Comenzaba la fiesta con moderada alegría.
Había imaginado grandiosas situaciones para la fecha.
PAPÁ había salido, como de costumbre, a practicar con sus amigos, y ese día más entusiasmado que otros, pues estrenaba pistola, marca no sé qué, traída de no sé dónde, pero sobre todo costosa. Mamá en casa se ocupaba de todo cuanto le corresponde a una mujer cuyo único oficio es quedarse en casa durante todo el día, todos los días del año. Mamá tenía la profesión peor remunerada del mundo: “del hogar”.
Los mimos, los abrazos y la ternura eran los platos del día, sin
embargo hay cosas que no recuerdo claramente, y cómo voy a recordar, si
escasamente había cumplido los cinco años. Fue un dos de agosto del año 1970,
cuando siendo como las diez de la mañana, todo se encontraba en perfecto orden.
Mamá, dejaba que durmiese hasta la hora que me diera la gana, no para
permitirme descansar, sino para permitirse descansar ella. Era un niño muy
travieso, lo confieso. No obstante hoy lo recuerdo casi todo. Hoy cruza por mi
mente como una cinta cinematográfica las imágenes de aquel día. Mi madre me
había despertado sin esperar que yo lo hiciera por mi propia cuenta. Nunca la había
visto tan contenta. Me elevó en sus brazos, luego me dio un fuerte apretón que
casi me asfixia, besó mi mejilla y con su voz dulce me dijo “¡Feliz
cumpleaños!”
No tenía suficiente edad para entender ciertas cosas, pero sí para
asociar que la última vez que había escuchado esa expresión era simplemente
sinónimo de felicidad, de fiesta... y la posibilidad de romper un muñeco enorme
de cartón repleto de juguetes, chucherías y papelillos. En fin, hacer todas las
travesuras que me diera la real gana, comer torta, dulces y tomar todos los
refrescos que quisiese hasta reventar de una indigestión.
—En el patio está Mickey— dijo mi madre.
Sentí el corazón fuera de mi pecho y corrí detrás de él, coreando
¡vivas! y ¡hurras! hasta el fondo de mi casa, es decir, donde quedaba el patio.
Llegué en un final de fotografía, creo que le había ganado a mi corazón por
nariz. Finalmente la imagen del enorme Mickey Mouse de cartón
colgado de una soga en la rama de un árbol de almendrón, grande y frondoso.
Mi segunda piñata, no lo podía creer. Las sillas decoradas al
igual que las mesas, los confites, la torta, todo, todo era Disney, todo
era Mickey con su novia Minie. Todo fue luz
en un instante. Grité, grité muy fuerte, con todas mis fuerzas, ¡te quiero
mami!, los quiero a todos. Bajé de los brazos de mi madre para tomar unas
galletas de la mesa, pero ella me lo impidió, dijo que me lavara primero para
tomar desayuno. Le dije que sólo la cara y los dientes, que me bañaría en la
tarde para cuando llegasen mis compañeros. Para que me vieran bien arregladito,
con mi pantalón corto, la camisa nueva que papá me había regalado y con los
zapatos deportivos, que más me gustaban porque “corrían duro”.
Pasaban las horas y procuraba no hacer travesuras, mamá en la
cocina aún preparaba algunas cosas para la fiesta. A cada momento recuerdo no
haber hecho otra cosa que preguntar a mi madre ¿a qué hora comenzaremos? a lo
que ella me respondía que pronto, pronto vas a ver. De tanto insistir me dijo
que a las cuatro, pero que debía bañarme a las tres, y me indicó en un viejo
reloj, que estaba colgado en la pared del comedor, la posición exacta que
debían tener la aguja grande y la pequeña. Me senté en una butaca, creo que
desde las doce del día, en espera de ver el ángulo de noventa grados que
indicaría la hora de ducharme. La fiesta comenzará a las cuatro de la tarde,
pero papá regresaría a las tres y media, para esa hora tendría yo que estar
arreglado y mi madre también.
Eso me lo había explicado claramente mamá. Lo que no me explicó es
por qué después que salí bien arregladito de mi cuarto estaba ella en un mar de
lágrimas y la casa estaba repleta de invitados extraños que trataban de
consolarla.
No había niños —qué raro— pensé.
Caminé en dirección directa a donde estaba sentada mi madre,
estaba inconsolable en una de las sillas del comedor, la gente se apartaba ante
mi desplazamiento hacia ella. Me sentí feliz, me creí un rey de esos de los
cuentos de hadas en los que sus súbditos les brindan pleitesía. Los observaba a
la vez. Aquello ya no me gustaba.
A escasos metros de mi madre sentía que su llanto era más
pronunciado y sostenido, acaricié su melena lisa y hermosa, le fui a abrazar,
pero cayó desmayada.
No hubo piñatas, ni tortas, ni helados... en fin, no hubo nada.
Pasó la tarde, llegó la noche y con ella un ataúd que ingresó a mi casa. A los costados pusieron
unos candelabros y en ellos sendas velas que dos señores desconocidos para mí,
lo mismo que la mayoría de las personas que habían entrado a robar mi piñata y
a comer mi torta habían encendido.
Salí furioso de mi cuarto, en el que me habían encerrado toda la
tarde mientras fingía que dormía. Me acerqué al ataúd y comencé a susurrar de
forma lenta, la melodía conocida: ¡feliz cumpleaños...!, y el cortejo vestido
de negro y morado me acompañó. ¡... feliz cumpleaños yo... on...!
No hubo aplausos, ni risas, ni ovaciones, ni abrazos, ni nada.
Sólo múltiples miradas de dolor por todos lados, me acerqué a los extremos del
ataúd y una por una fui apagando las velas grandes y blancas.
Nota: JOB JURADO GUEVARA, es un escritor venezolano nacido en Yaracuy (1972) y residenciado en Portuguesa. Editor- fundador de Urua Editorial. Tallerista, fotógrafo, poeta, narrador, animador cultural y dramaturgo con obra premiada. Cursa estudios de Castellano y Literatura en la UNELLEZ-Guanare. Esta pieza es parte de su obra Sombras de Amor y de dolor, publicada por la Fundación Editorial el perro y la rana Sistema Nacional de Imprentas; Red Nacional de Escritores de Venezuela. Guanare, estado Portuguesa, Venezuela.
Nota: JOB JURADO GUEVARA, es un escritor venezolano nacido en Yaracuy (1972) y residenciado en Portuguesa. Editor- fundador de Urua Editorial. Tallerista, fotógrafo, poeta, narrador, animador cultural y dramaturgo con obra premiada. Cursa estudios de Castellano y Literatura en la UNELLEZ-Guanare. Esta pieza es parte de su obra Sombras de Amor y de dolor, publicada por la Fundación Editorial el perro y la rana Sistema Nacional de Imprentas; Red Nacional de Escritores de Venezuela. Guanare, estado Portuguesa, Venezuela.