Imagen en el archivo de Emelin Hernández
CUENTO DE LA GUACAMAYA (etnia guarekena)
Este era un hombre que estaba y se encontraba muy triste. Entonces, se fue al monte y encontró un pichón de loro y se lo trajo, hasta que con el tiempo la lora ya hablaba. Luego, fue al monte a buscar otro pichón de guacamaya. También se lo trajo y lo crió. Eran entonces tres, incluyendo al hombre. Cuando él salía para el monte los dejaba allí en el monte para que le cuidaran el sitio. Cuando alguien se acercaba, hablaban con la guaca o el loro e indagaban el paradero del dueño del sitio. Y estos le informaban que andaba pescando o cazando.
Al fin, luego de cumplir un año, la lora y la guaca hablaban perfectamente y le hacían todos los oficios y le cocinaban.
El hombre había pensado en casarse con la guaca. Cuando él se iba para el monte ella se convertía en mujer y entonces, cuando él regresaba al sitio, la comida estaba preparada y dispuesta para ser comida.
¡Caramba!, si tú fueras mujer, me casaría contigo.
La guaca respondió: ¨Eso es muy sencillo, pues yo soy mujer¨.
Cuando el hombre volteó la espalda se convirtió en mujer la guacamaya.
El hombre le dijo: ¨Bueno guaca, vamos a vivir juntos¨.
Allí vivieron añales. Más adelante, ella lo llevó para un cerro de donde vinieron los padres de la guacamaya (abálu panámi idápa). Luego volvió a su sitio. Pero sus compañeros lo envidiaban por la guaca y lo envenenaron porque esa mujer era la más bella y conseguía todo lo que necesitaba de aquel cerro.
Luego la guacamaya, al morirse su hombre, se fue.
Equipo deportivo femenino de la etnia pemón. Archivo de Alejandra Sánchez
LA CRECIENTE (INVIERNO) Y EL VERANO (etnia guarekena)
Quien empezó el verano fue un hombre llamado
Atjúwali, un hombre trabajador y valiente. Él estaba ya aburrido con el
invierno. Y en todos los trabajos que realizaba, por ejemplo la tumba,
necesitaba el verano para quemar su conuco. El aguacero le llovía
constantemente en su tumbao y por eso no podía quemarlo. Entonces dijo: ¨Yo voy
a matar a la madre del aguacero¨.
¨Voy a acabar con toda la madre del invierno¨
Se fue y se puso a calentar dos piedras.
Después de un rato, esas dos piedras estaban al rojo vivo.
Entonces dijo Atjúwali: ¨Ahora, si voy a
esperar a la gente que viene por ahí¨.
Ellos, al acercarse, formaban un viento y un
aguacero precisamente hacia la parte en que Atjúwali no quería que lloviera.
Y entonces él dijo: ¨Ajá, ahora ustedes me la
van a pagar¨.
Entonces, les soltó la primera piedra hacia
un hombre, ¡fuaj! Y lo mató. Luego, soltó la otra hacia la mujer, matándola.
Entre esa gente habían venido dos muchachos, una hembra y un varoncito. El
varoncito corrió y Atjúwali lo agarró.
Desde entonces se formó el verano. Hasta que
quemó. Se dio una sequía de río imposible. Todo se secó y la gente se estaba
muriendo ya de sed.
Entonces los muchachos de Atjúwali y,
especialmente el que él rapto, se encontraban tranquilos y no querían tomar
agua.
Los ríos se secaron definitivamente.
Entonces, preguntó Atjúwali: ¨¡Miren
muchachos! ¿Ustedes no saben cómo sacar agua? ¨
(Atjúwali- como se sabe – era el asesino de
la madre de esos muchachos).
¨¡Sí!, como no. Mi hermana saca¨, dijo el
joven.
La
muchacha – llamada Túpipi- es decir, ¨gota”, porque por su codo goteaba el
agua, se aprestó a ofrecer agua, y bebieron.
Pero era imposible, porque la gente se estaba
muriendo de sed.
Entonces el muchacho le dijo al viejo: ¨Sería
justicia que yo fuera a ver cómo están los tambores para recoger agua de mi
papá. Voy a moverlos, a fin de que llueva por acá para nosotros¨.
De todos modos, les dijo, no se alejen. Pero el
muchacho, llamado Titirí porque también le manaba el agua, pero no en gotas
sino en chorros, dijo a la gente que se marchara porque él no era suficiente
para abastecer de agua a tanta gente.
¨Me voy a la casa de mi padre a ver si hago
que caiga agua para todos porque no es justo que dos o tres familias tengan y
el resto no¨.
Entonces llegaron a la casa de su difunto
padre y allí encontraron parte de los instrumentos y cosas que tenía éste en
vida.
La muchacha –Túpipi – llego llorando a barrer
la casa.
Atjúwali había seguido a los muchachos para
preguntarles si ellos regresarían a su casa porque él temía que no regresaran.
Cuando llegó a ellos les preguntó: ¨¿Tienen ustedes relación con EL CREADOR?¨
Los muchachos le respondieron que no, que
solo tenían relación con la MADRE DEL AGUA.
Entonces, Atjúwali, a fin de contentar a los
muchachos, recogió las cenizas de su difunta madre y formó un pajarito llamado
ídabuchúchu (pajarito madre-del-agua).
Los muchachos quedaron contentos y entonces
sí se dispusieron a formar el aguacero.
La muchacha comenzó pues a barrer la casa.
Había allí un mapirito, donde guardaban los
restos de la comida. En ese mapire estaba una garza asada. La muchacha y el
muchacho estaban llorando.
Entonces dijeron, refiriéndose a la garza:
¡Caramba!, esta será la creciente que va a caer ahora. ¡Sí!
a
empezar esta creciente o aguacero va a empezar el 1 de noviembre. Es el
aguacero que cae en esa fecha que según eran las lágrimas de los muchachos.
Luego, sacaron la garza de la watura de la
madre y la tiraron hacia el aire, formándose la creciente de garza (máliyami).
Siguieron limpiando la casa y hacia el 15 de
febrero, cuando volvió a aparecer el verano, al recoger la basura, encontraron
una concha de cachicamo, la cabeza, la patica y el rabo. Entonces dijeron: ¨No,
hombre, esta va a ser la 2 creciente, la creciente del cachicamo, (daliwaya)
antes de llegar el invierno propiamente¨
Entonces, cuando ya el río se iba secando,
botaron fuera de la casa, la concha y demás partes del cachicamo. ¡Pa!, se
formó la mencionada corriente.
Luego, a principios de marzo, los muchachos
siguieron revisando la casa de sus viejos y se percataron de la existencia de
una troja kulikua, y dijeron: ¨Es mejor botar todo lo que hay aquí y hacer una
nueva troja que renovaremos cada año¨.
Entonces, cortaron la troja y la echaron al
río. Comenzó así el invierno (uniwini).
(Casualidad mitología: La caída del primer
gran aguacero de invierno recibe el nombre de kalikua).
En época, hay cardúmenes de pescados.
En el firmamento se corresponde con la
constelación de la osa mayor. Posteriormente, entra el pleno invierno y en
ese momento rige la constelación de la Osa Menor o Kjalubaneli, o grupo de
estrellas en forma de pescuezo de garza.
EL DILUVIO (etnia guajira)
Según se cuenta, hubo una época en la que los
Guajiros no eran sociables entre sí; siempre que se encontraban en alguna
parte, reñían peleaban y se mataban; cada uno vivía encerrado en su propio
ambiente, en su propia casa, formando grupos pequeños con sus familiares. Nadie
podía salir de sus casas; si alguien lo hacía corría peligro de muerte o de que
raptaran a sus mujeres.
La causa primordial de las riñas entre ellos
eran precisamente las mujeres; unos venían y raptaban las mujeres de los otros
quienes a su vez raptaban a las de los primero, viviéndose así en una constante
zozobra.
Una vez comenzó a tronar, se eclipsaron la
luna y el sol. Los Guajiros creyeron que era un castigo de Dios porque estaba
enojado. Empezó a llover; al principio pensaron que sería una lluvia pasajera
pero no fue así: pasaron días y lunas y continúo lloviendo sin cesar: el agua
del mar comenzó a crecer y se salieron de sus cauces todas las aguas, que
comenzaron a invadir la tierra.
En vista de esto, empezaron a buscar las
partes más altas de la Guajira. En esta época había una serranía que se llamaba
Cosina o Cosineta, la cual quedó hundida bajo las aguas; todo estaba invadido
por el agua, pero quedaba un pico en una pequeña colina y todos subieron allí.
En este pico se reunieron grupos de varias
razas, pero el agua comenzó a invadirlo también; las mujeres empezaron a
llorar, al igual que los niños; todo el mundo lloraba. Le pedían a Dios “Maréiwa”
que les salvara, que no les dejara morir.
Entonces, sucedió que la tierra se suspendió
hacia arriba. Se elevó su nivel, pero a pesar de eso el agua seguía subiendo y
la tierra seguía elevándose y elevándose hasta que, por fin, cuando quedaban
unos cuantos metros, donde estaban concentradas las personas, quedó un pico
donde se encontraban también algunos animales que fueron los que pudieron
salvarse, este pico se llamaba “Epitsi,” y en español es conocido con el nombre
de “Cerro de la Teta.”
Pasaron unos días después que cesó de llover;
apareció el sol y por las noches se le veía a la luna. El agua comenzó a
descender y también la gente fue bajando del pico de la colina hasta que el
agua se normalizó y llego a su nivel.
Después de esa experiencia, los Guajiros no
se pelearon más, conocieron lo que era la sociabilidad y comprendieron que
podían vivir juntos sin necesidad de matarse los unos a los otros. Bajaron del
pico y encontraron que la tierra estaba húmeda y que se podía sembrar. Se
reunieron todos y sembraron; aprovecharon también muchas cosas que el agua
había dejado, como madera y otros despojos, de los cuales se valieron para
comenzar de nuevo su vida.
Empezaron a construir sus casas en forma colectiva,
es decir, en su construcción colaboraban siempre con los dueños unas cincuenta
personas, hacían la casa entre todos.
Si en un día no podían hacer más de una casa,
al día siguiente hacían la del otro, y así siempre. La siembra también la
hacían entre todos. De esto ha quedado la costumbre hoy día; cuando, por
ejemplo, una persona hace una siembra, no la va a cuidar él solo, sino que lo
hacen entre todos. Con este fin, el dueño prepara un almuerzo y llama a todos
los vecinos para que vengan a ayudarle a hacer la limpieza del conuco, la
cosecha y todo lo demás. Cuando le toca podar a otro, se efectúa la misma
operación. Esto se hace entre familias diferentes, no es necesario que los
interesados sean de una misma familia para que los demás los ayuden. Así es que
desde el momento en que los Guajiros de salvaron en el pico de la colina,
perdieron la costumbre que tenían de estar siempre separados, comprendieron la
razón de la sociabilidad y comenzaron a vivir en paz; no tuvieron más distingos
entre sí y sintieron la necesidad de la ayuda del uno para el otro.
Nota: Textos transcritos de Leyendas Indígenas Venezolanas de Carmela Bentivenga de Napolitano. publicado por Editorial Biosfera (Caracas, 2007)
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