domingo, 1 de noviembre de 2020

Los santos aparecidos en El Baúl, Cojedes (Argenis Agüero)

 

La fe y la difusión de estas historias es de gran importancia en la espiritualidad de nuestros pueblos, especialmente dentro de la cultura llanera. Imagen en el archivo de Pablo Araque. 



Los “Santos aparecidos” son aquellos que “se le aparecen” a algún poblador, ya sea en una gruta, en un río o una quebrada, cuya imagen se manifiesta grabada en una pequeña piedra, trozo de madera, hueso, o cualquier otro material que permita su visualización. Las imágenes de santos y vírgenes “aparecidas” se construyen, integran y comparten a través de las emociones, los sentidos, y los procesos creativos que el colectivo social les imprime; la iconografía de las mismas proviene del catolicismo, creando un “cosmos de imágenes” que en cierta medida contribuyen a regir y ordenar la vida cotidiana, es decir que el “santo” se articula al diario vivir de la comunidad.

El colectivo devoto de estos “santos” cree que, además de los poderes que tienen las imágenes santas, hay otros poderes y propiedades que las caracterizan, como los son sus atributos humanos y sus atributos divinos. De allí la creencia de que las “imágenes santas”, al igual que los hombres tienen sentimientos, emociones y personalidad, por lo tanto se enojan, se contentan, tienen miedo, son celosos, es decir que son imágenes “humanizadas”.

La concepción religiosa de los devotos de estos “santos” determina la forma en que perciben las relaciones con esos seres sobrenaturales, la cual está dominada por la convicción de que con ellos se puede establecer un diálogo e intercambio de contraprestaciones mutuas que se produce entre el oferente y la divinidad, expresada a través de las promesas y los exvotos*. En esta relación si la imagen cumple, a juicio del devoto, éste se ve obligado a satisfacer su compromiso realizando una ofrenda pecuniaria, una penitencia física o cualquier otra forma de compensación.

El investigador  Antonio Lorenzo Vélez  (Religiosidad popular y superstición;  Biblioteca virtual Miguel de Cervantes) ofrece los siguientes elementos para la comprensión de este fenómeno:

“La mentalidad primitiva cree dominar las fuerzas naturales por la magia. La religión presenta un segundo grado de abstracción, un nuevo nivel mental. Donde la magia pone en juego las fuerzas naturales, la religión lo hace con las divinas. Donde la magia exige, ordena y espera de una forma automática las consecuencias de sus actos, la religión ora, suplica y confía en ser atendida. Si la magia recurre, dentro de su esoterismo, a la fuerza de los fenómenos que la ciencia ha ido aclarando como causas naturales, la religión recurre a las fuerzas divinas, cuyo comportamiento está fuera del alcance del ser humano. Al querer poner de su parte las fuerzas divinas, el hombre recurre a acciones similares a las practicadas por la magia natural, lo que conecta, en ocasiones, el hecho religioso con el ceremonial mágico”.

En el mismo orden de ideas, Vélez, se refiere a un elemento central que caracteriza a la devoción y el culto a los “Santos Aparecidos”: los milagros, lo cual es consustancial con la creencia religiosa, pues el milagro es un acontecimiento que los creyentes aceptan como señales de la acción de los seres sagrados que actúan en favor o en contra de los hombres y la Naturaleza, y estos se producen en respuesta a una solicitud hecha por un devoto en la cual está de por medio de una “promesa”, es decir un compromiso del solicitante  a “pagar” el favor recibido del “santo”.

Ahora bien, la naturaleza de las promesas es variada, cada individuo la formula libremente en relación a lo que considera valioso y satisfactorio en proporción equivalente a su necesidad sentida. Si se hace una tipología de las promesas vemos que existen dos tipos: Las penitenciales y las pecuniarias. En el primer caso, por ejemplo es cuando se ofrece cubrir andando el camino al santuario, o haciendo descalzo y/o de rodillas parte del itinerario; mientras que en el segundo caso pudiera tratarse de la colocación de velas y oraciones, pagar cantadores de velorio, ofrendar exvotos*, es decir cuando el promesante se ve obligado a cubrir el costo que conlleva el “pago de la promesa”. Entonces, mientras la promesa pagada con la penitencia representa el sacrificio del individuo que la ofrece, a cambio de la gracia, el exvoto* es un tipo de promesa material que se entrega en compensación por el bien recibido

*Un exvoto es un objeto ofrecido con carácter público al “santo”, en respuesta a un favor, cuya donación había sido prometida anteriormente y que cumple, además, la función de dar testimonio público de la capacidad de obrar milagros de la imagen. Por lo general se trata de esculturas, pinturas, o réplicas  en oro y plata de órganos corporales, traídos al lugar donde está el “santo” para cumplir el compromiso contraído con la imagen, agradeciendo así el beneficio recibido y permitiendo propiciar nuevos favores.

En el año 2003 realicé una investigación sobre los “santos aparecidos” en el pueblo de El Baúl, Municipio Girardot, estado Cojedes, cuyo trabajo de campo condujo a entrevistar a varios poseedores de estas imágenes, las cuales si bien se veneran al interior de las viviendas, en los altares domésticos, también comparten un espacio social y cosmológico que integra a muchas personas de esta población, quienes participan activamente en la construcción social de estas imágenes, a las cuales les reconocen atributos especiales.

En la investigación se identificó la existencia de cuatro (4) “Santos Aparecidos” en el ámbito local bauleño, logrando entrevistar, inicialmente, a 3 de los poseedores de esas imágenes, y posteriormente, en el 2005, se entrevistó a la persona que en ese momento tenía bajo custodia temporal, para el pago de una promesa (no siendo la dueña), a otra imagen. Las entrevistas permitieron captar la información que se ofrece a continuación.

LA VIRGEN DE LA PIEDRITA:

En el 2003 la imagen estaba en manos de la señora Luisa López, de 76 años, oriunda del caserío “Mata Oscura”; la pieza es una pequeña piedra color negro brillante, cuya propietaria mantenía envuelta en una cubierta de algodón. Esta señora comentó que ella obtuvo la pieza de su madre Marcelina Tovar, quien a su vez la obtuvo porque el primer dueño, de nombre Don Pedro (¿?) se la dejó al morir, y este a su vez la había encontrado en un lugar denominado “Cerrillos”, en la quebrada de “Cerrillos” (actualmente es territorio del Hato Piñero). Comentó además que era una imagen muy milagrosa y tenía muchos devotos.

SAN FRANCISCO APARECIDO:

Se trata de una pequeña piedra de río, color blanco, de unos 3 cm, que representa una figura humana a la que le falta la cabeza, razón por la que su dueña la complementó con una cabeza hecha de oro. El cuerpo de la imagen presenta perfección en sus líneas y trazos, que semejan un manto cubriendo el cuerpo, sin embargo el modelo de ese “ropaje” no se corresponde con el hábito de monje que se le atribuye a la iconografía de San Francisco.

En el 2003 la imagen estaba en manos de la señora Viviana Travieso de Montoya, de 69 años, quien heredó la pieza de la señora Eulogia Cancines, abuela de su esposo Populo Alberto Montoya. La señora Eulogia se la había dejado a su hija Gertrudis Cancines, suegra de la señora Viviana, y al morir Gertrudis le quedó a su hijo Populo. Contó la señora Viviana que la pieza había sido encontrada en una quebrada de la zona denominada “Las Queseras” (Municipio Girardot), muchos años atrás (probablemente a finales del siglo XIX), y afirmó que la figura del “santo” se “pasmó” (dejo de “crecer” y perfeccionar la forma humana) porque lo habían mandado a “bendecir” (con un sacerdote), lo cual incidió negativamente en la formación del área de la cabeza, de allí que doña Eulogia le mandó a elaborar una cabecita de oro y se la colocó a la piedrita. La pieza se mantiene resguardada en un nicho de madera hecho por el señor Juan Linares en 1974, porque el que tenía antes de eso se había quemado

EL SANTO DEL TORO:

Es una pequeña imagen en relieve, grabada en una formación calcárea (cálculo hepático) que fue encontrada en el hígado de un toro sacrificado a orillas del río Portuguesa (Municipio Girardot). En la investigación se identificaron dos versiones acerca de este “santo aparecido”.

PRIMERA VERSIÓN: Esta versión la ofreció la señora Viviana Travieso de Montoya (la dueña de la imagen de “San Francisco Aparecido”), quien contó que la pequeña pieza referida fue hallada por un señor de nombre Juan de la Rosa (¿?), quien fue la persona encargada de matar al toro a orillas del río Portuguesa; afirmó doña Viviana que su información provenía del hecho de que su madre, Dominga Travieso, trabajó en la casa del mencionado señor Juan. La pieza con la imagen del “santo” estaba en el caserío “El Manire”, en casa de Ercilia Pérez y Hermenegildo Ramos; un día del año 1948 doña Dominga (madre de Viviana, quien tenía 13 años en ese momento) fue a buscar el “santo” para realizar el pago de una promesa y encontró que el nicho del “santo” (sin la imagen) estaba en un chiquero de cerdos, sobre una troja donde las gallinas ponían sus huevos, por lo que el nicho estaba lleno de excrementos de pollos, sin embargo ellas (Viviana y su madre) se lo llevaron e hicieron el velorio promesante sin el “santo” y se quedaron con el nicho sin el santo, pero con “los milagros” que le ofrendaban. Tiempo después Jesús Pérez, el hijo de Ramón Antonio Pérez, denunció a Dominga en la Prefectura del pueblo por la posesión del “santo” (que en realidad era solo el nicho) y esta tuvo que entregárselo a Ramón Antonio, que era el esposo de doña Justa Trejo, la heredera del “santo”. Al morir Justa el “santo” lo heredó Ramón Antonio y luego lo heredó su hijo Jesús; pero señala Viviana que el “santo” nunca más apareció y solo estaba el nicho sin el “santo”.

SEGUNDA VERSIÓN: En el 2003 la señora Rosa Hernández, de 52 años, tenía la imagen del “santo”, quien la heredó de su hermano Jesús Pérez, que a su vez la había heredado de su bisabuelo Antonio Mariño. Al ser entrevistada, ella contó que en una ocasión este señor traía un toro arreado desde el sitio de “Urape” hacia El Baúl, y en el “Paso del Portuguesa” el animal se “derrengó” (no pudo caminar más), razón por la que decidieron sacrificarlo ahí mismo y vender su carne, pero el dueño se llevó las vísceras a su casa y al cortar el hígado sintió que había algo duro como una piedrita, la cual sacó y guardó, pero al pasar el tiempo apareció una imagen en la pequeña formación calcárea. A partir de ese momento se le identificó como un “santo aparecido” y surgió la devocionalidad hacia esa imagen que denominaron “el Santo del Toro”, con las consiguientes promesas y milagros.

La señora Rosa comentó que ella poseía la pieza desde que tenía 17 años (aproximadamente desde 1986), porque la había recuperado de una señora que en una ocasión la pidió prestada para pagarle una promesa y no la devolvió, sin embargo ella logró recuperarla. La narración en esta última parte coincide con lo comentado por la señora Viviana en la otra versión.

EL SANTO ROSTRO APARECIDO:

En el caso de esta imagen la entrevista se realizó en el 2005, en ocasión de presenciar un velorio que se efectuó en su honor en la casa de la señora Braulia de Tineda (actualmente tiene 100 años de edad), comadrona y líder religiosa en el caserío “Zanja de Lira”, a orillas del río Portuguesa (unos 50 km al sur este de El Baúl). Pese a la información ofrecida por doña Braulia, optamos por transcribir aquí la información más amplia que ofrece Ysnardo Conigliaro en una publicación On line titulada “Santo Rostro: La piedra bendita que hace milagros en Calabozo”, publicado en https://www.noticiascalabozo.com.ve/?p=40072

“Los orígenes de este culto de religiosidad popular se remontan al año de 1901, aproximadamente, cuando un niño de 7 años, llamado Juan Vilera, un día escogido por Dios, consigue una piedra mientras acompañaba a su madre que lavaba ropa a orillas del río La Portuguesa, en las inmediaciones del Hato Piñero (Cojedes). Jugando en la orilla del río, entre sus pies, se topó con una piedra que atrajo poderosamente su atención, la cogió entre sus manos y se la entrega a su mamá para que se la guardara, porque el niño decía que veía un rostro dibujado en ella; pero la mamá, en un descuido, la tiró al río. Al día siguiente el niño se metió al agua y entre sus pies consiguió de nuevo la piedrita, que conservó con mucho celo hasta la hora de su muerte y que la gente de la comarca conocía como el amuleto de Juan Vilera.

En una oportunidad Juan y su familia tuvieron que mudarse temporalmente del lugar donde vivían en ocasión de huir de una repentina creciente, dejando olvidada, en el ajetreo, la milagrosa piedra; pero al regresar a su casa, la pudo recuperar intacta, en el lugar donde la había dejado.

Con el transcurso del tiempo, el amuleto de Juan Vilera fue creciendo en fama de milagroso, ya que también crecía el número de agradecidos devotos a medida que se incrementaban los favores concedidos por la milagrosa reliquia. Entre los mitos y leyendas atribuidos al santo, está el hecho de que la piedra fue creciendo de tamaño, haciéndose visible la figura del rostro que en un principio solo era divisada por su dueño. Sus numerosos devotos dicen que la piedra comienza a sudar y que cambia de colores, cuando está realizando un milagro. También se cuenta que el santo tiene la costumbre de desaparecer del lugar donde se le está realizando un velorio, si la gente presente se comporta de manera irrespetuosa y no cumplen con la parte religiosa del velorio, que consiste en rezar el Santo Rosario Mariano y formular oraciones, cantos o improvisados versos de agradecimiento por el favor concedido; apareciendo después en su capilla, de manera prodigiosa.

En uno de los tantos relatos que escuche de boca de la señora Guadalupe Lara, su actual dueña y custodia, refirió que el señor Juan Vilera, ya adulto, se encontraba en la plaza de Guardatinajas, que queda frente a la iglesia y se topó con una señora desconocida, quien le pidió que le hiciera el favor de bautizarle a su pequeña niña, para aprovechar el momento en que estaban realizando uno de los ocasionales bautizos colectivos que se hacían en el poblado en épocas especiales; como era el Día de Santa Bárbara, patrona de dicha población o en días de Semana Santa. El sorprendido Juan, le dijo que él no podía, pues no cargaba recurso para darle a la niña el medio del bautizo, que era costumbre en esa región. La mencionada señora siguió insistiendo, diciéndole que eso no importaba, que ella lo que quería era bautizar a su pequeña. Ante la reiterada insistencia, Juan accedió y fueron a bautizar a la niña llamada Ana Paula Lara.

La señora Guadalupe Lara, dijo que cuando Juan Vilera se encontraba próximo a la muerte, le confió la sagrada reliquia a la Señora Catalina Tovar y le confesó que él tenía un gran pecado encima, que consistía en no le pudo dar el medio del bautismo a su ahijada Ana Paula Lara; que él no quería morir con ese pecado encima y que por esa razón, le encomendaba que buscara a esa muchacha, su ahijada, y le entregara la piedra bendita; como pago por el medio del bautismo que él le debía. Sigue contando la señora Guadalupe que la mencionada Catalina Tovar, era oriunda de Los Bancos de San Pedro, cercanos a Calabozo, pero vivía por los lados del hato Piñero, estado Cojedes, para la época cuando murió el señor Juan Vilera.

Siguiendo con el relato, la señora Guadalupe, dijo que cuando murió la señora Catalina Tovar, Alejandra Córdoba Hidalgo, quien se había casado con Santana Tovar, hijo de Catalina Tovar, había tenido en su poder la piedra por espacio de 26 años y que por todas partes, le celebraban velorios al Santo; estando en su poder. Al año de muerta Alejandra Córdoba, su esposo Santana Tovar, comenzó a investigar sobre la ubicación de la ahijada de Juan Vilera, llamada Ana Paula, para hacerle entrega de la sagrada reliquia (Santo Rostro).

Según el relato, Santana Tovar fue a la Casa Parroquial de la iglesia Catedral de Calabozo y consiguió la Fe de Bautismo que certificaba que Ana Paula Lara fue bautizada por Juan Vilera. Con este dato en sus manos, comenzó a indagar la localización de la ahijada de Juan Vilera, hasta que, después de tanto preguntar, logró dar con su casa.

La familia Lara, pasó mucho tiempo sin tener noticias del señor Juan Vilera, a pesar que este había prometido a la madre de Ana Paula que un día le traería a su ahijada “el medio” que no había podido darle el día del bautizo. Un día, ya difunta la madre de Ana Paula, ésta recibió un mensaje de parte de Santana Tovar, diciéndole que tenía “el medio del bautismo” que un día le había prometido su padrino Juan Vilera, refiriéndose por supuesto, a la Piedra milagrosa.

Cuenta la señora Guadalupe, que cuando le hicieron entrega de la venerada piedra a su mamá Ana Paula, ella tenía 10 años de edad (1937). Que antes de recibirla, su mamá pidió que le dieran el tiempo necesario para construirle una pequeña capilla para custodiarlo con el respeto y el fervor que se merece; cosa que hizo hasta su muerte.

A la muerte de la señora Ana Paula, el Santo Rostro pasó a las manos de su hija Guadalupe Lara, quien a su vez le hizo construir la capilla donde lo tiene en la actualidad, gracias a un dinero recibido de parte de un afortunado devoto, que le había pedido a Santo Rostro que lo ayudara a salir de la difícil situación económica que estaba atravesando y que, después había soñado con unos caballos que le hicieron ganar un cuadro con seis caballos en el millonario juego del 5 y 6, donde se ganó una considerable suma de dinero. Después de haber cobrado su dinero vino agradecido a darle su ofrenda al santo, la cual sirvió para costear la construcción de la modesta capilla donde se encuentra.

En la actualidad, Santo Rostro goza de una fama de milagroso y cumplidor con sus innumerables devotos repartidos en los estados cercanos al Guárico: Cojedes, Barinas, Portuguesa y Apure, los cuales acuden fervorosamente a su humilde capilla, situada en la calle 1, entre carreras 13 y 14 del Casco Central de Calabozo para formular sus promesas al Santo, a demostrar su gratitud con ofrendas y oración o, a pedirlo prestado para realizarle algún velorio en casa de la persona que ofreció la promesa, en compensación por algún favor familiar concedido. Allí son atendidos por una humilde anciana de 89 años de edad, quien es su dueña, guardiana y custodia: la señora Guadalupe Lara.

La capilla del Santo Rostro está ubicada en la calle 1 entre las carreras 13 y 14. Consiste en una pequeña capilla donde se le rinde culto a Santo Rostro, el cual consta de una pequeña piedra de unos 10 cms. de diámetro donde puede observarse la imagen de un rostro humano esculpido por prodigios de la naturaleza. La piedra, se asemeja al rostro aparecido en el lienzo cuando la Verónica secó el rostro de nuestro señor Jesucristo, camino al calvario. Descansa sobre una base de madera, ambas pulidas por el constante acariciar de las agradecidas y fervorosas manos que la tocan para persignarse, y se encuentra rodeada de cuadros con imágenes de Vírgenes, del Sagrado Corazón de Jesús y otros Santos que conforman el santoral católico; donde acuden los creyentes con flores, velas y figuritas metálicas de oro, plata, cobre o aluminio para pagarle la(as) promesa(as) ofrecida(as) a él o los milagros concedidos por el Santo. Estas ofrendas sirven para adornar su altar, donde acuden los devotos a ofrendar sus plegarias al Santo Rostro, rezando una y otra vez el Santo Rosario. Este Santo se la pasa viajando en su pequeño nicho de madera para sitios donde sus fervorosos seguidores le ofrecen velorios como pago por haber librado de ratas, mabita o sogata sus sembradíos de arroz, maíz y otros rublos ya porque le hizo aparecer algún animal, objeto o persona extraviada o por haberle hecho el milagro de recobrar su salud”.

Esta imagen es venerada en las comunidades ribereñas del río Portuguesa, razón por la cual Doña Braulia de Tineda la solicita prestada cada dos años y la lleva al caserío “Zanja de Lira”, con la finalidad de que los devotos de dicho caserío y zonas circundantes cumplan con el pago de sus promesas.


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