lunes, 19 de noviembre de 2018

Cuentos Venezolanos de Navidad (17) El Morrocoy y El Ratón (Carlos Reyes)

Niño llanero comiendo uva de playa. 
Imagen en el archivo de Elkin Cardozo.



El MORROCOY Y EL RATÓN
El morrocoy y el ratón eran amigos desde los tiempos del internado sancarleño. Al morrocoy también lo llamaban "el morroco", o el "care' tragedia", o simplemente, "tragedia", porque siempre andaba con la cara seria.
En cambio. el ratón era un roedor de cola larga. ¡Rabo!, querrás decir. "Ratón de muelle", así lo apodaban. No se incomodaba cuando amigos y conocidos le gritaban, desde la acera opuesta: "¡Hola, ratón de muelle!" Y mire que era gracioso escuchar aquello: "¡Allá va el ratón de muelle!", ¡mira, va con el morroco, el care' tragedia!, ¿a dónde irán?
Estábamos en navidad, la gente estaba alegre y el ambiente también. El morrocoy y el ratón caminaban por las calles animadas del pueblo. No sé cómo, pero hicieron amistad con un muchacho de estos de una asociación de exploradores, parecido a los de "siempre listos", o boys scouts. El muchacho andaba uniformado, un verdadero rover scout. El muchacho era delgado, estatura regular, piel morena y buen conversador.
El explorador se integró al grupo y el trío siguió caminando por las calles del pueblo. El muchacho uniformado llevaba un lorito en su hombro izquierdo. Por donde pasaban los miraban con curiosidad. El ratón correteaba alrededor de los amigos; el morrocoy caminando, lento y aparatoso. El ratón y el explorador tenían varias veces que detener la marcha para esperarlo.
Aquello era todo un espectáculo ver al morrocoy, carapacho oscilante, cabeza de culebrón, paticas de tequeteque y con un cuerpo de tablitas sobre tablitas, sobre tablitas tablón, que se movía como una oruga militar.
En verdad que era un grupo muy heterogéneo; el ratón, color gris, diminuto, nariz con pelos parados, orejas alargadas y levantadas: humeante el hociquito, ojos negros, vivaces, atentos; cabe-cita que se mueve nerviosamente; roedor escurridizo.
Por su parte, el muchacho explorador: postura erguida, parada militar, ¡porque realmente se sentía un cadete!, hablando sin parar, cuadrándose militarmente para saludar a un oficial del ejército, porque esto y que lo impone el reglamento de no sé qué disciplina castrense.
En cambio, el morrocoy, con el cuello arrugado que parece una toalla mal puesta; patas cortas que casi arrastra; cara de vieja, que parece sudar.
Pero, al fin y al cabo, caminando por la ciudad, ganada por la alegría navideña, ¡y las hallacas!, y el pan de jamón, el dulce de lechosa, las nueces, las avellanas, el turrón, el panetón, los licores. ¡Y qué me dices de las gaitas!, ¡y los aguinaldos!, ¡y las parrandas' que ya no escuchamos, porque se fueron; y los villancicos, que no se escuchar»; y los pesebres, que son escasos ahora; y los arbolitos de navidad cuyas luces intermitentes dejan ver, en la noche, sus mágicos calores; y las casitas de cartón con sus farolitos amarillos, cerca de las cascadas de papel aluminio, y en el centro del nacimiento, el Niño Jesús, San José y la Virgen María; la mula y el buey, rodeados por cerritos verdecitos y lomas marrón, mientras la luna asoma su plateado brillo en el cielo insondable.
Entonces, si estamos en navidad ¿por qué no decir con alegría? "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad", mientras vemos la hilera de luceros que señalan el camino por donde arribarán los Reyes Magos, guiados también, por la estrella mayor.
Nuestros amigos, ahora, se encuentran en una casa; allí, les brindan chicha andina, dulce de lechosa y les ponen una suculenta hallaca navideña. En la reunión familiar que hubo, conocieron a un joven que vivía en Caracas. Era delgado, pero delgadísimo, de baja estatura y buen conversador. Pero, sobre todo, muy chistoso.
Con la familia hablaron bastante, degustando la chicha, el dulce, y... sobre todo... ¡la hallaca! Bueno, de más está decir que el muchacho de la capital también se integró al grupo, así que ya eran cuatro los aventureros en la noche navideña.
El joven de la capital contó el chiste más gafo de cuantos habían oído. Refiérese así: "¡Pobrecito!, le habló un hombre al gusanito; después le preguntó: ¿Tiene frío?, y éste contesto: ¡Sí, mucho frío! Y el hombre, que tenía el gusanito entre sus dedos, le dijo, con suma ternura: ¡Muérase, pues! y lo entripó".
Chiste malo y cruel, pero los presentes se reían a mandíbula batiente; era navidad, había que festejar de alguna manera, ¡reírse!, ¡alegrarse!; y qué se puede esperar de muchachos traviesos...
Se morían de la risa con los chistes balurdos, pero siguieron, a minando, conversando, deteniéndose en las esquinas iluminabas, mientras el viento helado de la noche les enfriaba las narices.  ¡La noche de las narices frías!
¡Y dieron las doce!; hora de tomar el aguacola, el ponchecrema, el miche, hora de beber la cerveza helada; campanear el whisky, el vino, el ron y el brandy, ¿y por qué no? El cocuy y la caña clara. Hora de alegrarse de veras porque ya es navidad; ¡ha nacido el niño de Belén!
El grupo se dispersó, cada uno se fue a su respectiva casa, a la mesa familiar; ¡fíjate en el pavo relleno!, y qué me dices del jamón de pierna, y el pernil y el estofado: ¡feliz navidad!
Días después de la navidad, en el mundo cristiano se celebra la llegada del nuevo año; entonces, comemos las uvas del tiempo, un racimo de doce uvas sostenemos en la mano que vamos masticando, lentamente...Y el joven de la capital y la cena servida, que en la festividad de año nuevo congrega a la familia en la intimidad; y la ensalada de gallina y el pan de banquete; y el turrón y el panetón.
Y mamá ratona, y papá ratón, y los ratoncitos; un pedazote de queso, porque si hay ratón hay queso; "amigo, el ratón del queso"; y si hay queso, merodea un ratón. Y, ¿qué es lo que queda después del año nuevo: ¡el ratón!
Y mamá morrocoya, y papá morrocoy; y los hijos, los morrocoyitos. La mesa está servida, hay cambures y mangos. Si hay cambures uno puede encontrar una cabeza de culebrón.
Y el muchacho explorador, y mamá exploradora, y papá explorador; y los hijitos, futuros exploradores; y la mesa está servida: el pernil, la hallaca, los callos a la madrileña, la paella a la valenciana y el antipasto.
Se encienden las estrellitas, explotan los triquitraques, rampán los buscapiés, atronan los tumba-ranchos, aturden los matasuegras, los recamarones revientan los tímpanos y los cohetes iluminan el cielo, ¡jiji!, ¡así celebramos la entrada del año en Venezuela.
La música hilvana un ambiente de baile; la radio, los reproductores, la televisión alegran la noche del año nuevo. ¡A mover el esqueleto!, ¡todo el mundo a bailar, caballero! Y dan las doce campanadas, y desde La Planicie, dan los cañonazos; ¡dije cañonazos!, por si acaso no pronuncie esta palabra cuando esté borracho, por favor.
Todos nos abrazamos fraternalmente, sentimos —como lo dijo el poeta Andrés Eloy Blanco— que somos hormigas de la misma cueva. Hay alegría, gracias Padre, gracias Dios mío, ¡hoy comienza un nuevo año! ¡Feliz Año!
Hemos tomado, bailado, comido, pero la madrugada nos vence, cerramos los ojos. Duerme el muchacho explorador, lo mismo hace el joven de la capital; duerme el morrocoy, también lo hace el ratón. Todos duermen, menos yo, que escribo este relato. Y es que la noche es de amor. El amanecer traerá burbujas de colores, que nos han sostenido en el más dulce de los sueños.
Amanece, el sol levanta sus rayos luminosos y las horas avanzan con el matiz del tiempo. Las calles lucen desiertas, puertas ventanas están cerradas, se diría que ya no hay vida; pero sí la hay también, cansancio, sueño, dejadez.
Cuatro días después de la gran fiesta, el joven de la capital y el muchacho explorador se encuentran con el morrocoy y el ratón de muelle en la Plaza Bolívar, aquéllos deben partir, reportarse a sus sitios de trabajo. Se despiden de sus amigos, el culebrón y el roedor, volverán a verse en la próxima navidad.
La amistad, el tiempo, la alegría, la noche, en verdad, ¿qué son? Solo el morrocoy y el ratón permanecen pegados a la tierra.

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