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sábado, 11 de enero de 2014

LA BRUJA Y EL ESCAPISTA (Leyendas de Tinaquillo 4)

Joven  llanera (archivo de Hábleme de Puro Llano, compa)


La Bruja se había convertido en leyenda
(Archivo de Omar Borrero)


LA BRUJA
Mariela Colmenares desde pequeña había sido una niña muy sensitiva y precoz. Soñaba continuamente con ángeles y familiares muertos, oía rezos en el silencio de la noche y había tenido algunos encuentros con seres etéreos que aparecían y desaparecían repentinamente. Uno de esos encuentros lo tuvo viniendo de la casa de su tía Petra. En una curva del camino se le apareció de repente un hombrecito bien vestido, zapatos puntiagudos y sombrero de colores vivos, con los brazos y piernas semiencogidos, que parecía flotar en el monte, a orillas del camino, y la acompañó hasta cerca de su vivienda hacia la que corría dando gritos.
Mariela vivía con sus familiares en una zona rural en los alrededores de Tinaquillo, en un caserío con viviendas dispersas y parcelas con conucos. Sus familiares, en vista de sus supuestas fantasías no la dejaban sola ni un momento. Natividad, su madre, estaba muy preocupada por la epidemia de una extraña enfermedad que atacaba a los niños recién nacidos, que se iban poniendo flacos y pálidos y mostraban signos de picadura en la zona cercana al ombligo, y por las pesadillas de Mariela, que insistía en que un ave muy grande volaba por las noches cerca de su casa y se posaba sobre el techo.
El rumor fue creciendo y los vecinos aseguraban que una bruja era la causante de la enfermedad de los niños. Evaristo, el padre de Mariela, además de otras personas, consultaron a Julio Peña, curandero de cierta fama, y éste los orientó sobre la forma de cazar a la bruja.
Esa noche todo el mundo estaba en vela. Habían puesto en el patio de la casa de Mariela, una cruz formada con mostaza y unas tijeras abiertas. A las tres de la madrugada sintieron el aleteo de un ave que se acercaba. Al pasar sobre la cruz de mostaza cayó pesadamente sobre ésta. Los vecinos corrieron hacia el patio y al llegar se consiguieron con un enorme pavo de color oscuro, el cual estaba todavía atontado por la caída. Lo capturaron, amarraron y esperaron vigilantes hasta el amanecer.
Por la mañana llegaron noticias de que habían conseguido muerta a Victoria Pinto, una señora que vivía con su hijo, retardado y tonto, supuestamente producto del incesto entre padre e hija, y que moraban en una de las casas más alejadas de la comunidad.
Como a las siete de la mañana soltaron al pavo, después de quebrarle los dedos de las patas y varias plumas de las alas. Éste al verse libre, alzó el vuelo y se dirigió a la casa de Victoria, desapareciendo en sus alrededores. Las mujeres que rezaban y los vecinos que habían seguido al pavo, vieron con asombro que un cigarrón volaba sobre el cadáver y de repente se introducía por su boca., volviendo Victoria milagrosamente a la vida, maldiciendo con gritos horripilantes al verse los dedos de las manos y de los pies deformes, como si se los hubiesen machacado con un objeto muy pesado.
Julio Peña, el curandero, que había estado pendiente de todo el proceso, sacó de su morral un frasco con agua bendita y rezando en voz baja sus oraciones, bañó totalmente a la resucitada, que insultaba a gritos a los vecinos. Julio concluyó ordenando a la bruja que se marchara del caserío si no quería que volvieran a cazar su espíritu y lo retuvieran hasta su muerte definitiva.
Victoria Pinto desapareció del vecindario y cesó la epidemia de los niños.
Historias como ésta escuché muchas veces cuando niño, de boca de los cuentacuentos de mi pueblo, entre los cuales destacaba Agapita, doméstica al servicio de la señora Isabel de Pérez, que sabía y contaba con gracia muchas historias y cuentos.
Mariela Colmenares, es hoy en día una mujer de unos sesenta años, casada y con cinco hijos, que aún conserva su sensibilidad perceptiva de hechos inexplicables como el de oír rezos en el silencio de la noche, muy especialmente los lunes. Es muy católica y asiste regularmente a misa.
Yo no creo en brujas, pero ...... de que vuelan, vuelan.


EL ESCAPISTA
Nicolás Peña era un hombre sencillo pero misterioso, de hablar lento pero cantadito. Parecía un gato al caminar. Sus alpargatas siempre estaban limpias de polvo en el verano y de barro en el invierno. Muy educado, cortés y humanitario; pero introvertido, modesto y tímido. Los muchachos se divertían acercándosele y saludándolo con zalamerías, y éste se ponía más rojo que un tomate maduro y se volvía torpe en la actividad que estuviese realizando. Prudente, cuidadoso en sus opiniones y trato, pero firme en sus decisiones. No parecía capaz de violentarse, pero alguien me contó que una vez se enfrentó a un hombre que lo atacó. Ni un relámpago fue jamás tan rápido. Esquivó la cuchillada moviendo apenas la cintura y su mano zurda, porque era zurdo. Ni se vio en el aire. Tremendo palo en la nuca. El hombre ni se quejó, cayó cuan largo era y sin sentido. Y la zurda, tranquila con el garrote hacia el suelo. Nunca se vio en la iglesia; sin embargo cargaba en su pecho un escapulario y varias reliquias y tenía fama de conocer oraciones y décimas de santos. No era yerbatero, pero conocía las hierbas. Si lo buscaban con discreción y sencillez, trataba desde una simple gripe hasta una picada de cascabel. Atendía el parto de una yegua y podía curar de una gusanera a distancia. Conseguía un objeto perdido o curaba un mal echado. 
Vivía solo. Su casa estaba ubicada fuera de la población, con un solar sembrado de topochos, yucas y otros vegetales, y un patio lleno de gallinas que era la envidia de sus lejanos vecinos. Se dedicaba a la fabricación de aperos para burros; los mejores aperos en cien leguas a la redonda. Sus bienhechurías estaban en terrenos de Don José Pérez, rico terrateniente caprichoso y autoritario, a quien se le metió en la cabeza que Nico, como popularmente llamaban a Nicolás, era brujo y debía desocupar su terreno.
Don José presionaba cada vez más a Nico para que se fuera de sus tierras.
.- ¡Desocupe Nico, desocupe o le va a pesar!.-
Y Nico contestaba: -. ¡Échese una aguantadita Don José, mientras consigo donde hacer otro rancho!.-.
Una noche trataron de quemarle el rancho a Nico, pero éste de sueño sumamente ligero, lo advirtió a tiempo para impedirlo y logró herir a cuatro de los incendiarios. Esto motivó la denuncia de Don José y el encarcelamiento de Nico..... y comenzó la leyenda.
La gallera estaba hasta el tope. Se oía:
.-¡Doy doce al giro!.
.-¡A la mitad pago al gallino!.
Teodoro, que era uno de los apostadores, volteó hacia la derecha y se sorprendió de ver a Nicolás.
.- Caray Don Nico al fin lo soltaron.-
.- Así es Teodoro, ahora soy libre como el viento, como siempre he sido.-
De esta manera respondió Nicolás y todos lo vieron en la gallera; pero todavía estaba preso. Pasaron los días y a Nico lo vieron en todas partes, en la bodega comprando chimó, en la plaza, en su solar limpiando los topochos.... pero igual se comentaba:
.-¡Está preso en su calabozo, detrás de las rejas!.
Un día, Nico le dijo al cabo de guardia:
.-Mira Carmelo, ya yo estoy cansado de estas rejas. Yo como que me voy. Notifíquele a Don José que su hija menor está por enfermarse de gravedad, que si me necesita que me busque, que yo no soy “rencorista”.-
.-¡Se escapó Nico!
La noticia se corrió como reguero de pólvora. Se organizaron varias comisiones para salir en su búsqueda. El domingo estaba en la gallera, pero cuando la comisión llegó ya Nico se había marchado. Nicasio comentó que lo había visto limpiando el conuco, lo cercaron, invadieron la parcela, pero de Nico ni el polvo. Alguien de los invasores comentó:
-Esta mata de topocho como que no estaba aquí la semana pasada. ¡Que vaina tan rara!.
Otra comisión lo encontró en el callejón sin salida de limoncito, pero cuando llegaron al final, sólo consiguieron ver a un enorme cochino dormido en el alero de la casa de Carlina Flores.
Y pasaron los meses..... La hija menor de don José, Valentina, agarró un tremendo “Pasmo” al serenarse después de tostar café. Se agravó y así estuvo varios días entre la vida y la muerte. Algunos vecinos dijeron que habían visto a Nico dirigirse hacia la casa de don José. Pocos días después aparecía Valentina en el pueblo, sonriente y con un buen semblante.
Ya nadie perseguía a Nicolás Peña. Todos los domingos iba a la gallera. Allí se encontraba con don José Pérez y se saludaban cordialmente.
.-¿Cómo está don Nico?.-
.-¡Muy bien don José, Dios le dé larga vida a usted y a su familia!

Nota: estas leyendas fueron transcritas de Huellas de Tinaquillo, libro del desaparecido maestro Félix Monsalve, editado por El perro y la rana en Caracas (2006).

jueves, 9 de enero de 2014

EL CUÑAO Y LA SERPIENTE QUE HACE ESTREMECER LA TIERRA (Leyendas de Tinaquillo 3)

Violinista llanera de joropo (archivo de Ynaldis Aranguren)





“EL CUÑAO”
Aquella mañana se presentaba sumamente lluviosa, desde la madrugada las gotas de agua entonaban su monótona canción al caer sobre las tapas de zinc del rancho, invitando a sus habitantes a seguir durmiendo. No terminaba de aclarar y el sol, tímidamente estiraba sus adormecidos rayos sobre la sabana. Llovía hacía cuatro días sin parar, la plana superficie del plan de “Taguanes” había avivado sus colores: el verde era más oscuro, salpicado de blanco, rosado y rojo por las flores de los lirios sabaneros que emergían por todas partes.
Seguía lloviendo, pero hacía apenas un mes la tierra resquebrajada clamaba por una gota de agua que le diera vida, el pasto y otras plantas languidecían marchitas al igual que las matas de maíz, yuca, quinchoncho y plátanos del conuco de Pedro. El viejo Juancho lo había prevenido sobre la entrada del invierno.
─ Compadre Pedro, no siembre todavía, las Cabrillas se fueron en el cielo y apenas cayó una lloviznita. Hay que esperar hasta el próximo mes para sembrar.
Pero Pedro era testarudo y sembró esperanzado sus semillas. Y la sequía acabó con su conuco. Esa mañana Justina su mujer, seguía tratando de despertar a Pedro.
─ Pedro, levántese, que hoy no amaneció ni papelón para el guarapo ni hay que darle a los muchachos para comer. Y a Roberto no ha querido bajarle la fiebre.
─ Levántese y vaya a hablar con el señor Fonseca a ver si le da un trabajito en la Finca y le adelanta algo de plata para comprar la comida.
Pedro se despertó y se sintió más deprimido que nunca, sin conuco, sin plata y sin comida para sus hijos. Ahora la maldita lluvia lo tenía prisionero en su propia casa, sin poder salir a buscar trabajo. Esa tarde la lluvia había cesado a medias, de repente una tenue llovizna azotaba la sabana y volvía a escapar. Pedro preparó su escopeta “Morocha” y su linterna; se disponía a salir para “El Bajío”, donde había descubierto días atrás unas huellas de lapa, en la manguera de Domingote.
─ Mañana comerás carne, mi amor, le decía Pedro a Justina. Los muchachos podrán matar su hambre.
A las siete de la noche salió Pedro para “El Bajío”. A las nueve preparó su “Garita” y comenzó la vela.
De repente, como a las doce de la noche, cesó la brisa y el silencio se hizo largo tragándose los ruidos de la noche… Pedro dormitaba sobre la garita.
─ Buenas noches, cuñao.
Pedro despertó sobresaltado y vio a una persona de liquilique y sombrero pelo de guama parado al pie del árbol donde estaba la garita.
─ No se asuste, cuñao, que es gente de paz.
─ Vengo a proponerle un negocio que lo sacará de la pobreza. Lo convertiré en un hombre rico, cuñao.
─ No me llame cuñao, que yo no tengo hermanas. Contestó Pedro.
─ Bueno, amigo, si usted no está interesado en las monedas de oro que tengo enterradas, me voy. Ya vendrá alguno que las quiera, le contestó el hombre.
Pedro se quedó helado y sintió que se le aflojaban las piernas.
─ Un muerto. Pensó.
Estuvo tentado de dispararle con la escopeta, pero se dio cuenta de que no podía matar un muerto.
¡Monedas de oro! ¡Monedas de oro!
Estas palabras resonaban en el cerebro de Pedro. Se repuso y preguntó con voz entrecortada:
─ ¿Y ese entierro tiene algunas condiciones?.
─ Si cuñao. Respondió el muerto.
─ Una sola, que me dé uno de sus muchachos para que me acompañe.
─ ¿Pa’que lo acompañe a dónde?
─ La eternidad es muy larga cuñao, tráigalo aquí para que me acompañe.
─ Usted tiene un hijo muy enfermo, ese podría ser, y sus otros hijos vivirán una vida muy feliz; pero si no me cumple iré a buscarlo, cuñao, y me sentaré sobre usted hasta que le acuesten a su hijo, el que me entregará, sobre su pecho para que yo pueda llevármelo como compañero. Sino me acompaña usted, cuñao.
─ Baje del árbol cuñao, ahí mismo escarba y conseguirá la tinaja con las monedas de oro.
Pedro no dijo una palabra más, pero bajó del árbol y comenzó a excavar afanosamente. Allí estaba la tinaja, casi a flor de tierra; al destaparla brillaron las morocotas y los ojos de Pedro se hacían más grandes que el dos de oro
Pedro no llegó esa noche a su casa, como a medio día se presentó con un burro cargado de corotos, sobre todo comida, ropa y algunas medicinas (cafenol, lamedor, etc.) Su mujer se quedó mirándolo extrañada y los niños brincaban llenos de alegría. Al poco rato una columna de tibio humo se escapaba del rancho y la lluvia por fin había cesado.
Pedro le contó lo del entierro a Justina, pero sin decirle lo del compromiso con el muerto.
Pasaron los días. Una noche…
─¡Buenas noches Cuñao, cuándo me va a llevar al muchacho!.
Escuchó Pedro medio dormido, medio despierto. Se sentó en la cama. Todos dormían profundamente, al mirar hacia la puerta vio como una sombra que insistía:
─ Lléveme al muchacho o usted me acompañará.
─ La semana que viene se lo llevo, sin falta, palabra de hombre, respondió Pedro.
La noche volvió a quedar en silencio y Pedro se quedó profundamente dormido.
Paso un mes, todo había mejorado en el rancho y Pedro se olvidó del compromiso. Esa noche el cielo se puso negro, se borraron las estrellas y se escuchaban truenos lejanos; la brisa comenzó a hacerse más fuerte y el techo de zinc se estremecía sonoramente.
─ ¡Justina, Justina! Despiértese, que el ventarrón se quiere llevar el rancho.
El viento tronaba estruendosamente entre los árboles cercanos a la casa, Justina ni se movía, respiraba, pero como si estuviera muerta. De repente…
─ Cuñao prepárese para que me acompañe porque usted no cumplió con el compromiso.
Pedro sintió que se le sentaba en el pecho y comenzaban a hacerle presión, se estremeció y lanzó un largo grito que por fin despertó a Justina. Ésta prendió la luz y trató de socorrer a Pedro, pero éste continuaba gritando y pidiendo que le quitaran al muerto de encima. Como una hora duró la crisis de Pedro, que al fin se alivió y se quedo dormido. Despertó por la mañana sobresaltado y escuchó un suave susurro.
─ Cuñao, cumpla con el pacto, porque me lo llevo. Hasta la noche.
Justina notó muy nervioso a su marido y empezó a interrogarlo:
─ ¿Pedro qué es lo que pasa. Cada día lo veo más nervioso y triste, cuénteme?
Pedro se resolvió y le contó a su mujer lo del entierro y el compromiso con el muerto. Ésta dio un salto y le contestó:
─ Pues, Pedro se irá a morir usted pero yo no permito que le dé a ese muerto ninguno de mis hijos.
Ese día, Pedro se vino al pueblo y hablo con el cura, que dudó de sus palabras, sin embargo le dio un frasco con agua bendita para que lo utilizara en caso de que el muerto lo volviera a molestar.
Esa noche Pedro no quiso acostarse, pero el sueño lo venció y como a la una de la noche se quedó dormido en una silla. Enseguida sintió que se le sentaron encima y le presionaban, y empezó a dar gritos.
─ ¡Justina, Justina! Tráigame al muchacho y póngalo sobre mi pecho.
Así pasó toda la noche. Justina lo bañó con el agua bendita, pero todo fue inútil. Al amanecer el muerto se le quitó de encima y Pedro por fin pudo dormirse. La siguiente noche ni se acercó al cuarto, se sentó en el alero trasero del rancho y allí se quedó dormido como a las dos de la madrugada; enseguida el muerto se le sentó encima y comenzó de nuevo su agonía.
─ ¡Justina póngame el muchacho en el pecho que me estoy muriendo!
Justina rezaba silenciosamente en el cuarto con todos sus hijos. Así pasaron siete días y todas las noches, aun sin dormirse, Pedro sentía que se le sentaban encima y comenzaba su agonía. Ya los vecinos se habían enterado de su rara enfermedad y acompañaban a Justina hasta el amanecer. Pedro estaba cada vez más débil y flaco, el muerto no lo dejaba descansar ni de día. Algunos amigos buscaron al brujo del caserío y lo llevaron a ver a Pedro. Quintín Pérez tenía fama de poseer poderes especiales y comunicarse con los espíritus. Ya se había fumado dos tabacos y el enfermo continuaba sin aliviarse… De repente éste se calmo y todos se disponían a felicitar al brujo, cuando vieron que Quintín daba un terrible grito y caía al suelo exclamando:
─ ¡Quítenme a este carajo de encima que me ahoga!
Como pudo se paró y salió disparado por la puerta del cuarto, diciendo:
─ ¡Ave María Purísima! Busquen a otro brujo, yo no peleo con muertos.
Esa noche, como a las cuatro de la mañana murió Pedro, pidiendo a su mujer, hasta el último momento, que le pusiera el muchacho en el pecho.
A Pedro lo llevaron hasta el cementerio de Tinaquillo en brazos de amigos, como era la costumbre del lugar y todos se preguntaban intrigados, quién sería ese señor de liquilique y sombrero pelo de guama que acompañaba el entierro. De regreso le preguntaron a Justina, quien sorprendida les respondió:
─ ¿Cuál señor?. Yo no vi a nadie de liquilique acompañando al entierro.
Justina no durmió ni una noche más en su rancho, esa misma noche se mudó a Tinaquillo; con el tiempo compró una casa grande y puso una bodega que bautizó con el nombre de “El Cuñao”.

“LA SERPIENTE QUE HACE ESTREMECER  LA TIERRA”
Corría el año de 1943, para entonces yo contaba con siete años; mi padre yacía enfermo con la terrible enfermedad que terminaría con su vida. Esa tarde jugaba con mi hermano Rafael en el solar común de casi todas las viviendas de la manzana. Recuerdo que me cargaba, correteando sobre una carretilla, bajo un frondoso “Caujaro” que cobijaba nuestro juego. De repente el árbol pareció caerse batiendo sus ramas poderosamente; mi hermano muy asustado, se alejó corriendo hacia la casa dejándome solo y aterrorizado; había sentido por primera vez un temblor de tierra. Ese mismo día al salir a la calle y reunirme con los amigos del barrio notamos varias casas con las paredes agrietadas y a los adultos, alborotados haciendo diversos comentarios:
─ ¡Tembló la tierra comadre Justina!
─ ¡En Valencia se cayeron varias casas!.
─ La cochina de María Liberata parió un cochino con dos cabezas.
─ En la casa de los Cancines nació un pollo con cuatro patas.
─ Esta noche hay que dormir en la calle por sí vuelve a temblar.
Nosotros los más pequeños, oíamos asustados y comentábamos impresiones y experiencias:
─ En mi casa se movieron las paredes y el techo.
─ Yo estaba comiendo y de repente se movió la mesa y se cayó el plato con la comida.
─ ¿Por qué se movería la tierra?
Nos escudaba Don Pascual, el viejito abuelo de los Bejaranos, que había nacido y vivido casi toda su vida en la Mesas de Vallecito, al pie de la Teta de Tinaquillo, nos llamó cariñosamente y nos dijo:
─ Eso es culpa de la culebra de “El Cerro” de las Tetas, allí tiene su cola en una pequeña laguna donde nació. Su cuerpo fue creciendo a través de las corrientes de agua que van por dentro de la tierra hasta llegar a la laguna de Valencia, donde tiene su cabeza; cada vez que su cuerpo se mueve estremece la tierra; por eso los temblores se sienten en esta región y en la zona de Valencia.
Las palabras de Don Pascual me dejaron muy asustado y la curiosidad me llevó derechito a la casa de Agapita, quien conocía muchas historias y era la mejor cuenta cuentos del barrio. Nunca he olvidado la hermosa historia que me contó…
En estas tierras donde no hoy está nuestro pueblo y en las extensas sabanas que lo rodean, donde se destaca como un guardián imponente “El Cerro Las Tetas”, habitaron antes de llegar los españoles, varias tribus indígenas Caribes. En una a esas rancherías vivía una india llamada “Namira”, una hermosa mujer que a pesar de tener muchos años se mantenía joven y lozana sin que nadie supiera el secreto de su perenne juventud. Era adorada y respetada por todos los miembros de la tribu, ya que la consideraban una diosa. Esta leyenda llegó a oídos de los blancos españoles, uno de ellos espiaba constantemente al pueblo indígena con la esperanza de conocer a la india de la eterna juventud. Una tarde sintió el leve caminar de una persona que se acercaba a las faldas de “La Teta de Tinaquillo”, donde se encontraba vigilando el movimiento de los indígenas. Se quedó extasiado mirando a la esbelta y bella india que silenciosamente escalaba hacia la cima; la siguió muy discretamente, y aunque la perdió de vista continuó subiendo hasta llegar a la cúspide, allí estaba la india sobre una piedra, mirando el bello paisaje de las laderas y las sabanas que se extendían hacia el naciente; el río “Mapuri”, llamado actualmente Tamanaco, parecía a la distancia un hilo de plata recorriendo la planicie de norte a sur; la brisa peinaba el pajonal y le traía el aroma del mastranto y el palotal floreado. Namira caminó luego hacia la laguna que se encontraba a pocos pasos, se desvistió y entró lentamente en las cristalinas y frías aguas bañándose distraídamente sin que nada la perturbara; cuando el blanco español se le acercó, no lo vio hasta que era demasiado tarde. La atacó y enloquecido quiso poseerla por la fuerza, pero la india era fuerte y ágil, le oponía feroz resistencia, la golpeó despiadadamente con una piedra en la cabeza, dejándola sin sentido. Creyéndola muerta la tiró a la laguna y para su asombro notó que la doncella se movía cadenciosamente y se iba alargando hasta convertirse en una serpiente que crecía cada vez más, despavorido huyó abandonando las alturas.
Al notar la ausencia de su india diosa todos los miembros de la tribu salieron en su búsqueda, pero no pudieron encontrarla. Sólo el anciano Tama, que desde joven amaba y servía a “Namira”, conocía la laguna encantada y de las visitas que ésta le hacía todos los meses en época de luna llena, para mantener su juventud, se dirigió en su búsqueda hacia el pico que dominaba la llanura y al acercarse al estanque, observó la serpiente y le pareció descubrir en su cabeza el rostro de su amada. “Tama”, presintió que habían atentado contra la vida de “Nimira”, ocasionando que las mágicas aguas produjeran su transformación. Por mucho tiempo estuvo visitando la laguna encantada, notando que la serpiente crecía cada vez más y hundía su cuerpo en la tierra en búsqueda de otra fuente mayor de agua.
Cada cierto tiempo la serpiente se estremece, sacudiendo la tierra, como castigo a los blancos que subyugaron su pueblo y ocasionaron en ella la transformación de humana a serpiente.
He sentido durante mi vida muchos temblores en Tinaquillo, mi pueblo natal, pero el ocurrido por los años setenta, y que estremeció fuertemente la tierra y produjo al mismo tiempo un ruido como mugido profundo, me hizo recordar la historia contada por Pascual y Agapita; la serpiente no solo se había movido sino también quejado por la eterna soledad a la que la habían condenado las bajas pasiones de los blancos.
En 1980 la curiosidad por comprobar si en “La Teta de Tinaquillo” existía alguna laguna me impulsó a unirme a una excursión de jóvenes que planificaban subir y pernoctar en el cerro. Fue una experiencia maravillosa, subimos al amanecer por la zona de Caño de Agua, cercana a las mesas de Vallecito, tal vez, según el relato de Agapita, por donde el español curioso vigilaba, en tiempos muy lejanos, las rancherías indígenas donde vivía Namira. A medida que ascendíamos por las laderas pobladas de ganado vacuno, la cuesta se hacía más inclinada y al mirar al este, hacía la población de Tinaquillo, los diferentes verdes del pastizal, el hilo de plata del río Tamanaco, protegido en su curso por frondosos árboles; la tenue llovizna que despertaba los olores silvestres del ambiente y la fresca brisa que refrescaba el intenso calor corporal estimulado por el esfuerzo al caminar, me transportaban a la época en que estos lugares eran habitados por los indígenas donde vivía Namira. La emoción ponía alas a mis pies siguiendo el rápido ritmo de marcha que imponían los jóvenes. Como a las diez de la mañana alcanzamos la cima y aunque el cansancio me impulsaba a relajarme y descansar, la curiosidad pudo más, estuve como una hora explorando los alrededores del pico. No observé ninguna laguna, pero si un pequeño estanque natural. Sin embargo, Luis Antonio, el baquiano que nos acompañaba, natural de Montañita, localidad cercana a este cerro, nos contó que en otros tiempos ese estanque formaba una laguna, y que sus aguas se habían ido deslizando a través de la montaña y que brotan en forma de rico manantial por la zona de las”Laderas”. Mis abuelos, nos decía Luis, contaban que en esa laguna había existido una serpiente. 
Esa noche después de mirar por largo rato las estrellas titilar en el cielo y las pequeñas luces de Tinaquillo y de otras localidades ubicadas abajo, en las colinas y sabanas que rodean al cerro, me refugié en mi carpa. El monótono canto de un ave nocturna y el cansancio contribuyeron a que me durmiera rápidamente, de repente me desperté y noté un silencio profundo que nos rodeaba, no se oía ni el canto de un grillo, ni se sentía la menor corriente de aire. Me levanté y caminé lentamente hasta el estanque de agua y sorprendido vi que éste se había hecho más grande, sentí un leve chapoteo y asombrado noté como de éste salía una hermosa doncella india desnuda, caminó un corto trecho, se sentó silenciosa en una piedra, de sus ojos se desprendían numerosas lágrimas. La luna en el cielo estaba plena y daba una tenue claridad al pico. De repente la india se paró, me miró de frente, me hizo una señal de despedida con la mano y se introdujo en la laguna; su cuerpo se fue alargando hasta convertirse en serpiente. Me metí en el agua tratando de no perderla de vista… Sentí que me llamaban. Cuando me di cuenta de la realidad me encontré al lado del pequeño estanque y extrañamente con la ropa mojada. La brisa soplaba fuertemente y el canto de los insectos alegraba la clara noche. 
Ahora despertaba realmente. Interrogué a mis compañeros de excursión. Nadie había notado nada sólo José el que me llamó, dice haber oído un extraño rumor que lo despertó y al notar que yo no estaba en la carpa salió en mi búsqueda encontrándome mojado al lado del pequeño ojo de agua. Por la mañana al descender del cerro me pareció ver en el pico una tenue silueta que lentamente desaparecía.

Nota: Estas dos narraciones fueron tomadas de "Huellas de Tinaquillo" del desaparecido maestro Félix Monsalve,  libro editado por El perro y la rana en Caracas (2006) 

viernes, 1 de abril de 2011

LEYENDAS DE TINAQUILLO (1) Félix Monsalve

Mujeres llaneras de Cojedes (archivo de Liliana Hernández)

Los legendarios "Diablos Danzantes de Tinaquillo": 
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (UNESCO, 6-12-2012)


Félix Monsalve

1-VELORIOS
Cachinche era una comunidad rural que conformaba junto con Piedras Blancas, Cerro Gordo, Aguirre y Caño de Indio; una gran extensión de planicies con pequeñas serranías bañadas por el río Chirgua, hacia el naciente de la población de Tinaquillo en los límites con el estado Carabobo. Este caserío desapareció sumergido en lo que hoy es la represa de Cachinche que surte de agua a las ciudades del centro del país. En toda esta región surgieron y se establecieron por mucho tiempo manifestaciones folklóricas que sirvieron para alegrar la sencilla vida de los campesinos.
Todavía se recuerdan las parrandas navideñas, los velorios de cruz, de angelitos y de santos y los bailes de joropos jorconeados, con violín, más largos que “medio de tripas en el llano”. Este tipo de joropo era común en otras zonas del centro del país, pero los lugareños introdujeron ciertas variantes dándole sabor regional. En los velorios se cantaban tonos, tórtolas, décimas, batallitas y otras formas musicales, que son diferentes, pero tienen cierto parecido. Las letras de estas composiciones, están formadas por cuartetas, décimas, etc, de acuerdo al número de líneas que las constituyen. Su contenido varía dependiendo si se trata de cantos a la cruz, a angelitos (niños muertos) u otros; los cuales se aprendían de memoria o se improvisaban. La mayoría de estos velorios se organizaban para pagar promesas por favores recibidos. Duraban toda la noche y allí los asistentes echaban cuentos, cantaban, realizaban ciertos juegos, consumían bebidas alcohólicas, chocolate, chicha de maíz, café y otros.
Algunas veces tapaban al santo o a la cruz, según el caso, y daban comienzo al baile con violín a lo que se llamaba “rabo de velorio”.
En estos cantos de velorio, sólo se usaba el cuatro como instrumento acompañante.

DĖCIMA
Primera vez en mi canto
Que yo esta casa bendigo
gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo.
A cantar me he presentado
frente al altar con sus flores,
de mis versos los mejores
y como hay que comenzar
no más me queda desear
salud a todos señores.

CUARTETA
Ya te fuiste angelito
no comiste los jojotos
tu mamá quedó en el mundo
haciendo el empeño de otro

La batallita era una modalidad que enfrentaba a dos o más cantadores en una especie de contrapunteo improvisando cuartillas, lo que permitía hacer gala de buena memoria y facilidades para el verso, provocando cierta rivalidad y muchas veces serios problemas. Esta modalidad podía presentarse a lo divino, con letras religiosas, o a lo profano, con temas de tipo general.
José Pinto, era tinaquillero, alto, y con potente voz de contralto, relancino en la improvisación pero mordaz y hasta ofensivo en sus versos, sobre todo cuando se sobrepasaba de palos. Esa noche “picó” al moreno pintado de “carare”, Julio Rodríguez. Después de cruzar varios versos sin mucho picante, dejó escapar la siguiente cuarteta:

Amalaya! un buen cuchillo
y un revólver calientoso
para borrar de Cachinche
tanto diablo cararoso…

Cachinche era una comunidad donde la mayoría de su gente sufría de la antiestética enfermedad llamada “Carare”, que se caracteriza por dejar manchas en la piel, unas blancas, otras moradas o con varios matices. Es una enfermedad infecciosa que se puede contagiar por la sangre derramada en los alimentos o bebidas a temperatura natural.
Cuentan que los lugareños y visitantes no contagiados, tenían que mantener una actitud muy prudente con los afectados, sin dar muestras de asco, comer y beber con mucha naturalidad lo que les ofrecieran, para evitar así que les echaran carare. Muchas veces la venganza por cualquier ofensa, significaba ser contagiado por el terrible mal …
Esa noche, tres personas cararosas, con diferente color cada una, dejaron caer en una taza con apetitoso chocolate, varias gotas de sangre y se la ofrecieron a José Pinto, después de escuchar aquel ofensivo verso. Mientras contestaba Julio:

Atájenlo que se va
casi no está ni “pintao”
lleva del azul marino
blanco, negro y “colorao”

....Cuarenta días con fiebre … Después dirían en el pueblo:  José Pinto está más pintao que un gallineto...

Hasta luego pues señores
ya me estoy por despedir
si me vuelven a invitar
vuelvo de nuevo a venir


4- EL MUERTO DE TRES UNO, 5- EL ENCANTO DE LA REPRESA, y 6- ¿QUIÉN ES EL MUERTO? los puede leer en: http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/01/el-encanto-de-la-represa-y-otros.html

7- EL MUERTO DEL PORTACHUELO
Tinaquillo en épocas anteriores, como casi todos los pueblos del país, era un caserío en tinieblas al llegar la noche. La mortecina luz de los faroles a base de carburo y petróleo, apenas si espantaba las sombras en las esquinas; dejando las medias cuadras y los solares en la más completa oscuridad. En las casas, pequeñas lámparas y velas permitían la tertulia y juegos de salón. El progreso trajo luego la planta para el alumbrado eléctrico, pero este servicio, al principio, sólo funcionaba desde las seis de la tarde hasta las nueve de la noche, de tal manera, que después de esta hora las calles eran verdaderamente oscuras, sobre todo en épocas de lluvia y luna nueva. En esos tiempos cuando le daban corriente al pueblo durante el día, la gente comentaba: Va a hablar López Contreras (Presidente de la República después de la muerte del general Gómez), ya que ese era el único motivo que obligaba al operador a encender los motores para el alumbrado en horas diurnas. De esta circunstancia de noches oscuras, nacen en todo el país las historias de aparecidos: El carretón, el silbón, la sayona, ánimas en pena y otros, que asombraban a los que se aventuraban a transitar por los caminos y calles oscuras. Son muchos los cuentos de asombrados por andar de parranda por las noches y de personas que se hicieron ricos de manera repentina, al recibir de algún muerto, dinero de entierro. La carencia de Bancos y la inseguridad causada por las guerras civiles y los alzamientos en contra del gobierno, provocaron la costumbre de enterrar el dinero para evitar los robos.
El Portachuelo es la zona más angosta entre dos cerros, camino de Pegones, por la antigua carretera hacia San Carlos. Allí, según la leyenda, los que pasaban después de las doce de la noche, se encontraban con un señor con botas de caña alta y sentado sobre un baúl, que los llamaba y les ofrecía sus monedas de oro si le quitaban las mismas. Conocedores los lugareños, de que este señor era un aparecido, salían corriendo y asombrados al escuchar la oferta. No faltaron valientes que hicieron el intento de quitarle las botas al muerto, pero que yo sepa, nadie logró pasar de la primera; al sacarle la bota, quedaban al descubierto los huesos de la pierna. Puro huesos.
Enrique era un joven que casi todos los viernes se quedaba, después del trabajo, echándose palos con el mocho Justino; pero cuidándose de no esperar las doce de la noche, pasar por el Portachuelo, tránsito obligado en la vía a San Antonio, población donde residían. Pero esa noche la rasca fue tremenda, y eran como las cuatro de la madrugada cuando pasaban por el terrible lugar y … allí estaba el muerto sentado sobre el baúl.
- Buenas noches muchachos. Si me quitan las botas les doy mis monedas de oro.
A Enrique se le quitó la pea de repente, dejó escapar un enorme grito y huyó a toda carrera. Casi amaneciendo, sin alpargatas, lleno de barro y con arañazos en todo el cuerpo, llamaba a la mujer del mocho Justino.
.- ¡María, María! Nos asombró el muerto del Portachuelo. Allá dejé al mocho, quién sabe que le pasaría.
María se asomó por la ventana y le contestó:
.- No juegue Enrique, el mocho tiene como una hora que llegó, todo asustado y sin muletas.
Si usted está interesado en obtener algunas monedas de oro, acérquese por “El Portachuelo” después de las doce de la noche.

8- DOS ASOMBRADOS
Hemos dicho en varias oportunidades, que debido al deficiente alumbrado público, nuestros pueblos y caseríos del pasado remoto, eran pozos de penumbras que distorsionaban cualquier figura natural humana, animal o vegetal, fomentando la creencia en espantos y aparecidos que perseguían principalmente, de acuerdo al decir popular, a hombres parranderos que aprovechaban las noches para beber licor y buscar aventuras amorosas. A la escasez de luz, se le agregaba un grupo de bromistas que se dedicaban a fabricar ciertas “apariciones”, ruidos y situaciones que atemorizaban a los ingenuos lugareños. Así, una tapara seca a la que se le hacían agujeros para simular ojos y boca que resaltaban a la luz de una vela encendida en su interior y levantada por una vara, simulaba una cabeza que brillaba en el aire a unos tres metros de altura en cualquier media cuadra de nuestras oscuras calles. Eran comunes comentarios como este: Compadre Justo ¿No vio anoche la cabeza voladora? Quintín dejó hasta las alpargatas en la esquina de “El Guarataro” frente a la casa de Pedro Camejo. Otras veces para simular al silbón, se colocaban personas cada dos esquinas, los cuales silbaban de forma convenida y fuertemente, dando la impresión de un etérico ser que se desplazaba por la calle a gran velocidad, dejando oír su terrorífico silbido. En fin, una hoja de cambur reflejando la luz de la luna y movida por el viento, un tropel de animales, el murmullo de una conversación en el silencio de la noche o los ruidos producidos por diferentes causas, significaban para muchos, cosas del más allá, que provocaban temores Infundados. Pero... hay casos... Relatos de personas serias que no tienen explicación lógica: El ruido de objetos que se quiebran o se ruedan en ciertas casas, pero cuando se va a ver, todo está en orden, sin alteraciones; visiones que desaparecen repentinamente; lamentos y otros ruidos en sitios despoblados que no permiten el escondite de personas.
Blas Velázquez, era dueño de un botiquín ubicado en La Cruz llamado “Todocoro”, en la época en que el único límite para mantenerse abierto, era la ida voluntaria del último cliente. Blas era bajito, muy delgado, de boca prominente y dentadura grande. Una noche, Blas, después de cargar los enfriadores, como a las tres de la madrugada, se dispuso a cerrar las puertas para retirarse a su casa de habitación, ubicada en la calle Sucre cerca de la esquina de “Chivo Negro”...... de repente sintió un rápido taconeo y al voltear ve a una hermosa trigueña que pasaba por la acera de enfrente. ¡Una mujer bonita y sola a esta hora de la noche!, Pensó Blas, este boche no lo pelo yo. Se apresuró a cerrar y a seguir los pasos de la dama. .- Buenas noches preciosa. ¿No quiere que la acompañe?. Sólo le respondió el silencio. La mujer apresuró el paso pero Blas estaba cada vez más cerca. Cuando llegaban a la esquina de “Galo Gutiérrez”, diagonal a la parte trasera de la iglesia, la dama se volteó e hizo frente al galanteador. .- ¿Usted que es lo que quiere?.- Blas se paró en seco y vio como la mujer se transformaba en una horrenda criatura de ojos llameantes y largos dientes, que estiraba su cuerpo hasta alcanzar la altura del poste del alumbrado. ¡La sayona! Pensó, y dejó escapar un largo y horripilante grito, iniciando una alocada carrera que culminó en su casa. Tumbó la puerta de la calle y se tiró boca abajo en el piso de la sala, posición que según los entendidos, deben tomar los asombrados para pasar el susto. Naturalmente que despertó hasta al gato y ante las voces y preguntas de sus sorprendidos familiares, sólo atinaba a decir: ¡No prendan la luz que vengo asombrado, he visto a la sayona! Su esposa lo acompañó despierta hasta el amanecer. La noticia la hicieron correr sus vecinos como reguero de pólvora: A Blas le salió la Sayona.
Pasaron los días y Blas ya se cansaba de repetir la historia....... Esa tarde el botiquín estaba casi solo, el único cliente era Miguelito Fajardo, que le recitaba su último poema:

Si quieres gozá un “bolón”
aunque no tumbes la mocha
y tengas que gastar tus lochas
echándote un palo`e ron,
y puyando ese aparato
que de to` es el más ladrón,
pa` que te cante un pasillo,
un bolero o un galerón,
para el oído que ahorita
te doy un consejo de oro
échate una vueltecita
por la esquina el “Tocororo”
allí escucharás los cuentos
del terrible don Demetrio
que dejó cientos de heridos
y yo no sé cuantos muertos
y que ahora to`tullido,
para calmar sus lamentos,
pide a Blas un cigarrillo.

Buenas tardes Blas, saludó Isidro, alias “Lengua de Loro”, el practicante del pueblo. ¿Ya te pasó el susto? La que todavía debe estar asustada, continuó, es Lucrecia, la de Julio Aular, que dice que le salió el diablo el mismo día que a ti, la sayona. Ahorita vengo de inyectarla …
Lucrecia era una mujer muy de su casa, seria y respetuosa, pero celosa hasta la exageración. Esa noche le habían pasado el dato de que Julio estaría en una fiesta con María Luisa, con quien supuestamente tenía un secreto romance. La cobija le estorbaba, no soportaba el calor, el sueño no llegaba y sus pensamientos se repetían una y otra vez: María Luisa y Julio bailaban un bolero muy apretaditos. La rabia la consumía, no aguantaba más. Se levantó, se vistió y como a las dos y cuarenta y cinco de la madrugada, salía de su casa con rumbo a Pueblo Nuevo, donde celebraban la fiesta. Cuando pasaba junto al bar “Todocoro” vio a una persona de espaldas en una de las puertas del mismo. Al continuar su camino notó que el hombre la seguía, floreándola insistentemente. Como a las dos cuadras, preocupada por la insistencia de su seguidor, se volteó y le hizo frente. .-¿Qué es lo que usted quiere?.- Le increpó en tono fuerte; y vio a su piropeador, un hombre muy pequeño y flaco, pálido de ojos saltones y largos dientes, que dejó escapar un berrido como de chivo herido y salió corriendo a una velocidad increíble, desapareciendo en la mitad de la cuadra, detrás de la iglesia. Se desmayó, la socorrieron los vecinos y la llevaron al hospital Joaquina de Rotondaro, donde llegó todavía medio inconsciente, repitiendo a cada instante: -¡Apaguen la luz que vengo asombrada, me salió el diablo por andar persiguiendo a mi marido a media noche!- Sus familiares procuraron que la noticia no se propagara, ya que Julio también era muy celoso y delicado. La bañaron con agua bendita, le pusieron escapularios y otras reliquias, le rezaron muchas oraciones y le aconsejaron que dejara de perseguir a su marido por las noches.
Isidro, Lengua de Loro, tenía muchos años trabajando de enfermero en la medicatura, prestando además sus servicios a domicilio, sobre todo en lo referente a administración de inyecciones y primeros auxilios. Fueron requeridos sus servicios por Lucrecia, para ponerle las “ampolletas” recetadas por el doctor como parte del tratamiento de su crisis nerviosa. Coincidencialmente le contó su historia. El diablo la había castigado por sus celos.
Isidro todavía se ríe cuando recuerda ese cuento, y se pregunta: ¿De qué se asustaron Blas y Lucrecia? ¿De su propio miedo? Porque Blas no es el Diablo ni Lucrecia la Sayona. ¿O si?

9- EL TIGRE “MOJÁNO”
Hacia el este de Tinaquillo se consigue la parte más alta de sus alrededores, el cerro “El Amparo”, llamado ahora “El Cerro de la Torre”, en alusión a la elevada estructura metálica levantada allí por la C.A.N.T.V. Dispersos en esas serranías se encuentran varios caseríos, entre ellos: Amador, El Amparo, Garrido y otros. Fue en esta zona donde ocurrió hace muchos años un hecho terrible, que atemorizó a todo el distrito. Un tigre mató a una muchacha que había salido a buscar agua en el jagüey. Sólo le comió los senos y las partes genitales, no tuvo otras heridas, aparte de un zarpazo en la cadera. Cuentan que la joven había referido algunas veces que la perseguía un tigre, que veía a lo lejos pero que no hacía intentos de atacarla. Luego desaparecía en silencio. Un anciano que se encontraba en un grupo de personas que comentaban esta desgracia, dejó escapar el siguiente comentario:
.-El de esa vaina es un tigre “mojáno” .-
Sacié mi curiosidad preguntando a todo el mundo, a mi mamá, mis tíos, mis hermanos y muchas otras personas, ¿Qué era eso de un tigre mojáno?; pero nadie me dio una respuesta satisfactoria.
Muchos años después oí contar a un joven de Amador que trabajaba de obrero en esta comunidad:
.-Allá en el campo está saliendo un tigre mojano. Mi tío Simón, Don José y Don Miguel, le están montando cacería a ver si descubren el “sitio de cambio” y le roban las reliquias para acabar con esa amenaza. Intrigado, me hice amigo del joven y un día le pregunté qué era un mojano. Esto fue lo que me contestó:
.-Mi abuelo dice que un mojano es una persona mágica, que a través de oraciones, reliquias e invocaciones, logra transformarse en animal, casi siempre en tigre o león. En el sitio donde se transforma deja la ropa y las reliquias escondidas, porque sin estas últimas no puede volver a su forma humana. Casi nunca atacan a los humanos, aunque algunas veces hacen sus víctimas a muchachas bonitas, a las que sólo le comen los senos y los genitales. La mayoría de los mojanes se comportan como fisgones, frecuentando los ríos donde acuden a lavar o a bañarse las mujeres del campo. Otras veces su poder le sirve para esconder su figura convirtiéndose en cualquier animal.-
Historias como ésta, oí contar en otras regiones de Carabobo y Falcón, como relatos de velorios.
¡Nunca oí hablar de tigras mojanas!


10- “EL CUÑAO” y 11- “LA SERPIENTE QUE HACE ESTREMECER  LA TIERRA” léalos en:   http://letrasllaneras.blogspot.com/2014/01/el-cunao-y-la-serpiente-que-hace.html

12- ENTRE TAGUANES Y LOS MONOS
Maria Luisa leía la revista “Estampas”, del “Universal” y de repente dejó escapar el siguiente comentario, entre risas:
.- Ernesto tus paisanos si que tienen vainas, aquí dice que tu pueblo tiene como un encantamiento y en la zona de los Monos en la vía hacia San Carlos, suceden cosas extrañas en la carretera que ocasionan accidentes inexplicables, casi siempre entre las 6 y las 8 de la noche: chóferes que ven vehículos que se les vienen encima y hacen que giren el auto de manera brusca y muchas veces ocasionan volcamientos, pero sus acompañantes no ven nada y solo oyen como gritan ¡cuidado! ¡cuidado! Que nos van a chocar… Conductores que se paran al ver personas tendidas en la vía, aparentemente muertas o desmayadas y al ir a socorrerlas ven como se hacen ancianas ante sus ojos y luego desaparecen misteriosamente… Personas que se atraviesan a los carros y son atropelladas u ocasionan accidentes y cuando los pasajeros van a ver que le paso al imprudente no consiguen a nadie… Vacas u otros animales que atraviesan la carretera por el aire, entre dos barrancas, y otros casos.
.- ¡María, María!, no te rías, esas son historias que se cuentan desde hace mucho tiempo en mi pueblo. Yo mismo conocí algunas personas serias que fueron victimas de esas apariciones, y te advierto que en esa época el transito en la vía era muy escaso y lento. No te puedo asegurar que esas historias sean verídicas, pero... Algo puede haber de verdad. No te burles.- Contestaba Ernesto.
Maria Teresa Petit era una dama caraqueña, elegante y culta, graduada en medicina en la Universidad Central de Venezuela, procedente de un hogar de gente adinerada y casada con Ernesto Pérez, natural de Tinaquillo, ciudad llanera del estado Cojedes, dedicado al negocio de la carne en canal. Naturalmente, que Maria Teresa era una persona incrédula en cuestiones de aparecidos y encantamientos. Al contrario Ernesto es un hombre sencillo con costumbres pueblerinas y con un gran caudal de cuentos e historias del mas allá, ocurridas en su pueblo natal y la región llanera: “El Carretón”, “El Silbón”, “La Llorona” y otros mas, que solía contarle a su mujer y sus dos hijos, Teresita y Tomás, que se morían de la risa al imaginarse los temerosos pobladores de Tinaquillo al llegar la noche y quedar el pueblo en tinieblas por el deficiente alumbrado eléctrico de los años pasados.
Ernesto y Maria tienen por costumbre, cada mes, pasar un fin de semana en una finquita que habían comprado en “Banco Bonito”, en la vía que va de Tinaquillo a Vallecito, allí Tomás y Teresita se divierten de lo lindo montando a caballo, comiendo frutas silvestre y bañándose en las cristalinas aguas de una quebrada que atraviesa la parcela. Ese día salieron de madrugada de Caracas, el Viernes, que era día de fiesta nacional, rumbo a Tinaquillo. Desayunaron en “Las Morochas”y como a las 8 de la mañana pasaban por el peaje de Taguanes, se detuvieron en el restauran “La Romana” , tomaron café y estiraron las piernas, luego siguieron rumbo a la finca, pasaron frente a la estación de servicio y entraron en la recta de “Taguanes”. Teresita y Tomás discutían porque cada uno quería escuchar su música preferida, Teresita el de “La Bomba” y Tomás la ultima cinta de Reinaldo Armas. De repente María Teresa grita: .- Qué es esto, Ernesto. Donde estamos?
La carretera de asfalto había desaparecido y la camioneta marchaba, dando tumbos, por una vía angosta y de tierra, con charcas de agua y con cultivos de caña de azúcar a ambos lados. Ernesto asombrado detuvo el vehículo, pero nadie se atrevió a bajarse. Los niños gritaban histéricamente, indicándole que siguiera la marcha y los sacara de ese campo desconocido donde habían ido a parar. Ernesto aceleró y la camioneta siguió por esa extraña senda. De pronto, como al principio, el carro volvió a la vía asfaltada, con pastos a los lados, a la altura del “Arco de Taguanes”, en honor al triunfo de los patriotas en 1.813. Ernesto dio más velocidad al vehículo y pronto entraban a la ciudad de Tinaquillo. Allí se detuvieron en la refresquería “La Avenida”. El susto los mantenía en silencio y tardaron un buen rato en bajarse. Tomás preguntaba:
.-¿ Ustedes vieron lo que yo vi.?
.- Claro, todos lo vimos, contestó María. Pero ¿sería cierto?
Todos fijaron la vista hacia la camioneta y notaron que los cauchos y los parafangos estaban llenos de barro fresco y ese día no había caído ni una gota de lluvia.
Esa noche en la finca todos comentaban tan singular experiencia y prometieron no contárselo a nadie para que no los llamaran embusteros. María Teresa, al quedar sola con Ernesto le decía:
.- Ni amarrada vuelvo yo a este pueblo encantado, por mi puedes vender la finca.
El Domingo en la tarde todos iban silenciosos rumbo a Caracas, pendientes y temerosos al pasar por el trayecto entre “El Arco de Taguanes” y el restauran “La Romana”. María Teresa pensaba y oía la voz de Ernesto:
.- No te burles María, algunas de esas historias pueden ser verdad.

12+1 EL VIOLÍN ENCANTADO
Era un hombre ya viejo, medio encorvado, con la ropa sucia y remendada, las alpargatas rotas y su mugroso sombrero bien metido en la cabeza, ocultándole los ojos. Caminaba lentamente hablando solo y solía reírse sin motivo aparente. Pasaba todos los días por mi casa en la mañanita y yo le veía pasar escondido detrás de la puerta. Le tenía un miedo terrible, desde que oí decir a Agapita, la cuenta-cuentos del barrio, que ese señor tenía pacto con el diablo.
Eugenio Rivado había sido, según los más viejos del pueblo, un señor muy acomodado, de buen vestir, con liquiliqui de dril inglés y con yuntas de oro en el cuello; buena “bestia de silla” y una parcela grande, en la entrada del pueblo, en la vía hacia Las Mesas de Carabobal, con vacas en sus corrales; gordos cochinos en los chiqueros y un hermoso patio de gallinas; frondosas matas de quinchonchos, yuca y frijol, en la parte trasera de sus terrenos y una hermosa casa de grandes corredores, con piso encementado y techo de zinc y dotada de grandes muebles de madera y cuero. Buenos negocios hicieron de Eugenio un hombre rico, y, según las malas lenguas, había tenido más de ocho concubinas que duraban muy poco en su casa. Algunos exagerados cuentan que después de cada fiesta que celebraba en su finca, más o menos, cada dos años, estrenaba una mujer. Eugenio, además de buen comerciante era músico, virtuoso del violín, pero la leyenda cuenta, que extrañamente, en las fiestas que no era bien recibido, o no lo invitaban a tocar, se le reventaban continuamente las cuerdas al violín, el cuatro o la guitarra y terminaban la reuniones con riñas y discusiones. Tenía un perro negro y grande al que llamaba Satán que lo acompañaba a todas partes y ahuyentaba a sus enemigos.
“El Novillo” era un joven campesino algo retrasado, pero avispado y alegre, que vivía con su tía Juana Brito, en mi vecindario. Cuando muchacho había trabajado cuidando los animales en la casa de Eugenio Rivado. “El Novillo” le encantaba jugar con los muchachos del barrio y se había hecho muy amigo mío. Cuando veía acercarse a Eugenio se ponía más tartamudo, con el temor, y corría a esconderse. Un día le preguntó por qué lo asustaba tanto el viejo Eugenio y me respondió:
-. E…Ese S…Señor e…es el d…diablo.- Seguí insistiendo y esta es la historia que me contó:
Yo trabajaba en la finca de Don Eugenio. Ese día la casa se veía más bonita, recién pintada con abestina azul clarito y el patio limpiecito. Esa noche había fiesta y vendría gente del pueblo y de las Mesas de Carabobal. Como a las ocho de la noche llegaron, Raúl, el cuatrista, Julián el maraquero y Federico Carrillo, que tocaba el violín. Eugenio sacó su violín del lujoso estuche y ensayó un rato con los otros músicos. Al rato comenzó el baile. A las diez ya los cuerpos sudorosos, estimulados por la “guarapita” y la “meladura” brincaban zapateando y escobillando al ritmo de la recia música campesina. Las mujeres tomaban el “Coloradito”, picante y dulzón. A esa hora llegó María Luisa, desde las Mesas de Carabobal, una linda trigueña de 16 años, alta, delgada, con la sonrisa a flor de labios y unos ojos alegres e inquietos. Venía acompañada por su abuelo Don Tiburcio, curandero con una fama bien ganada en todo el distrito.
Yo veía todo desde la ventana de la sala que daba hacia el patio, porque el amo no me dejó entrar a la fiesta. Eugenio recibió personalmente a María Luisa y su abuelo y le dedicó la próxima pieza musical, “La Reina”, que tocaría personalmente y con la cual solía enamorar a sus futuras concubinas. Eugenio no había bailado en toda la noche, aunque Federico Carrillo había tocado el violín al algunas ocasiones. Pero los ojos se le iban solos tras la figura de la esbelta María Luisa. Comenzó su famosa pieza y al rato las parejas hacían diversas figuras al llamado del violín. Los “parejos” aspiraban el perturbador olor que se escapaba por la parte de arriba del vestido de las parejas. De repente:
… .-Tú no me lo vas a creer Miguel, pero yo lo vi con mis propios ojos, Eugenio se paró abandonando la silla, donde recostó el violín y la varilla siguió, como un serrucho moviéndose de un lado a otro, dándole a las cuerdas, tocando ese famoso joropo “La Reina”. Allí lo dejó Eugenio, tocando solo, y le quitó la pareja a Joaquín, que bailaba con María Luisa. Todos seguían bailando sin darse cuenta de que el violín tocaba solo. Ni siquiera las personas que no bailaban se dieron cuenta. Todos estaban como encantados. Eugenio le hablaba a María Luisa en “la pata de la oreja” y ésta solo sonreía. Eugenio llevaba a María Luisa a su silla y regresaba a seguir tocando su violín. Así pasaron muchas piezas, repitiéndose las mismas circunstancias. Como a las cinco de la mañana se dio por terminado el baile, Eugenio despidió a sus invitados y le decía insistentemente a María Luisa, que se quedara a dormir en su casa, y ésta en silencio solo sonreía y se tocaba una pequeña reliquia que le había preparado su abuelo y que cargaba cocida en su cota floreada..-
-.Don Eugenio, le decía Tiburcio, esta noche le falló su socio, porque yo vine preparado para proteger a mi nieta. Para que se ponga en esa linda flor tiene que entrar en ese sitio que Usted no puede ni ver, la Iglesia, y casarse como Díos manda. Vaya a buscar a su socio para que le consiga otra concubina; y se marchó con su nieta que le esperaba en el patio.-
La siguiente noche, Eugenio, entró en el pequeño cuarto que no abría nunca delante de ninguna persona. Se oyó tirar algunos objetos y maldecir con horrendas palabras. Como a las doce salió con un sacó al hombro que llevó al fondo del solar, allí enterró su contenido y regresó a la casa donde empezó a tomar aguardiente “caña clara”  y a refunfuñar y maldecir. A las cinco de la mañana dormía profundamente “la pea”. Como a las doce del día despertó malhumorado y nos corrió a todos los que trabajábamos en su casa. Desde esa fecha comenzó Eugenio a desmejorar, no solo económicamente, sino también personalmente. Con el tiempo su casa se desmoronó, los animales se murieron o cogieron el monte, y la maleza se apoderó de los terrenos.
Eugenio se convirtió poco a poco en alcohólico llegando al estado de abandono, tal como lo describimos en la primera parte de este relato, vagando sin rumbo día y noche, hablando solo y riéndose sin motivo alguno, hasta que Dios se apiadó de su alma, amaneciendo muerto una mañana acompañado solo de su fiel guardián, el perro negro.


Nota del editor: Hace años atrás, recibimos de  Manuel Arias varios documentos enviados por el maestro Félix Monsalve, tanto él como nosotros esperábamos editar su valioso contenido. Si bien no pudo realizarse ese sueño, nos queda la satisfacción de ofrecer una parte de su esencia a nuestros lectores y como pequeño recordatorio a quien fuese una figura emblemática de la educación, del buen vivir y de la comprensión del alma popular del pedazo de la madre tierra donde a uno le toca vivir.
Entendemos que un buen conversador como el profesor Monsalve debió fijar con mucha precisión las voces que configuran estos relatos. Las imágenes, las metáforas y los vuelos de poéticos que siempre le asistieron están aquí, con toda la fuerza creativa de nuestras comunidades, sus costumbres, sus creencias y las incógnitas universales que le son propias. 
También destacamos en esta obra la comprobada capacidad de Monsalve para describir los escenarios, las secuencias, los diálogos y los personajes que trae a colación con suma fluidez, humor y gusto por la narración vernácula que caracteriza al llanero cojedeño.
Félix Monsalve, nació en Tinaquillo, Cojedes, el 29 de septiembre de 1935 y falleció el 14 de enero de 2008. Docente siempre. En el año 2000 obtuvo el Premio Municipal de Literatura de San Carlos, justamente, con las leyendas que aquí transcribimos. Su obra poética forma parte de la Antología de la Décima Popular en el Estado Cojedes (UNELLEZ 2007). Su texto Huellas de Tinaquillo, fue editado en la colección “Historias” de la editorial El perro y la rana (2006).
El título que le direa el profesor Monsalve a este cuaderno: LEYENDAS DE TINAQUILLO, refleja su deseo por fortalecer la imagen de los antiguos y sabios ancianos de las llanuras, grandes contadores de narraciones en las que la historia y lo fantástico se hacen indisolubles. Son cuentos de camino, asomos de la eternidad que en cada pueblo se manifiesta. 
Isaías Medina López