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jueves, 25 de abril de 2013

En las raíces del joropo (crónica de 1862, por Ramón Páez)


Cantante de joropos y pasajes Jeanette Osal 

Pasamos varios días en EL PORTUGUESA, dando tiempo a que nuestros caballos se repusieran de las fatigas de las rudas marchas precedentes, contando además con sumarnos otra manada que se había dejado todo el verano en las siempre verdes sabanas del río, y que se encontraba en perfectas condiciones. Entre tanto nos ocupábamos en cazar, pescar, y bailar, bastando las gentes de aquellas cercanías para nuestras diversiones. Todas las mañanas montábamos a caballo para ir a coger un novillo para las comida, y el resto del día era empleado en recorrer los bosques y las sabanas vecinas en nuestros caballos, que parecían adivinar la vida que les aguardaba más allá del PORTUGUESA, siendo necesaria toda la inteligencia y sagacidad de los llaneros para descubrir sus escondrijos y llevarlos de nuevo a los corrales. 

Baile del joropo. Archivo de la Fundación Amigos de Venezuela Arpa de Oro

Dedicábamos las noches al baile y al canto, a la luz de media docena de candiles o lámparas de tierra quemada, llenas con manteca de caimán. Como las casas quedaban muy diseminadas a lo largo de las orillas del río, enviábamos numerosos mensajeros con el propósito de invitar a los compañeros para el fandango, que es como se llaman estas fiestas nocturnas, los que venían en canoas o a través de los lodazales según la ocasión. 
Y ahora, refinado y cortés lector, figuráos vos mismo un bizarro conjunto sin distinción alguna de color, edad o posición, bajo un caney abierto o barracón escasamente alumbrado, y tendréis una idea de nuestras soirées dansantes,  cuya alegría y gentileza bien hubieran podido ser envidiadas por las más elegantes reuniones. La orquesta se componía de una guitarra casi tan grande como la mano que la rasgueaba; un arpa de enormes proporciones; y de un par de ruidosas maracas, formadas por la corteza del fruto de la calabaza, y llenas con las semillas de una Maranta o plomo indio. Ninguna música se considera completa sin su acompañamiento, que, por lo que pude juzgar, ocupa el lugar de las castañetas o de los menos románticos buesos de los negros trovadores. Se les adapta a un mango de madera para que el artista las pueda sacudir con facilidad, acompañándose con gestos y contorsiones expresadores de sus diversas emociones. Un correspondiente coro de cantadores, sacados de nuestra comitiva, se añadió a los músicos. 
Todos los llaneros aman apasionadamente la música, y despliegan en ella un gran talento, y componen muchas lindas canciones de carácter nacional, que llaman tonos o trovas llaneras. Son pocos los que no están dotados del poder de la versificación, y hay entre ellos muchos improvisadores famosos. Siempre que dos de estos se encuentran, se traban en competencia por la corona de laurel. Durante horas enteras se prolonga la amistosa lucha, y solamente se termina cuando uno de los bardos es gentilmente silenciado por el otro. El vencedor entonces es declarado león de la fiesta, y recibe por ello, no sólo las felicitaciones de sus admiradores, sino también las sonrisas y mirada de los ojos más centelleantes de la reunión. 
Causa asombro, verdaderamente, mirar cómo los hombres que no conocen ni una letra del alfabeto, componen e improvisan poesías, que aunque de rudo carácter, siempre están llenas de interés y de intención. Muchos de sus cantos y baladas narran las hazañas y actos de valor de sus propios héroes, mientras otras cuentan sus aventuras amorosas. 
La bandola no tiene ningún parecido con la que usan comúnmente los negros de los Estados Unidos. De hecho es una guitarra de grandes dimensiones en algo parecida al antiguo laúd. La guitarra de los Llanos, es la inversa de su parienta la bandola, por ser extremadamente pequeña, y con sólo cinco cuerdas, por lo que la llaman Cinco. A pesar de eso, es un instrumento muy ruidoso, y está dispuesto su cordaje para sonar simultáneamente al correr de los dedos de la mano derecha, movidos continuamente de arriba abajo, mientras los de la izquierda las comprimen en el momento requerido. Los bailadores no se enlazan, como es costumbre entre gente más culta, sino que bailan solos dándose ocasionalmente las manos durante breves momentos, para separarse y dar vueltas alrededor de sí mismos. Una mujer recorre primero la sala con doble y rápido paso en  busca de pareja, y al encontrar el que desea, agita sobre él su pañuelo con mucha gracia, invitándolo a aceptar, y da comienzo en el acto a sus evoluciones hasta que la mujer se retira. El hombre entonces, inclina el cuerpo cortésmente e invita a otra mujer, y así hasta el final de la próxima danza: es lo que se llama el galerón. En él sólo los más hábiles toman parte, porque  requiere una gran flexibilidad en las articulaciones de los miembros para ejecutar perfectamente todas las complicadas y graciosas actitudes de los cuerpos, que constituyen el encanto principal del baile. 
Tienen gran variedad de otras danzas, como La Maricela, El Raspón, La Zapa, etc., casi todas del mismo carácter, y diferenciándose principalmente en el contrapunteo de las estrofas cantadas con acompañamiento de música. La Maricela, es, entre todas, la danza más excitante, a causa de las palabras satíricas que el trovador de la velada dirige a cada pareja que pasa, La facilidad con que improvisa los versos es muy divertida,  y sería capaz de aturdir al mejor improvisatori napolitano. Algunos enderezan sus satíricos tiros contra la apariencia, etc., de los bailadores, y nadie deja de entender la parte crítica. 

GOLPE DE ASAMBLEA En los bailes populares de los Llanos se denominan “Golpes de Asamblea” aquellas piezas bailables en las que pueden tomar las maracas y cantar cuantos lo tengan a bien. Generalmente alternan tres o cuatro cantadores, y la emulación que se establece entre ellos, degenera en desafíos y riña. Para evitar esto intervienen con algunas coplas los encargados de velar por el orden de la reunión. Si la querella no es grave sino puntillos de amor propio, la cosa no pasa a mayores y se humedece con algunas copas. Los temas son humorísticos, amorosos históricos, referencias de lances personales, piropos a las parejas, etc. Las tonadas más usuales: “golpes”, “jazmines”, guacharacas, “mariselas”.  


Golpe de Asamblea 

-Escuche,  vale Galindo,
escuche y le cantaré,
ya pinta canas el indio 
desde que la cosa fue. 
Escuche,  vale Galindo 
lo que le cuento lo sé 
no porque me lo  contaran 
que a conversa no doy fe. 
Lo cuento porque me vide 
en lo recio del plomero; 
fui lombriz en bachaquero; 
y cuando atención le pide 
quien lo quiere complacer 
estimo de su deber 
si a toda soga lo mide 
refrescarle la garganta 
porque el asunto que canta 
para referido entero, 
cada cosa en su lugar 
hace punto refrescar 
la cañada del guarguero. 

-Escuche,  vale,  la primera, 
escuche,  vale,  el bordón: 
mire que se pierde el son 
y su cuento no aparece; 
vamos a ver si merece 
que se le preste atención. 

-Ágora mesmo diré 
para que lo sepan todos 
lo que le pasó a los godos 
camino de Santa Inés. 

-Diga, pues, vale que fue. 
Yo estaba en ese lugar 
y también puedo contar 
ese susto que pasé. 
Yo la fui con los centrales 
más no la fui por mi gusto  
y yo vale pasé el susto 
junto con los federales. 

-En Valencia la recluta 
fue too bicho de uña, 
y topó este negro Acuña 
con la comisión mas bruta. 
Me metieron a la fila 
y entre empujones y plan 
camino del llano van 
los reclutas a la jilas. 

-No vengan a llorar sus cuitas 
en medio de esta reunión 
¡vivan la Federación 
y las animas benditas!. 

-Las ánimas me prestaron 
su bendito escapulario 
y la Virgen del Rosario 
que fue toda mi esperanza 
en aquel atolladero me libró 
de que una lanza 
de algún diablo federal 
me fuera hacer un ojal 
en este lustroso cuero.

-Farías más amarillo  
que un ojo con itericia 
no es un gueso la melicia  
que le gusta a mi colmillo. 


-Negro no se amarillea, 

negro se pone tierroso: 
negro ojo blanco es miedoso 
para eso de una pelea.

-Depende de cómo sea 
yo soy un negro faculto 
y al que me largue un insulto 
lo acuesto en una batea.

-No se lo dije por mal 
pero si por mal lo toma, 
que este indio cobija coma 
no parece natural.

-Yo soy viejo federal, 
algo en el pecho me queda 
y no hay en esta vereda 
quien se me venga al bozal.

-Y no digo que soy guapo 
mas si este negro se enoja
yo no veo quien lo recoja 
si le hace espuma el guarapo.

-Dejen el pleito señores, 
déjenlo para después; 
no sigan entre estas flores 
el pleito de Santa Inés.

-Contaré en otra ocasión
lo que les diba contar.

-Bueno, dejemos pasar  
la cualesquiera impresión. 
Tal vez una ofuscación 
un charrabasquirrón 
de esos propios de las mocedades, 
palabras no quiebran guesos 
pero quiebran voluntades.

-Vamos a parar el golpe 
y cambiar el argumento, 
señores, los baildores 
a descansar un momento.

-Vamos a parar el golpe, 
busquen, señores, asiento, 
obsequien a su pareja 
para que tomen aliento, 
que las ganas de beber 
es la cosquilla que siento.

Nota: Esta transcripción fue efectuada por Isaías Medina López y Nancy Mujica, fue tomada del libro: Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela (publicado en 1862) de Ramón Páez y corresponde a la edición de la Academia Nacional de la Historia (Caracas, 1973) 



sábado, 22 de octubre de 2011

La llaneridad (3): El primer cuento llanero de fantasmas publicado en inglés y en francés

 A la hora de contar cuentos  mejor es no fiarse de una llanera  
(archivo de "Háblame de puro Llano, compa")


El feroz apetito del caimán llanero es tan temible como su apariencia


Esta obra se considera, dentro de los estudios de los géneros literarios venezolanos, como un "caso" o "cacho"; pieza narrativa, propia de la cultura del hato, completa y corta, de gran signo fantástico, muy dada a describir el sentido material y espiritual de la vida llanera y campesina.


BARTOLITO Y LOS CAIMANES
MÁS GRANDES DEL MUNDO

Bartolito colgó su chinchorro de las puntas salientes de una gran canoa abandonada en la playa del río. Cómodo ya, de sus otros únicos bienes agarró su tapara de aguardiente y su cuatro y le ofreció a San Rafael pararse al amanecer a pescar como nunca antes en su vida. Refrescándose con un buen trago y unas viejas coplas altaneras cayó en el profundo sueño del fatigado por el trajín del caluroso día.

Al despertar, se vio sumido en una oscuridad que creyó ser la de la media noche, pero sin que brillara la luna ni ninguna estrella amiga. Completamente extraviado buscaba la clave del tenebroso misterio, caminando hacia delante con cautelosos pasos, mientras tanteaba con las manos temeroso a cada instante de tropezar con algo malo; cuando con gran sorpresa, su atención fue atraída por la naturaleza pegajosa del suelo, y por lo viscoso y tibio del alrededor, como si se tratase de unas paredes vivientes, que por todos lados encontraban sus dedos extendidos.

El descubrimiento de todas estas cosas estaba acompañado por la desagradable convicción de haberse engañado al tomar la boca abierta de un dormido caimán por un bongo viejo; repuesto de su sorpresa como buen llanero se aprestó a sacar provecho de la adversidad. Invocando nuevamente su repleta tapara y su cuatro, pensaba en cómo escapar de aquel inmenso animal, al que todos llamaban “el caimán más grande del mundo”.

Al tomarse un reconfortante trago recobró su espíritu festivo y al entonar el viejo canto del Bonguero Perdido sintió que de lejos una voz le hacía replica a su cantar. Aún a sabiendas de que debía tratarse del eco que retumbaba en la enorme barriga de aquella monstruosa criatura se dispuso a caminar por donde lo guiara su propia canción. Mientras caminaba se dio cuenta que sus ojos se habían adaptado a la oscuridad, miró, pues hacia los lados y divisó racimos de cambur, y cajas de catalinas y quesos que seguramente el caimán devoró de alguna de las canoas de mercadería que solían perderse con todos sus tripulantes en la inmensidad del Llano. También en un extraño apilamiento se divisaban las osamentas desgastadas y blanquecinas de quienes jamás volverían a surcar por aquellas llanuras de Dios.

Así se la pasó no se supo cuántos días, pero caminaba a sus anchas, comía, bebía y sacaba a su guitarra los amados tonos del Llano, casi como acostumbrado a respirar entre las pegajosas paredes del vientre del caimán. Por fin, y en tanto degustaba tristemente la última gota de su fiel tapara, se iluminaron de repente los muros de su calabozo viviente con un débil rayo de luz en la distancia. A la carrera y como pudo todo sus pertenencias y confirmó que su animal y carcelero había dejado las aguas para dormir su siesta en la arena, y así fue como recordó Bartolito qué son los hábitos de esa fieras. Al mirar abiertas de par en par las fauces del caimán descolgó el chinchorro de los colmillos que él había fatalmente tomado por las costillas salientes de una abandonada canoa.

La bestia al sentir que Bartolito pisoteaba en veloz marcha su lengua sintió el instinto animal de engullir su presa, pero como por cosas de San Rafael, misteriosamente, no lo hizo. Al fin y al cabo él era “el caimán más grande del mundo” y Bartolito no representaba ninguna diferencia en medio de tantos hombres, animales y embarcaciones que con fiereza deboraba a su antojo. Sin inmutarse dejó salir a esa pequeña presa.

Cuando ya el sol terciaba el mediodía, el caimán sintió que todo su inmenso cuerpo caía arrojado de la playa del río por un gigantesco chorro de agua. Desacostumbrado a ser sacudido por fuerza alguna, el enorme animal se recobró muy lentamente, cuando atento buscaba la causa de aquel insulto a su majestad se quedó paralizado desde la punta de la cola hasta la cabeza ante un poder infinitamente descomunal; a primera vista semejaba ser una inmensa isla navegando a toda prisa, luego pudo apreciar mejor a su agresor, se trataba de Bartolito, que esta vez con alegría pasaba por el medio de las aguas cantado desprevenido sobre la frente del “caimán más grande del río”.

Nota 01: Este relato (originalmente en inglés y luego en francés) aparece insertado en el texto; “Wild Scenes in Sout América or Life in the Llanos of Venezuela”, obra de Ramón Páez publicada en la imprenta de Charles Scribner (New York City), reeditada en español como "Escenas rústicas en Sur América o la vida en los Llanos de Venezuela". La versión libre, que ofrecemos es  una traducción del francés efectuada por Caupolicán Ovalles y entregada por este poeta a Isaías Medina López el 23 de abril de 1987, en la antigua casa del poeta Alberto Arvelo Torrealba, en la ciudad de Barinas. Ramón Villegas Izquiel y José Daniel Suárez, preguntaron si tal pieza era el primer cuento de fantasmas llaneros publicado en otros idiomas, a lo que el erudito maestro José León Tapia respondió, tajantemente: “Eso es cierto”.

Ramón Páez: Nació en Achaguas, estado Apure, en 1810 y falleció en Calabozo, estado Guárico, en 1894. Diplomático y primer experto nacional en botánica y fauna llanera reconocido en Europa y en todo nuestro continente.
Caupolicán Ovalles: Nace en Guarenas, estado Miranda en 1936 y muere en Caracas en 2001. Abogado, poeta, novelista, periodista, bibliófilo y co-fundador de los grupos literarios “El techo de la ballena” y “Tabla redonda”. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1972. 

Nota 02: Esta versión fue publicada en: "El Llano en voces: Antología de la narrativa fantasmal cojedeña y de otras soledades", editado por la UNELLEZ (San Carlos, 2007), bajo la compilación de Isaías Medina López y Duglas Moreno.