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sábado, 18 de octubre de 2014

Leyendas indígenas (muestra dos)

Hermanas aborígenes en el archivo de Diego Escobar








Tres cuentos guaraos


UN MOSQUITO HOMBRE 
En una ranchería sumamente numerosa, vivía una india joven muy robusta. Un mosquito que la vio, deseando chuparle la sangre, se convirtió en un joven guarao y la tomo por mujer.
La india estaba siempre muy gruesa; en cambio su marido, el mosquito, estaba siempre muy flaco.
Por la noche, al acostarse, dijo el joven guarao a su mujer: “cuelga tu chinchorro cerca del mío y duerme tranquila cerca de mí” la pobre india, sin saber que era un mosquito convertido en guarao e ignorando sus intenciones, colgó allí cerca su chinchorro y se entregó confiada al sueño al lado de su marido. Esto, cuando la vio profundamente dormida, se levantó y le chupó casi toda la sangre.
A la mañana siguiente, amaneció la india muy flaquita; en cambio, su marido,  el mosquito, estaba muy grueso henchido de sangre. Poco después del desayuno empezó la india nuevamente a engordar y a la hora de la cena ya estaba en su estado normal; pues por medio de la mucha comida había recuperado la sangre. Su marido, por el contrario, oscurecía extenuando y flaquito, porque durante el día se le iba agotando la sangre.
Llegada otra vez la noche, el indio mosquito aconsejó de nuevo a su mujer que se acostase a su lado y, mientras ella dormía, volvió a chuparle la sangre. Así estuvieron varias semanas, engordando la mujer por el día y enflaqueciendo por las noches, y su marido engordando por las noches y enflaqueciendo en el día.
Una vez amaneció la mujer extremadamente flaca; al verla, el indio de la ranchería le preguntó: ¿Qué te pasa durante la noche que todos los días amaneces tan delgada? “No sé lo que me pasa, contestó la india; desde que mi marido me manda a dormir a su lado amanezco sin fuerzas y extenuada”
Al oír esto empezaron los indios a sospechar que ese hombre no era un guarao, sino que era algún mosquito bravo convertido en forma de hombre, para poder chupar cuanta sangre quisiera a la india, mientras dormía.
Una noche, antes de acostarse, llamaron aparte a la mujer algunos indios y le dijeron: mira; “Tu marido no debe ser un guarao; debe ser algún mosquito y mientras tú duermes te chupa la sangre si esta noche te manda a dormir cerca de él cuelga el chinchorro y te acuestas; pero vigila lo que hace y no duermas.
A la hora de acostarse, la india estaba ya gruesa y el indio mosquito flaquísimo. Este mandó a su mujer que se acostara allí cerca y ella colgó junto a él su chinchorro como todos los días; pero fingiendo que dormía, no durmió nada.  A media noche, creyendo el mosquito que su mujer estaba dormida, se levantó del chinchorro y empezó a chupar la sangre. La india, al sentir la picada, gritó a los otros indios diciendo: Mi marido me está chupando la sangre; vamos a matarlo. “como el mosquito no había chupado nada todavía y aún estaba sin fuerzas, la india sola lo mató y lo deshizo en pedazos. Una  vez descuartizado, lo metió en el fuego y lo convirtió en cenizas cogió éstas  en una totuma, salió fuera del rancho, las sopló en todas  partes, al mismo tiempo que la india muy brava decía: “Estas cenizas se convertirán en zancudo, en golofas, en moscas en tábanos y en todas clases de plagas.” así sucedió, pues al día siguiente era tal el número  de zancudos, golofas, moscas negras, tábanos y demás clases de plaga inundaron aquellos lugares que los indios, no pudieron soportarlos, fueron a vivir a otra parte. 
Aquella noche durmió tranquila la mujer y amaneció en su estado normal de robustez. Desde entonces, nunca más volvió a tener marido que le chupara la sangre.
Si aquella india no hubiera esparcido por todas partes las cenizas de aquel mosquito, no habría tanta plaga; pero hay muchas moscas, tábanos, golofas y mosquitos bravos, porque aquel mosquito era el padre de toda la plaga.


EL DUEÑO DEL SOL Y EL MOTIVO DE SU CAMINAR DESPACIO 
Hubo un tiempo al principio en  el que el sol no alumbraba; pues un hombre dueño de él, lo tenía escondido en una bolsa, y ese hombre vivía en las nubes, hacia el Oriente.
Supo un indio que ese hombre tenía el sol escondido y le envió a su hija para decirle que lo sacara y lo enviara en el cielo a fin de que alumbrase a todos los hombres.
Cuando la india iba por el camino, le salió al encuentro un joven que la detuvo mucho tiempo y hasta llegó hasta donde estaba el dueño del sol y le dio el encargo de su padre. Él, sin embargo no dio crédito a las palabras de la india, y después de haberle faltado a la consideración debida la despidió, regresando ella a la casa de sus padres sin haber conseguido nada.
Cuando contó a su padre los percances del camino, no solo no desistió de su empeño, sino que mando a su hija menor con el mismo encargo. Fue la muchacha hacia el origen y aunque nadie salió a molestarla en el camino, cuando llegó a la casa del dueño del sol, fue molestado por él mismo que su hermana.
En vista de que nada conseguía antes de regresar, le dijo resulta:” ¿por fin, no vas a descubrir el sol…?
Al tiempo que esto decía, vio una envoltura o bolsa rara colgada en la pared de la casa. Al notar el dueño del sol que la india miraba con mucha atención, le dijo con mucho interés ¨no toques eso ¨.en el modo de hablar de aquel hombre, entendió la india que allí  tenía el sol escondido.
En el modo de hablar de aquel hombre, entendió la india que allí tenía al sol escondido y sin hacer caso, con mucha rapidez, rasgó de un tirón aquella gran bolsa y empezaron a extenderse por todas partes los rayos del sol.
Cuando el hombre vio que la muchacha había  descubierto su secreto, puso el sol hacia el oriente y mandó colgar la bolsa hacia el poniente. Con la luz que le daba el sol, brillaba ella también y quedó convertida en Luna.
La india regresó a casa de su padre y le contó cómo había logrado descubrir el sol. Ambos lo estaban contemplando y a  las tres horas se escondió.
Viendo el indio que apenas había alumbrado el sol por espacio de tres horas, llamó a su hija y le dijo: vete otra vez al oriente y espera allí al sol cuando vaya a salir mañana le amarras por detrás un morrocoy para que vaya más despacio
Salió la india de su casa, llevando un morrocoy en la mano. Cuando a la mañana siguiente iba salir el sol, se lo amarró por detrás y no tuvo otro remedio que caminar mas despacio, tardando aquel día en hacer su recorrido como unas doce horas.
Desde entonces, el día dura doce horas y desde esa  fecha hay sol.


DONDE LOS INDIOS EXPLICAN EL ORIGEN DE ELLOS Y EL FUEGO 
Al principio, no había indio alguno aquí abajo en la tierra; todos estaban arriba en las nubes allí cazaban mucho, y eran tan buenos tiradores, que rara vez fallaban el tiro de la flecha.
Un día, sin embargo, que oyeron cantar en el aire a un pájaro llamado ¨Quiriquiri¨, un indio le disparó la flecha, pero como acertó bien, atravesó aquel suelo y vino a caer aquí abajo en la tierra. Entonces, agrandó un poco el agujero por donde había pasado la flecha para buscarla, miró aquí abajo y quedó maravillado de la abundancia y variedad de cosas que estaba viendo.
Ese guarao tenía una mujer muy gruesa y próxima a dar a luz. Fue a ella y le dijo: yo voy a buscar mi flecha; dentro de cuatro días volveré. Dicho esto, tiró un mecate larguísimo por aquel agujero, se descolgó por él y llegó con felicidad a la tierra.
Después que buscó la flecha empezó a caminar de un lado para otro y encontró mucha abundancia y variedad de comida: pescado, yuruma y casabe. La yuruma era tan abundante, que alrededor de cada moriche había cantidad suficiente como para llenar un gran mapire.
El guarao, a pesar de que había tantos alimentos, comía muy mala comida; pues como no había fuego,  tenía que contentarse con asarla al sol, el cual era entonces muy ardoroso.
Como así no cocinaba bien, un día llamó al loro y le dijo: Vete a buscar un sapo, pícalo y tráeme fuego. Fue el loro, picó al sapo, pero nada consiguió. Por segunda vez mandó el indio al loro que sacase fuego del sapo; pero sólo pudo conseguir al picarlo quemarse un poco el pico.
Como nada conseguía, preguntóle el guarao: -¿Dónde está el sapo?
-Debajo de un moriche en el centro del morichal. 
Encaminóse hacia allá el indio, subióse al árbol, y al cortar un gran racimo, lo dejó caer sobre el sapo, el cual quedó con el golpe medio aplastado y empezó a despedir humo. Al poco rato, el sapo se fue poco a poco a la sombra de un árbol, que produce la fruta llamada ¨mugi¨. Subió el indio al árbol, cortó un racimo y al caer encima del sapo, este despidió un fuego tan grande y violento que abrasó toda la tierra.   
Ese fue el primer fuego que hubo en la tierra y de él proviene todo el que hay actualmente.Con este fuego pudo el indio cocinar a su gusto comida suficiente y muy sabrosa.
A los cuatro días se encaramó por el mecate y volvió a subir. Apenas llego, dijo a los otros indios: ¨Ine joaica jobaji yaqueraje miae¨.¨ Yo he visto allá abajo una tierra muy buena. Donde hay mucha y muy sabrosa comida. Vámonos allá¨.
Hicieron el agujero un poco mayor, echaron una cuerda muy fuerte y larguísima, una de cuyas puntas amarraron bien arriba y la otra tocaba en el suelo, y por ella se fueron descolgando indios e indias uno por uno.
Cuando habían ya descendido bastante número de guaraos, le tocó a la vez a la mujer del indio que vio primero la tierra; pero como estaba muy gruesa, al pasar por el agujero del cielo lo tapó y no podía salir ni para abajo ni para arriba. Como todavía quedaban más guaraos que tenían prisa por bajar, empezaron a darle pisotones, pero lo que hicieron fue  apretarla más, dejando el agujero definitivamente tapado. De tanta fuerza que hicieron sobre ella, le sacaron el intestino el cual quedó colgando del cielo, convertido en una estrella grande. Esa estrella grande es el lucero que se ve por la mañana.
Por eso, los indios, cuando ven esa estrella brillante por las mañanas, dicen: ¨Por allí bajaron los indios que la poblaron¨.
De esa manera, hubo indios y hubo fuego.  

Nota: Textos transcritos de Leyendas Indígenas Venezolanas de Carmela Bentivenga de Napolitano, publicado por la Editorial Biosfera (Caracas, 2007)




martes, 2 de febrero de 2010

LA HEDIONDA Un relato de María Fernanda Rossi (Tradición oral de Argentina)

Muchos se asombran y divulgan este relato.  
(archivo de Pablo Araque)




Yo soy un chango grande. Me gusta decir que soy de esos gauchos corajudos, que le hacen frente a cualquiera. Pero ahora mesmo, estoy aquicito en mi rancho, temblando y cacareando como las gallinas. Me bautizaron Benancio, como mi abuelo. Y como a él le pasara, yo también me la encontré... Sí, yo la vide con mis propios ojos. ¿A quién? Pues a la viuda hedionda”.
Benancio, joven de veintidós años, vivía en Río Blanco, pequeño caserío pegado a Campo Quijano. Compartía un avejentado rancho con sus abuelos. Trabajaba en la ripiosa, a la vera del río Toro.
Pasaba su tiempo libre jugando al fútbol con los amigos del pueblo. En época de pialadas era el mejor, no había encontrado zaino que lo tire y las chicas suspiraban al verlo corcovear en los ariscos corceles. Ufano, recorría el pueblo luego de tan salvajes jineteadas, rodeado de sus compinches. Y las chicas seguían suspirando.
Su presencia en las carpas era infaltable. De espíritu alegre y avispado bailaba desde la tarde hasta la madrugada. No le interesaba si era moza o no tanto su compañera de baile, mientras le siguiera el paso.
Un fin de semana de enero, muy cerca ya del desentierro del carnaval, Benancio partió a la cacharpaya. Engalanado con sus mejores ropas, las botas gastadas de tanto zapatear y el sombrero de gaucho tirado para atrás iba al paso en su caballo.
Cuando llegó al baile éste ya había comenzado, y con su alegría habitual se unió a él. Esa tarde, que pronto se convirtió en noche, Benancio sentía que todas sus dotes de bailarín se habían acrecentado. Sin importarle la edad de sus compañeras, danzaba al compás de cualquier ritmo, y cuando al fin caían rendidas eran rápidamente reemplazadas por otras que querían bailar con él.
Ya era tarde cuando los changos de Río Blanco se reunieron y llamaron a Benancio:
—Vení que ya nos vamos, se hace tarde —le dijeron. Pero el muchacho no quería dejar de bailar.
—Después yo me voy solo p’al rancho —contestó.
—¿Vas a pasar vos solo por el río Toro? —se estremecieron los amigos
—¡Bah! ¡Esas tonteras en las que creen! —desdeñó Benancio, y sin decir más siguió bailando.
Los amigos lo miraron entre admirados y aterrados, nadie se aventuraba después de medianoche solo por las veras del río. Por allá, decían, se aparecía la viuda...
Benancio bailó y bailó hasta que no hubo más mujer con quien bailar. Se bebió un buen trago de “yerbiao” y tomando el sombrero salió a buscar el caballo.
A esas horas de la madrugada no se veía ni un alma por las calles de Campo Quijano. Las parduscas siluetas de los cerros observaban silenciosas la marcha de Benancio. Los cascos del caballo resonaban fuertemente en el asfalto de la ruta que lleva a Río Blanco.
Al terminar las casas, dobló hacia la izquierda para tomar el atajo y llegar más rápido a las márgenes del río Toro, río caudaloso y rápido, pero Benancio sabía por dónde cruzar.
Cuando ya estaba llegando al lecho, sintió un olor nauseabundo, como de animal muerto. Se sonrió al pensar qué harían sus compinches si viniesen con él, “segurito que se creerían lo de la viuda”, de todos modos giró la cabeza hacia ambos lados, “por las dudas” se dijo.
Faltaría cuadra y media para llegar al agua cuando el olor se intensificó. Era tan asqueroso que lo mareaba. Esta vez no tuvo que voltear la cabeza, simplemente la sintió. Unas manos putrefactas lo sujetaban fuertemente de la camisa, lastimándole la cintura. Aterrado miró cómo una cabeza esquelética de la cual colgaban trozos de piel como charqui, asomaba desde el anca de su caballo. En vez de ojos unas cuencas negras lo observaban mofándose de él.
La Hedionda mujer lo tironeaba para tirarlo del caballo, mientras se aferraba clavándole sus sucias uñas en la piel del torso. Benancio fustigaba desesperado a su caballo y lo espoleaba para llegar lo más rápido posible al curso del agua.
—¿No querís bailar conmigo, compadre? —le gruñía la viuda, mientras reía ante la desesperación de Benancio.
Al chango le faltaban manos para chicotear al caballo para que avance, el zaino estaba como clavado en las arenas del cauce y no se movía.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas y valor, mareado por la hediondez que despedía el espanto, Benancio clavó firmemente sus espuelas en las ancas del animal, logrando al fin, que éste partiera a todo galope hacia el agua purificadora del Toro.
De la banda opuesta podía aún escuchar las palabras, malas por cierto, que le gritaba la viuda; pero no paró hasta llegar al rancho de sus abuelos.
Y Benancio aprendió, ahora juega, jinetea, piala todo el día regresando siempre antes de medianoche y muy acompañado por sus amigos, no vaya a ser cosa que la viuda lo agarre de nuevo...


Notas

1.Hedionda: persona que hiede, despide un olor nauseabundo.
2.Campo Quijano: localidad ubicada en la provincia de Salta, Argentina.
3.Carpas: Galpones de importante tamaño donde la gente baila.
4.Cacharpaya: es una fiesta, desde el desentierro del carnaval a la despedida de algún viajero, pariente o amigo. En el noroeste argentino también se extiende para denominar una fiesta muy alegre y popular.
5.Changos: muchachos.
6.Yerbiao: bebida a base de yerba mate a la que se le agregan diferentes hierbas de la zona y algún aguardiente.
7.Charqui: carne secada al sol.


Escritora argentina. Texto enviado por Jorge Gómez