La Natividad del hijo de Dios, para la
tradición cristiana, está próxima a celebrarse y junto a ella, añejos rituales aparecen para
recordarnos la placidez y la alegría de la Noche Buena familiar; el asombro
ante un regalo; el bullicio infantil al ver los juguetes anhelados y el
disfrute de los cantos parranderos dedicados a la Sagrada Familia. Sin duda, en
nuestro país, la Navidad es una de las celebraciones más importantes y su
peculiaridad se manifiesta en diversas expresiones folclóricas, artísticas y
literarias, conformando así, un extraordinario legado. Los creadores han
plasmado en pinturas, aguinaldos, poemas
y cuentos una variada y prodigiosa
narrativa de los relatos bíblicos, que aprendimos gracias,
a las santas voces, de Lucas y Mateo.
La
literatura venezolana, por ejemplo, conserva un amplio registro bibliográfico
basado en la liturgia de la Navidad. La investigadora, María Elena Maggi,
señala que ese repertorio literario, está marcado por la tradición heredada de España y por ello, son
característicos: los pesebres, la misa de gallo, los villancicos y la
celebración del día de Reyes; sin embargo, advierte que aparecen cargados, de
nuevas representaciones al fusionarse con
la cultura indígena y la
africana.
En
la poesía, sobresalen, a su juicio, los poetas: Manuel Felipe Rugeles, Aquiles
Nazoa, Andrés Eloy Blanco, Enriqueta Árvelo Larriva, Pablo Rojas Guardia, Jesús Rosas Marcano y Ramón Palomares quienes
nos legaron un rico testimonio en los versos dedicados a resaltar la figura del
Niño Jesús y de las costumbres y tradiciones relacionadas con su nacimiento
Por otro lado, en la ficción narrativa, destacan las figuras
de: José Rafael Pocaterra, Antonio Arráiz, Andrés Eloy Blanco, Arturo Úslar
Pietri, Óscar Guaramato, Adriano González León, Oswaldo Trejo y Laura Antillano.
Todos ellos, han tejido una serie de historias que conforman un corpus
literario imprescindible para afianzar
nuestra identidad cultural.
Por todo lo antes expuesto, se hace
referencia al cuento Jesús José y María del escritor Óscar Guaramato (Maracay,
1916- Caracas, 1987); obra publicada en
1969. Su argumento gira en torno al tránsito de María y José buscando posada.
Maritza Torres Cedeño
JESÚS, JOSÉ Y MARÍA
Óscar Guaramato
Al llegar a la cuesta, el asno apresuró la
marcha. María buscó acomodo en la montura y miró hacia el hombre. El polvo y el
sudor pintaban duros rasgos en el rostro de José. La barba ensortijada parecía
ahora un atado de hierbas resecas. María bostezó y el ruido leve al aspirar
hizo que el hombre la mirase.
- ¿Cansada?
- No.
- ¿Sueño, entonces?
- No. No siento sueño.
El hombre cambió de una a otra mano el rugoso bordón. El asno había
terminado de subir y ya en la meseta condicionó el trotecillo al hilo del
camino.
- Sí -murmuró el hombre-. Debes estar cansada. Hemos dejado atrás un
pueblo y tres aldeas. También un río. María comentó:
- Suerte tuvimos en encontrar el río. Estaba sedienta. También tú. Y éste
-palmoteó sobre el lomo del asno- éste no hubiera resistido mi carga, así como
estaba... ¿Observaste cuánta agua bebió? Bueno, ahora es noche y el aire es
fresco. Esta mañana casi me ahogo con tanto polvo y tanto sol.
- El pueblo no está lejos.
En los ojos de María hubo un parpadear de inquietud:
- ¿Encontraremos posada? En el otro pueblo y en las aldeas por donde
pasamos, no encontramos.
José no respondió. Registró el interior de una bolsa de fibras y sacó un
trozo de pan. Mordió un pedazo. Miró a María -blanda de luna, húmeda de frío.
Ella sintió el masticar del hombre y preguntó, sin mirarle:
- ¿Qué comes? Parece que comieras hojas secas, o cortezas de árboles,
¿qué comes, José?
- Estoy comiendo pan. ¿Recuerdas, cuando salimos, al hombre que cargaba
la ovejita?
- ¿La ovejita con la pata quebrada?
- Sí. Ese. El mismo que me dijo: "¡Qué bonita correa, señor! ¿La
cortó usted?".
- Ah...
- Comprendí que sería feliz llevándosela y se la di. Al despedirnos, él
me dijo: "¿Quiere una de mis ovejas?".
Pero no podíamos llevar también una oveja con nosotros al lugar donde
vamos, y le respondí: "Mucho le agradezco, señor, su ofrecimiento, pero he
aquí a María, mi mujer, que pronto tendrá un hijo, y piénsela cuidando a un
tiempo a su niño y al asno y a la oveja". Y él sin desmayar en su empeño
por retribuirme el regalo, respondió: "Entonces les daré un pedazo de
queso y un pan". Queso de oveja y pan de pastor, ¿quieres?
En ese instante el asno tropezó un pedrusco y María estuvo a punto de caer. José alzó el
bordón para castigar al animal, pero María -plumón de brisa, rama de rocío- le
había mirado y el hombre apagó su ira y solo fustigó con palabras:
- ¡Vamos, burrito, vamos!.
Adelante, bajo la claridad lunar, emergían las primeras casuchas del
pueblo.
Y por todas las callejas deambuló José en busca de albergue. Y en todos
los sitios le negaron posada. Y sucedió que en la casa del viejo Tobías, había
festejos por la boda de su hija. Y cuando llegó José y suplicó cobijo, el viejo
se enterneció y ofreció a los forasteros la parte trasera de la casa. Y era
aquel lugar donde amontonaban los toneles inútiles, las sillas rotas y el
pienso de las bestias. Y en el pesebre nació el niño. Y el niño se llamó Jesús.
Era ya neblina de madrugada cuando uno de los invitados salió al patio y oyó el llanto del niño. Y
llevó la nueva a los que festejaban. Y todos desfilaron ante el niño. Y todos
preguntaban su nombre. Y hubo una mujer que obsequió a María con un racimo de
uvas y otra que trajo carne de cabra asada para José. Y cuando todos regresaron
a la fiesta y María quiso dormir, llegaron tres hombres: rubio uno; moreno el
otro y negro el tercero.
Y dijo el negro:
- Toma, para tu niño.
Y dio a María un pomo de ungüentos olorosos.
Y dijo el moreno:
- Toma, para tu niño.
Y dio a María un pájaro de siete colores.
Y entonces el blanco llamó aparte a José y le dijo:
- Tú vienes de un pueblo lejano. Yo voy hacia un pueblo lejano.
Tú no posees ni una mísera pieza de plata para dar lecho limpio a tu
mujer. Yo te daré oro.
- ¿Oro? -balbuceó José-. ¿Me darás oro?
- Sí. Te daré oro reluciente. Oro que nunca has tocado con tus manos.
José miraba al blanco -los ojos de añil, el cabello amarillo, el pecho
de gladiador-.
- ¿En verdad me darás oro? -preguntó de nuevo-.
- Ya lo has oído.
Jesús, el niño, lloraba junto a la lumbre del amanecer.
El hombre blanco sonreía en la bruma. José
preguntó, una vez más:
- Y... ¿a cambio de qué me darás tu oro?
La sonrisa del blanco llenaba toda su faz.
- He dicho que voy hacia un pueblo
lejano. He caminado durante días. Mis pies ya no resisten. Yo te doy mi oro y
tú me das tu asno...
En los brazos de María goteaba el llanto del niño. "Es el frío del
amanecer" -pensó José. El hombre blanco se impacientaba. José miró a María
-gacela de ámbar, tamborín de miel- y dijo de repente:
- Trato hecho.
- Toma tu oro.
La pieza brillaba en sus manos como un pequeño sol. Y en una de sus
caras había un ave con el cuello torcido. Y José observó: "Es un ave de
presa".
El blanco montó sobre el asno y los otros le siguieron. Sobre el pesebre
correteaba el alba.
Una semana después, José Calcurián y María Cumare llegaron a Cabimas. Y
era Cabimas lugar donde reuníanse mercaderes de extrañas latitudes. Y uno de
ellos, un sirio jorobado, trocó el dólar de oro por monedas de plata. Y, en las
manos de José y de María, eran las piezas como pequeñas lunas, donde un
potrillo blanco corría sin descansar. Y entraron en la tienda de un mercader
árabe y compraron a Jesús un venado de estambre y cuatro camisitas de seda
artificial…
REFERENCIAS
Guaramato, O.
(1989). Cuentos en Tono Menor.
Caracas: Monte Ávila Latinoamericana C.A.
Jiménez Turco, M. (2007). Las “pocas
salvedades” de Óscar Guaramato. Revista de Investigaciones Literarias; 1(15) 58-59.
Recuperado desde:
http://saber.ucv.ve/ojs/index.php/rev_il/article/view/3897/3727
Liscano, J. (1973) Panorama de la Literatura
Venezolana actual. Caracas: Publicaciones Españolas, S.A.
Maggi, M. (1985). Nuestros cuentos de
Navidad. Antología de cuentos navideños venezolanos. Caracas: Editorial Binev
C.A.