Niña en lomos de su burriquita
(archivo de Catherine Colmenarez Colmenarez)
-¡Vacaciones, Papi!, ¡vacaciones!, ya nos
dieron las vacaciones en la escuela…y Papi escuchaba.
Si, era cierto. A sus hijos les habían
dado las tan ansiadas vacaciones navideñas. Buenos estudiantes, buenas
calificaciones, buenos hijos y buenos padres, pero pobres, no tanto como para ir
pidiendo limosnas, pero si lo suficiente como para una vez más no poder
complacerlos en sus peticiones que llegarían en la consabida carta.
-¡Vacaciones, Mami!, ¡vacaciones!
Era tal la alegría de los niños que no
alcanzaban darse cuenta que mas que hablar, gritaban. La madre les dijo que
estaba bien, que se calmasen y que por favor bajaran la voz pues alborotarían
al vecindario. No era correcto que alguien les llamara la atención por
escandalosos. Sus consejos fueron interrumpidos cuando la niña, más pequeña,
exclamó:
-Ya sé, ahora le haré una carta al Niño
Jesús…
-Yo también –dijo el hermanito-.
-No pediremos muchos, pues sabemos que
el es pobre y tiene que ayudar a mucha gente. Eso dijo en la carta que nos dejó el año pasado cuando tampoco nos dio nada, pero como esta vez hemos sido más
obedientes y mejores estudiantes tal vez nos complazca.
Petrica, que así se llama la niña,
viendo a su hermanito Rafaelito dijo: ¿Y si hacemos una sola carta? ¿Y si le
pedimos una sola cosa?
A lo que el niño con entonación entre
picaresca y maliciosa comentó: -Si, tienes razón, el mas a los vecinos, ni
fingiremos en la escuela haciendo creer que vemos algunos programas, o no
tendremos que decir que la antena se cayó que se descompuso el aparato…
Mientras los niños hablaban no vieron al
padre acercarse ni mucho menos pudieron entender la mirada llena de angustia
que esta dirigió a su mujer. Y pasaron los días, llegó el 24 de diciembre, la
carta enviada por los chicos ahora reposaba en el bolsillo del pantalón del
jefe del hogar, quién una vez más la sacó y la leyó: ¨Queremos una sola cosa y
es un televisor, somos buenos hijos, nos portamos bien, estudiamos bastante, yo
saqué quince y Petrica diecinueve, mis notas no son tan buenas, pero te prometo
querido Niño Jesús que seguiré mejorando. Las firmas identificaban a sus hijos.
¿Qué hacer? No podía complacerlos, sus
recursos económicos no le alcanzaban para eso, hacerles otra carta como la del
año anterior era frustrarlos, por ello trataría de convencer los hablándoles y
diciéndoles que era difícil que el Niño Jesús trajera lo que querían. Guardó
nuevamente la carta en el bolsillo trasero del pantalón. Con un caminar lento
salió de la casa con destino al abasto donde eran ampliamente conocidos, compró
algunos comestibles, cuando sacó el dinero para pagar no se dio cuenta que la
carta se le había salido y estaba en el suelo. Con un andar cansino regresó al
hogar.
Esa noche los muchachos, ilusionados, se
acostaron mas temprano que nunca, desde la ventana de su cuarto, veían el
cambiante y trémulo color de las estrellas, reían al observar que en sus
titileos parecieran que les daban mensajes ratificándoles que tendrían el
ansiado televisor… como lo tenían todos los otros niños de la cuadra y se
quedaron dormidos.
Temprano, muy temprano se desertaron,
sus miradas recorrieron el dormitorio y no vieron lo que querían, en puntillas
con mucho cuidado fueron hasta la sala, allí sólo estaba su padre, sentado en
su vieja silla con la mano tapándose el rostro, nada, no estaba lo que
esperaban. El Niño Jesús no los había complacido, a menos que estuviese en el
cuarto de mamá, abandonaron la cautela, corrieron hasta el otro dormitorio,
abrieron la puerta y sentada sobre su cama la buena señora sollozaba, más ellos
no lo notaron, sólo buscaban el televisor, que tampoco estaba ni en la cocina,
ni en el comedor, ni en el baño y volvieron a la sala.
Al entrar, el padre que los esperaba con
los ojos llenos de lagrimar les dijo: -Se lavan y se abrigan que vamos a dar un
paseo. Salieron, las calles a esa hora, todavía silenciosas las caminaron y
llegaron a un parque cercano. Los chicos extrañados veían a su padre que no
hablaba pero con infinita ternura los acariciaba, hasta que se sentó en un
banco el padre, cuando Rafaelito le preguntó:
-¿Por qué lloras, Papá? ¿Acaso perdiste
algo muy querido? Tú nos has dicho que únicamente se llora cuando perdemos algo
demasiado importante, cuando celebramos algo importantísimo en nuestras vidas o
cuando nos duele mucho una parte de nuestro cuerpo, ¿te duele algo, Papá?
Y el padre respondió que su dolor no era
físico sino nacido da la imposibilidad de satisfacer algunas cosas.
Petrica, que veía las hojas de las
plantas, húmedas por el roció. Comentó:-Están como tú papi, tienen lágrimas.
Quizás el Niño Jesús lloró anoche por no poder traernos el televisor, pero ya
verás, en lo que haya sol se secarán y… bueno vale, no llores más, si es por
eso. Seguiremos viendo algunos programas en las ventanas de los vecinos que no
nos dicen nada, cuando queremos ver la tele.
Regresaron a la casa, cuando ya estaban
cerca vieron cosas extraños, la puerta de la casa estaba abierta, un hombre estaba sobre el
techo ¡Epa! ¡Paree que está poniendo una antena de televisión! Aceleraron el
paso y al entrar vieron en un rincón de la sala, la pantalla iluminada de un
pequeño televisor, mientras de la cocina salía la madre de los chicos
acompañada de los vecinos y del portugués del abasto diciéndoles: -Feliz
navidad.
Lector, verdad que sabes ¿porque?
Entonces, ¡Feliz Navidad!
Nota: Texto tomado de "Midas del Azar y otros relatos" de José Ana Silvera, publicado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura (Caracas, 2011)
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