Las múltiples tentaciones signaban su vida
(imagen en el archivo de Anita Mendoza)
Chichango, por su parte, era vecino de la zona, de mediana edad pero que aparentaba ser mucho mayor debido a su adicción a las bebidas alcohólicas y esto a su vez lo hacía sentirse muy envalentonado y falta de respeto (como muchos borrachos) en donde quiera que se encontrase: una fiesta, una casa de familia, una jornada laboral, o donde fuese, y ya a muchos lugareños no les agradaba la idea de invitarlo a nada, tal como esta vez sucedió con Marco Dorante, porque además, nunca andaba sin una botella, se embriagaba, y siempre terminaba armando jaleos.
Chichango tenía su madre, una hermana casi de su edad y a Gregorito, el bordón de la casa, pero en vista que ellos también le reprochaban su problemática adicción, él decidió hacerse un ranchito y vivir solo, aparte de los demás, donde nadie lo molestara. De verdad nadie lo aguantaba ya.
Era un día de semana, un jueves para ser más exacto, pero en El Venado, que es como se llama el caserío donde ocurrió esta historia, dicen que Chichango andaba ebrio desde días antes, y que casi no podía permanecer en pie.
-Hace días anda bebiendo, ayer lo vieron donde el amigo Lucio Garay- Se atrevió a aseverar algún vecino.
Chichango, viéndose rechazado, optó por seguir de largo de donde se encontraban algunas personas reunidas con Marco Dorante. Quizás pensó en medio de su embriaguez que llevaba otro camino, pero no se dió cuenta que iba saliendo del Venado; iba hacia otro sector pero deshabitado que llamaban Cribijul, que era por la ruta hacia otro caserío llamado Tierra Blanca. En Cribijul había una subida que llevaba el mismo nombre, extensa e inclinada y Chichango al llegar a ella, vagamente pudo identificar donde se encontraba.
-¿Cribijul? –Se dijo a sí mismo- ¿Cómo llegué yo pa’ acá? ¡Vacié
Sin embargo fue todo lo que pensó, porque otra cosa llamó su atención. Había un rancho de regulares proporciones que casi se le podía comparar con una gran casa, bien hecho, y con los normales detalles de una residencia campesina: un pilón, un peine abierto en la entrada, un corral pequeño para poco ganado, un tronco clavado con una tabla atravesada utilizada para fijar el molino y otros detalles que la hacían parecer que llevaba tiempo allí, en ese lugar, al pie de la subida de Cribijul. Chichango nunca había visto esa casa allí a pesar que siempre pasaba por el lugar, pero pensó que tal vez sería un nuevo dueño de aquellas tierras y que ahora habitaba allí, o que en un chivo o alguna cayapa habían parado aquella casa de forma rápida, lo cierto es que no prestó mucha importancia a aquel detalle, pero sí se fijó en otra cosa: había gente, igual o más cantidad que la que había visto en casa de Marco Dorante; extrañamente no conoció a nadie. Chichango siguió pensando que sería algún nuevo dueño y que tal vez tendría allí algunos amigos con él, y decidió acercarse y entró al patio.
-¡Epa compa! ¿Qué es lo que hay aquí?- Logró balbucir algunas preguntas a lo que su estado le permitía.
El aludido, que era uno de los que allí estaban, le respondió con mucha amabilidad.
-Buenos días, amigo, ¿Cómo está? Nos estamos preparando para trabajar en un chivo, vamos a halar machete para limpiar y sembrar todo este pedazo de tierra que se ve aquí. Si desea trabajar hable con el señor Rafael, que es el encargado, aquel que está allá- Y señalando con su mano le indicó dónde se encontraba este.
Rafael seria un señor de unos cincuenta años aproximadamente (según días después comentaría Chichango), atento y muy cordial. Él se extrañó que esta vez no lo rechazó nadie sino que por el contrario todos lo trataron “demasiado bien”, incluyendo un par de jovencitas que le ofrecieron café con leche y bizcocho, a lo que Chichango no rechazó a pesar de andar con mucho alcohol en el organismo. Todo era extrañamente bueno.
A Chichango le prestaron un machete para que trabajara, herramienta que él consideró la mejor del mundo: buena cacha, buen tamaño, del peso necesario, en fin muy cómodo. Cuando todos iniciaron, su rendimiento no fue el mejor, lógicamente accionaba con torpeza debido a la embriaguez y a que debido al constante rechazo por los vecinos del Venado, no estaba en forma. Quienes estaban cerca de él, lejos de burlarse como lo habría hecho cualquier otro, más bien lo animaban y lo increpaban a continuar, diciéndole que su trabajo era bueno y que necesitaban de todos, incluso de él. Poco a poco fue sintiendo que la borrachera le iba pasando y pudo observar que aquellos hombres que no tendrían mucho aspecto de campesinos, demostraban ser bastante hábiles para aquel forzoso trabajo, y que todos rendían como nunca había visto a nadie igual, incluyendo a aquel señor llamado Rafael, sobre quien todos profesaban gran respeto.
Finalizó la jornada a eso de las tres de la tarde (Chichango esta vez no tuvo moral para armar camorra alguna porque definitivamente, había sido el peor jornalero de aquella zafra), y posteriormente todos se acercaron a la casa donde unas agradables señoras servían en un mesón “…una buena comida, una excelente comida, un tremendo banquete…” como alguien dijo posteriormente que describió Chichango aquel almuerzo.
No hubo licor, borrachera, mamadera de gallos, ni griterías, como solía suceder en cualquier reunión de aquel tipo, sino que hubieron alegres e interesantes conversaciones de parte de todos aquellos que allí se encontraban, a los que Chichango de vez en cuando les preguntaba que de donde eran o de donde habían venido y ellos por su parte le respondían con algún sano proverbio, algún refrán o simplemente le cambiaban el tema.
Pensó que lo averiguaría por otra parte o que igual lo iba a saber, razón por la cual desistió en su intento por conocer la procedencia de aquellos personajes.
Llegó la noche, y con la misma cordialidad que hasta ahora habían demostrado, ofrecieron a Chichango una pequeña troja donde cabía un hombre, a la que le habían colocado una pequeña colchoneta que la hizo sentir muy cómoda. Durmió tranquilamente. Durmió toda la noche. Quizás hasta haya tenido apacibles sueños de tan agradable que se sentía en aquella parcela.
A la mañana siguiente despertó con el canto de los pájaros llaneros, en especial de las paraulatas. Pero su despertar no fue como él se esperó.
Ciertamente sí estaba en una troja pero esta era ruda, ordinaria, antigua y lógicamente sin colchoneta. De las personas que antes habían estado compartiendo con él no vio a ninguno, no había nadie ni había rastro de que alguien habría estado en aquellos alrededores en mucho tiempo. La casa había desaparecido con todo lo que había visto el día anterior. Estaba en una parcela sola, enmontada, abandonada al pie de la subida de Cribijul.
Chichango se estaba llevando la mayor sorpresa de su vida, como si hubiese despertado de un agradable y largo sueño, pero no era así; él había trabajado con aquella cómoda herramienta al punto tal que sus extremidades las sentía entumecidas a pesar de ser quien menos trabajó debido al rendimiento de aquellos extraños hombres y mujeres; él además había probado aquella suculenta comida de la cual aun le parecía sentir su inigualable sabor; él recordaba varias de las anécdotas narradas por ellos en especial por lo contado por Rafael, el líder, y sin embargo allí estaba, solo, en una parcela donde parecía que nunca había estado nadie, sorprendido, asombrado. Al principio pensó no contárselo a nadie por temor a que lo tildaran de loco o borracho, pero Chichango sabía que aquello no había sido ningún sueño ni nada por el estilo y que al contrario era digno de contar con palabras de juramento a sus coterráneos aunque pensaran lo que quisieran o aunque no le creyeran, sin embargo se armó de valor y lo hizo.
Al día de hoy no se sabe a ciencia cierta lo que habría sucedido aquel día, así como tampoco se sabe quienes le creyeron o no a lo descrito por Francisco Montesinos, que era el verdadero nombre de Chichango, pero lo cierto fue que aquel suceso cambio la vida de aquel hombre. Nunca más probó aguardiente, jamás se oyó que iniciara alguna riña o que faltase el respeto a alguien, contrario a esto, se volvió un ser casi ejemplar dentro de su comunidad al tiempo que se hizo devoto de San Rafael Arcángel, a quien atribuyó aquel “milagro”, si así se le podría llamar.
Sin embargo, hay quienes cuentan que todo aquello lo hacía debido a un miedo a algo que no querría contar a nadie y que de no actuar así sería castigado. Él por su parte decía que si era castigo, estaría dispuesto a recibir todos los que sobre él vinieran pues lo consideraba entonces como un “castigo celestial”.
Danilo Riobueno, nació en Tinaco en 1974 y reside en El Pao. Es ganador del Concurso Municipal de Literatura y del Concurso Literario del estado Cojedes, ambos galardones obtenidos en el renglón narrativa, dentro en el certamen "La Gran Explosión Cultural", 2012, organizado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Cursó la Licenciatura en Educación en la Mención Castellano y Literatura (UNELLEZ-San Carlos). Este cuento es tomado de Memoralia Nº 9; revista de Humanidades y Educación de la UNELLEZ (San Carlos, 2012)
4 comentarios:
Excelente relato.
Felicitaciones!
Muy buena historia!
Saludos!
Muy buen relato. Me ha gustado. Un abrazo amigo.
Hola:
Soy Carol.
Isaías, este cuento me ha encantado. He quedado gratamente sorprendida por la calidad del escrito y le sigo en el blog además de en Google+ porque he vivido la experiencia de Chichango junto a él y también le he observado junto a los demás.
Estaba absolutamente intrigada.
Un giro muy bueno hacia el final.
De los mejores que he leído, pero eso usted ya lo sabe.
Gracias por compartirlo.
Con mucho cariño:
Carol Torrecilla García.
Publicar un comentario