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sábado, 22 de agosto de 2020

Alberto Hernández: Poemas escritos en un cuaderno chino

 

Nuestra bienvenida llanera a Alberto Hernández, nativo de Calabozo, estado Guárico.

Imagen en el archivo de Paulina García. 



EL LIBRO DEL ESTE

(Escrito en un cuaderno chino)

 

A mis amigos Wilfredo Carrizales

y Jorge Gómez Jiménez

 


la tierra es curva

yo no puedo verte

yo sólo puedo ver de lejos

el azul celeste de tu corazón (Gu Cheng)

 



EL ESTE

Ha crecido con los minutos

De muchos siglos

Sobre las hojas verdes del bambú.

Los ojos invisibles lo han extendido

Y quienes lo habitan recurren a los ríos

Para contar las fronteras.

Un flautista emerge de la montaña

Y sopla música con el viento del Sur.

La tierra se mueve bajo sus pies:

Cantan los árboles

La serenidad de sus sombras.

 


EL RÍO

No nombra las naves

Les recuerda la orilla.


 

LA MIRADA

Me miras y luego saltas al vacío.

Desde la profundidad me sigues mirando.

Crees advertir lo que miras.

Yo no.


 

VIENTO

Un hombre corre tras el viento

Que se refugia en un inmenso árbol.

Entonces el hombre lo atrapa

Enredado entre las ramas.

Ambos se retiran sin aspaviento alguno.

El mundo duerme bajo

Una lluvia tranquila y silenciosa.

 


LA TIERRA QUIETA

Hacia donde se dirigen los ojos

La Tierra permanece quieta:

Curvo es el rumbo que sigue el viajero.

Solo el recuerdo

Reta los latidos de mi viejo corazón.

Viajo hacia el Este

De donde regresa el polvo de la mirada.

 


UN SUEÑO

1

El árbol que aparece en el sueño

crece fuera de mí.

Sus hojas ahogan el silencio en reposo.

Sus raíces se estiran sobre el lecho que ocupo.

Un árbol muere en una pesadilla.

Despierto en el desierto.

 

2

Un sueño amanece sin el árbol.

Las ramas secas flotan en el aire, detenidas.

No hay quien salve sus raíces.

 

3

Sueño y árbol regresan del bosque.

Huyo del desierto.

 


PÁJARO

El pájaro que picotea el fruto

Es también fruto de la rama

Y carga para la cosecha.

El que vuela cerca del suelo

Igual toca las nubes con sus alas:

Así,

El pájaro es tierra y aire,

Semilla del ciruelo que lleva en su interior.

Vuelo que relata el tiempo germinado.

 


EL OJO DEL GATO

La pequeña bestia se enrolla

Entre mis piernas.

Su ojo mágico me mira

Mientras su otro blanco me enceguece.


 

 VIEJO POEMA

Sin dientes

Pasa el viejo poema desgastado.

No sabe de plumajes, de arrogancias

De tutelaje o de vanidades.

El viejo poema derrotado

Es sólo un poema derrotado.

Sin más, pasa y se olvida de su autor.

Vuelve a sus orígenes

A la única palabra que lo borra.

 


 ÁGUILA

Con el pico encuentra el horizonte.

Con los ojos la curva de la eternidad.

 


EL MAR

El mar es un invento de las mareas. Sólo las gaviotas saben de su origen.

Las ballenas caben en el recuerdo de un marino de oficio equivocado.

Las bestias del mar retozan sobre el tiempo perdido.

El mar se agita en el ojo de un pez muerto en la arena.

 


UN LIBRO ANTIGUO

Bajo el polvo, el libro que un anciano abre cada vez que recobra la memoria.

Los siglos se pasean por sus páginas. Alguien habla desde el fondo de un emblema.

En una de sus hojas vive el grito de un guerrero.

En el colofón un ser anónimo nombra el océano.

Y entonces el libro vuelve a su silencio.

Y el anciano al olvido.

 


JARDÍN

El jardinero poda la lluvia

Bajo la fronda de un relámpago.

Las flores no son flores:

Visiones del que pasa

Y riega el horizonte con su sombra.

 


LA MONEDA

¿Qué hace una moneda

Entre los sucios dedos de un peregrino?

Achatada por el tiempo

Circular y solar

La moneda habla desde sus dos caras.

Y así, el peregrino dialoga con la efigie

Que cuesta un pan o un trozo de carne de ángel.

 


LA NOCHE

Se pasea arrogante por la piel del mundo.

Sabe que las sombras cubrirán sus huellas

Que el universo podrá hilvanar

La luz que el día reclama.

La noche deja caer sobre la Tierra

El peso de su antojo.

 


EL DÍA

Sale por el Este

Y desde allí domina

La corteza curva de los sueños.

 


VOCES

Vienen de algún rincón de ciudades anónimas.

Se quedan adheridas en la carcoma de las viejas paredes

Que hablan con las mismas palabras de los muertos.


 

EL CIELO DEL ESTE

Nutre de nubes a los ojos que regresan de tercos horizontes. Obesas, lentas se trasladan hacia el abismo de la Tierra donde habita otro cielo.

Quien viaja por mar las ve caer sobre el lomo de las ballenas. Quien va por tierra las atrapa con las manos y las deposita en el parpadeo de enfermas aves migratorias. Quien vuela sabe que van y vienen sin destino alguno.

El cielo del Este se detiene bajo la sombra de las terribles cordilleras. Allá, donde el mundo deja de ser el mundo.

 


LA CERRADURA

El poeta Hai Zi abre la puerta y tropieza con el día. Sabe que lleva la muerte en sus manos,

que la luz del sol no es trigo ni cobre. Sabe que no es el amanecer el que lo acecha.

El poeta Hai Zi sonríe y cierra la puerta con llave.

Han pasado los siglos. El poeta Hai Zi regresa de la “oscura noche” con la llave

colgada del cuello.

Intenta abrir la puerta. El moho de la cerradura lo impide.

Entonces, sentado en una estera lee la “Canción del suicida”.

Oye cañones a lo lejos. Un árbol seco aparece entre la lluvia.

Vuelan unos pájaros sin plumas.

Hai Zi se queda en el sueño donde ha sido feliz.

 


EL SUICIDA

En la profunda noche me sumerjo en lo denso y oscuro

duermo con aspecto asesino (Luo Yi-He)

 

Dulce es el veneno que circula por mi sangre

Dulce la canción que oigo y corre por mis venas.

La noche se derrumba sobre mis ojos

Nado en una nata de sombras

 

Un sueño pesado acuchilla a quien se acerca y me toca.

 


Tomado de Letralia Año XVIII. Nº 290.  18 de noviembre de 2013 



Muchas gracias por su visita 
Isaías Medina López (Coordinador)

martes, 23 de mayo de 2017

Corrío de Justo Pérez (Próspero Infante) Poesía llanera


Mujer gracitana en el archivo de Beto Mirabal

Del gran poeta Ipireño-Orituqueño Próspero Infante, publico  este poema, de su libro "CARTAS DEL ALTO LLANO”. Espero que su lectura sea del completo agrado de mis amigos virtuales y personales. El poeta es uno de los tantos personajes de esta región que espera su justo y merecido reconocimiento crítico. Beto Mirabal

JUSTO PÉREZ
I
--Cuando muera Justo Pérez,
--decían las viejas del barrio—
han de ocurrir muchas cosas
en este rincón del Llano!
El que viva, lo verá…
Tiene Justo un hombro manco,
y según la gente afirma
es pena de un gran pecado--.
Justo Pérez mató a un Cura
de un espantoso lanzazo,
arreglando viejas cuentas,
cuentas de honor lesionado
de las que adquieren los hombres
cuando se les mete el Diablo,
y que no caducan nunca
si amargan pechos de bravos.
¿Qué negro rencor fue aquel
que royó, como un gusano,
a un corazón tan bien puesto
como era el de aquel centauro?...
Quien antes conoció al tercio,
le tuvo por gran sensato:
valiente y caballeresco,
generoso y recatado.
Siempre le vieron en misa,
muy devoto, comulgando,
y más de una vez cargara
el Sepulcro, el Viernes Santo,
marcando rítmicamente
la ceremonia del Paso…
Fue un misterio…Justo Pérez
sufrió de repente un cambio,
desde que el Cura estuviera
en su casa, muy de paso,
y en el pecho de su hija,
--el clavel del vecindario—
le dejara en un mordisco
la roja huella del fauno.
Indignada y gimoteando
la muchacha contó el caso
al viejo que, silencioso
oyó, mirando hacia abajo,
atusándose las cerdas
de los ásperos mostachos;
y silbando un airecillo,
como quien nada ha escuchado,
guardó corazón adentro
la cruel ponzoña del daño.
Cuando la Libertadora
encendió en guerra los ánimos,
el tumultuoso Levita
se sumó a sus partidarios:
y olvidando del Maestro
el sufrimiento hondo y arduo,
la humildad noble y paciente
que es claro sol del rebaño,
montó sobre su corona
de Marte el bruñido casco.
No bien lo supo Don Justo,
engrosó el bando contrario,
con veinticinco jinetes
de esos que paren los Llanos:
que las niñas de sus ojos
juegan por dar un asalto,
y que el humo de la pólvora
gustan, como el del tabaco,
y en manantiales de sangre
tiñen las ásperas manos!
II
Una mañana nublosa,
de las lluvias a la entrada,
salió un piquete del pueblo
tras una bandera blanca:
organizó campamento
como a la media jornada,
en la rota de Altamira
para Valle de la Pascua :
y sobre cuatro terneras
logró su primer hazaña!
Como un jaguar en acecho
observó la zamurada
el caudillo, Pedro Seijas,
cabeza de otra mesnada,
quien husmeando al enemigo
le retozaban las ganas,
como es propio de los hijos
impetuosos de la Pampa…
En un instante, asombroso,
cayó, como una avalancha,
sobre la chusma ganosa
de hartarse de carne asada…
--“¡Ahora es cuando, muchachotes!...
La ocasión la pintan calva!...”—
fue la voz. Y la Llanura
vomitó Furias airadas…
Y entre los gritos se oía
el chasquido de las lanzas
que tras el corte sacaban
rotas las rojas entrañas.
La confusión y el pánico
ayudaron a la carga!...
Sólo los más avisados
se acordaron de sus patas!
Sólo los más avisados
encontraron el camino
por donde, alegres, habían
en la mañana, venido;
y entre ellos, como una bala,
delantero, iba el Presbítero,
casi seguro de hallarse
libre de aquel torbellino…
Mas, alguien, con fiero enojo
corría tras el fugitivo,
lanza en ristre, pecho hinchado
de febril rencor sombrío.
Como presto le alcanzara
estas razones le dijo:
--No te rindas ni me ruegues
perdón por madre o por hijos,
que la cuenta que te cobro
no tiene causa en partidos:
nada más vengo a curarme
el ardor de aquel mordisco
en que dejaste la baba
de tu corazón podrido!—
Y tras la última palabra
le hundió el arma en el ombligo:
y allí la tuvo sujeta,
firme el pulso, el odio vivo,
hasta que vidrió los ojos
el desdichado Ministro!
Cuando llegó Pedro Seijas
triunfante, al trágico sitio,
gritóle: --Bravo, compae!!...
Así es que es!!... Lo felicito!
Y reafirmó el enconoso:
--No se murió a gusto mío:
no hacen ni cinco minutos
que aquí lo tengo prendido:
por mi voluntad quisiera
tenerlo así, medio siglo,
para que tomen ejemplo
los que se metan conmigo!...
III
--Cuando muera Justo Pérez,
--decían las viejas del barrio—
habrá que hacerse una cruz
de palmas en cada brazo!...
Una mañana cualquiera
llegó el momento esperado:
no lo anunció la pavita
con su fatídico canto,
ni silbó el Ánima Sola
en el higuerón del patio.
Justo Pérez se moría
como pocos: reposado:
un solo remordimiento
no le atenaceaba el ánimo:
ordenó que le llamasen
al Juez y su Secretario:
y después que sus negocios
terrenos hubo arreglado,
suplicó que le trajeran
un Jesús Crucificado:
tan luego como le tuvo,
elevólo, murmurando:
--siempre seguí tus preceptos
con las normas del cristiano;
cobré lo que me debían;
lo que te debo, te pago:
así, Señor de Justicia,
recíbeme entre tus brazos…--
Bajó tembloroso el Cristo
y se lo llevó a los labios:
un beso, que fue un sollozo,
enterneció todo el cuarto,
y entre un rosario de lágrimas,
se fue quedando!... quedando!...
cuando murió Justo Pérez,
corrió esta voz por el barrio:
--Bajó el mismo Jesucristo 
de su Mansión, a buscarlo!...