Niños llaneros bailando joropo.
Imagen en el archivo de Fundación Amigos de Venezuela Arpa de Oro
LA NEVERITA. CALORONES DE MARZO
La historia es de Antonio Oviedo (Choco), fue referida por Vicente Ruiz.
Las casas en el Llano están hechas como muy cerca del infierno. Pa mí que esos solazos llaneros, deben ser el mismo Satanás. La tierra en el verano se cuartea y lo que brota parriba es puro vapor de azufre. Claro, a uno le dicen que el Diablo es una figura negra, pero como nadie lo ha visto, él toma cualquier silueta y uno se lo puede imaginar de lo que quiera. Bueno, les digo, que las paredes de mi casa son unas verdaderas pailas de candela. Mejor digo que eran, pues desde que mi patrón me trajo una neverita, la cosa cambió. Eso eran unos calorones, que a veces me daban ganas de quedarme como Dios me trajo al mundo. El patrón me dijo un día: ahí tienes ese animal pa que te refresques. La bicha se veía viejita, pero funcionaba de maravilla. Usted metía una pimpina de agua y enseguidita estaba friiita. Bueno, si uno no se avispaba, lo que encontraba era un verdadero témpano. Yo sólo estaba pendiente de echarle su lata de kerosén cada mes.
Miren, un día me voy a jerrá unos animales y se me olvidó cerrar la puerta de la nevera. Eso fue en la mañana. Pasé todo el día en la sabana. A golpe e cinco me dejo caé pa la casa. Y lo más sorprendente, se los contaré. Yo que voy acercándome al rancho y se va apareciendo un tremendo frío. Era algo como del más allá. Así como les dijo, era como si la casa la hubiesen llevao para el polo norte, donde dicen que no conocen el sol ni la calor. Había tanto frío que yo pensé: se acabó el mundo, Virgen del Carmen. Miren eso fue lo único que pensé. La frialdad era tan colosal que me dio un sustico por lo que dije a mirar. Sin mentira ninguna, los pájaros se habían congelao en las ramas de los árboles. Las vacas del corral estaban quieticas, parecían enormes rocas de nieve. Mi perro, Mandilata, titiritaba como loco en el patio. Los ojos de las gallinas no se movían, eran dos pedazos de hielo. Unas tortas de casabe, que tenía en el fogón, parecían pedazos de vidrios. Se veían barnizaítas.
Como pude entré a la casa y veo que la nevera estaba abierta. El frise era un sólo manantial de escarcha. Cerré la puerta, y como por obra de Dios, todas las cosas se descongelaron rápidamente. Miren, esa nevera dicen que enfría más que un glacial. Cuando vienen los calorones de marzo, yo abro la puerta de mi neverita y la temperatura se aguanta un poco más. El patrón ha venido varias veces ique queriendo llevársela otra vez; pero yo le dijo que pa qué, total en la ciudad debe haber mejores. Yo sé que le han contao los milagros de mi neverita; pero qué va, yo no cambio esa nevera ni por mil vacas parías, bueno, no la cambio ni por una muchacha bien bonita.
LAS CACHAMAS. LA TAPA EN RÍO CAMORUCO
La historia es de Antonio Oviedo (Choco)
José Materán tenía la maña de perderse unos días de la casa. Atrás iban Cirilo, Chucho, Quibi, Chichí, Javier y otros más. Se metía por Camoruco abajo y al tiempo bastante nos decía: ya hicimos la tapa. Entonces la gente se iba al río y lo que traían era bagre, torunos, lebranches y cajaros. Puro pescao del bueno. Una vez Pumás y que se fue a la tapa. Pasó un buen rato y nada. Mira yo lanzaba gancho paquí y gancho pallá y naiboa. Ya me estaba dando jambrecita. Entonces dije, si no se puede con el gancho, voy a probar con el anzuelo. Chico, le eché una totuma de maíz a la corriente en la sombra de unos guamos. Al ratico, vi que el nailon se templó. Y le doy cabuya y cabuya y lo jalo. Mirá, hermano, saqué una cachama como un budare. Lanzo otra vez y la misma historia: otra cachama igualita a la otra, como si fueran hermanas, y morochas pa más ñapa. Sin mentira ninguna, cada cachama pesaba más de cien kilos. Eran unas burras de verdad. Bueno, salgo a la carretera me monto en la bicicleta y me vengo. No vale, como a los diez metros, salí pa un lao y la bicicleta pal otro. Los rines parecían un ocho. Y dije ¡ay mi madre! Estoy lejos de la casa. Y por ese camino ni una sombra venía. Los rines doblaítos y la parrilla vuelta un serepe. Pensé: estar la noche aquí no es buen negocio. Pero, como cosas de Dios, me quedo mirando los rines y las cachamas y eran igualitos. Sí chico, los medí bien y se ajustaban. Sólo tuve que quitarles las aletas y el rabo. Agarré la primera y la puse en la horquilla de alante. Y la segunda la metí atrás. Por las agallas pasé los ejes, y la cadena y el riache, los pegué en una costilla y me vine. Esa bicicleta se meneaba más que una zaranda; pero así llegué. Mi mujer casi se muere del susto. Rápido me ayudó. Le conté lo que pasó. Repito y como cosa de Dios, con los pedales le fui quitando las escamas, yo no sé en qué parte del camino, las bichas largaron las tripas, los rayos de los rines las fueron tasajeando, como estaban pegaítos. Lo cierto es que esa misma noche las cachamas ardieron en el sartén. Claro, yo creo que fue Dios el que me envío esas bichas tan redonditas, porque más nunca yo he visto cachamas tan grandes como esas.
LA BURRA EN EL AIRE. LA CINCHA
La historia es de Escolástico Herrera (Papa Escola),
referida por Vicente Ruiz.
Yo sé que uno cuenta estas cosas y le gente se queda como remolona. Una vez mi mujer me dice: en el fogón no hay nada. Váyase al monte, a ver si quién quita, consigue algo pal salao. Yo siempre fui hombre de retos. Le hice caso a la mujer, y hablando de obediencias, siempre hay que hacerle caso a la mujercita de uno. Bueno, agarro y enjalmo la burra mía y me voy con la buena de Dios. Me llevé la escopeta y mi cuchillo. No había andao muchote, cuando veo en el pozo de Las Tejerías, una bandá de patos. Las orillas de la laguna estaban blanquitas de esa animalá. Dije, bueno si lo que andaba buscando era comía, creo que la encontré. Eran miles. Amarro la burra en una ceiba y me voy agachaito. Me acomodé la escopeta y digo a dispará. Mira, caían los patos como manirotas. Unos moribundos y otros pataleando; pero la mayoría, tatiquietos. Hice varios disparos y después me pongo a recogé esa patamentazón. Los agarraba y los iba amarrando en la enjalma de la burra. Como eran tantos patos, me cansé y me senté un rato en la sombra de un carabalí. No podía más y me quedé dormitao. Cuando me despierto, busco la burra con los patos y no están. Veo pa todos laos y nada. Cuando voy a pedirle a la Divina Pastora, que yo sé que desde el cielo siempre nos ayuda, que me repare la burra con los paticos; veo en el aire a la burrita mía. Los patos se la habían llevao volando. Chico, ahí yo comprendí que los animales hablan es con los ojos. La pobre burra me miraba con una tristeza que me llegó al alma. Con los cascos se tocaba la cincha una y otra vez. Le entendí clarito que me decía: dispárele a la cincha. Esperé que la llevaran más o menos a mitad de la laguna. Me encomendé a nuestro Señor y le zumbo el plomazo. Le di exactamente en el nudo de la cincha, la burra se vino pabajo y cayó de platanazo en el agua y la enjalma con los animales se perdieron en el cielo. Me fui pa la casa, sin nada. Mi mujer me preguntó: qué pasó, como que no tuvo suerte hoy. Tantos disparos que se oyeron aquí en la casa. Le dije que el pulso estaba medio zarataco. No le quise contar lo que pasó con la burra, seguro estaba que no me iba a creer. Yo tenía esta historia como un recuerdo mío, nunca le había dicho esto a nadie, bueno, hasta hoy que ustedes lo están sabiendo.
EL TORUNO DE CAÑO DE AGUA. LOS BAROTALES
Una historia de Nicasio Alvarado (Don Nica)
A Lagunitas, como siempre.
Ahora es que el río Caño de Agua es una sola carama. Ahí no se ve barranca nunca. Antes, sus aguas eran profundas y peligrosas. Uno podía meter una canoa desde Lagunitas hasta más allá de El Barbasco. Había pesca todo el año. Lo cierto es que un día me subo a la carama y digo a caminá y a caminá. Me metí lejos pallá. Iba por encima de un arenal, cuando oigo unos borbollones, allá abajo. Rápido pensé en un caimán. La madera traqueaba de verdad. Carajo, era como si alguien con una motosierra estuviera demoliendo cada palo enterrado en aquel fango. Menos mal que yo cargaba un buen gancho. Sería tan grande aquel animal que la carama se movía pallá y pacá. Me quedé callaíto y debajo del agua, mejor dicho de los barotales, seguía aquel revoloteo extraño. Yo dije: si es un caimán, paticas pa qué te tengo y si es un pescao grande, se esayunó Lázaro. Como pude metí el gancho entre el ramaje y la arena. Sentí que agarró carne. Efectivamente, las aguas se estremecieron y el animal casi grita. Eso fue un tañío feo. Le di mecate y después lo jalé duro. Lo fui sacando lentamente. Era un mamburrio e toruno que medía casi dos metros y pesaba como cien kilos. Me lo puse en el lomo y me vengo pa la casa. Pesaba el bicho.
Me vine otra vez por encima de la carama. Caminaba de lo más tranquilo y alegre, cuando de pronto comienza a sonar una música, una música y una música. Y yo dije: música por estos laos, si no hay ni casas. No me iba gustando muchote aquello. Apreté el paso y la música seguía ahí. No jile, llegué a la casa y le eché el cuento a la mujer. La doña me ripostó, es que ya van a ser las 5 de la tarde y como Ud. no deja de oír ese programa que llaman Las colombianitas, seguramente, se imaginó que estaba oyendo un radio. Yo me quedé con la duda. Remolón, pues. Bueno, lo importantes es que me traje un señor toruno de Caño de Agua. Lo monté en una troja, me busco el puñal y se lo dejo caer desde las agallas hasta la punta el rabo. Tremenda sorpresa, la música que yo escuchaba estaba en la barriga del pescao. Sí, como lo oyen, el toruno tenía entre las tripas un grabador nuevecito. Llamé a la mujer y casi se muere del susto. Y era un Sanyo. Lo prendí y agarraba todas las emisoras, hasta radio Cristal. Le di volumen y mi casa se volvió una fiesta. Lo cierto es que ese día, Chicho, Chupa y Mequito, debajo de los almendrones, comieron de lo más sabroso y yo escuché mis colombianitas mejor que nunca.
Me vine otra vez por encima de la carama. Caminaba de lo más tranquilo y alegre, cuando de pronto comienza a sonar una música, una música y una música. Y yo dije: música por estos laos, si no hay ni casas. No me iba gustando muchote aquello. Apreté el paso y la música seguía ahí. No jile, llegué a la casa y le eché el cuento a la mujer. La doña me ripostó, es que ya van a ser las 5 de la tarde y como Ud. no deja de oír ese programa que llaman Las colombianitas, seguramente, se imaginó que estaba oyendo un radio. Yo me quedé con la duda. Remolón, pues. Bueno, lo importantes es que me traje un señor toruno de Caño de Agua. Lo monté en una troja, me busco el puñal y se lo dejo caer desde las agallas hasta la punta el rabo. Tremenda sorpresa, la música que yo escuchaba estaba en la barriga del pescao. Sí, como lo oyen, el toruno tenía entre las tripas un grabador nuevecito. Llamé a la mujer y casi se muere del susto. Y era un Sanyo. Lo prendí y agarraba todas las emisoras, hasta radio Cristal. Le di volumen y mi casa se volvió una fiesta. Lo cierto es que ese día, Chicho, Chupa y Mequito, debajo de los almendrones, comieron de lo más sabroso y yo escuché mis colombianitas mejor que nunca.
AMOS DEL MONTE. LA DANTA DE ORO
La historia es de Epifanio Arrollo, me la contó mi amigo José Simón Escalona,
al que le dicen Cachicamo
La carne fresca es lo mejor de una cacería. Puedes tener miles quintales de salobre en la troja de la casa; pero carne nueva es carne nueva. Con esa idea les voy a decir que una vez me voy poqui poqui por los montes de El Barbasco. Me fui metiendo y metiendo y ya la montaña era un silencio grande. Era como si no hubiera ni pájaros. Les digo que tanta soledad hizo que pensara por un momento en regresarme. Me llené de valor y seguí. Dije, ojalá me saliera una danta. Bueno, dicho y hecho. Estoy en la pata de un taparón y de repente siento unas huellas, chuaz, chuaz. Por lo pesao de las pisadas me imaginé que era una danta. Se me arregló el día, pensé. Acomodé la escopeta, agarro el faro y digo: enciendo y disparo al mismo tiempo. Sólo pude iluminar. Bueno, no sé si la luz que había en el lugar era la de mi linterna. Eso fue una sola claridad azulita. Ahí fue cuando vi lo nunca visto. El animal tenía todos los dientes de oro. Ahora creo que aquel resplandor venía de la boca de esa bicha. La luz me quitó la vista. El disparo creo que se fue por el aire. No supe más de mí. Cuando desperté estaba en mi jamaca prendío en una fiebre. Quién me trajo, le dije a la mujer. Usted llegó solito en una sola carrera. Gritando que habías matao una danta de oro y como si estuvieras ciego. Venías como apartando cosas del camino. Te di unas gotas de valeriana y horita fue que despertaste. Le conté todo a mi mujer. Después que terminé lanzó estas palabras: yo le he dicho que el monte tiene sus amos. Llorando le apreté las manos y nos quedamos abrazaítos toda la noche.
Textos transcritos del libro: 100 CACHOS: ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección y notas de Isaías Medina López; 2013) Publicado por la UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes. Edición de la Coordinación de Postgrado y la Coordinación de Investigación.
Estos cuentos están disponibles en la versión electrónica del del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes
Estos cuentos están disponibles en la versión electrónica del del libro: Escenas Narratoriales de Lagunitas. Ahora te llamarás septiembre. Obra de Duglas Moreno. Edición del autor en San Carlos, Cojedes