martes, 2 de febrero de 2010

LA VENGANZA DEL ÁNIMA DE TUCURAGUA (Cuento llanero de fantasmas)

Su llegada era esperada por toda la concurrencia. Imagen en el archivo de Ofelia Rodríguez Pérez


Aventurarse en los peligrosos territorios de estos 
custodios de tesoros puede resultar fatal 
(Imagen cortesía de José Baute)


Para los seguidores del culto a los espíritus custodios no hay peor transgresión que buscar, sin el debido consentimiento, los tesoros que algunos entes del más allá protegen. Pero, las necesidades humanas, muchas veces, sobrepasan esas precauciones, y los transgresores pueden perder sus almas y sus vidas, sin distinciones entre quienes lo hacen por codicia o por resolver un grave problema. Aún los más inocentes y mejor intencionados caen sin alternativas, en las redes de estos misterios inexplicables que sacuden los Llanos de Cojedes.


LA VENGANZA DEL ÁNIMA DE TUCURAGUA

Aquella noche en Jiraco, el tiempo parecía haberse detenido. Un clima espeso, acompañado de un silencio asfixiante era lo que percibían los habitantes de aquel singular pueblo apartado de la civilización. De pronto, un escalofrió recorre la espina dorsal de Elsa, quien queda paralizada ante unos gritos agudos cuya predicción es imposible. No tenía la menor idea de dónde venían, pero es seguro que no eran de seres humanos vivos.

Una vez pasada la primera impresión, Elsa recordaba una de las frases favoritas de su abuela:
–Todo tiempo pasado fue mejor.
Elsa rememoró la época en que su esposo vivía con ellos en aquella humilde casa, sumergidos en incontables problemas… pero felices. Sus recuerdos se hicieron cada vez más perturbadores, hasta llegar al fatídico momento, cuando el médico del pueblo les daba la terrible noticia de la grave enfermedad de su hijo. José, su esposo, parecía fuera de sí.
-Doctor, ¡Somos gente pobre! No tenemos para llevar el niño a la ciudad y menos para comprarle remedios. El médico, apesadumbrado le contesta;
–Es necesario ¡Le queda poco tiempo!
Los gallos cantan anunciando la llegada de un nuevo día. Durante la noche, José no durmió buscando las posibles soluciones al problema. Una estampa del Ánima de Tucuragua, que su mujer conservaba sobre la mesa, le hizo recordar al viejo indio cuidador de tesoros que vivía en La Sierra.
Buscó a su compadre Antonio para que lo acompañara a buscar al indio, que custodiaba una importante riqueza y así pedirle el dinero para salvar al niño enfermo. Al día siguiente, salieron de madrugadita, subieron el largo y serpenteado camino hacia La Sierra. Antes de llegar al sitio indicado, un hombre de apariencia taciturna, sin expresión en el rostro les dice:
– ¿Para qué me buscan? Todo el que a mí viene es en busca del tesoro de Tucuragua. Sólo el que esté dispuesto a pagar el precio lo tendrá. Deben traer el corazón de un ser amado, envuelto en un manto blanco y depositarlo en la cueva de Tucuragua justamente a las doce de la noche. Y les señaló con un largo y arrugado dedo el sitio donde estaba ubicada la cueva. Desconcertados y desesperados quedaron los hombres, envueltos por una neblina y con un frió que les helaba hasta la sangre. Cuando reaccionan, el indio había desaparecido. – ¿Qué hacemos? Expresa José.
– No te preocupes, amigo, algo se nos ocurrirá. Contesta Antonio.
–Ya sé, le llevaremos el corazón de un cochino. Y así lo hicieron, para emprender su fatídico rencuentro con el indio custodio de las riquezas del Espíritu de Tucuragua, tierras arriba, nuevamente.
A medida que subían, los hombres mostraban fortaleza del hombre llanero, vestían pantalones enrollados hasta la rodilla, camisas manga larga y alpargatas para contrarrestar el fatigoso camino hacia La Sierra. Hombres honestos, puros de alma e ingenuos como eran la mayoría de los llaneros. Cada quien sumido en sus pensamientos, unidos por un triste motivo y atados por un sentimiento de solidaridad.
La noche se precipitaba inevitablemente, a lo lejos el sol moría poco a poco tornando el cielo con tonalidades rojizas, anaranjadas y amarillas. El murmullo de los pájaros nocturnos anunciaba que la noche se adentraba a lo más profundo y los minutos parecían acelerados como el pecho de aquellos hombres, que también se unían en esa profundidad. A medida que los hombres se acercaban a la cueva, notaban un cambio extraordinario en el paisaje; el viento aullaba y les soplaba con mucha fuerza en los oídos. Ojitos brillantes se asomaban entre los montes, movimientos sigilosos de animales invisibles a su vista les hacían volverse cada vez más nerviosos.
Allí estaba, el Ánima de Tucuragua, alargando sus manos como quien espera algo. Una voz estridente, como si mil cuchillos fuesen amolados al mismo tiempo, expresó:
–¡Habéis profanado mi templo sagrado!-¡Intentaron engañarme! Por lo tanto, sus almas están condenadas a vagar por toda la eternidad.
Una vez terminada esta sentencia, la tierra tembló, se abrió una grieta que se tragó a los dos ingenuos hombres, que se habían unido de esa manera a la montaña que tanto temían. No valió la pena aquel sacrificio, puesto que el niño, hijo del humilde matrimonio había muerto, irremediablemente, en su humilde rancho al lado de su madre.
–Aaay, Aaaay, ¡Auxilio! ¡Ayúdennos!
Aquellas voces de suplica y otros gritos semejantes regresaban a Elsa a la realidad. Sobreponiéndose a los escalofríos, toma un velón y se lo prende al Ánima de Tucuragua. Los gritos se alejan permitiendo que el tiempo siga avanzando en su lento discurrir de tragedia. La mujer de figura menuda, con líneas de expresión profundas, huellas del enorme sufrimiento vivido, lanza al aire una plegaria tardía.
- Que Dios los saque de pena y los lleve a descansar en paz.
Repite tres veces la misma letanía, se santigua y se dispone a dormir, sin atreverse siquiera a levantar la vista hacia La Sierra, donde dos llaneros buenos pagaron con su almas y sus vidas el intento de engañar el gran espíritu de esas misteriosas montañas.


Nota: Las co-autoras de este son todas nacidas y residenciadas en San Carlos, Cojedes y cursaron estudios en la UNELLEZ: Carvelis Mariel Castillo Blanco (5 de noviembre de 1988); Milagro María José Reina Herrera (10 de enero de 1988); y Claudia Carolina Castro Parada (9 de julio de 1989). Recibieron el apoyo literario oral de Iris Polo, docente de Castellano y Literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, también, nacida en San Carlos, el 9 de julio de 1969, ciudad donde, igualmente reside.



7 comentarios:

Unknown dijo...

la historia deja bien claro que no se debe engañar a los espiritus, el precio a pagar es muy caro lo mejor es no meterse en estos problemas. Yusleidy Guevara (Apartadero Cojedes)

wilfredo bravo dijo...

no se debe jugar ni engañar a las animas por que estan suelen cobrar muy cara su ofensa.
Wilfredo Bravo (Acarigua pPortuguesa)

Unknown dijo...

muy interesante historia en pocas palabras lo mejor es no engañar ni burlas a las animas por que luego lo cobraran y no es muy bonito que lo hacen

Nataly Aldana (San Carlos Cojedes)

Unknown dijo...

muy interesante la historia en pocas palabras lo mejor es no burlar ni engañar a las animas por que luego cobraran tal engaño y no es muy bonito como lo hacen.

Nataly Aldana (San Carlos- Cojedes)

Unknown dijo...

Es un cuento muy bueno, quiero decir esta versión ya antes había escuchado de este fantamsma

Jimena Arbulú dijo...

Muy interesante historia, me mantuvo en suspenso hasta el final. La vida y la muerte encierran muchos misterios que van más allá de nuestro entendimiento. Creo que es mejor ser respetuosos de ellos, como aquél del ánima de Tucuragua. Saludos.

Unknown dijo...

Esta historia relata algo muy importante y sobre todo delicado porque con las animas no se juega ni mucho meno se burla porque el final de todo eso es la muerte y cobra con todas sus venganzas.esta historia tiene sus misterios Tucuragua saludos.