Niño llanero con yuca gigante (archivo de Luis Eduardo Galeano)
“Buenas noches, voy a contarles tres cuentos
embusteritos, caracoliaos uno tras otro, de esos que son puros del Llano
adentro y que me pasaron a mí, ajá ¿cómo les parece?”
JORGE NOCHE
Lo primero que me preocupa es que ustedes no
conozcan a Jorge Noche, de aquí mismo, de El Baúl. Me preocupa porque hay gente
que le tiene miedo a Jorge Noche, pero está equivocaos. Yo sí me sé el cuento
completo. La cosa es esta: estaba un
pobre hombre que lo iba arrastrando el
río Cojedes, porque se había puesto a sacá su carro de aquel caudal de agua tan
grande, yo veo aquel problemón y me meto
a ayudarlo, pues, …porque el llanero es del tamaño del compromiso que se le
presenta… cuando otros hombres y yo, que éramos como diez, estábamos vencidos con tanto esfuerzo, se
apareció de la nada Jorge Noche y nos dice:
-Bueno, chico, dejen quieto a ese hombre que está sacando ese carro de
ahí. Luego nos dice que le demos una
botella de aguardiente y una caja de chimó pa´ él saca el carro. Yo le digo:
-Bueno chico, yo tengo aquí una caja ´e
chimo, métase una pella. Llegó y se
metió de un solo golpe la caja de chimó, agarró la botella de aguardiente, se
la echó un palo: Ahhhhhh; dijo. Apartó a la otra gente que estaba tratando de
sacar al señor y al carro, le puso el mecate al carro y lo fue jalando poco a poco, pero con fuerza,
hasta que sacó al hombre con to´ y carro, después hasta sacudió el mecate ¡Qué
vaina tan impresionante! Bueno y desde ese día a Jorge Noche todo el mundo lo
quiso allá en El Baúl, por esa hazaña tan maravillosa, sacá a ese hombre con
to´ y carro de ese río tan crecido, y entonces empezaron: Jorge Noche, sálveme
este bongo que me lo está llevando el río; Jorge Noche, sáqueme estos mautes
del agua, que no los podemos dominá; y
Jorge Noche pa´ aquí y Jorge Noche pa´ acá. La vaina grande no fue esa, lo
cumbre fue cuando se murió Jorge Noche;
se fue la luz en el pueblo y hubo un tronío tan grande como cuando Dios
lanzó pa´ la tierra de El Baúl, nada más y nada menos que al Diablo. Cantaron,
esa vez, todos los pájaros de la llanura, cantó todo y todos nos llenamos de
miedo, y lo enterraron allí en el cementerio, pero yo para allá no voy.
EL CAIMÁN
Fíjense bien,
mientras unos iban pa´ el entierro de Jorge Noche yo llego a la casa y
me dice la mujer: -Mijo, los muchachitos
están enfermos; llenos de fiebre; mijo,
¿qué va a hacé usted, los va dejá morí aquí, y a mengua? Mijo, vamos,
haga algo. Ahí salgo yo…porque el llanero es del tamaño del compromiso
que se le presenta… ¿verdad?, ustedes son valientes también ¿verdad?, yo
también soy valiente, pero eso sí, yo no soy embustero, entonces llego yo y
agarro mi linterna y carajo voy caminando aguantaito, porque el río de El Baúl
estaba muy feo, de un solo mar de agua, por cierto que ese río lo brazeaba yo
de aquí pa´ allá y venía con caribe y tó, los caribes mismos me ayudaban a salí
y depués se venían conmigo, la gente tenía que apartarse cuando venía yo
caminando con ese poco ´e caribe por la calle. Bueno, pero regresando al
cuento, agarro yo la linterna y le voy dando cuchariao, eso es así: con el brazo en alto de arriba a
bajo, y de derecha a izquierda no fuera a salí un muerto ¡Ni quiera Dios!,
entonces saqué del morral una lamparita y la prendo, y de esta manera con el
brazo derecho cuchareaba con la linterna y con el izquierdo sostenía la
lamparita prendía, cuando veo que en el agua habia millares de ojitos
centelleando como los cocuyos, pero en el agua, mil quinientos caimanes. “Cónchale
vale”. Y digo yo ¡Virgen Santísima!, y
me persigno, ¡caramba!, entonces llego yo y me digo…porque el llanero es del
tamaño del compromiso que se le presenta… ajá porque ustedes también son
llaneros ¿verdad?, ustedes tienen miedo;
no, ¿verdad?, ah bueno, y eran las doce ´e la
noche, casi pa´ la una, carajo, ah hora
peligrosa esa, la una, a esa hora a uno le puede pasá cualquier vaina. “Virgen Santísima, ¿qué se será lo que me
espera después de la una?”. Mire, porque a esa hora a uno le puede pasá una
tragedia y digo yo: “¿cómo me le meto a esos caimanes?”, porque estaban así:
pegaitos unos con otros, esperando, mil quinientos caimanes con el piquito
parao pa´ arriba, y me voy yo balseaíto
y cuando puede empecé a caminar arriba de los caimanes de piquito en piquito,
pero caminando con cuidao, porque temía
que un caimán de esos, que yo ya había pisao, reaccionara y me mordiera una nalga, ajá y de repente, en
una de esas piruetas, trastabillo como un piazo ´e loco y zuaz: me voy a una vaina así como el infierno; era
que me había caído en la boca de un caimán de cincuenta metros, que se los conté yo al ir cayendo hasta la
barriga de ese bicho. Al recuperarme del golpe y de la impresión, toco una
vaina suavecita y el bicho me remontó pa´ arriba otra vez “¡Ay, Virgen
Santísima¡ ahora si es verdad que me
quedé aquí, mis muchachitos se van a
morir”. Bueno y empiezo en aquella oscuridad
a tantear, así de a poco, toco por aquí y había una vaina suavecita,
toco por allá y se abrió una puerta, en
esa oscuridad me meto, porque si había
una puerta debe haber una salida, toco aquí arriba y se prendió un bombillo,
ahí veo clarito que en esa otra sala,
que también estaba en la barriga
del caimán, había un chinchorro, bueno,
yo lo toqué, no vaya a ser que la vaina
fuese una vaina falsa, porque un caimán,
como tiene muchas mañas puede hacer muchas trampas, entonces, me acosté en el
chinchorro y me dije “ah, pero uno se puede mecé aquí” y me mecí “tran tan, tran
tan” y me pegaba un airecito un airecito fresco. Bueno chico, en medio de eso
me acordé de mis muchachos, me bajé del chinchorro y busco las maneras de salir, cuando empiezo
a caminar veo que hay un resplandor hacia
una pared y digo: “¿qué vaina es esta?”;
era una cocina con un caldero gigantesco llevando candela y quemando
aceite, pero aceite del bueno, haciendo
“plof, plof, plof” y digo “¡Ah no, vale!, ¿dónde estoy yo, Virgen
Santísima? Estoy en el fin del mundo”. En eso siento el estruendo de algo que
viene “fuiii, fuiii, fuiii” dando vueltas
con brisa y todo y pasa por un lao;
era un bagre de diez kilos sazonadito y demás, hasta olía a
pimienta y cayó derechito en el caldero
“suáz, suáz”; “Ay” dije yo. Empiezo a
dale vueltas, lo acomodé como pude y me lo
empecé a comer, sabroso el pescao, claro y el que diga que no es sabroso
está traicionando la patria: ese no es llanero. Bueno y
después que comí bastante me recosté, pá
pensaá bien qué es lo que voy hacer y así pasé siete días comiendo pescao,
durmiendo y pensando qué era lo que iba hacer, yo sabía los días que pasaban
porque subía por una escalerita bien
arriba del chinchorro y veía por un ojito que está en el techo cuando caía la
noche y cuando salía el sol. Bueno chico, después de eso, que era ya demasiado
la cosa, me entró una ansiedad. El caimán como que adivinó el martirio en que me tenía, porque
los caimanes también sienten; ellos igual tienen hijos, así como uno y yo creo que hasta comen chimó, porque yo comía chimó en la barriga del
caimán y sentía que ese bicho estaba muerto ´e risa, claro se estaba
alimentando. Bueno chico, de pronto siento una vaina estreciéndose. Yo creo que
tanto chimó le pegó al caimán un dolor de estómago, al ratico ese animal
comienza a moverse y de pronto el caimán me lanza, pero me
lanza duro que iba yo dando vueltas, así como revolutiao, pues, dando
vueltas y veo que caigo en medio de la llanura
EL DIABLO
“Virgen Santísima y ¿dónde carajo estoy ahora?
Lo que falta es que venga un animal y me coma también, pero de pedacito a
pedacito”. Cuando estoy pensando eso, veo que viene un carrizo grande, de
veinte metros pa´ arriba vestiito ´e blanco en el medio de la llanura,
¡cónchale!, yo había conocido gente que
median como dos metros y medio, pero ya de veinte metros la cosa estaba
bastante sospechosa, eso sí, yo no le
tenía miedo, porque yo no le tengo miedo a nadie y entonces me le fui acercando
y diciéndole: -Padre, padre, padre; pero
el carajo no volteaba: -Padre, soy tu hijo. Mira chico, por fin que me le acerqué a ese hombre vestío ´e blanco
y le toco el deito que le salía de la
alpargata, en eso hace una brisa grande: “bururúm”, que me
estremece. Al recobrar el sentido veo que al lado está un pollito, ahí me dije “Ah, este pollito debe saber
dónde queda la salida” y entonces me
quito el sombrero, se lo lanzo al pollito y lo tapo, pero me doy cuenta que el pollito tapao se
transforma en una culebra de dos kilómetros;
sí, una mapanare de dos
kilómetros y entonces me le barajusté de un lado para el otro, así como el
Gabán Mañoso, pero yo no le tenía miedo… porque el llanero es del tamaño del
compromiso que se le presenta… y
cuando la culebra se abalanza para la
derecha muevo las patas y caigo en la
cabeza y yo le decía; Mire, pollito;
está dominao, está gobernao, usted me saca de esta vaina, porque usted no
va a podé conmigo. De repente, la
culebra como que no le gustó y empieza a moverse como un caballo
corcóvelo: saltando y saltando conmigo
encima y me empujó alto, alto, muy alto
que llegué a las nubes, ¡mire!, cuando
llego a las nubes lo que me quedó fue agarrá el sombrero de paracaídas y me
vengo poquito a poco, con mi sombrero y le volví a caer encima a la culebra,
agarré con la misma el Cristo que cargo amarrao en este collar, juáz, le puse el Cristo en la pata ´e la nuca, ahí cayó el bicho tranquilito y me decía:
-Ahhhhhhhh, ahhhhhhhh. Entonces con ese ahhhhhhhh también se acercó el caimán y
empieza con la culebra a darse golpes con el cuerpo “pan, pan, pan”, allí salió
un vahío y me quedé dormío. Cuando
desperté no estaba ni el caimán ni la culebra
y todavía los estoy buscando pa´ que me mantengan y mire que no los
estoy embusteriando. Les voy a decí una cosa:
con esta misma ñema que nos dejó Jorge Noche comimos durante veinticinco
años, y si ustedes les tienen miedo al Diablo aquí les voy a dejar esta cajita
de chimó, eso sí, cada pella es con sietes días de por medio, pero siempre a la misma hora y el mismo
minuto y agarran una velita y sus
macundales y se van como estoy me yendo
yo, así pa´ la llanura, por yo me voy a ver dónde está ese señor pa´
que me explique cómo fue que él se puso así: grande – grande, porque yo también quiero ser grande, ajá
LA BOLA
DE FUEGO. EL RETO
Ajá, se estaban yendo ¿verdad? No
señor, falta la ñapa. Bueno, estaba yo conversando esta misma historia con Juan
Navarro, que ese es un viejo muy grande, el compositor de “Tardes cojedeñas”
¡Casi nada! Cuando nos interrumpe un señor, y nos dice: -Pero, ¿qué cosa, no?
Caramba, yo le respondo: -No, maestro, oiga bien esta:
Venía Juanito Navarro de sacá una buena pila de pescaos de por los lados
de Río Verde y Tiznados, para no seguir pescando en el río de El Baúl, que lo
tenía azotao y allá los pescadores por poquito no se arruinan. En eso, debe ser
por la gran carga de peces que había sacado y por lo viejo de la camioneta que
tenía, siente que el motor empieza a desmayarse y las luces daban puros
parpadeos. Un caucho que venía fallo de aire como que también estaba mortadela.
No voy a llegar, se dijo. ¡Qué vaina! Bueno, se para a la orilla de la
carretera, abre el capote de la camioneta y con la linternita, que también
estaba fallando, vio que la batería echaba un humito bien hediondo. Muerta ´e
metra. ¿Cómo haré para llegar? Nada que daba por la llave y no se atrevía a
empujarla. En eso repara que al lado de la cava de los pescaos estaba una
cavita que alumbraba sola. ¡Madre!. Se
decide y abre la cavita. Ajá, coja pues. Era un bendito temblador como de dos
cuartas y un jeme, bien tapao con hielo. Agarra la cavita y se la vacía a la
batería de la camioneta, como para que se enfriara, a ver que otra cosa más
podía inventar. Entonces ve que el
condenao temblador comenzó a moverse, primero como recuperando la vida, después
con ganas bastantes, peló los ojos el animalito y Juan Navarro se echó pa´ tras
haciéndose cruces, aquello parecían dos tizones, después abrió la boca que era
más bien como un soplete, cuando el bicho empieza a mover la cola con un
ventilador, detalla enseguida que los borbollones de ácido que la batería botaba se aplacaron, sequita quedó. Las luces
se apagaron, pero, de golpe comenzaron a funcionar fino. Derechitas y grandes,
bien buena la cosa. Ahí mismo bajó la capota de la camioneta y dejó atrapado al
temblador adentro. Con la Virgen adelante, se monta en la camioneta y apenas le
metió la llave: Brum, encendió fina
también. No juegue. Voy a darle aunque sea con el caucho fallo. No ¡Qué va!
toditos los cauchos estaban calidad. Se viene el hombre y aquel carro con esa
fuerza. Cambiaba y suavecito la caja. Bueno en unas tres horas debo estar
llegando a la casa. No, qué va, en menos
de media hora ya estaba llegando al puesto de la Guardia. El Sargento le dice:
-Maestro, menos mal que llegó a salvo, porque por esta misma carretera por
donde usted viene, hace un ratico, se veía un resplandor bien grande, como
cuando sale La Bola ´e Fuego, mejor es
que se quede, que esa bicha no perdona, pero eso es a nadie.
LA BOLA
DE FUEGO. LA PORFÍA
El viejo me dice, usted cree que yo me voy a tragar ese anzuelo, no le voy a decir mucho
porque nombró a Juan Navarro, aquí presente, pero si le voy a referir esto: Yo
no soy de El Amparo, pero sí de muy cerca y me he vuelto un baquiano de esos
terrenos. Eso es porque yo tengo cincuenta años pescando por esa zona, ¿cómo le
parece? No es que son dos días. Cuando era yo era muchacho descubrí un paso,
con pescao que juega garrote, facilito, un anzuelo, un poquito ´e paciencia con
una buena luz y en todos esos años nadie más lo ha descubierto, ¡diga algo,
pues! Cincuenta años. La mula que tengo es la otra que se sabe ese secreto. Una
noche, pues, me voy yo con mi mula, para donde queda mi pozo secreto, a pescar
unas veinte guabinas que acostumbro yo pa´
desayuná. Me pongo a lanzá anzuelo y nada, qué raro, bueno. Al rato,
reparo bien y no se veía nada anormal, eso sí; no había ni un solo grillito
cantando, apenas la luz de la luna pero el cielo se estaba encapotando. Prendó
un cabo ´e vela en una piedra bien
grande y que parece más bien un altar, cerquita amarré la mula pá que no se
espantara, busco mi arpón y me decido a
meterme a lo adentro del pozo, como a cuatro metros de hondo. Saco la primera
guabina y como estaba el agua bien fría le pedía los santos que me dieran bríos
y sigo, cuando calculé que estaba bueno ya, porque es que tampoco
aguantaba aquella frialdá, decido
salirme. De golpe siento que viene una
brisa muy grande desde el pajonal. De las primeras tumbó la vela y en la
oscurana se me espanta la mula. Qué se le va hacer. Cojo ánimos para irme a la
orilla y empiezo a nadar, mientras voy
nadando siento primero una claridad, luego un calorcito sabroso, después una
fuerza como que estaba jalando la ropa. Ave María. Cerré los ojos y cuando los
abro era La Bola de Fuego que estaba
allí como flotando entre la piedra y yo. Mire eso y no le voy a exagerá
es grande de verdad, como un camión, la caparazón es redondita, con llamarones
azules, rojos, amarillos y blancos, yo creo que se la luz al kilómetro de
distancia. Entre guapo y hambriao, me le
voy agazapaito pa´ ve si me podía
llevarme los pescaos y pegá el carrerón. Ahí sí fue, patrón. La Bola de Fuego,
pa´ mí que me leyó la mente. Y me iba pa´
un lao y ella también. Yo buscaba alzarme y ella hacía igualito. Ahí se
me puso que si hacía como los zorros, me quedaba quieto haciéndome el rendido y
después pacán le caía a la sarta de guabinas me las podía llevar y dejá lejos
ese espanto. Así fue. Me hice el muerto, barajusté de golpe y agarro la sarta
´e guabinas y cuando creo que pego el brinco para perderme de to´aquello,
siento que estoy flotando, Nada más y nada menos que dentro de La Bola de
Fuego, ¡diga algo, pues! Adentro pero yo
no sé cómo sin quemarme ni un pelito ni sacale el frío a los pescaos. La bicha
se levanta conmigo adentro y las guabinas como si nada. Me paseó suavecito por toda esa orilla. ¡Bicho!
Ahí es cuando. Me llevó en peso hasta el pozo, como a tres metros de alto. Ahí
tuve como una hora levantao y sin atreverme a nada. Cierro los ojos sin soltá
las guabinas. Empiezo a rezá todo lo que sé y lo que podía inventá. Siento que
me estoy desmayando. Cansao ya, pues, de tanta pesca brega y tanto susto.
Cuando espabilo, La Bola de Fuego se había ido y estaba ya cerquita de la casa.
Llegué reparé bien; todo estaba en su
puesto, hasta la mula estaba allí. Cociné la sarta, desayuné y me vine pa´ a
ver a quien podía echarle esa historia,
que es verdaíta, no vaya a creer que no.
Estos
relatos son del registro de José Daniel Suárez Hermoso. Nace en San Carlos, en 1958. Es uno de los autores más prolíficos
jamás nacidos en Cojedes, con más de 26 libros publicados:
poemarios, obras de teatro, ensayos, antologías poéticas, compilaciones de
teatro escolar, historia literaria venezolana y poesía cojedeña, que han sidopremiados en importantes certámenes literarios. Es Licenciado
en Artes y cursa estudios de Maestría en Literatura Venezolana. La muestra que
presentamos pertenece a sus apuntes de actuación, o cuaderno del actor, y fueron cedidos en préstamo para esta edición el 6 de
enero de 2009.
Textos tomados del libro: 100 CACHOS:
ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA ORAL DE COJEDES (Compilación,
Prólogo-Estudio, selección y notas de
Isaías Medina López; 2013) Publicado por la
UNELLEZ-VIPI, en San Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la
Coordinación de Postgrado y la
Coordinación de Investigación