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viernes, 10 de enero de 2014

EL ENCANTO DE LA REPRESA Y OTROS MUERTOS SIN OFICIO (Leyendas de Tinaquillo 2)

Pueblo y Represa juntos (archivo de Hábleme de Puro Llano, Compa)




EL ENCANTO DE LA REPRESA
.-¡Mira muchacho! Apúrate que ya es tarde. Ya son casi las cuatro y después de las cinco te puede salir el encanto de la represa.-
Todas las tardes iba a buscar agua al jagüey de la represa. Agua dulce, pura y fresca para beber. La vía hacia la represa parecía a esa hora un camino de bachacos cargando; hombres, mujeres y niños, unos iban y otros venían. Todos andaban con cierta prisa para aprovechar la tarde, pero sin esperar la noche, las sombras, que podían traer los espantos de la sabana, o quizás … el espanto de la represa .... Nunca me quedé de último en la cola para llenar la lata. Prefería regresar sin el preciado líquido, alegando que me había caído al tropezar. Pero los muchachos mayores, Cacaceno, Francisco, Tripa de Yegua, Silvino y otros, decían que eran capaces de ir a la represa a cualquier hora; que muchos cazadores lo hacían de noche y nunca los habían asombrado. Bueno ...... decían de una señora que había ido a buscar leña y duró tres días perdida, hasta que casi sin fuerzas, la encontraron unos campesinos que venían de “El Amparo”. Ella contó que se perdió en el camino de la represa, persiguiendo a una gallina con sus pollitos.
Pancho era un muchacho como de dieciséis años, que siempre mañaneaba para ir a recoger pomarrosas y manzanitas, en lugares aledaños a la represa. Esa mañana le pidió la bendición a María Antonia, su mamá, y le dijo que iba a buscar pomarrosas.
-Ten cuidado, a esta hora los caminos están muy solos. Dios me lo bendiga.- Le respondió.
La bolsa venía llena de olorosas y sabrosas frutas sabaneras, y Pancho silbando ya salía de la parte donde la vegetación era más tupida. De repente escuchó un ¡cloc! ¡cloc! de una gallina, y empinándose vio en un claro, a unos veinte metros de distancia a una de estas aves, escarbando para alimentar a unos ocho pollitos. Pancho pretendió llevarse la gallina con sus pollitos para su casa. La persiguió sin darse cuenta de la hora ni del lugar por donde caminaba. Siempre la gallina le llevaba unos diez metros de ventaja. Se detenía a descansar, la gallina se ponía a escarbar. Proseguía la persecución y la gallina se escurría por entre los matorrales y barrancos. Como a las siete de la noche, Pancho sintió por primera vez algo de miedo, rezó el Padre Nuestro y la Magnífica y al fin pudo darse cuenta del sitio donde se encontraba. Había llegado al pie de la subida del cerro “Bella Vista” , más allá de “La Guamita”, persiguiendo a una gallina que de pronto había desaparecido sin dejar rastro alguno.
Ese otro día contaban los muchachos:
.-A Pancho le salió el Encanto de la Represa, se salvó por sus oraciones.-
Yo una vez venía por el camino de la represa y escuché el ¡cloc! ¡cloc! de una gallina. Ese día llegué con la lata vacía.....
.-Mamá me caí en El Paso de la Quebrada. Mañana terminaré de llenar la tinaja.
¡cloc! ¡cloc! ¡cloc!

EL MUERTO DE TRES UNO 
Una de las historias de aparecidos, con entierros incorporados, más originales que he oído en mi pueblo Tinaquillo, es la del alma en pena que le aparecía a los que se aventuraban después de las diez de la noche a pasar por “El Peñusco”, sitio poblado de mangos, jobos y otros árboles que quedaba camino de San Ignacio. El aparecido ofrecía su tesoro, pero con la condición de que fueran tres los que sacaran el entierro, uno de los cuales moriría poco tiempo después de repartirse el dinero, asignándole este indeseable puesto, al más ambicioso. 
Esta condición impidió por mucho tiempo, de acuerdo a la leyenda, que sacaran a esta ánima de pena;  ya  que  nadie quería exponerse a  morir, para satisfacer las pretensiones del muerto. Algunos, valientemente, o quizás por alguna necesidad, trataron de organizar el trío, pero nunca llegaron más allá de un dúo.
Nicasio Lara, Andrés Durango y Juan Paredes, eran tres compadres muy unidos por una afición común (echarse palos). Eran los tres, además, ambiciosos, intrépidos, arriesgados y...de pocos recursos económicos. Una noche, entre la euforia que dan los tragos, Nicasio, quizás en juego, quizás en serio, propuso: 
-Esta limpieza nos está estrechando cada vez más, por qué no vamos esta noche hasta “El Peñusco” a ver si nos sale el muerto de tres uno.
Andrés y Juan respondieron enseguida: Eso es saliendo de una vez compadre, vamos a ver quién se raja primero.
Compraron tres botellas de cocuy y como a las nueve de la noche salieron muy alegres hacia El Peñusco. Serían como las once de la noche, cuando sentados en la pata de la manga criminal, esperaban que apareciera el muerto. De repente los ruidos de la noche cesaron, la brisa se paralizó, la luna se ocultó detrás de una nube, la noche se hizo más oscura y apareció por el camino un hombre vestido totalmente de blanco.
-Buenas noches amigos – saludó muy cortés. - ¿Vienen en busca del entierro? Ya era hora de que aparecieran tres valientes, o acaso....tres ambiciosos.  .-Recuerden las condiciones, de tres uno. Éste  me acompañará muy pronto, después del reparto. Los otros dos... ¡A gozar de mis morocotas! -No tienen que caminar mucho ni hacer tanta excavación; con escarbar donde están sentados conseguirán el cajón. .-Recuerden pagar los gastos del entierro del primero de los tres que muera y mandar a decir las misas. .-Hasta luego. Y el hombre desapareció misteriosamente.
Los tres compadres no tuvieron tiempo ni de asustarse y al quedar de nuevo en silencio se vieron las caras y comenzaron a excavar.
Como a las tres semanas murió Juan Paredes, presa de una terrible fiebre que no pudieron curar médicos ni brujos. Los dos compadres, Nicacio y Andrés, se portaron muy bien con los familiares del difunto y pagaron todos los gastos mortuorios. Pasaron los años y los dos compadres prosperaron; buenos negocios, buenos  trabajos y   mucha suerte.
Un día se reunieron los dos compadres y comentaron discretamente los hechos ocurridos años antes. Nicacio comentó: - ¿Recuerda compadre Andrés que Juan nos dijo antes de morir que nosotros dos moriríamos también de manera trágica?
Andrés murió de una extraña enfermedad. Se desangró totalmente por hemorragias continuas. Nicacio se voló la cabeza de un disparo de escopeta.
¡De tres uno! ...... ¡De tres tres!


¿QUIÉN ES EL MUERTO? 
 Corría el año de 1.936. El país apenas salía de la dictadura del general Juan Vicente Gómez. Un país casi en su totalidad de vida rural, lleno de animales domésticos (cochinos, chivos, gallinas, vacas); y de otros más pequeños, casi minúsculos, pero voraces, fastidiosos y peligrosos para una indefensa población, con pocos hábitos higiénicos y mal alimentada. De este último grupo recordamos, entre otros: Piojos, chinches, coloraditos, rolajas y ladillas. Pueblos en tinieblas al llegar la noche y que se alumbraban con lámparas de carburo o de kerosén que titilaban mortecinamente. Época de espantos y aparecidos, de encantos y de historias donde se confunden la realidad y la fantasía. 
Tinaquillo era un pueblo de los más azotados por el paludismo, la tuberculosis y otras enfermedades … ¡Pero hermoso!. Un pueblo de agua, con quebradas que corrían por algunas de sus calles y lagunas en su perímetro. Pueblo, al que traían los caseríos circundantes sus productos agrícolas y pecuarios, sus enfermos, heridos y muertos. En esa época las cosechas se transportaban en burros guiados por “El Campanero”, que era el más fuerte y rápido al que le colgaban una campana en el pescuezo. Estos burros eran arreados a pie, preferiblemente de noche. Los heridos, enfermos y muertos, eran trasladados en hamacas. La hamaca la hacían colgar de una vara larga que llevaban dos hombres acompañados por varias personas para los correspondientes relevos. Éstas eran cubiertas con una cobija reversible de dos colores: rojo y negro. El rojo se usaba cuando se trasladaban heridos o enfermos, mientras que el negro, se reservaba para el traslado de los muertos. 
Silvino Pérez vivía en el barrio “Perro Seco”, al cual la mayoría ya llamaba “Buenos Aires”. Silvino viajaba semanalmente a “Paso Ancho”, rico caserío productor de caña dulce, papelón y maíz, entre otros rubros. Allí tenía su finca con un gran trapiche. Julián Padrón, el encargado de ésta, era casado con una hermosa trigueña llamada Alejandrina, de la que se enamoró perdidamente Silvino. Éste comenzó a acosarla hasta comprometerla en una cita a media noche en el rancho donde funcionaba el trapiche.
Noche oscura, con llovizna, relámpagos y truenos. Silvino salió a las diez de la noche hacia Paso Ancho. El deseo le puso los pies livianiiitos. Cuando pasaba por la quebrada de La Guamita, se encontró con un grupo de personas que traían una hamaca. Alumbró con una linterna y vio que la cobija venía por el lado negro.
 ¿Quién es el muerto? - Preguntó Silvino en voz alta.
¡Silvino Pérez! Le respondió una voz en el mismo tono.
-¡Se jo… mi tocayo! Pensó y siguió presuroso su camino. Cuando pasaba por Comunibare, se encontró Silvino con otra hamaca. Al alumbrar vio la cobija por el lado negro y preguntó: - ¿Quién es el muerto?. - ¡Silvino Pérez! – Le contestaron.
Silvino se paró y se rascó la cabeza. .- ¡Vacié!, ¿Será que me quieren asustar? Dos muertos y con el mismo nombre: ¡el mío!...-Bueno, lo que me espera no está muerto-, y apuró el paso. Más adelante a la altura de San Juan, vio otro grupo de personas que venían en sentido contrario: ¿Otra hamaca y con cobija negra? Pensó Silvino. Iba a pasar sin preguntar, pero pudo más la curiosidad.
- ¿Quién es el muerto? 
 Silvino Pérez - Le contestaron -.
Silvino sintió un frío intenso recorrerle todo el organismo, cuando reaccionó ya no vio a nadie. La lluvia arreciaba en ese momento y se escuchó un largo trueno. ¡Hasta tres manda gorreto!, Pensó Silvino, y se devolvió presuroso hasta Tinaquillo.
Por la mañana, en la bodega del barrio se consiguió con Nicacio, peón de su finca en Paso Ancho. Ėste al verlo le hizo señas para que se le acercara.
-¿Cómo está patrón ? Me Alegro mucho de verlo. Anoche vine a buscarlo como a las diez y media, quería decirle que no fuera “pal” campo, porque allá lo estaban esperando pa’ “machetealo”. Julián descubrió lo de su cita con Alejandrina y le preparó una emboscada para matarlo. Silvino sintió el mismo frío de la noche anterior y se le aflojaron las rodillas... y las tripas. Quiso averiguar más, pero

¿Quién es el muerto? .... Silvino Pérez


Nota: Estas  narraciones fueron tomadas de "Huellas de Tinaquillo" del desaparecido maestro Félix Monsalve, texto editado por El perro y la rana en Caracas (2006) 

jueves, 8 de septiembre de 2011

El fantasma enamorado. Serenatas y coplas de amor llanero (Félix Monsalve)

Mujer llanera. Archivo de Canal Llanero

En tiempos de antaño era costumbre que todos los llaneros cantaran y declamaran sus más sentidos cantos a la mujer de sus sueños. Estas musas (y mozas) les esperaban en el  descanso de un ventanal  en el que oían a viva voz  versos de cortejo y de admiración viril. Aunque esos días terminaron les dejamos este testimonio lírico del gran poeta de Tinaquillo, Félix Monsalve, datadas hacia 1951 y que esperamos nos hagan revivir aquellos hermosos anocheceres románticos. 


SERENATA LLANERA


En esta noche serena,

bajo la luna plateada

te canto mi bien amada

con las coplas de mi tierra.


Van estas coplas mujer

envueltas en la dulzura,

va diciendo mi querer

que me des el alma tuya.


Por ser tus ojos luceros

que en mis noches tristes brillan

alumbrando los senderos

los caminos de mi vida.


Por eso mujer te canto

mi  serenata llanera

prendado de tus encantos

muchachita sabanera.



SERENATA
(DILIA)
Abre, Dilia,  tu ventana
para que escuches mi copla,
para que sientas mi alma
diciéndote tantas cosas.

Te hablaré de la sabana
de la luna y los luceros.
Abre, Dilia, tu ventana
para ver tus ojos negros.

Para ver tu caballera
cayendo sobre tu espalda,
y enredar entre sus hebras
pensamientos y palabras.

Abre, Dilia, tu ventana
para que mires el cielo
que parece una sabana
donde retoñan luceros.

Para ver tu lindo cuerpo
de palmera tropical
y aspirar el dulce aliento
de tu boca virginal.

Para ver cómo se asoman
las perlas con tu sonrisa
y sienta que te enamora
mi voz cuando te acaricia.

Abre, Dilia,  tu ventana
y deja ver tu silueta
para que rompas la calma
de esta noche tan desierta.

Para que veas el camino
que en la soledad se pierde
y esperándote, conmigo,
en el silencio se duerme.

Para que escuches mi canto
de enamorado coplero,
para que no sufran tanto
mis ojos con el desvelo.

Abre, Dilia,  tu ventana
que ya está saliendo el sol,
que ya viene la mañana
y estoy muriendo de amor.

En la noche así cantaba
el  amor que llevo adentro
y me respondió el silencio
de la ventana cerrada.

COPLAS I
Silbando pasó la brisa
meciendo suave la palma,
así tu amor en mi vida
acariciando mi alma.

Los caminos de mi Llano
todos los he recorrido
buscando lo más querido
y no he podido encontrarlo.

Ya va saliendo la luna
cabalgando por los cerros
recuerdo con amargura
aquellos ojitos negros.

Yo moriré en la sabana,
moriré con tus recuerdos,
me alumbrará la mañana
me velarán los luceros.

COPLAS IV

En dónde estará el olvido
que no llega hasta mi alma
con el soplo de su calma
que jamás he presentido.

A cambio de tu maldad
yo te pago con cariño,
es imposible olvidar
lo que tanto se ha querido.


COPLAS V

Cuando se fue tu cariño
que triste quedó el palmar,
mi alma no encuentra alivio
que amarga es la soledad.

Soledad que me tortura
porque me trae tu recuerdo,
y el dolor de esta amargura
va destruyendo mis sueños.

Dicen que fueron fingidos
los besos que ayer me diste,
mas no creas que  he sufrido
al saber que me mentiste.

Sigo mi canto a la vida
pero no como has creído.
Ya se ha borrado la herida
de aquellos besos fingidos.

Si es verdad que tú has fingido,
muy  grande es mi corazón
para sufrir con dolor
por quien no lo ha merecido.

Ya no cantarás los versos
de tus amores fingidos,
seguiré por los caminos
recordando aquellos besos.


EXTRAÑO MAL

Ven a curar este mal
que me quema las entrañas.
Es tan extraño este mal
que me está matando el alma.

No me lo curan doctores
ni los que saben mil mañas,
ni haciéndome operaciones
ni dándome de cien ramas.

A todos los que pregunto
si conocen un remedio,
me dicen con mucho susto:
el amor está en el medio.

Ese mal que no lo cura
sino la muerte y el tiempo,
y a veces que mucho dura
ese terrible tormento.

Ahí no valen oraciones
a la Virgen ni al Señor,
ni que cantes ni que llores,
eso está en el corazón.

Y si quieres un alivio
que te calme la pasión,
dile a ese ser tan querido
que te sirva de doctor.

Con la savia de sus besos,
sangre de su corazón,
con el brillo de sus ojos
y de su piel el color.

Dile que te haga un remedio
y que te lo de ella misma,
y verás que en un momento
ese dolor se te alivia.


EL ESPANTO ENAMORADO


Fueron falsas las palabras
que aumentaron mis tormentos,
mentiste cuando me amabas
fue falso tu juramento.

Por eso vago por la llanura
buscando alivio a mi amargura,
con mi guitarra, con mi caballo
voy recorriendo caminos largos,
a ver si olvido la que aquel día
me dijo alegre que me quería.

¡Ay!...Dice mi copla, dice mi canto
¿Por qué me olvidas si te amo tanto?
¿Por qué no vuelves a ahogar mi llanto?

Y las notas de mi canto
se las va llevando el viento,
regando por esos Llanos
mis quejas y mis lamentos.
Vivo soñando como los niños
sufro la ausencia de tu cariño,
de las caricias que ayer nos dimos,
bajo la sombra de las palmeras
tu voz cantaba cosas tan bellas
y yo besaba tu boca tierna.

¡Ay!...Dice mi copla, dice mi llanto
¿Por qué me olvidas si te amo tanto?
¿Por qué no vuelves y ahogas mi llanto?

Voy perdido en la llanura,
de las garzas y de los montes,
bajo este sol que me alumbra,
persiguiendo el horizonte.

Vino la lluvia, bañó la tierra,
y del camino borró las huellas
de aquel que un día partió tras ella,
diciendo triste quizás no vuelva,
quizás me maten mis grandes penas.
Y ahora en el llano sale un espanto
que va diciendo en su triste canto:
¿Por qué me olvidas si te amo tanto?
¿Por qué no vuelves y ahogas mi llanto?