Mujer gracitana en el archivo de Beto Mirabal
Del gran poeta Ipireño-Orituqueño Próspero
Infante, publico este poema, de su libro
"CARTAS DEL ALTO LLANO”. Espero que su lectura sea del completo agrado de
mis amigos virtuales y personales. El poeta es uno de los tantos personajes de
esta región que espera su justo y merecido reconocimiento crítico. Beto Mirabal
JUSTO
PÉREZ
I
--Cuando
muera Justo Pérez,
--decían
las viejas del barrio—
han
de ocurrir muchas cosas
en
este rincón del Llano!
El
que viva, lo verá…
Tiene
Justo un hombro manco,
y
según la gente afirma
es
pena de un gran pecado--.
Justo
Pérez mató a un Cura
de
un espantoso lanzazo,
arreglando
viejas cuentas,
cuentas
de honor lesionado
de
las que adquieren los hombres
cuando
se les mete el Diablo,
y
que no caducan nunca
si
amargan pechos de bravos.
¿Qué
negro rencor fue aquel
que
royó, como un gusano,
a
un corazón tan bien puesto
como
era el de aquel centauro?...
Quien
antes conoció al tercio,
le
tuvo por gran sensato:
valiente
y caballeresco,
generoso
y recatado.
Siempre
le vieron en misa,
muy
devoto, comulgando,
y
más de una vez cargara
el
Sepulcro, el Viernes Santo,
marcando
rítmicamente
la
ceremonia del Paso…
Fue
un misterio…Justo Pérez
sufrió
de repente un cambio,
desde
que el Cura estuviera
en
su casa, muy de paso,
y
en el pecho de su hija,
--el
clavel del vecindario—
le
dejara en un mordisco
la
roja huella del fauno.
Indignada
y gimoteando
la
muchacha contó el caso
al
viejo que, silencioso
oyó,
mirando hacia abajo,
atusándose
las cerdas
de
los ásperos mostachos;
y
silbando un airecillo,
como
quien nada ha escuchado,
guardó
corazón adentro
la
cruel ponzoña del daño.
Cuando
la Libertadora
encendió
en guerra los ánimos,
el
tumultuoso Levita
se
sumó a sus partidarios:
y
olvidando del Maestro
el
sufrimiento hondo y arduo,
la
humildad noble y paciente
que
es claro sol del rebaño,
montó
sobre su corona
de
Marte el bruñido casco.
No
bien lo supo Don Justo,
engrosó
el bando contrario,
con
veinticinco jinetes
de
esos que paren los Llanos:
que
las niñas de sus ojos
juegan
por dar un asalto,
y
que el humo de la pólvora
gustan,
como el del tabaco,
y
en manantiales de sangre
tiñen
las ásperas manos!
II
Una
mañana nublosa,
de
las lluvias a la entrada,
salió
un piquete del pueblo
tras
una bandera blanca:
organizó
campamento
como
a la media jornada,
en
la rota de Altamira
para
Valle de la Pascua :
y
sobre cuatro terneras
logró
su primer hazaña!
Como
un jaguar en acecho
observó
la zamurada
el
caudillo, Pedro Seijas,
cabeza
de otra mesnada,
quien
husmeando al enemigo
le
retozaban las ganas,
como
es propio de los hijos
impetuosos
de la Pampa…
En
un instante, asombroso,
cayó,
como una avalancha,
sobre
la chusma ganosa
de
hartarse de carne asada…
--“¡Ahora
es cuando, muchachotes!...
La
ocasión la pintan calva!...”—
fue
la voz. Y la Llanura
vomitó
Furias airadas…
Y
entre los gritos se oía
el
chasquido de las lanzas
que
tras el corte sacaban
rotas
las rojas entrañas.
La
confusión y el pánico
ayudaron
a la carga!...
Sólo
los más avisados
se
acordaron de sus patas!
Sólo
los más avisados
encontraron
el camino
por
donde, alegres, habían
en
la mañana, venido;
y
entre ellos, como una bala,
delantero,
iba el Presbítero,
casi
seguro de hallarse
libre
de aquel torbellino…
Mas,
alguien, con fiero enojo
corría
tras el fugitivo,
lanza
en ristre, pecho hinchado
de
febril rencor sombrío.
Como
presto le alcanzara
estas
razones le dijo:
--No
te rindas ni me ruegues
perdón
por madre o por hijos,
que
la cuenta que te cobro
no
tiene causa en partidos:
nada
más vengo a curarme
el
ardor de aquel mordisco
en
que dejaste la baba
de
tu corazón podrido!—
Y
tras la última palabra
le
hundió el arma en el ombligo:
y
allí la tuvo sujeta,
firme
el pulso, el odio vivo,
hasta
que vidrió los ojos
el
desdichado Ministro!
Cuando
llegó Pedro Seijas
triunfante,
al trágico sitio,
gritóle:
--Bravo, compae!!...
Así
es que es!!... Lo felicito!
Y
reafirmó el enconoso:
--No
se murió a gusto mío:
no
hacen ni cinco minutos
que
aquí lo tengo prendido:
por
mi voluntad quisiera
tenerlo
así, medio siglo,
para
que tomen ejemplo
los
que se metan conmigo!...
III
--Cuando
muera Justo Pérez,
--decían
las viejas del barrio—
habrá
que hacerse una cruz
de
palmas en cada brazo!...
Una
mañana cualquiera
llegó
el momento esperado:
no
lo anunció la pavita
con
su fatídico canto,
ni
silbó el Ánima Sola
en
el higuerón del patio.
Justo
Pérez se moría
como
pocos: reposado:
un
solo remordimiento
no
le atenaceaba el ánimo:
ordenó
que le llamasen
al
Juez y su Secretario:
y
después que sus negocios
terrenos
hubo arreglado,
suplicó
que le trajeran
un
Jesús Crucificado:
tan
luego como le tuvo,
elevólo,
murmurando:
--siempre
seguí tus preceptos
con
las normas del cristiano;
cobré
lo que me debían;
lo
que te debo, te pago:
así,
Señor de Justicia,
recíbeme
entre tus brazos…--
Bajó
tembloroso el Cristo
y
se lo llevó a los labios:
un
beso, que fue un sollozo,
enterneció
todo el cuarto,
y
entre un rosario de lágrimas,
se
fue quedando!... quedando!...
cuando
murió Justo Pérez,
corrió
esta voz por el barrio:
--Bajó
el mismo Jesucristo
de
su Mansión, a buscarlo!...
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