"...cuando ve a una mujer que viene caminando de una belleza misteriosa"
Imagen en el archivo de la docente cojedeña Elumir Guerra.
Desde tiempos de la Colonia se oyen los cuentos del Carretón que
con su carga de miedo recorre las calles empedradas, sembrando el terror a los
que se atreven a caminar a esas horas de la madrugada, el grito de la Llorona,
de la Sayona, y el temible Silbón, aun en esta época se le oyen, e igualmente
visto por los lados de Palambra del Doctor, si no pregúntenle a Sixto Cisneros,
Luis Adolfo Moreno y el señor Críspulo Landaeta y su esposa Ana Victoria
Velásquez, ni hablar a estos hijos que después de tantos años: Pablo, Ana María, y Delida Landaeta, se aterran en
los meses de mayo cuando El Canillú recorre esa zona y Delida se pone como esos
pollitos asustadita buscando a su mamá.
Hay un personaje en San Carlos, en el sector
23 de enero es Tito Ortiz “Titico”, el hijo de la recordada enfermera del
Hospital de Los Llanos Rosario Pérez y Tito Ortiz, viejo camionero y amigo de
los amigos, eterno jugador de bolas criollas, personas muy recordadas, aun de muertos se les aprecia y “Titico”, ya
próximo a jubilarse de las Oficinas de Cantv, en la principal vía al Hospital
ahí se le encuentra, bonachón el muchacho e igualmente amante de la bohemia
nocturna y de los patios de bolas criollas como su padre.
En las diferentes plazas Bolívar de cualquier municipio de nuestro estado, sentados en una banca escucharán algún testimonio
como le sucedió a “Titico” siempre su madre Rosario, adolescente en las noches
salía con sus amigos como se dice a echar un pie a cualquiera velada criolla
que se efectuaban en los club como el Cestope, el club Mutuo Auxilio o el Club
Canarias ubicado, en ese tiempo, frente
al recordado negocio de nombre “Ziruma” donde vendió esos ricos jugos de caña
de azúcar y su propietario era Tito Vidal, “El zurdo o el renco Figueredo”
administra ese club Canarias, hasta la orquesta la Billos Caracas Boys y Los
Melódicos, dejaron para el recuerdo grandes bailes.
O si no lo está en el recordado negocio bar y
patio de bolas criollas llamado “El Foco Rojo” atendido por sus propietarios la
señora Antonia Velásquez y su esposo conocido con el apodo de “Nariz de goma”.
Sucedió un día 22 de diciembre “Titico”
después de su faena de trabajo, se va a refrescar con unas heladas en algunos
locales de San Carlos, son casi las doce de la medianoche cuando llega a la
tasca-restaurant del Colegio de Abogados ubicada en la calle Figueredo diagonal
a la Plaza Fernando Figueredo, se divierte un buen rato, hasta se comió una parrilla de churrasco y
acompañada con unas espumosas, a la una se despide de los amigos al salir ve el
cielo encapotado y está frente a la Iglesia Santo Domingo y de la nada cae una
repentina tenaz lluvia moja pendejo, no le queda más que guarecerse frente el
portal de la Iglesia, cuando revienta un trueno acompañado de una centella
siente un frío que lo heló hasta los tuétanos…ve pasar unos perros aullando
asustados, cuando ve a una mujer que viene apuradita caminando de una
belleza misteriosa, una catira pero con el pelo rojo como la sangre y vestida
con una traje de color negro azabache.
Llega justo a él y se está protegiendo de la lluvia. “¿Buenas noches,
dama de la noche, que haces por estas solitarias calles con este clima? Dice “Titico”
con un una sonrisa pícara. La mujer le
responde: “Vengo de una fiesta navideña en casa de una amiga”. “Titico” nota algo extraño; la mujer viene mojándose, pero la ropa está
seca e igualmente su pelo. De golpe este empieza a temblar como majarete, se
despide y se viene empapándose, la
mujer le dice: “¿Qué te pasa; tienes
miedo?”.
“Titico” no responde y siente a la mujer a
medio paso detrás de él, sigue caminando hasta llegar a la calle Federación,
casi llegando a su casa y la mujer prácticamente lo viene acompañando, se
recuerda que en su cartera lleva una imagen de “La Magnifica” y al sacarla la
mujer se ríe a carcajadas y dice “Ay, Titico,
te acordaste cuando estás en aprieto…
hasta aquí te he acompañado; será en otra vez compañero de camino” y en una estela de viento desapareció ante los
ojos del pobre muchacho que estaba más pálido que guarapo de caña clara y temblando como
prendido en fiebre de cuarenta, entra a la casa más asustado que culebra al
oler creolina.
Eso sí Titico, esa navidad por primera vez,
la pasó en su casa, y compartió las fiestas con su familia, pero, el pensar en
esa aparición lo atormentó por un tiempo.
Este testimonio oral es de Tito “Titico”
Ortiz, escrito por Samuel Omar Sánchez Terán.
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