Las actividades literarias promovidas por el Estado siempre generan polémica
(archivo del IACEB)
(Archivo del poeta Francisco José Aguiar)
Decir que la vanguardia ha muerto es una traición
a la lucha por cambiar el mundo.
Antoni Tapies
No podemos hacer una lectura crítica de la poesía venezolana fundamentados sólo en las corrientes literarias y grupales que prevalecieron durante el siglo XX; necesario es ver éstas al trasluz de las circunstancias vivenciales de sus creadores y de las incidencias socioculturales del país para el momento histórico en que éstos se han expresado. Cierto es que para la última década del conflictivo siglo ya fenecido se derrumbaba entre nosotros una forma indolente de gobernar a espalda de las mayorías, como también lo es que buena parte de nuestros poetas, salvo unas muy pocas y dignas excepciones, mantenían una actitud adocenada o bien no advertían la suerte política sobre la que estábamos parados los venezolanos; es decir, que el barco encallado del “puntofijismo” y la eufemística “democracia representativa” hacía aguas. El camarote de la realidad estaba inundado ya de incertidumbre social y económica y esto se tradujo en pesadumbre y violencia, cuando sobrevivo el Caracazo y más luego el madrugón de Febrero, que se tradujo a su vez en el dramático "por ahora" que hoy nos tiene en la vigilia.
Había, y lo digo con énfasis pero sin afán de juicio, cierta actitud acomodaticia entre nuestros poetas, actitud que se manifestaba en anclarse en cargos públicos que les permitirá vivir sino holgados, decentes, relacionarse pública e institucionalmente para poder viajar a los centros de interés cultural, repetir la gloria de los viejos maestros, conformarse con ser epígonos unos, y los pocos en no doblegarse a los ofertorios de la novedad, obedeciendo sólo a la intimidad más recóndita que les indicaba su voz. Claro, esto que por ahora voy a llamar actitud, viene ya del albur de nuestras letras, pese a la aparición de lo que denominaría antesala de la vanguardia, entiéndase: Ramos Sucre, Salustio González Rincones, Antonio Arráiz y la posterior irrupción del Grupo Viernes, principalmente Gerbasi. Esta actitud, digo, se manifestaba en una poesía qué aún se oía en Darío, que a lo más cumplía con reproducir su fastuosa arquitectura métrica, buscar eco, no resonancia propia, dejando de lado el propósito liberador de la vanguardia, que ya nos alcanzaba, lo cual no aconteció durante medio siglo hasta que Juan Sánchez Peláez trisó la cuerda con su libro Elena y los elementos (1951).
La iluminadora escritura de Sánchez Peláez nos llevaría a otro espacio de crear y creer en la poesía. El momento de las vanguardias había llegado para no irse, aunque a la luz está que ha sufrido demoras y atravesado períodos que se podrían llamar de recesión imaginativa y de falta de riesgo poético. Después de Sánchez Peláez pasaría una década para que su atisbo vanguardista cobrara fuerza, esta vez en todo el sentido de ruptura que propicia la vanguardia en cualquier lugar y época. Sardio, El Techo de la Ballena, Tabla Redonda, fueron algunos de los movimientos grupales que irrumpieron con propósito cuestionador emergente, en la mayoría de los casos subversivos estéticamente, donde la prosodia y el versolibrismo tomaron el lugar de las preciosas y rimadas metáforas de antaño. Una isla en todo este escenario sería un poeta que purgó cárcel durante la dictadura de Pérez Jiménez, tan comprometido políticamente como hacedor de una poesía eminentemente vanguardista sin parangón en la poesía venezolana, cuyos poemas aparentemente herméticos denuncian un avasallamiento de la naturaleza y del ser por todo tipo de poder establecido, me refiero a Rafael José Muñoz, una excepción, un salta planetas que a la anémica crítica nuestra se le hace imposible develar.
Había, y lo digo con énfasis pero sin afán de juicio, cierta actitud acomodaticia entre nuestros poetas, actitud que se manifestaba en anclarse en cargos públicos que les permitirá vivir sino holgados, decentes, relacionarse pública e institucionalmente para poder viajar a los centros de interés cultural, repetir la gloria de los viejos maestros, conformarse con ser epígonos unos, y los pocos en no doblegarse a los ofertorios de la novedad, obedeciendo sólo a la intimidad más recóndita que les indicaba su voz. Claro, esto que por ahora voy a llamar actitud, viene ya del albur de nuestras letras, pese a la aparición de lo que denominaría antesala de la vanguardia, entiéndase: Ramos Sucre, Salustio González Rincones, Antonio Arráiz y la posterior irrupción del Grupo Viernes, principalmente Gerbasi. Esta actitud, digo, se manifestaba en una poesía qué aún se oía en Darío, que a lo más cumplía con reproducir su fastuosa arquitectura métrica, buscar eco, no resonancia propia, dejando de lado el propósito liberador de la vanguardia, que ya nos alcanzaba, lo cual no aconteció durante medio siglo hasta que Juan Sánchez Peláez trisó la cuerda con su libro Elena y los elementos (1951).
La iluminadora escritura de Sánchez Peláez nos llevaría a otro espacio de crear y creer en la poesía. El momento de las vanguardias había llegado para no irse, aunque a la luz está que ha sufrido demoras y atravesado períodos que se podrían llamar de recesión imaginativa y de falta de riesgo poético. Después de Sánchez Peláez pasaría una década para que su atisbo vanguardista cobrara fuerza, esta vez en todo el sentido de ruptura que propicia la vanguardia en cualquier lugar y época. Sardio, El Techo de la Ballena, Tabla Redonda, fueron algunos de los movimientos grupales que irrumpieron con propósito cuestionador emergente, en la mayoría de los casos subversivos estéticamente, donde la prosodia y el versolibrismo tomaron el lugar de las preciosas y rimadas metáforas de antaño. Una isla en todo este escenario sería un poeta que purgó cárcel durante la dictadura de Pérez Jiménez, tan comprometido políticamente como hacedor de una poesía eminentemente vanguardista sin parangón en la poesía venezolana, cuyos poemas aparentemente herméticos denuncian un avasallamiento de la naturaleza y del ser por todo tipo de poder establecido, me refiero a Rafael José Muñoz, una excepción, un salta planetas que a la anémica crítica nuestra se le hace imposible develar.
Quién puede negarlo y la historia está ahí para corroborarlo. Los principales poetas y movimientos de vanguardia emergieron al trágico acontecer y desenlace de la lucha armada de los años 60. Un poema como Derrota (1963) de Rafael Cadenas no fuera sido escrito si el poeta no hubiese vivido su propia experiencia de o ante la insurrección. Un poema como ¿Duerme Usted Señor Presidente? (1962) de Caupolicán Ovalles, no fuera alcanzado la repercusión que tuvo si este poeta no fuera asumido en ese momento la voz de las mayorías para expresar su desilusión por lo que Betancourt había terminado en convertir el naciente “proyecto democrático”. Una propuesta como la de Carlos Contramaestre, Homenaje a la necrofilia (1962), no fuera dejado en evidencia que “algo se pudría en Venezuela”, lo cual se vino a constatar 40 años después. También, cómo olvidarlo, en estos años tumultuosos desde todo punto de vista, va a emerger una poética que cumple con todos los visos de la vanguardia y que hasta hoy mantiene sus presupuestos críticos intactos, me refiero a la de Juan Calzadilla; su libro Dictado por la jauría(1962) es clave para el desarrollo posterior de la poesía venezolana, en ella la metrópolis boca de lobo, la capital, Caracas, es presentada con todo su desorden escatológico, el cual se remite o es reflejo del desorden histórico, político y social del país. Todos los movimientos de ruptura, no sólo rompieron con las formas tradicionales de hacer arte y poesía, sino que jugaron un papel decisivo en el cuestionamiento del sistema y como es harto sabido: los poetas salieron de su torre de marfil a caminar y escribir entre las balas, la falsía y la opresión.
Se respiraba entonces, a pesar de las torturas y del "disparen primero y averigüen después" una actitud liberadora en nuestros poetas que se expresaba sin tapujos en sus escritos, pero que, también, iba más allá y adquiría el valor del compromiso y la provocación, por lo que muchos poetas fueron perseguidos y otros exiliados, algunos a motus propio para salvar su vida. Carlos Contramaestre y Dámaso Ogaz hicieron coincidir es sus obras la magicidad y la denuncia, el absurdo y la realidad, amparados en el arte popular y el informalismo uno, y en el majamanismo y la patafísica el otro. El poema pasó de ser un objeto de belleza a una "bomba de fabricación casera"", como llegó a señalar el propio Ogaz. Caupolicán Ovalles y más luego Víctor Valera Mora aportaron una procaz ironía y un desenfado corrosivo, dispuesto a desnudar el sistema imperante, a su hipocresía y el de la sociedad en que se cobijaba, ofreciendo a su vez su contraparte amorosa y tierna. Todo ello en un país que había sido vendido al establisment y la mayoría de sus habitantes no participaban de la riqueza proveniente del petróleo, por decirlo de alguna manera la chequera nacional.
Todo esto encontró eco en la generación de los 70, es decir en grupos como El maracuchismo-leninismo, 40º a la sombra, Trópico Uno, La pandilla Lautréamont, y en poetas como Gustavo Pereira, José Barroeta, Miyó Vestrini, Blas Perozo Naveda, Lydda Franco Farías, Álvaro Montero, Eleazar León, Gabriel Jiménez Emán, entre otros, hasta que se fue apagando la rebelión, por un lado porque fue efectiva la mal llamada pacificación de Caldera y por otro porque los poetas volvieron a las universidades, donde encontraron refugio y la vida académica apaciguó la voluntad crítica que los había animado en su juventud. El que diga que esto es mentira que arroje la primera piedra. Eso sí, llegados aquí nos topamos con una verdad imposible de ocultar. En medio del apaciguamiento impuesto calculadamente desde el poder, se hizo propicio el que destacaran voces cuyo aspecto vanguardista va a estar más reflejado en la alta exigencia constructiva que en su puntería política o denunciante, acercando la poesía venezolana a la universalidad partiendo desde la aldea, esto es, las poéticas de, primero y con antelación, Ramón Palomares, y luego Eugenio Montejo y Rafael José Álvarez. Esto vino a revelarnos que la vanguardia no sólo se levanta desde sus asideros políticos o demandantes, sino que se hace presente cuando es capaz de provocar una revolución estética y hacer posible el reconocimiento de un rostro geográfico y espiritual que permanecía oculto o soslayado.
A decir de José Ignacio Cabrujas, dramaturgo que supo desnudar el alma del país, más tarde caímos en "el país del disimulo", y ese fue el que encontraron los poetas que comenzaron a publicar entre los años 80 y 90. Los poetas de los 90 bien pudieron heredar el legado cuestionador de los 60 y 70, si antes la generación de los 80 no fuera hecho lo posible para alejarse de ello y asumir el viejo lenguaje conversacional intentándolo pasar como nuevo, como si no hubiese estado presente ya entre nosotros la huella de la generación beat que alimentó a Valera Mora, el minimalismo que marcó un libro como Serpiente brevede Guillermo Sucre, o la de los poetas objetivistas norteamericanos presentes en la propuesta de Alejandro Oliveros.
Los poetas de los 80, o bien para no generalizar, los agrupados en Tráfico y Guaire, y siendo sincero, sólo parte de estos, alegaban que había que apartarse de la estridencia y sumirse en territorios más planos, cotidianos, vivenciales, interpreto. William Osuna cumplió con esto mediante su poética callejera, pero a la vez hizo leer y saber hacia dónde estaban dirigidos sus petardos: a denunciar la opulencia citadina en contraposición con la miseria que la bordea: la vida de los marginados en los cerros. No podría cerrar este fragmento si no digo que también por esos años se impuso una brevedad impostada de la poesía japonesa, que no pasó de la imitación pero que hizo estragos y fue asumida por algunos poetas como una forma novedosa de hacer poesía. La diferencia la marcó Reynaldo Pérez Só, cuya brevedad obedecía y sigue obedeciendo a otros parámetros, más íntimos que literarios, más a una forma de ver y sentir la naturaleza que a una obediencia estética. Ahora bien, me pregunto, ¿estaban obligados estos poetas a dinamitar un poder político y económico que se caía por sí solo? En poesía nadie está obligado a nada, se asume o no se asume, se sube uno a su torre y se vuelve lo más parecido a un frío yeso o baja a mezclarse con la parte más demandante de la vida; la lucha por la sobrevivencia y la justicia.
El tango de Gardel dice que 20 años no es nada; pero si se pueden revisar para seguir adelante, ahora mismo, cuando otra generación poética asoma y otro es el país demandante, otra la situación política. La generación poética de los 90, en la cual me ubico, es la suma de una variedad estética y discursiva, de intentos fallidos unos y prometedores otros, y esto porque más que de logros definitivos se trata de obras que aún están en proceso, aunque ya es legible en qué y cómo se han gestado: el desencanto, la intimidad, el ámbito doméstico, la ironía, esto desde lo personal, y la intertextualidad y lo fragmentario, desde lo literario. Lo que no podemos dejar de lado es constatar si esta generación conserva algún eco de la vanguardia que la precedió o no. Respondo: "Sí y no". Respuesta dual, indefinida como su rostro expresivo. Sí porque en ella podemos rastrear un halo de inconformismo, una intensión más que manifiesta de construir su propio discurso. Y no, porque pareciera eludir todo intento de pronunciación política, de elevar su voz a un tono más cuestionador que autocompasivo.
Imagino que en esta sucesión de palabras que avanzan a su fin, sobra quién diga: "Bueno es que las mujeres poetas no han jugado un papel importante en la vanguardia para que sólo dos sean nombradas en este recorrido"". Voy y le respondo inmediatamente in situ: "Injusto, ¿no?>. Por ello lo he dejado como un fragmento aparte, como una puerta abierta a la discusión. Si bien es cierto que las mujeres poetas no han faltado a la cita grupal cuestionadora y política, más cierto aún es el que no han sido sus figuras más decisivas en cuanto a lo político, salvo Miyó Vestrini y Lydda Franco Farías, quienes se jugaron el todo por el todo en sus poéticas y en sus vidas y sus obras sobresalen por sobre la de algunos de sus compañeros de generación. Por valientes y certeras, más que por cualquier postura feminista.
Llegado aquí, al final de estas líneas, entiendo de que de entre el silencio atento o bien, crítico, como anhelamos, otro alguien o el mismo me diga: "la vanguardias pasan", y yo le responderé afablemente, sin ánimo de polémica: "Pero, su aliento queda". Nos estamos leyendo. Punto.
César Seco
*Otros comentarios (Varios autores)
Ingrid Chicote: Es muy valiente el trabajo que nos compartes. Este que acabo de leer. Muchos pensamos lo mismo pero no nos atrevemos a decir lo que pensamos. Sin duda alguna la vanguardia nunca a fallecido. Las dinámicas políticas, como bien lo dices han ido mutando y ahora nos encontramos con la incertidumbre que es un más allá de la teoría científica.. Estamos en una reorganización.. Quizás somos víctimas de la entropía y de los espejismos. ¿Cómo se asume una posición política? Siendo leal a la dialéctica... Cada quien elige el mejor lado de estar. No soy zurda pero como quisiera para ser completamente de izquierda. ¿Cómo estamos dentro del discurso de lo que hacemos? Es algo mas íntimo porque es la búsqueda de la voz dentro de este siglo que, como tu bien has definido, se agrupó para sobrevivir desde la poesía pero también para acomodarse dentro de ella. La poesía entonces no era sólo creación: era lucha, sobrevivencia y sobre todo PRESENCIA.. Una PRESENCIA que hizo invisibles a muchos de los poetas de nuestra generación. Soy de los ochenta... Este texto que nos compartes, que no es nada inocente, es absolutamente sincero. Por eso te doy las gracias... No como una palmadita en la espalda.
Ingrid Chicote: Ah! Y me faltó decirte que te agradezco mucho la cronología porque no leo en orden. El azar me ha llevado a leer mucho pero jamás me dejé atrapar por la universidad... Un día de estos escribo sobre la fábrica de formas, posturas, encuentros, aciertos y desaciertos que las universidades promueven y dejan de lado a los marginales y locos como es mi caso
María Eugenia Bravo Urdaneta: Inteligente, agudo y ameno recuento...Pero también faltó la infaltable MARIA CALCAÑO....la más vanguardista de todas...y de quien últimamente afirmo que en ella el cuerpo fue gesto político....Las otras escritoras, narradoras en su mayoría fueron rescatadas por MARIANA LIBERTAD...LAS POST-GOMECISTAS: GRACIELA RINCON CALCAÑO...también poeta y zuliana; ADA GUEVARA;CARMEN CLEMENTE TRAVIESO...integrantes de la AGRUPACIÓN CULTURAL FEMENINA...habría que revisar: Apunten hermeneutas de la vanguardia....Un cálido abrazo, César. Gracias
Ingrid Chicote: No hay sectores. Hay personas.
José Gregorio Vílchez Morán: César subrayo tu afirmación: "la vanguardia no sólo se levanta desde sus asideros políticos o demandantes...", la cual comparto en toda su extensión; y también estoy de acuerdo con lo expresado recientemente en una entrevista por Luís Moreno Villamediana: "Todos somos herederos de la vanguardias". Gracias por tu interesante e iluminadora reflexión
José Gregorio Vílchez Morán: César subrayo tu afirmación: "la vanguardia no sólo se levanta desde sus asideros políticos o demandantes...", la cual comparto en toda su extensión; y también estoy de acuerdo con lo expresado recientemente en una entrevista por Luís Moreno Villamediana: "Todos somos herederos de la vanguardias". Gracias por tu interesante e iluminadora reflexión
Laurencio Zambrano: Gracias, Cesar, por poner uñas diestras y sabias para que cada quien se rasque donde urtica. Creo que Nietche, dijo alguna vez, que un filósofo de Estado era alguien a quien el Estado ya consideraba incapaz de hurgar en los vericuetos de la verdad. Esto es válido también, para poetas y escritores “de estado”. Entre irreductibles, fusilados, indolentes, domesticados, irredentos, olvidados e insobornables se han movido los destinos intimo-políticos de la poesía. Ludovico no enseñó el poder subversivo y revolucionario de la belleza (belleza y revolución). De manera que, en cualquier remezón estético producido por individualidades o vanguardias (literarias o políticas), existirá siempre un poeta que milita en la revolución y en la poesía. A mí me basta que milite honradamente en poesía, lo político es consecuencia de poner la estética poética, como servicio y derecho humano fundamental, al servicio de la redención humana: LA MÁS ALTA POETICA CONOCIDA.
Nota: CÉSAR SECO:
En Afinidades Electivas Venezuela
leemos sobre César Seco: “Poeta, ensayista y editor, Coro,
1959. Fundador de la Casa de la Poesía "Rafael José Álvarez" y de la
Bienal Internacional de Literatura "Elías David Curiel". Director de
la Revista OIKOS (Premio Nacional del Libro, 2005). Uno de los principales
poetas de la generación que comenzó a publicar durante los años 90. Integró la
redacción de la Revista Poesía y fue colaborador del suplemento literario
Verbigracia, de El Universal. Ha sido galardonado dos veces con el Premio
Municipal de Literatura de la Alcaldía de Miranda del Estado Falcón (1993 y
2000). Con el libro El viaje de los Argonautas y otros poemas obtuvo el Premio
de Poesía Bienal de Literatura «Ramón Palomares» (Trujillo, 2005). Ha publicado
los libros: El laurel y la piedra, 1991; Árbol sorprendido, 1995; Oscuro
ilumina, 1999, Mantis, 2004, El Viaje de los Argonautas y
otros poemas (2006), Lámpara y Silencio (Antología
poética, Monte Ávila Editores, 2007), y Transpoética (Ensayos, 2009)…”
3 comentarios:
Me parece de mucho interés esta entrada. Los apuntes de César Seco y los demás comentarios publicados por otros autores, tienen a mi juicio mucha pertinencia.
Siempre es bueno contar con revisiones sobre la poesía venezolana. Sin duda hay mucha tela de donde cortar.
En este ensayo, el autor nos sorprende con su exposición sobre la poesía venezolana de vanguardia y sus relaciones con la política. Nos pasea por los movimientos, grupos literarios y poetas reconocidos, que influyeron en la poesía contemporánea venezolana, aunque no hace una reflexión sobre lo contemporáneo, que podría entenderse como una extensión en el tiempo o en la memoria de los lectores de poesía de todos los tiempos. Sin embargo, intenta hacer más que una crónica, una verdadera antología del quehacer poético en Venezuela. Por supuesto que al abordar el hecho poético desde la visión estética, toca las diferentes expresiones y autores que se retrataron con la vieja política “puntofijista” y los que mantuvieron una posición subversiva (entendida esta en el buen sentido de la palabra) a través de la palabra que era o fue como bombas que aplastaron las élites de ese entonces. Obviamente que, al hablar de política, en el contexto de la historia, Venezuela en la llamada vanguardia, se divide entre un pasado y sus características específicas, y un presente con sus revelaciones especiales. Un pasado que conllevó a un estilo de vida acomodaticio, culturalmente hablando, en donde una parte de la comunidad de poetas se reveló a instancias de merecer el escarnio, el anonimato, o en todo caso la cárcel, de acuerdo al pensamiento de la época. Y otra parte, sencillamente se adaptó al sistema imperante. Sin duda alguna, este ensayo es un valioso documento informativo de la poesía de vanguardia y su relación con la política del pasado y su actitud ante el momento histórico que nos tocó o nos toca vivir en la actualidad.
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