El Antiguo Llano vive en su gente (archivo de Eduard Franco)
LOS DOS LLANTOS (Ramón Villegas Izquiel)
Estoi cansado por dentro i por fuera.
Vale decir de cuerpo i alma. I no es para menos. Son las cinco de la tarde de
un día largo i lánguido como laguna sin pájaros i acabo de llegar del
cementerio donde dejamos enterrada la semilla humana del compadre Jacinto, mi
mui apreciado vecino junto con su esposa Deogracia, desde hace mucho tiempo.
Por ello los busqué de padrinos para un hijo mío.
A mi comadre le ha pegado mucho, digamos
que por partida doble, la muerte de su esposo. Está inconsolable. De cuando en
cuando le oigo unos de los llantos por su doble pena.
Sí, así es ella. Ella, con la del
compadre, está sintiendo el golpe morocho de dos pérdidas dolorosas a un mismo
tiempo i como cada una tiene un eco sentimental totalmente contrapuesto al de
la otra, adecua sus lloros a la evocada en el momento respectivo.
Cuando su llanto es sonoro i
desgarrador, se trata de la desgracia principal. Pero si son sollozos
contenidos, como machacando caña, es porque entonces está dominada por la otra
pérdida, también mui lamentable, aunque exigente de ciertos recatos en sus
manifestaciones exteriores.
Pero lo mejor, lectores amigos, voi a
echarles la historia completa de estos entretejidos quebrantos.
Jacinto Cornejo fue siempre un hogareño
esposo. Ningunos trasnochos, tragos moderados, paseos domingueros i, en fin,
todas las cualidades aplicables a quienes las cotorras denominan “un marido
fundamentoso”.
Llevaban varios años de casados i eran
mui apegados el uno al otro, pues por razones innatas aportadas al tálamo por
ella misma, no pudieron tener descendencia ni quisieron adoptar a un hijo
ajeno.
Diligente trabajador, mantenía su hogar
decorosamente al volante de un camión, con el cual comerciaba entre esta
población de su residencia i algunas localidades no tan lejanas para poder
regresar los viernes por la tarde a su casa.
Bastante bien le estaba yendo con sus
habilidades de comerciales, a pesar de los malos tiempos que corren desde
cuando el mundo es mundo i a alguien se le ocurre preguntar cómo está la
situación.
Hasta se consiguió una carricita en uno
de los puntos de su itinerario, la cual le hacia más llevadera la ausencia
excitante del lecho hogareño.
Todo andaba tranquilo también en este aspecto,
hasta que el Diablo lo supo i llegó de entrépito, en forma de chisme, a las
orejas de la comadre.
Desde ese mismo instante comenzó a
remontar el bregador esposo en cada regreso de sus semanales periplos, “la
cuesta de los disgustos”, para hablarles en camionero.
Jacinto sufría su cuesta resignadamente,
pues amando a Deocracia como la amaba, aún después de haberla bajado de la
idealidad de la novia a la materialidad de la esposa, doleríale también soltar
la tierna pieza cazada ya con su sol de los venados a cuestas i de cuya proeza
sentíase, masculinamente, orgulloso sobre unos cuantos mozalbetes del mismo lugar
de ella, pero sin la “nota” que da un camión por aquellas lejanías.
En permanentes dimes i diretes venían
amargándose la existencia mis caros compadres desde hacía más de un año, cuando
ocurrió un hecho mui grato, capaz de limar asperezas i devolver la alegría a
esa resentida pareja: Jacinto acertó en el 5 y 6 un cuadro de apenas 8 ocho
bolívares, con un substancioso dividendo, el cual les daría la oportunidad de
satisfacer mui sentidos anhelos de viajes y de confort. Sin embargo este halago
de la fortuna vino más bien a servirle al maligno para encender con su fuego
siniestro una malhadada idea en el magín del esposo.
“Lo que soi yo -pensó el compadre-
aprovecharé está oportunidad para aplacar a Deocracia. Abriré con la mitad de
esta plata una cuenta de ahorros transitoria a nombre de Mariita. (Ya ustedes
sabrán de quién se trataba). I le exigiré a Deo que mientras no me deje en paz
no pasaré ese dinero para la cuenta nuestra. Pura pantalla. De todos modos los
reales son míos i yo me reservaré la libreta. Nada se pierde con ensayar.”
Cuando la esposa lo supo (él se las
arregló para hacerle llegar la noticia), ardió Coro, La vela i parte de Paraguaná,
al decir del viejo refranero criollo. I comenzó un largo pugilato de:
-Tráete esos reales para nuestra cuenta.
Esa mujer no es tu esposa i ese juego es mui peligroso.
-Si me dejas en paz.
-¡Pues no te dejaré no te dejaré
tranquilo hasta que no abandones a esa bicha!
-¡Ella no es ninguna bicha! Es una buena
muchacha i nunca se ha metido contigo.
-¡Pues entonces me iré de esta casa
donde ya mi aprecio no tiene cabida!
-¡Me la traigo a ella para acá, pues yo
no estoi dispuesto a quedarme solo por esos celos estúpidos tuyos!
-¡Bueno, pues, entonces me mato! ¡Ya que
tienes hasta previsto mi reemplazo!
-Eso lo resuelves tú, pero te advierto
que sería mejor para ella, pues así entraría a disfrutar de todo lo mío por
completo. ¡Recuerda que no tenemos herederos!
-¿Con que así es la cosa? -¡Yo también
puedo buscar la manera de acabar contigo de algún modo! ¡I yo sí soi tu
heredera, aunque te pese!
-¿Así que hasta ahí estamos llegando?
–respondió él mostrándole la libreta del banco. Ahora si voi a dársela a guardar
a ella, pues aunque está a su nombre, la tengo en poder mío, como lo estás
viendo. -¡I vamos a ver si te atreves a cumplir tu amenaza! I lo hizo. Le dio a
Mariita la tenencia completa de un dinero para cuyo logro no había tenido
participación en absoluto. Todo, como ya hemos visto para ablandar la
resistencia de la señora en beneficio de su apasionado capricho.
Pero sigan leyendo que ahora viene lo
peor. Volvió el diablo a molestar de nuevo a este noble matrimonio, pues
habrían transcurrido tres meses desde esa curiosa resolución de mi amigo,
cuando -¡zas! Lo fulminó un infarto del miocardio, motivo por el cual vengo
llegando en este momento del camposanto, como les dije al principio.
Comprenderán ahora, caros lectores, por
qué es doble la aflicción de mi comadre. Por ello i como una sola modalidad de
llanto no le cubre ambos extremos, es por lo que aplican dos: El estridente i
conmovedor destinado a proclamar su inmenso dolor por la pérdida de su esposo
amado. I el sollozante, amenazador más bien, como resuello de fiera acosada, en
contra de la memoria del propio marido i para calmar sus ansias de estrangular
a la maldita oportunista que acaba de arrebatarle la mitad de una fortuna que
sólo ella i nadie más que ella tiene perfecto derecho a disfrutar íntegramente
por históricas, amorosas i legales razones.
-¡Tantos planes, Dios mío, que habíamos
hecho por si llegábamos a pegar algún día un buen cuadrito…!
Ahorita mismo acaba de pegar un leco. Es
el llanto público. Seguramente algún conocido ha llegado a darle el pésame.
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