matrimonio, convivía sólo con la última a razón de un altercado entre su hijo mayor y su actual esposo, según ella me comentó. Su casa era una suerte de cuchitril de cuatro láminas de zinc, un techo apenas visible, una puerta destartalada, no llegué a ver el interior de la casa, pues me dejó bien claro desde el principio que la entrevista sería allí en el frente mientras le daba de comer a las gallinas, “las cuales nunca aparecieron”. 
Eva María contempló mi cámara por unos segundos, advirtiéndome que si le tomaba una foto me arrancaba la cabeza de un machetazo.
_ ¿Es que ud. no sabe que eso roba el espíritu? ¡Ese es un artefacto del demonio!
Tales afirmaciones eran previsibles en un lugar como ese, en donde para poder encender la nevera de seguro que se debía apagar el bombillo. Hasta entonces nada de eso me había inmutado, ni siquiera que la señora cambiará de actitud inesperadamente, llegando en uno de esos cambios emotivos a advertirme que debía irme antes de que se ocultará el sol, pues su esposo podría comportarse de manera agresiva con ella si llegaba a ver otro hombre en su casa, a lo que le dije:
_ Por favor señora, si él llega antes de que yo me vaya, me encargaré de contentarlo. Además, él puede ayudarme a terminar el reportaje. Pero lo más probable, es que no sólo me tendría que colocar los guantes con el furioso hombre sino también con media comunidad, seguro serían buenos tiradores de piedras.
Ya me disponía a partir pero de pronto escuche ciertos quejidos, algo así como una mujer en pleno orgasmo. Ante mi inquietud, Eva me dijo que solo era su hija Juana, que estaba loca, que no le prestará atención pues los gritos era por un problema de sordomudez que tenía desde niña. Decidí que lo mejor era investigar la situación, no obstante, se llegaba la hora de alzar el vuelo, tomé mis cosas y me despedí de la señora, al preguntarle cuando podría venir de nuevo me dijo aquellas palabras casi mudas, como entre dientes:
_ “En el próximo paso de luna”
Luego de pasadas tres horas volví al humilde ranchito. La noche y el frío se apoderaron del cielo en un pueblo absorto en el silencio. Rodeé sigilosamente la casa, unos gritos empezaron a emerger inesperadamente de la misma, ya no eran los gemidos semieróticos que había escuchado por la tarde; golpes de una correa resonaban sobre un cuerpo, pensé inmediatamente en el marido de la mujer, seguro se enteró de mi presencia en horas de la tarde, ¡El energúmeno en acción!, lo que me elevó la sangre, tenía ganas de derribar la puerta y detener la barbarie de aquel hombre. Los gritos iban creciendo en intensidad; me sorprendí de que nadie – ni siquiera el vecino – pareciera alarmarse por aquella brutalidad, la mayoría de las luces de la comunidad estaban apagadas lo que le daba un cierto aire de barrio fantasma al lugar, sólo las pocas luces de la calle y la de la luna llena. Los gritos continuaban, me acerqué más y más lentamente, al llegar detrás de la casa me asomé por una pequeña abertura entre las láminas, la victima no resultó ser Eva, para mi sorpresa era la victimaria que descargaba con todas sus fuerzas la ira sobre su hija, estando ésta atada a la cama. No vi señas del esposo por ningún lado de la deplorable vivienda. Apunté la cámara y tomé unas cuantas fotos. Debía partir pronto o seguro los policías me detendrían, el barrio no era zona segura y yo pasaría fácilmente por un sospechoso.
Agotada de asestar varios latigazos sobre su hija la mujer se retiró hacia el fondo y abrió la nevera. Mientras escuchaba los llantos y rezos de Eva implorándole al Señor que la perdonará, pues ella era simplemente victima de sus designios, adentré mi vista aún más por la abertura; hasta entonces no había conocido la severidad del miedo y un corazón con tal ritmo, con los ojos fijos en la escena casi sin respirar mi humanidad cayó inmolada, una fría sensación recorrió mi espalda despuntando mi cabello y provocándome una insoportable sensación de angustia que se apoderaba con gran intensidad de mis órganos. Eva, la frágil y tímida señora de aspecto loable, sostenía entre sus pequeñas manos un frasco lleno de algún líquido transparente y dentro del mismo una cabeza.
Ya ha pasado cierto tiempo de aquella dantesca situación, recuerdo con memoria fotográfica los hechos del siguiente día, la exclusiva que me valió mi jactancioso premio. Los efectivos policiales iban enfilando más de una cuadra de cuerpos sacados de las casas de ese barrio fantasma, cada uno al parecer víctima de la locura de Eva María “La Casilda de Paso Largo”, así la apodé en analogía a la iracunda esposa que luego de la maldición pre mortem de su madre se convertiría en el espectro más aterrador de la llanura venezolana. Aún hoy recuerdo las palabras que le profirió a la cabeza en el frasco:
_ “José Abraham, malditos tú y toda tu generación de hombres”

2 comentarios:

Alfredo Cernuda dijo...

Terrorífico, pero empiezas y no puedes dejar de leerlo. Un abrazo, Isaías.

Anónimo dijo...

Por la difusión de todo tipo de literatura y poesía he nombrado a este blog de Isaías Medina para el premio Dardos. Los detalles en el enlace. http://wp.me/p3SGuQ-bR