Mostrando entradas con la etiqueta Eloy Guillermo González. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Eloy Guillermo González. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de junio de 2016

Esquinas de fantasmas. Varias Historias

Azotando a la Sayona (archivo de Francisco Aguiar)


El ilustre intelectual Eloy Guillermo González (25/6/1873 – 17/7/1950), Escritor, ingeniero, periodista, pedagogo, historiador y político,  dilecto hijo de la muy llanera ciudad de Tinaco, estado Cojedes, publicó en 1939, CURSO SOBRE FOLKLORE DATOS DE PSICOLOGÍA COLECTIVA, editado por el (aquel entonces): Instituto Pedagógico Nacional. De tan peculiar obra rescatamos estos apuntes referidos a los primeros fantasmas de Caracas.
Igualmente, este autor, nos acerca al valor de las leyendas  en la enseñanza: “La leyenda y la tradición deben utilizarse didácticamente como cooperantes del aprendizaje. Desde luego, como recurso mnemotécnico; y, según la naturaleza de ellas, para fijar datos importantes que sirvan de punto de referencia entre dos aspectos históricos; como indicios de la existencia y origen de ciertos hechos; como explicativas de evoluciones sociales, de nuevas estructuraciones, de las reacciones correspondientes; como índices del infortunio o de la gloria de pueblos”.
Esperamos sea de su agrado.
Isaías Medina López.

1. Hasta el año 1830, no se podía transitar por las calles de Caracas sin portar linterna, después del toque de queda, que comenzaba a las nueve de la noche y cuya última campanada sonaba a las nueve y media. Sólo se aventuraban a ir de un punto a otro de la ciudad, uno que otro ocioso, algún vecino a quien se le hubiese presentado una súbita dolencia en persona de su familia, o algún galán que aprovechaba la tiniebla y la leyenda para salir en busca de aventuras donjuanescas. Pero era casi seguro que estos raros transeúntes topaban en su trayecto con la proyección de la Mula Maniada: sobre todo, en lo más deleitoso del coloquio, el galán sentía de pronto que se le venía encima una gigantesca mula, dando saltos y largando coces, de las que alguna cuando menos lo rozaba. Otras veces, la bestia relinchaba como un caballo o rebuznaba como un asno restregándose contra paredes y ventanas y maltratando a quienes encontraba. Para las viejas y para los enamorados manzurros era terrorífico ese monstruo; bien que para muchas gentes era el avatar de una mujer maligna, muerta hacía algunos años, a quien Dios, en castigo de su incesante curiosidad, había transformado en aquella bestia, para que continuara practicando como tal lo que como mujer solía hacer en vida; en cuyo lapso de existencia «se ocupaba día y noche en escudriñar lo que pasaba en las casas ajenas, parándose cautelosamente en cuantas ventanas abiertas veía, con el fin de divulgar más tarde, por toda la ciudad, las conversaciones que oía y que ella por cuenta propia comentaba, desfiguraba y corregía».

2. La Fantasma o Sayona era un espectro de dimensiones gigantescas que comenzaba a aparecer al toque de queda y podía distinguirse a la luz mortecina de los escasos farolillos que parpadeaban en la oscuridad de las calles. Iba cubierta con un largo sayal negro, cuya cola barría el suelo; las cuencas de sus ojos despedían un siniestro fulgor rojizo; en su pecho y en su rostro se veían estampadas las huellas de la muerte; y al moverse, se oía un ruido semejante al de huesos que se chocan.

3. Casi siempre, detrás de la Sayona aparecía el Hermano Penitente, espectro blanco, con una camándula de enormes cuentas, también blancas, al cuello; una enorme cruz del mismo color en la mano izquierda y un cilicio en la derecha, con el cual se aplicaba sobre las espaldas furibundos golpes acompasados. Con voz gangosa salmodiaba en un guirigay que pretendía ser latín, un rezo ininteligible, interrumpido a intervalos por grandes lamentaciones y alaridos, con los cuales acompañaba la confesión pública de los grandes pecados que había cometido en vida y que ahora muerto, hacían penar su alma. La expiación no sería completa, según lo había dispuesto Dios, hasta no haberse dado doscientos mil azotes, a razón de mil por día, con el cilicio que portaba. Dicho se está que apenas se columbraba a distancia a alguno de este par de «piochas», no quedaba puerta ni ventana sin cerrar y atrancar, ni transeúnte que no echase a correr despavorido: y acontecía con frecuencia que quien huía de la Sayona tropezaba más adelante con el Hermano Penitente, y se desmayaba de terror. Y mientras esto acontecía en la calle, en el interior de las casas el padre recogía a toda la familia y la llevaba a una de las piezas más apartadas a rezar el rosario: en la confusión y el desconcierto del momento, apenas advertían que alguna de las niñas no se presentaba al oratorio sino cuando ya el rezo había terminado y ella explicaba que había tenido que encerrarse en la sala, a causa del pánico que la había sobrecogido al aparecer los fantasmas. Sólo muchos años después –ahuyentadas estas apariciones por la profusión del alumbrado público y el avance de la cultura– algunos de los que en sus tiempos de Lorelaces representaron sayonas y penitentes, confesaban que para ello se las arreglaban con unos zancos, una calavera, a cuya parte interior se adaptaba una mecha del sebo encendida, unas tibias de muerto, unos pocos metros de tela negra o blanca –según la clase de espectro que se representaba– un poco de almidón y unas tiras de cartón cortadas en forma de látigo y preparadas de modo que hicieran ruido, sin producir dolor, al azotarse con ellas. Didácticamente, estos episodios pueden utilizarse para mostrar el estado de honda ignorancia de la época, en la cual los padres eran opuestos a la instrucción de sus hijas, por ser aquélla «muy peligrosa», y las retraían del trato social «para que no se corrompieran»; magnifica situación para los listos, que se aprovechaban de ella a su sabor, explotando los terrores de la superstición, y obteniendo el resultado a que alude la copla de aquel tiempo:
Mariquita, Maricuela,
Ya se lo diré a tu abuela:
Que andabas por los corrales
Comiéndote las ciruelas

4. El Carretón de la Trinidad –llamado también de Muerte– era otra de las visiones más pavorosas: a muy altas horas de la noche, al fulgor de las estrellas, se divisaban y se oían las estrepitosas correrías del carromato, las que partían de la actual plaza del Panteón hasta una o dos cuadras al sur del puente de La Trinidad o bien, de la esquina de las Dos Pilitas hasta la plaza de La Pastora. En aquellas horas, los vecinos despertaban sobresaltados por el ruido tronador que parecía producido por muchos carros que fuesen arrastrados por bestias cuyos cascos desempedrasen las calles. Algún trasnochador o algún borrachón que había tenido la temerosa oportunidad de verlo de cerca, aseguraban que era una especie de arcón, que corría por entre chispas de fuego lanzadas por las ruedas al tocar el pavimento, sin que se notase bestia que lo condujera, sino un bulto rojo, que también despedía fuego por los ojos y boca y que iba dando saltos a compás de un canto diabólico, como que era el mismísimo Demonio… Años después, la «condenada» policía del «hereje del Guzmán Blanco» acabó con aquel Infierno desbocado: destrozó el carretón y «a plan» se llevó para el cuartel a cuanto diablo encontró adentro.

5. La Dientona no tenía lugar fijo para sus aventuras nocturnas: sus excursiones se extendían a toda la ciudad, aunque prefería los barrios excéntricos. Cuando más descuidado iba el transeúnte, topaba por una esquina o en la puerta de un zaguán con una mujerona que, abriendo la boca, le mostraba una ringlera de dientes como de caballo.

6. El Enano de la Torre estuvo a punto de ocasionar la muerte a quien por primera vez lo vio: un joven que una noche brumosa del mes de enero regresaba de jarana, de la Candelaria, vio parado en el ángulo noreste de la esquina de la Catedral a un hombre muy pequeño, tan pequeño, que habría podido tomársele por un niño: como hubiera notado el joven que el enano fumaba un «puro», se le acercó a pedirle fuego para encender a su vez un cigarrillo, y después de darle las gracias, le preguntó por la hora. El enano, con una horrida voz, le contestó: «Pronto darán las doce en el reloj de San Pedro, en Roma», y creciendo súbitamente, creciendo hasta alcanzar con el brazo la muestra del reloj situado debajo de la estatua de la Fe, remata la torre de la Metropolitana, agregó señalándola con un dedo gigantesco: «y sólo cinco minutos faltan para que en este reloj suenen las cinco de la mañana». Cuentan que el mozo fue hallado a poco desvanecido; que trasladado a su casa debió la vida a los cuidados esmerados de famosos médicos, que lo asistieron durante largos meses; que ya restablecido, temblaba como un azogado cuando se le recordaba su aciaga aventura… y que nunca más volvió a «pegarse palitos».

7. El Rosario de las Ánimas era otra visión aterradora. En las altas horas de la noche, los enfermos y los que por algún motivo se hallaban en vela dícese que oían un cántico fúnebre, monótono, modulado por voces que parecía salir de las entrañas de la tierra, y al que luego sucedía la recitación del rosario… «Anádese que algunos imprudentes que, encontrándose a esas horas en la calle, tuvieron suficiente valor para investigar de dónde venían aquellos cantos y oraciones, pagaron caro semejante atrevimiento, pues la sangre se les heló en las venas al contemplar una legión de sombras, que llevando sendas hachas encendidas, marchaban procesionalmente, repartidas en filas de cada lado de la calle y todas al parecer revestidas de túnicas más blancas que la nieve: indicio cierto de que eran las ánimas benditas, que habían salido del Purgatorio a hacer penitencia en este mundo caracense…» (Teófilo Rodríguez, Tradiciones Populares).

8. También hubo una temporada en la que se soltó el Diablo por la esquina llamada hoy del Cristo y sus contornos: referíase que allí se estableció con pulpería un sujeto sin pizca de conciencia, que estafaba a los compradores, de un carácter díscolo y pendenciero, e impío hasta merecer el afecto particular de Lucifer, quien un buen día cargó con su alma. Es lo cierto que desde entonces sentó allí sus reales «el enemigo del linaje humano» y mantuvo a los vecinos en perpetua consternación, hasta que uno de ellos, aconsejado por su confesor, procedió a instalar en un nicho, en una de las paredes de la esquina, la efigie del Cristo; con lo cual huyó por siempre Mandinga y por siempre le quedó nombre al sitio. Así como también en la esquina al oeste de aquélla, se descolgaba por el balcón de una de las casas un muerto larguísimo, que abría las piernas y se apoyaba en la fachada de enfrente.

Aquí tenemos, al mismo tiempo, explicado el origen del nombre de otras esquinas de Caracas: las Ánimas, el Cristo y el Muerto.

martes, 22 de enero de 2013

La llaneridad (6) Parte I: Psiquis y temas de la copla

La llanera es fuente permanente de inspiración 


 LECCION III. Eloy Guillermo González 

Confrontamos en esta lección las manifestaciones directas, legítimas, las más inmediatas del alma de un pueblo: su poesía, su música, sus leyendas.
Sería casi imposible precisar la procedencia psíquica de los elementos constitutivos de esas manifestaciones: sin duda duermen muchas en el fondo de la subconciencia, tal vez como con legado ancestral; otras son actos de conciencia, sensaciones presentes: en el momento de la emoción actual, las autosugestiones, las reminiscencias, las analogías, las comparaciones, todas las heterosugestiones suscitan, remueven y empujan ese abultado y confuso caudal de la cenestesia, ese asalto simultáneo de las irradiaciones internas, de los reflejos tumultuarios, que mueven los labios para el canto, fijan la mirada en las visiones y agitan las manos para blandir las maracas y puntear el arpa.
En esa posición, entona el pueblo una elegía a lo que murió o se ausentó, exhala su intensión presente y saluda confiado y risueño a la esperanza de mañana. De todo el arte de nuestro folklore –cantares  y corríos, coplas y refranes, apodos y deformaciones, cuentos y leyendas, supersticiones y creencias–, surge la historia del alma de nuestro pueblo e insurge su actitud del momento y su posición espiritual frente al porvenir. La melancolía en sus manifestaciones psíquicas, es apenas saudade, que no lo retiene ni lo sienta sobre la piedra de los sepulcros; la alegría de su poesía y de su música, es fresca y olorosa como sus campos, anchamente rumorosa como sus ríos, y restallan en ella como reflejos sorpresivos, como rápidos vuelos de aves avizoras, la ironía y la malicia y roncan en los bordones las petulancias de la varonía. Bajo esa fisonomía, con esas características, exalta sus dichas, resiste con reciedumbre la saña del destino, sin que la adversidad logre penetrar hasta los escondrijos de sus energías; y, sonriente de fe, sabio de la vida, perenne en la esperanza, imperecedero bajo las pruebas, pasa pacientemente el trance, musitando el aforismo de mi paisano: detrás de un cerro, está un llano…
Cada abolengo étnico ha traído su aporte al arte popular, conformando este producto mestizo, matizado de paternidades: aborigen, andaluz, africano. El producto sufre las influencias ambientes y aparecen en las modificaciones, inversiones, desplazamientos y transformaciones, los proceso de la adaptación. Ha sido el mismo procedimiento que para el proceso genético; aludiéndolo, escribió Arístides Rojas: «la imaginación popular que en el extremo sur de Europa canta a la mujer y al amor, a la familia y a la patria, participa de la claridades del Mediterráneo, de las tibias y perfumadas brisas del África, y aún del murmullo de la ola que besa las costas andaluzas y las islas Afortunadas… Así, el Cancionero popular de España está sostenido, en todo tiempo, por las bellezas del suelo ibero, por los astros de un cielo azul, constantes pregoneros de la grandeza nacional, desde el día en que sucumbió el romano en tierras cantábricas…»
Observa el mismo Rojas que en el Cancionero español la mujer es el tema ideal, sentimiento siempre joven que celebra al amor, al hogar, a la patria y que es herencia de los días caballerescos de las Cortes de amor, de serenatas y alboradas del bardo y del guerrero al pie de los castillos, o de endechas en presencia de la serrana y la morisca. En América, en cambio, vino a ser absorbido por la naturaleza bravía y esplendida, opulenta e indómita; de manera que el cantor tierno y dulce de los luminosos pueblos andaluces y de los valles de Granada, de las costas malagueñas y de las playas de las Afortunadas, tenía que modificarse y adaptarse a la majestad de los bosques y de los ríos colombianos, a la inmensidad de las llanuras, a la solemnidad de las altiplanicies y de los nevados y a la soberbia de los volcanes. En el Cancionero castellano, la mujer y el amor como tema inmediato y primordial, suspiros y sollozos; en el Cancionero venezolano, la naturaleza agreste, agresiva y rebelde, el valor, la destreza, la agilidad, la voluntad porfiada, la pujanza, el heroísmo: el compatriota del Cid, trasplantado a la América, injerto en el indio y el africano, bajo este cielo y sobre este suelo, transforma al Romancero en Epopeya. Fue preciso para ello que el hispano aportara elementos épicos que no tuvo a su vista ni a su disposición el indígena: el caballo y el toro fueron el complemento de la llanura, su decoración vivaz, y adusta, elegante y tumultuaria; sin esa decoración semoviente y pintoresca, el indio fue un melancólico, un silencioso; su alma languidecía en el parche del tam-tam. De la egregia conjunción del caballo, del toro y de la pampa, brotó como un Anteo el domador, el vencedor del jaguar y del caimán, el púgil cerril, que se bate feralmente en pancracios personales o a la cabeza de la falange lancera, conquistando patria y gloria. Y por ésta, por la gloria, invierte los términos sentimentales del Cancionero: ahora no parte el homenaje de abencerrajes y zegríes; ahora ni se conquista el corazón de la mujer con madrigales, sino con proezas aquileas, que la mujer sabe pagar con admiración y con amor. Ese mestizo, el llanero es prácticamente un hipántropo, un solo cuerpo y una sola alma con el caballo en el vuelo sobre la sabana. El insaciable bebedor de horizontes ocupa el primer plano sentimental: incluyendo a la mujer todo lo demás queda distanciado; a veces desdeñosamente distanciado:

Mi caballo y mi mujer
Se me murieron a un tiempo;
Mi mujer, Dios la perdone;
Mi caballo es lo que siento.

Y cuando sentimentalmente aproxima a la mujer, es para colocarla en el mismo plano que a su caballo:

Mi potro y mi zamba son
las dos cosas más queridas:
y mi lanza y mi bridón…
también son mis preferidas.

Recuérdese el episodio que refiere el general Páez, relativo a la muerte de su caballo en una de las cargas de Mucuritas. Una bala abate al noble animal; el jinete salta a tierra, trepa sobre el flanco de la bestia que agoniza y blandiendo nerviosamente la lanza, distiende el siguiente resorte psíquico, gritando al pelotón de lanceros que por su orden ha fingido que huye: ¡Compañeros, me han matado mi caballo y necesito vengarlo!
No hay mayor indiscreción que pedirle en préstamo al llanero su caballo o su cobija; y así lo expresa él en uno de sus refranes precautelativos: carga tu cobija para que no te pidan prestado tu caballo.
De este hábito de hacerse una pieza con el bruto, resultaron las maravillas de equitación de Junín: grupos de caballos al parecer desmontados galopan por la llanura, pareciendo querer acogerse a los contrarios escuadrones: éstos, engañados, los dejan acercar confiadamente y una vez dentro de la caballería enemiga, surge de improvisto el lancero sobre la montura: era que todo el recorrido lo había hecho adherido horizontalmente al flanco opuesto.
El pueblo compone sin sujeción a reglas: su romance es el galerón, espontáneo, orgánico, sin artificio; es el relato de la hazaña, el himno al valor y en el que el amor es secundario. El alma insigne e incoercible del árabe, transmutada en las tierras de Andalucía, se polariza en este nuevo género de desierto americano y antes que a la morena descendiente de Agar, tiene más cerca de sí al río y al caimán, a la sabana y al jaguar. Los cantares van siempre acompañados por la música: a veces, ésta no es expresión sino de un solo movimiento psíquico o de un rápido episodio físico. (Lamento no poder hacerles oír en esta lección la música popular de algunos de esos detalles, en la cual se perciben la profundidad y la extensión que dan las notas a la letra, como en El Cambao, La Pava, El Araguato, La Cochina, etc.)
El contenido psíquico va mostrándose desordenadamente, bien que la expresión se refiera sólo al objeto, ora a su significado, ya a su trayectoria ideológica; pero casi siempre aparece una sucesión o una simultaneidad de excitantes, que descubren cómo influencias variadísimas, remotas o inmediatas, han llegado a producir un verdadero conglomerado psicológico, en el que se mantiene tal equilibrio de fuerzas, que superficialmente y bajo el aspecto sintético, de la impresión de hallarse el espectador frente a una unidad y a una sencillez que lo son sólo en apariencia. Hasta donde sea posible, vamos a penetrar en la estructura o estática y en la fisiología o dinámica de los cantares. Comencemos por la copla que en estos días ha tenido gran revuelo en un sector parlamentario:

Por ser la primera vez
que yo en esta casa canto,
gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo.

El movimiento primario –que ya no es una idea– queda complementado y confirmado en la estrofa que sigue:

Por ser la primera vez
que yo en esta casa canto
me hago la cruz en la frente
para librarme de espanto.

Inmediatamente se hace rápido y presuroso el proceso heterogéneo de los excitantes y de las irradiaciones internas:

Ayúdame, guitarra,
ayúdame, cuatro cuerdas,
que quiero cantar ahora
para recordar mi tierra.

Como primer plano, como terreno básico, su tierra, su ambiente, la sabana ilimite atravesada por los ríos, circundada por los montes, dovelada por un cielo muy alto y muy azul. Allí comenzará la acción:

Guitarrita, guitarrita,
tienes boca para hablar:
los ojos no más te faltan
para conmigo llorar.
…/…
Los pajaritos y yo
nos levantamos a un tiempo:
ellos a cantar sus dichas,
yo a llorar mis sentimientos.
…/…
Las arenitas del río
corren debajo del agua,
debajo de mis cantares
corren las penas de mi alma.
…/…
Yo no canto porque me oigan,
ni porque mi voz es buena:
yo canto porque no caiga
la culpa sobre la pena.

Oigamos ahora a qué distancia ha sido colocado el motivo sentimental que en el cancionero castellano es el primero:

cuando llega a una parranda
donde hay muchachas bonitas,
yo canto con mucha gana
porque divierto la vista.
…/…
Yo le canto al señorío
para que me preste atención:
el hijo e ño Zacarías
se llama Presentación.
…/…
Su me dan licencia canto
y si no, me voy callao,
considerando que me hallo
de mi libertad privao.
…/…
A mí mismo me da miedo
cuando levanto el tañío,
porque me hallo facultoso
y dueño de mi albedrío.
…/…
Cuando revienta mi voz
como que sale del alma,
se escucha a cuarenta leguas
estando la noche en calma.
…/…
Cuando tengo el pecho claro
hago lo que me da gana:
de mi garganta una torre:
de mi lengua una campana.
…/…
Cante, cante, compañero,
no le tenga miedo a naide,
que en la copa del sombrero
cargo la Virgen del Carmen.
…/…
Al son de mi guitarrita
voy a sacar unos versos,
 para que sepan las niñas
cómo cantan los llaneros.
…/…
Para que sepan las niñas
cómo cantan los llaneros,
que puande quiera que pasan
dejan los buenos recuerdos.
…/…
Una vez le regale
un camisón de recuerdo,
unas argollas de plata,
una pava* y un pañuelo. 

(*Pava –según Machado– tomó su origen de unos sombreros de paja, de anchas alas que se usaban en Castilla y en Austria las guardadoras de pavos)

…/…
Entonces ella me dio
un mechoncito de pelo,
 una pluma de garza
que uso siempre en el sombrero.
…/…
Cuando las mujeres quieren
nadie las puede atajar:
Como se ataja el cabello
Con el freno y el bozal.


Nota 1 LECCION III es un capítulo inserto en CURSO SOBRE FOLKLORE (datos de psicología colectiva), leído por el Dr. Eloy Guillermo González, en los «Cursos Libres de Extensión Cultural», organizados por el Instituto Pedagógico Nacional, Caracas,  1939.

Nota 2Eloy Guillermo González. Nació en Tinaco, Cojedes el 25 de junio de 1873 y fallece, en Caracas,  el 17 de julio de 1950. Docente, escritor incansable,  historiador. 

La llaneridad (6) parte II. Psiquis y temas de la copla

El embrujo de la mujer llanera: asunto primordial de la copla 

Lección III. Eloy Guillermo González (continuación)


Difícil sería decidir si esta actitud resulta de una inducción o de una deducción, porque parece como si volteara sobre su espíritu una leve aura de misoginia. ¿Suspicacia, timidez, recelo, prevención, complejo de inferioridad? No sabría determinarlo, pero es lo cierto que hay pizcas de todo eso cuando es la mujer el tema de sus cantares:

Una jamuga merece
el que de mujer se fía;
y como ya me fié en una,
la primer jamuga es mía.
…/…
No hay atajo sin trabajo,
ni camino sin verea,
ni mujer que no se enoje
cuando le dicen que es fea.
…/…
La mujer que quiere a dos
los quiere como hermanitos:
el uno le trae la jaula,
y el otro los pajaritos.
…/…
La mujer que quiere a dos
es discreta y entendida;
si una vela se le apaga
la otra le queda encendida.
…/…
Si el tabaco se te apaga
no lo vuelvas a encender;
a la mujer que te olvide
no la vuelvas a querer.
…/…
A la mujer que es celosa
se lo conozco temprano,
porque agacha la cabeza
como burro con gusano.
…/…
El pájaro y la mujer
no se deben dejar solas:
el primero con el gato,
la segunda con el novio.
…/…
A la mujer enamorada
que le aconsejan recato,
es como el que tiene hambre
y le dan bicarbonato.
…/…
Las mujeres son el diablo,
parientes de Lucifer,
se visten por la cabeza,
se desnudan por los pies.
…/…
Los hombres son el demonio;
así dicen las mujeres:
pera siempre andan buscando
que el demonio se las lleve.
…/…
Dos cosas hay en el mundo
que no he podido creer:
en la cojera del perro
y en lágrimas de mujer.
…/…
El hombre para ser hombre
tres cosas ha de tener:
buen garrote, buen cuchillo,
buenas piernas pa corré.
…/…
Tres cosas hay en el mundo
que no me atrevo a guardar:
casa con puerta en el fondo,
mujer y cañaveral

En el propósito de no fatigar la atención, elijo unas pocas coplas cuyo contenido es un tratado para el llanero.

Carga la mortaja en la anca,
más atrás la mosquitaa
y la sepultura abierta
el que ama mujer casaa.
…/…
He pasado quince novias
siempre buscando una buena
después de todo he tenido
que volver a la primera.
…/…
No te cases sin amor
si quieres paz duradera:
arbolito sin raíces
viene el viento y se lo lleva.
…/…
Compañero, no se case,
goce de su mocedá;
deje casar a los bobos,
para ver cómo les va.
…/…
El hombre que se casare
con una mujer bonita
basta que no llega a vieja
el susto no se le quita.
…/…
Todo hombre que se casa
con una mujer muy niña
prevenga una vara verde
que el miedo guarda la viña.

El género de su vida ruda, brava, franca y abierta como su pampa, anchamente expuesta a todas las eventualidades en que haya de ponerse por delante la hombría; acaso su posición en la plenitud abismal de la llanura, forzado a mirar siempre hacia muy arriba, hasta el cielo eminente; habituado a luchar a cada instante con los poderes formidables de la naturaleza, con el río «agolpado», con el huracán enfurecido, con el caimán astuto, con los grandes felinos, con el toro fornido, con el propio caballo cerril, le han dado a su espíritu posición habitual de alteza y jamás ha puesto atención en el zancudo que zumba ni en el grillo que estridula; en su espíritu no existen escondrijos oscuros para guardar el desquite miserable, ni repliegues aleves en los que se encuclille la acechanza; está acostumbrado a su horizonte inabarcable, a su sol radiante, a los caminos luminosos. Así es generoso, leal, veraz; no tiene rencores reservados; y sonríe sobre sus resentimientos, como adelantándoles atenuaciones. Lo que podría parecer desquite de sus agravios individuales, lo generaliza sobre un gremio, como para diluir en el número indefinido la acedumbre de sus reacciones. Es ameno y pintoresco el paisaje de sus cantares, si en algún baile o en alguna fiesta descubre la presencia de mujeres mayores, que guardan celosamente a las muchachas, y contra aquellas abren sus indirectas, sus alusiones, las que ellos denominan sus puyas. Oigámoslos:

Siempre verán a las viejas
echándolas de bonitas;
no saben que cuero viejo
no sirve ni para cotizas.
 …/…

Las viejas para coser
piden anteojos prestados:
para celar a sus hijos
tienen los ojos pelados.
 …/…

Una vieja se cayó
detrás del Altar Mayor
la gente salió corriendo
creyendo que era temblor.
 …/…

Una vieja me dio un beso
que me tiene enmobitao:
los besos que dan las viejas
saben a cacho quemao.

Es incalculable el número de refranes, de consejas, de aforismos que ha extraído de su experiencia diaria o de la acumulada y heredada. No hay espacio sino para muy pocas citas:

Para gallina, maíz;
para la garza, el pescao
y las mujeres bonitas
para el hombre enamorao.
…/… 
El toro pita la vaca
y el novillo se retira;
como el novillo fue toro
la vaca siempre lo mira.
…/… 
Donde hay cambures maduros
nunca faltan pajaritos;
donde hay muchachas bonitas
nunca falta un babosito.
…/… 
yo soy, y no me conozco
hijo del ají chirel;
cuando el tigre está en la jaula
los burros juegan con él.
 …/…

Mañana se va Pastora,
mañana se va Teresa,
el que no lleva la carga
le parece que no pesa.
…/… 
No conozco el escabeche
ni he visto la limoná;
yo me alimento con leche
y con buena carne asaa.
…/… 
El cochino come maíz,
cada una tiene su antojo,
y hasta a las viejas les gusta
cuando le pican el ojo.
…/… 
Cuando me acuerdo e mi tierra
me dan ganas de llorar:
tanta bestia sin jinete;
tanta dama sin galán.
…/…
A ningún amante viejo
le des posada en la casa,
porque es fácil de prender
el carbón que ha sido brasa.
 …/…

Si quieres que te maltraten
di que te duele, cariño,
que todo el mundo se goza
con el dolor del vecino.
 …/…

Mi madre me dio un consejo
como consejo de madre:
que a las muchachas bonitas,
no las hiciera comadres.
…/… 
El que corteja y no sabe
la cuerda que ha de tocar,
por más sacristán que sea
nunca llega a repicar.

Una de las cosas más interesantes de oír es la «Porfía», especie de reto a improvisaciones entre dos cantadores de fama que se encuentren en el mismo sitio. El uno interpela al otro y éste le contesta.
  
 Primer cantador:  
–¿Quién es ese cantaor
que canta en ese rincón,
que sólo el rejo le falta
para ser caballo andón?

Segundo cantador:                               
–Yo  no soy de por aquí,
que yo soy de Zorrocloco,
el que cantare conmigo
si no muere, queda loco.
    
Primer cantador:                                   
–Díganme ustedes, señores,
si no merece desprecio
quien funda sus pretensiones
sólo en palabras de necio.

Segundo cantador:                               
–Sólo en palabras de necio
no fundes tu fama, digo:
elige un tema de cencia
si quieres cantar conmigo.

Primer cantador:                                  
–Si quieres cantar conmigo
contéstame en un segundo
¿Qué poder es el más grande,
después de Dios, en el mundo?

Segundo cantador:                               
–Después de Dios, en el mundo
el poder del confesor
cuando levanta la mano
y bendice al pecador.

Primer cantador:                                  
–Pues muy grande tu saber
por lo que me has dicho, infiero;
pero deseo que me digas:
¿Cuántas pelos tiene un cuero?

Segundo cantador:                               
–Ay, Jesús, María y José
que me han dejado confuso:
los pelos que tiene un cuero
fueron los que Dios le puso.



Nota 1 LECCION III es un capítulo inserto en CURSO SOBRE FOLKLORE (datos de psicología colectiva), leído por el Dr. Eloy Guillermo González, en los «Cursos Libres de Extensión Cultural», organizados por el Instituto Pedagógico Nacional, Caracas,  1939.
Nota 2Eloy Guillermo González. Nació en Tinaco, Cojedes el 25 de junio de 1873 y fallece, en Caracas,  el 17 de julio de 1950. Docente, escritor incansable,  historiador.