viernes, 1 de abril de 2011

TRES CUENTOS DE LAGUNITAS (Fantasmas Llaneros)

El signo de la Cruz venía acompañado de un trágico signo
(archivo de Alfonso Giraldo)

El San Pascual Bailón es baile, poesía y esencia de Lagunitas
(Archivo Consejo Estadal de la Cultura Cojedes)

Compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno


LA LUZ DE SANTOYERO

De Lagunitas a Santoyero es un brinquito. Pero de noche se hace más largo el trayecto. Es como si ambos pueblos caminaran hacia lugares diferentes. No sé si es que se alejan, tal vez sea la noche la que se mete entre los dos. Lo cierto es que es más lejos de noche que de día. Si me preguntan por qué será esto, yo diría que uno de noche camina como con miedo y cuando hay sol, es otro gallo el que canta. ¿Miedo? Sí, hermano, miedo. Recuerdo que una noche, tal vez usted no me crea; pero salimos en bicicleta de Lagunitas pa Mata de Agua y el camino se nos perdió más de una vez. Estábanos en la bodega de Casimiro Ramos, compramos los corotos; pero se nos hizo de noche. Don Cachimbo, nos decía: es mejor que se vayan mañana. Miren que en mayo –carajo- el barro tapa el camino y las bicicletas se ponen como pesá. Carlos en silencio, amarró las cosas en la parrilla y nos fuimos.
La linterna hizo un tajo en la oscuridad de la noche. Las lámparas de Cantarrana se mecían en los cuartos de las casas. Yo tenía miedo. Con nueve años se tiene miedo. Ninguno de los dos hablaba. Carlos le daba al pedal sin descansar. Yo en el cuadro de la bicicleta pensaba en los cuentos de la bola de fuego, el lobo, el hombre que decía caigo o no caigo y en el aparato que salía en la Cruz del Samán. Eso queda entre Callejón, Cantarrana, Santoyero y Mata de Agua. Cuando estábanos cerca del samán se nos apagó la linterna. Una brisa fría se fue metiendo por las alpargatas. Fue cuando Carlos dijo: en el samán está la bola de fuego. Era redonda, gigantesca, crecía en la medida que avanzábanos. No mires, no mires, me decía Carlos. Creo que metí los ojos en los rines de la bicicleta.
Con el miedo entre las manos y la voz, llegamos al patio de la casa. ¿Qué pasó? Le dije a Carlos. El hombre no atinaba a decir palabras. Mi madre lo sentó en una silla. Estaba frío. Pálido. ¿La luz? Dijo mi madre. Sí. Dije arreglando los corotos. Veníanos tranquilos, atinó a balbucear Carlos, cuando siento, más o menos en el caño e Juanlibre, que la bicicleta se puso pesada. Se montó un espanto en la parrilla, pensé. No ilata la luz. No podíamos detenernos. No mires pa´trás, me recomendé a mí mismo y le metí pedal hasta ´orita. Carlos cerró la puerta, guardamos todo, tomamos agua y nos acostamos. Pero una luz, como de lámpara, se quedó dando vueltas por las rendijas de la casa.
Sé que mucha gente no cree en estas cosas; pero esa luz de Lagunitas ha asustado a más de uno. Y uno todavía sigue andando por ahí por Santoyero, como si nada. A veces pensamos que es hasta necesaria. Muchas veces nos amparamos en ella para pasar noches enteras sin salir de las casas, entonces nos quedamos quieticos como muertos.

Informante: Carlos Aranguren, residenciado en Lagunitas. Edad: 55 años. Fecha de la muestra: 29 de noviembre 2003


LAS PALOMETAS ENCANTADAS

Un pesquero se hace con mucha paciencia. En verano se recorre el río. Cuando tenemos el sitio, se limpia de todo. Se sacan raíces y bejucos. Apenas llega el invierno se comienza con la ceba. Si es de palometa se hace con harina y maíz. Yo siempre he tenido mis dos o tres pesqueros.
Hace años tenía uno que nunca más he visitado. Ya van a saber por qué. Fue un año bueno. Yo tenía mi pesquero y las palometas como que tenían una devoción conmigo. Estuve una semana completa sacando palometas. Todos los días sacaba más de 40 bichas. Un viernes en la tardecita estoy afanaíto., sacando palometas y tirando pal barranco. De repente siento una voz ronca, nunca vista, venía como de bruces. ¡Epa compañaero! Como que le está ajilando mucho. Sin mirar casi le respondí: Suerte que tiene uno. El hombre cargaba un sombrero negro, lo mire desde la troja del río. Una camisa pegada al cuerpo, un rostro metido en la sombra de los árboles. Ahora recuerdo que como que no tenía cara. Ahí fue cuando me dijo: A Ud. no le parece que con el pesca´o que tiene en el sol, allá en la casa, es suficiente. Cuando llega la ribazón tenemos que aprovecharla. Le subí esas palabras por el barranco pa`riba.. Se tomó el ala del sombrero con una mano y lo sentí que se marchaba. Después nos vemos, dijo.
Ud. Sabe que Camoruco es un río amarillento. Cuando es de invierno las orillas se llenan de gente pescando. Uno tiene que hacer trojas de guafas para montarse y pescar; pero ese día no había nadie. Sólo ese hombre misterioso que me reprendió. Ud. Sabe cosa triste, tirá el anzuelo y sentir como se aplana lentamente en el fondo del río. La corriente se lo va llevando, pero uno sabe que es la corriente y no un pesca`o. Ese día las palometas no dejaban tiempo e na. Eso era pa` fuera y pa` fuera. No sé cuántas había sacado, cuando siento que el agua, debajo de la troja, se va poniendo clarita. Me quedo viendo la cosa, cuando de pronto el rostro alargado del hombre se apareció entre los peces. Me barajusté, hacia la barranca. Pero la sorpresa me la llevé, no jile, cuando veo hacia el centro del río. Iba el hombre despacito, medio cuerpo en el agua y el otro en el aire. El hombre se me había convertido en dos. El que me salió entre las patas de la troja y el que sin nadar se mantenía serenito entre las aguas.
No supe más de mí. Tuve siete días en cama. La fiebre me quemaba el cuerpo. Me cuenta la mujer que pegaba unos berríos y que hablaba a cada rato con un hombre ensombrerao. Varias veces me agarraron en el patio y que detrás del viejo. Creo que me quería llevá Me salvó unas contras de palma bendita que guardo siempre en la marusa. Yo sabía que existe el amo del monte; pero que las aguas tuvieran dueño, no lo sabía; bueno hasta ese día que me enteré. Pa` mí que las palometas también tenían un encanto.
Informante: Epifanio Arroyo. Residenciado en Lagunitas. Edad: 70 años. Fecha de la muestra 2 de febrero de 2002



LA MUERTA DE LA MEDICATURA DE EL AMPARO

Todos saben que para llegar a El Amparo, primero se pasa por el cementerio. En casi todos los pueblos entierran a los muertos hacia un lado, hacia atrás; pero aquí no: es en el frente y ya. Eso de por sí, es misterioso. Y cuando uno se despide, primero saluda a las personas y luego tiene que alzar la mano ante el montón de cruces. Dice la gente que en ese cementerio hay una tumba de un tal Margiotta y que en los mediodía, a las doce en punto, se oyen unas voces de hombres como discutiendo y entregando unos reales. En El Amparo los llaman los contadores de plumas de Margiotta. Ud. sabe que El Amparo fue un pueblo rico. Habían muchos negocios y a esos Margiottas y que les sobraba la plata. Aseguran que por el puerto de El Amparo salía mucha pluma hacia el Apure. Antes había tanto tráfico de plumas que si uno se queda mirando el Escudo de Cojedes verá como unas garzas pasan volando, es para que se mire la importancia de las plumas y eso está ahí desde 1910, más o menos.
Bueno, El Amparo tiene otras cosas que dan miedo. Por ejemplo, dicen que por el río Cojedes pasaba un bongo y un hombre iba en la proa; llevaba un lazo en la mano y si Ud, estaba cerquita ´e la barranca, le tiraba la soga y Ud. desaparecía. También se cuenta que unas campanas que tiene la iglesia, suenan a medianoche y la gente ya sabe que en el campanario no hay nadie. Suenan solitas. Es como si un alma en pena le diera por repicar en la soledad de la noche. El Amparo ahora es triste y solo. Mire, a los viejos se le oye mentar que un cura le tiró una maldición hacia mil ochocientos noventa y tanto. Lo cierto es que un incendio, a los pocos años de aquellas palabras del cura, se llevó medio pueblo. Las casas agarraron candela con todo y gente. La noche parecía día, no hacía falta la luz del sol. Eso era un infierno, el purgatorio mismo. Dicen que desde ese momento, El Amparo no fue el de antes. Esa era un pueblo que hasta periódicos tenía.
Bueno, le cuento todo esto, para que nos ambientemos; pues lo que le quería confesar es que en la medicatura de El Amparo salen espantos. Cuentan que un día las enfermeras llegaron temprano, como a las seis, de Lagunitas. Había un doctor, de esos que vienen de Caracas. Las enfermeras estaban con lo del guarapo y en los cuentos mañaneros. Los médicos en El Amparo tienen una habitación y se quedan por lo lejos de San Carlos y por las emergencias. Lo cierto es que ese día el médico se levantó, pasó por la cocina, saludó y se metió al consultorio. Al rato venía molesto con las enfermeras, reclamando y que por qué no le habían avisa`o lo de la mujer que estaba pariendo. Las enfermeras se miraron las caras y una dijo: “Llegó la muerta otra vez”. ¿Qué mujer doctor? Dijeron, fingiendo sorpresa. La señora pelo largo que está en la camilla. Me dijo: estoy pariendo doctor. Fueron todos al pequeño cuarto y no había nadie. Al hombre se le fue el color de la cara. Revisaron todo y nadie apareció. Las mujeres tuvieron que decirle la verdad. Eso pasa cada vez doctor, ya nosotras no le ponemos ni cuida`o. Esa mujer anda por toda la medicatura. Menos mal que no vió la criatura, pues dicen que el que ve el muchachito… mejor no le sigo contando doctor.
Lo cierto es que cuando movieron la camilla, en las sábanas había manchas de sudor y un puñao de cabello negrito. Las enfermeras volvieron a la cocina. El médico se fue. La ambulancia iba como alma que lleva el diablo, como si en verdad llevara un enfermo de muerte. A los días llegó otro doctor y las consultas comenzaron nuevamente.


Informante: Carmen Sequera. Nativa de Lagunitas. Edad; 50 años. Fecha de la muestra, 12 diciembre de 2000.



Textos tomados de Antología de la Narrativa Fantasmal Cojedeña y de Otras Soledades. Compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno. Publicado por la UNELLEZ (2007) en San Carlos, Cojedes


Estos cuentos están disponibles en la versión electrónica del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes,  2017- 




3 comentarios:

Los cuentos de Celestino dijo...

Me encantan estos cuentos por dos cosas: por el tema y por la idiosincrasia de la región. Felicidades y gracias por compartirlo.

Anónimo dijo...

Que bonito,habido un momento en que me recordé cuando iba a casa de mi abuela en la finca, aunque los cuentos eran diferentes.
Muchas gracias por compartirlos.
Saludos en la distancia.

Miguel Ángel II dijo...

Siempre me parecen agradables las historias con aire a folklore, las ficciones que por estar ambientadas de esta manera son una mezcla de fantasía y realidad. Agradable lectura llanero!