Festejo decembrino (archivo de Fernando Parra)
Cuando en San Carlos aun eran de tierras sus calles, sus casas
tenían un buen patio y muchas veces cercadas con alambre de púas o zinc.
En la esquina de la recién inaugurada Avenida Ricaurte
conocida también como Calle de la Aviación, para ese entonces y cruce con
Mariño, vivía la señora Crucita y Jorge Manzanero, quien trabajó por mucho
tiempo en el correo telegráfico de San Carlos después se dedicó al comercio
siendo el primer buhonero que por espacio de más de 20 años se le vio con
su carrito en toda la esquina del
conocido Samán en frente de la Plaza
Bolívar. Era amante de la s tradiciones navideñas, la señora Crucita junto a sus
hijos: Diana, “Persida”, Carlos “El
Burrero” y “El Gordo”, salían a buscar
un tronco de chamiza o chaparro para hacer el típico arbolito de navidad en
base a jabón azul, adornado con bambalinas hechas de bolas de algodón para así
esperar al Niño Jesús, mientras su otros hermanos Jorge y “Ñelo” pintaban la
casa.
El señor Manzanero, para el mes de enero
había comprado un pequeño pavo, la familia se alegró porque en víspera del 25
lo cenarían, lo cuidaban con cariño, al llegar de su trabajo iba a verlo y
decía: “Cada día está más gordo gracias
a Dios, no faltarán ni las hallacas ni los dulces, ni el pavo”.
Para mediados de octubre “Manzanero” notó que
el pavo no está comiendo y va hasta el negocio de su amigo el señor Sutil. Le comentó lo
del pavo, este le dice: “Vas a tener que operarlo”, le da un poco de anestesia
y un bisturí. Al llegar le dice a su hija Dina: “Prepárese hija, me servirás
de enfermera”. Empieza el proceso, al hacer una pequeña incisión notan
que el buche está atragantado con hojas de cambures, le quita todo eso y sale
todo bien y de nuevo empieza a comer como todo un glotón.
Esta cerca la noche buena, son casi las tres
de la madrugada cuando oyen un alboroto en el patio de su casa, Manzanero, se
levanta, no ve al animal por ninguna parte oye una bulla, se asoma por la cerca
y distingue a un hombre que va en una bicicleta de reparto llevando en la
cesta al pobre pavo que con su alboroto va despidiéndose de Manzanero. Le
grita al hombre, pero nada; va soplado
como cuando el corredor de bicicletas el popular “Galápago Palma” se escapaba,
cabizbajo le comenta a su esposa: “Tanto sacrificio que hicimos para que otro
se lo lleve a pasear, nos tocará es comer pollo asado…
Este relato anecdótico de San Carlos es de la
licenciada Dina Lloverá, compilado por Samuel Omar Sánchez Terán.
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