martes, 2 de febrero de 2010

LA HEDIONDA Un relato de María Fernanda Rossi (Tradición oral de Argentina)

Muchos se asombran y divulgan este relato.  
(archivo de Pablo Araque)




Yo soy un chango grande. Me gusta decir que soy de esos gauchos corajudos, que le hacen frente a cualquiera. Pero ahora mesmo, estoy aquicito en mi rancho, temblando y cacareando como las gallinas. Me bautizaron Benancio, como mi abuelo. Y como a él le pasara, yo también me la encontré... Sí, yo la vide con mis propios ojos. ¿A quién? Pues a la viuda hedionda”.
Benancio, joven de veintidós años, vivía en Río Blanco, pequeño caserío pegado a Campo Quijano. Compartía un avejentado rancho con sus abuelos. Trabajaba en la ripiosa, a la vera del río Toro.
Pasaba su tiempo libre jugando al fútbol con los amigos del pueblo. En época de pialadas era el mejor, no había encontrado zaino que lo tire y las chicas suspiraban al verlo corcovear en los ariscos corceles. Ufano, recorría el pueblo luego de tan salvajes jineteadas, rodeado de sus compinches. Y las chicas seguían suspirando.
Su presencia en las carpas era infaltable. De espíritu alegre y avispado bailaba desde la tarde hasta la madrugada. No le interesaba si era moza o no tanto su compañera de baile, mientras le siguiera el paso.
Un fin de semana de enero, muy cerca ya del desentierro del carnaval, Benancio partió a la cacharpaya. Engalanado con sus mejores ropas, las botas gastadas de tanto zapatear y el sombrero de gaucho tirado para atrás iba al paso en su caballo.
Cuando llegó al baile éste ya había comenzado, y con su alegría habitual se unió a él. Esa tarde, que pronto se convirtió en noche, Benancio sentía que todas sus dotes de bailarín se habían acrecentado. Sin importarle la edad de sus compañeras, danzaba al compás de cualquier ritmo, y cuando al fin caían rendidas eran rápidamente reemplazadas por otras que querían bailar con él.
Ya era tarde cuando los changos de Río Blanco se reunieron y llamaron a Benancio:
—Vení que ya nos vamos, se hace tarde —le dijeron. Pero el muchacho no quería dejar de bailar.
—Después yo me voy solo p’al rancho —contestó.
—¿Vas a pasar vos solo por el río Toro? —se estremecieron los amigos
—¡Bah! ¡Esas tonteras en las que creen! —desdeñó Benancio, y sin decir más siguió bailando.
Los amigos lo miraron entre admirados y aterrados, nadie se aventuraba después de medianoche solo por las veras del río. Por allá, decían, se aparecía la viuda...
Benancio bailó y bailó hasta que no hubo más mujer con quien bailar. Se bebió un buen trago de “yerbiao” y tomando el sombrero salió a buscar el caballo.
A esas horas de la madrugada no se veía ni un alma por las calles de Campo Quijano. Las parduscas siluetas de los cerros observaban silenciosas la marcha de Benancio. Los cascos del caballo resonaban fuertemente en el asfalto de la ruta que lleva a Río Blanco.
Al terminar las casas, dobló hacia la izquierda para tomar el atajo y llegar más rápido a las márgenes del río Toro, río caudaloso y rápido, pero Benancio sabía por dónde cruzar.
Cuando ya estaba llegando al lecho, sintió un olor nauseabundo, como de animal muerto. Se sonrió al pensar qué harían sus compinches si viniesen con él, “segurito que se creerían lo de la viuda”, de todos modos giró la cabeza hacia ambos lados, “por las dudas” se dijo.
Faltaría cuadra y media para llegar al agua cuando el olor se intensificó. Era tan asqueroso que lo mareaba. Esta vez no tuvo que voltear la cabeza, simplemente la sintió. Unas manos putrefactas lo sujetaban fuertemente de la camisa, lastimándole la cintura. Aterrado miró cómo una cabeza esquelética de la cual colgaban trozos de piel como charqui, asomaba desde el anca de su caballo. En vez de ojos unas cuencas negras lo observaban mofándose de él.
La Hedionda mujer lo tironeaba para tirarlo del caballo, mientras se aferraba clavándole sus sucias uñas en la piel del torso. Benancio fustigaba desesperado a su caballo y lo espoleaba para llegar lo más rápido posible al curso del agua.
—¿No querís bailar conmigo, compadre? —le gruñía la viuda, mientras reía ante la desesperación de Benancio.
Al chango le faltaban manos para chicotear al caballo para que avance, el zaino estaba como clavado en las arenas del cauce y no se movía.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas y valor, mareado por la hediondez que despedía el espanto, Benancio clavó firmemente sus espuelas en las ancas del animal, logrando al fin, que éste partiera a todo galope hacia el agua purificadora del Toro.
De la banda opuesta podía aún escuchar las palabras, malas por cierto, que le gritaba la viuda; pero no paró hasta llegar al rancho de sus abuelos.
Y Benancio aprendió, ahora juega, jinetea, piala todo el día regresando siempre antes de medianoche y muy acompañado por sus amigos, no vaya a ser cosa que la viuda lo agarre de nuevo...


Notas

1.Hedionda: persona que hiede, despide un olor nauseabundo.
2.Campo Quijano: localidad ubicada en la provincia de Salta, Argentina.
3.Carpas: Galpones de importante tamaño donde la gente baila.
4.Cacharpaya: es una fiesta, desde el desentierro del carnaval a la despedida de algún viajero, pariente o amigo. En el noroeste argentino también se extiende para denominar una fiesta muy alegre y popular.
5.Changos: muchachos.
6.Yerbiao: bebida a base de yerba mate a la que se le agregan diferentes hierbas de la zona y algún aguardiente.
7.Charqui: carne secada al sol.


Escritora argentina. Texto enviado por Jorge Gómez

6 comentarios:

Unknown dijo...

LA HEDIONDA este relato es un cuento Argentino oral que tiene mucho parecido con unos exelentes cuentos llaneros del llano Venezolano. Yrene Ostos. Tinaquillo

Unknown dijo...

Me párese que este cuento es muy semejante a otros como el silbon entre otros que siempre le pasa alas personas que son tercas y parranderas y en especial a los hombres nunca e leído uno que sea una mujer porque también las hay . Sandra Caballero . Las Vegas - Cojedes.

Unknown dijo...

Uno así se da cuenta que en muchos países hay una especie de conjunto de leyendas compartidas. Uno puede decir que es de cualquier país de Latinoamérica y nadie notaría la diferencia

Clarisa T. dijo...

Muy buena narración, sin duda ese vocabulario rico en matices de la tierra es un privilegio... Una mezcla de tradicción y ficción que es una maravilla disfrutarlo. Excelencias de esas letras llaneras... Saludos y buen fin de samana.

Rubén Callejas dijo...

Muy lindo relato, el folklore argentino tiene muchas de esas historias, a las que podríamos sumarle "la luz mala" la llorona en los cementerios y así, me encantan608 las historias que publicas, un abrazo

Unknown dijo...

Este cuento argentino llamada LA HEDIONDA.Me parece muy bien porque tiene sus exelencias letras llaneras y sus folkloricós como las historias que tiene venezuela y otros paises que con sus leyendas dejan marcadas muchas historias.Por ejemplo venezuela tiene sus leyendas llaneras como lo es el silbón, la llorona entres otros.