Shantal Antonella Hernández Hernández, San Carlos, Cojedes.
Esto le pasó,
hace muchos años a José Ramírez, “el
maestro Ramírez”. Quién no lo conoce; es asiduo jugador de los famosos triples de las diferentes loterías y vaya
que gana, así salva muchas veces la quincena ¡ah!
También le gustan las cervezas bien frías, amante de la música llanera y
del “Trío Los Panchos”, jugador de dominó, siempre con un chiste a flor de
labios, pero muy buena gente el
muchachote.
Mujer cojedeña en el archivo de Samuel Omar Sánchez Terán
Otra cosa
particular, es amigo de los amigos cuando algún conocido fallece, va a darle el pésame a la familia y lo acompaña
en su despedida, porque también reza, aunque usted no lo crea muy bien.
El “maestro
Ramírez”, fue guía de Centro en el
Internado “Fray Gabriel de San Lucar”, está ya
jubilado; cuántos muchachos no ha visto ahí, como se dice “carajitos”
ahora ya hombres y profesionales, porque
les inculcó buenos principios, los educó como a sus hijos, los que
estaban internos lo respetaban en las guardias que le tocaba de noche, ellos se
divertían pero cuando les decía
“chamitos a dormir”, se iban sin chistar. Es un amante de los deportes, tanto
que él preparaba al equipo del internado el cual entrenaba en “El Parque San
Carlos” y de paso queda al lado del internado,
se le veía corriendo con ellos, dígame cuando le tocaba guardia los
domingos en el día, después que hacían todos los quehaceres los lleva a la
piscina del parque ahí se divertían varias horas y, después, de vuelta al
internado.
Muy respetado
por sus compañeros de trabajo, muy servicial en todo, para esa época el Director es el “maestro
Restrepo”, muy amigos. Por cierto el viejito Ramírez, se la da de cocinero y mire que se la aplica,
muchas veces salía de farra con sus amigos, ah también, le gusta la pesca con anzuelo, siempre en su
jeep, se dirigía a La Bocatoma, a plena
faena aunque a veces venía con más hambre que una solitaria porque no pescaba
ni un resfriado, aunque muchas picadas de zancudo si traía.
Cuando pasaba
eso, su esposa Amelia, se reía y le decía: “Tú que no eres un experto y mira
como vienes más limpio y sin nada más que camino de bachacos”, la miraba de arriba
hacia abajo. “Ah pues, mujer, para la
próxima te traigo un bagre de seis kilos…”
Para un 25 de
diciembre, le toca guardia todo el día domingo, esta vez su pareja de trabajo
es el maestro Torrealba, el hermano de Asnaldo, ya fallecido. Se comparten la
guardia; todo bien, los muchachos limpian la institución y los premian con una salida para la piscina
del parque.
Llega la noche,
a las siete están viendo la televisión, de repente se va la luz, los
dormitorios y los pasillos quedan como pozo de petróleo, todos se reúnen en
unos bancos de cemento cerca de la entrada y los arropa un inmenso árbol de
mango, dice unos de los muchachos de apodo “El Pulpo”: “maestro Ramírez, aquí
en el internado salen unas sombras en los baños” y dice otro: “En los talleres
donde está el maestro Juan también”, le responde Torrealba: “A muchachos para
cobardes” y Ramírez agrega: “Bueno
chamitos, de que vuelan, vuelan”. Así
pasan un rato con esos relatos de espantos.
A las diez vuelve la electricidad,
los mandan a dormir y se quedan
conversando un rato los maestros. Dice Torrealba: “Te invito a tomar un vaso de
jugo y unas galletas navideñas”. Se van hasta la cocina, están disfrutando del
aperitivo, cuando sienten el sonido que hacen al caer las ollas al piso cerca
de la nevera, se dirigen a ver qué pasó, como están las luces encendidas no ven nada,
la recorren toda y cerca de ellos lo oyen de nuevo reaccionan con asombrosa
agilidad como jugadores de punta y nada, se persignan más que viejita asombrada.
Torrealba, se pone a sudar copiosamente como muchacho con fiebre de cuarenta. Alguien
nos quiere asustar ya lo vamos a someter dicen los dos. Ahora queda en tiniebla
la cocina, ven a través de la ventana que el patio y los pasillos tienen luz…un
frío impregna todo, sienten un celaje pasarles entre los dos, en ese momento ven chispas incandescentes que dejan al
rastrillar un machete en el piso, ahí sí con voz tartamudeando dice Ramírez: “No
compa, esto no es normal”. “Por Dios,
esa vaina es real”, le responden con voz
agitada, y salen como conejos al escuchar los latidos de perros en cacería.
Llegando a los
dormitorios, cada uno más blancos que cotufas y más asustados que pared con
comején.
En la mañana se
supo cómo a estos dos maestros los asustaron en la cocina del internado en
navidad.
Este testimonio
real, es de Samuel Omar Sánchez Terán.
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