domingo, 15 de diciembre de 2013

DE MÍ SALÍAN PÁJAROS CUANDO TÚ ME MIRABAS (poemas de Orlando Flores Menessini)

Imagen en el archivo de Sebastián Nava 


"De mí salían pájaros cuando tú me mirabas"
(Foto del álbum Aves de Cojedes de la Fundación Ara Macao)

Nacido en Las Mercedes del Llano, estado Guárico, en 1947, y residente por muchos años en Cojedes y Mérida, Orlando Flores Menessini,  goza de merecido prestigio por sus textos poéticos tomados como ejemplo notable de fino humor y decantado gusto por la selección de las palabras. Versos afortunados que divulgamos en nuestra sección Los Poemas de la Semana. 

DE MI SALÍAN PÁJAROS
De mí salían pájaros
cuando tú me mirabas
y yo los perseguía
para cambiártelos por besos.

EN EL JARDÍN 
En el jardín
            Las flores sueñan con amores perdidos
Yo estoy en mí mismo llorando
Mis manos vuelan en batallas remotas
El pensamiento es bruma sobre prados de angustia
Lejos
            El tiempo abrió caminos en el alma
            y una tempestad de amor corre en la arena.

PARA CUANDO TÚ LLEGUES
Para cuando tú llegues
mi corazón será una lámpara
dominando el sol
y ya no habrá ríos
que puedan huir de ti
Para cuando tú llegues
te daré en las manos
este mar que guardé para ti
Para cuando tú llegues
tal vez nunca más tus ojos
Mi corazón solitario.


CUANDO EL AMOR (*)
Cuando el amor te llame, síguelo,
Aunque el camino sea duro y difícil

Y cuando el amor, te hable,
Cree en él
Aunque su voz destroce tus sueños

El amor no da nada más que de sí mismo
Y no toma nada más que de sí mismo

El amor no tiene otro deseo que el de realizarse
Porque el amor es suficiente para el amor

(* Deliberada combinación  de un viejo poema árabe sobre el amor)  

ROMBOS DESDE TI
Rombos desde ti
                         Albarriba
El perfume de tus ojos
habitó sobre el mar de los satélites
Yo invadí tus senos de suavidad guerrera
como espiral tejiéndote de besos
instante de unas horas
                                  yo te escuché ciega
                                  rodar mi corazón bajo la lluvia. 

MI POESÍA
Mi poesía huele a las orejas de Aristóteles
Pero
            Mi poesía pasea vuela
con sabor a ropajes espaciales
dormidos en aguas de cansancio
Yo parezco un pez
que vive conociendo las cosas
Simplemente las cosas
Pero
            Mi poesía come donde  quiera.

AQUÍ ESTUVO LA MANO DEL SUEÑO
Aquí estuvo la mano del sueño
                                               fabricó
horizontes con los horizontes mismos
le sacó los ojos a las observaciones
Aquí van las simples de ciertas cosas
que encontré en el camino
El remolino lleva un lirio en el centro
Y una voz de hojas bajo los pies
El rostro lámpara apagada
se sentó sobre el sillón de la esperanza
Aquí se desnudó la mujer invisible
y arrancamos la espada de mentira
que tenía clavada la física en el aire
Aquí va geografía de cariño
desgajó abundancia la ubre del cosmos
se ordeñaron las palabras
hasta que subió el poema mejor
Aquí
            una selva de espejos
            esta esfera amarga
            un niño amarrado del mar
            y un silencio de tortuga infinita
Este es el sitio donde coloqué mi extensión de amor
para que se revolcaran de luz
                                          los pájaros perdidos
Aquí
            hay un radar enamorado del Universo.

VERSO
Este verso es verso porque tiene un verso.

***Esta selección de poemas fue transcrita de Cojedes: Poesía de doce autores, compilación del poeta Miguel Pérez, en la edición del Fondo Editorial Tiriguá, del Instituto de Cultura del Estado Cojedes. Publicación realizada en San Carlos (2007).

jueves, 12 de diciembre de 2013

Los cuarenta y más dientes de Raquel (cuentos de Gabriel Jiménez Emán)

Imagen en el archivo de Tulio Torres




En 1973 se realizó la primera edición de Los Dientes de Raquel, una obra de Gabriel Jiménez Emán, considerada como pieza clave de la cuentística corta contemporánea. Para conmemorar esos cuarenta años  o cuarenta y más dientes que brotan de este paradigma narrativo, publicamos una selección de cuentos breves de su autor incluidos en las compilaciones La Gran Jaqueca (2002) y Los Dientes de Raquel (1973).


EL MÉTODO DEDUCTIVO (2002)
Al abrir el periódico, vio que el asesino le apuntaba desde la foto. Lo cerró rápido, antes de que la bala pudiera alcanzarle en el frente. Dejó el periódico a su lado, todavía humeante.

LA GRAN JAQUECA (2002)
Cecilia no soportaba la cabeza. Le dolía arriba y abajo, los ojos, la garganta, las sienes, la parte del cráneo, a veces los oídos y hasta el cuero cabelludo le dolían. Todos los calmantes, tratamientos, operaciones, no daban resultado. Migrañas, jaquecas y neuralgias, la atormentaban día y noche, y Cecilia decidió quitarse la vida. Como no tenía el valor para hacerlo, prefirió que se la quitaran y así le harían un gran favor.
Así ocurrió. Los amigos la despidieron con un veneno de rápido efecto, y que no le causo ningún dolor. El día del entierro, el demonio, que se presentó al sepelio disfrazado de doliente, le comentó a uno de los asistentes, al oído y a espaldas de los familiares de Cecilia, que habían cometido un error: antes de ser sepultada tenía que haber sido decapitada.

EN LÍNEA (2002)
Su permanente necesidad de usar el teléfono lo llevó del inalámbrico al radiocontacto, y de éste al celular, y de éste a otro celular más liviano y pequeño, y de ahí a otro modelo que no fuese necesario pulsar o sostener en la mano. Puesto que ya le hacía falta personalmente con nadie se hizo un implante telefónico cerebral que lo mantiene todo el día hablando consigo mismo en la sala del psiquiátrico.

LA VIDA (2002)
Fue engendrado y no dio cuenta. Nació sin percibirlo siquiera (apenas por aquella fuerte nalgada), creció sin saber que existía algo llamado la muerte. En la escuela un niño como él le dijo un día la verdad: la vida se acababa, tenía un fin. Y su madre, la única persona incapaz de mentirle, se lo confirmo.
Vivió como pudo. Conoció la alegría, el amor, el entusiasmo, y también, la angustia y la tristeza. Pero no sabía el rango de estos sentimientos, aunque más  adelante supo que era imposible el amor sin conocer el temor, ni la verdadera alegría sin saber lo que era estar abatido.
Luego se preparó para morir. Pasaron los años y, presintiendo ya cerca de muerte, no lo aceptaba: la evitaba, le huía aunque la sabia inevitable. Le hizo resistencia hasta el último momento.
Pero murió.
Murió total, completamente. Luego, fue engendrado y no se dio cuenta.

HASTA EL INFINITO (1973)
Aquel señor pensaba tanto en el infinito, que una tarde se quedó dormido y desapareció.

LOS BRAZOS DE KALYM (1973)
Kalym se arrancó los brazos y los lanzó a un abismo. Al llegar a su casa, su mujer le preguntó sorprendida: "¿Qué has hecho con tus brazos?"
—Me cansé de ellos y me los arranqué —respondió Kalym.
—Tendrás que ir a buscarlos, vas a necesitarlos para el almuerzo. ¿Dónde están?
—En un abismo, muy lejos de aquí.
— ¿Y cómo has hecho para arrancártelos?
—Me despegué el derecho con el izquierdo, y el izquierdo con el derecho.
—No puede ser —respondió su mujer— pues necesitabas el izquierdo para arrancarte el derecho, pero ya te lo habías arrancado.
—Ya lo sé,  mujer, mis brazos son algo muy extraño. Olvidemos eso por ahora y vayamos a dormir —dijo Kalym abrazando a su mujer.

UN PEZ ARREPENTIDO (1973)
Frank Tor lloró tanto que se convirtió en pez. Después se arrepintió tanto de haber llorado, que odió ser pez (sus lágrimas no tienen valor en las profundidades del mar), y así, de tanto llorar de ser pez, Frank Tor es hoy el único hombre-pez que existe y se cree que jamás podrá ser encontrado para preguntarle por qué ha llorado tanto.

LOS DIENTES DE RAQUEL (1973)
Raquel mordió una manzana, y todos sus dientes quedaron en ella. Fue a su casa con la boca sangrando a avisarle a su mamá. La mamá vino corriendo asustada a buscar los dientes de Raquel, y cuando llegó, los dientes se habían comido la manzana.
La mamá quiso recogerlos, pero los dientes se levantaron y se comieron a Raquel y a la mamá.
Después los dientes volvieron a la boca de Raquel, quien muy hambrienta corrió a pedirle a su mamá que le comprara una manzana.

UNOS ZAPATOS (1973)
Es la historia de un par de zapatos de cuero marrón oscuro y lustroso número 40. Mario se va a dormir frecuentemente a las 11:30 y los deja bajo la cama.
El zapato derecho espera que Mario se duerma y luego trata de despertar al zapato izquierdo, que siempre permanece inmóvil. Después camina solo por toda la habitación, y si la puerta está abierta sale a caminar entre los árboles, a tomar el aire o a ver las estrellas. Muy pronto se aburre de andar solo y piensa en el zapato izquierdo, el perfecto compañero para sus andanzas nocturnas.
Pasan los días y el zapato derecho sigue insistiendo en despertar al zapato izquierdo, y un día, por fin, lo logra. Se explica por eso que Mario se despertara una mañana y no encontrara a sus zapatos nunca más.

***Textos transcritos de Cuentos y microrrelatos de Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 2009) publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana.

martes, 10 de diciembre de 2013

De aves y poemas que a Dios le cantan: La Tórtola de la Aurora (Evangelisto Hermoso)

Imagen en el archivo de Luna Estefanía Reyes Aguirre


La Tórtola es una de las pocas fórmulas poéticas que lleva el nombre de un ave y pertenece a la rica tradición de la poesía oral de dulce sabor campesino que, en este poema de Evangelisto Hermoso, también protagonizan. Por lo común son poemas adscritos a la religiosidad popular. Al principio va el Salve de cuatro versos, seguido por uno o varios Tonos - de seis u ocho versos-  y luego las décimas en las que suelen alternarse varios cantores-decimistas. 

Pareja de alcaravanes, famosa ave de los Llanos (archivo de Ara Macao)


TÓRTOLA DE LA AURORA 

(Salve)
Salve en la mañana
las aves te cantarán
María te despertarán 
diciéndote soberana.



Saucelito o Fin-fin;  ave de canto agorero


(Tono)
Qué lindo es Jesús
qué linda es María
que linda es la luz
que lindo es el día
que linda es la guía
que se dirigió
Cristo salvaría
su historia dejó. 



Bengalí; pájaro cuyo canto emociona a los los llaneros 


(Décimas)
I- De nuevo la bella aurora
dos pajaritos cantaban
con sus cantos celebraban 
la luz verificadora
en mi cántica sonora
despertaba mi atención 
me subí por un balcón
al frente de un jardín quedaba
por las rejas se miraba
en los copos de un limón.

El "Cardenalito" ave de gran vistosidad y distintivo canto



II- Ya con los rayos del sol 
quiero levantar el vuelo
dice trinando el jilguero 
como lo dijo el Señor
cantar con alegría
trinemos en este día 
con júbilo singular
hasta poder entonar 
las purezas de María.

III-Ya cantaban los pajaritos
y los divertidos canarios
cantaban los primeros gallos
todos los animalitos
esos cantos tan bonitos
de las horas del reloj
con muy suave y tierna voz
le contesta la pionía
alabemos el nuevo día
los pajaritos y yo.


La siempre hermosa "Garza paleta" 


IV-Canta el místico turpial
con las voces de un jilguero
canta pues el carpintero
y también el cardenal
le contesta el loro real
para mí todo es completo
la tórtola sentimiento
que me llega al corazón
cantando el pájaro león
tenemos consentimiento.


Gabán solitario 


V- Canta la garza morena
por la orilla de la fuente
y por los claros de Oriente
la bella aurora resuella
el canto de la sirena
con sus voces se divierte
y en sus canciones convierte
observa el pita la flor
con sus canciones de amor
luego que estemos despiertos.



VI- El azulejo en su higuera
le contesta al diostedé
la dicha y gracia de usted
¡Ah malaya! quién pudiera
si de cantos supiera
elevar en alta voz
con alegría pronunció
en su canto el tortolito
vamos con amor constricto
a alabar al que nos creó.



VII-Las avecitas lozanas
cantaron con alegría
ellas cantan la mañana
yo canto la despedida
alabemos a María
Madre del Rey Soberano
Dios amado cristiano
vuelvo a decir repetido
con mi cuatro en la mano
porque siempre me despido.

***Este poema es tomado de Antología de la Décima Popular en el Estado Cojedes, compilado por Isaías Medina López (2007), publicado en San Carlos por la UNELLEZ.  

viernes, 6 de diciembre de 2013

Dios y El Diablo (cuento de María Gabriela León Hernández)

Imagen en el archivo de Anita Mendoza


Dios y El Diablo

I

Al ingresar en el patio de la propiedad, los dos ladrones se enojaron al ver que era imposible colarse hacia el interior; las rejas de hierro de las ventanas  y las puertas de entrada estaban blindadas con alarmas de seguridad;  inútil era la hazaña de tratar de violentarlas sin hacer ruido.  Sus miradas se cruzaron como titanes en duelo.  Habían tenido fuertes discusiones sobre la escasa posibilidad de que  existieran controles. No había vuelta atrás; no podían marcharse con las manos vacías.

La oscuridad de la noche sin luna los obligaba a alumbrarse con pequeñas linternas de cabeza. Vestían pantalones y abrigos negros y llevaban la cara cubierta con pasamontañas para no ser reconocidos.  El silencio se convirtió en un delator de sus movimientos. Cada vez que pisaban una hoja seca, el crujido rompía la tranquilidad al retumbar entre los árboles. La brisa paseaba el eco de las carcajadas de unos hombres apostados en la plaza.

En la terraza, bajo la penumbra de una tenue luz, juguetes rotos, regados por el suelo, corroboraban que había sido en vano planificar el robo de ese lugar. Botellas vacías y un saco de mangos que emanaba un delicioso aroma a fruta fresca llenaban la despensa situada en una de las esquinas.

- En este sitio solo hay basura. Lo único que nos puede servir es ese saco de mangos, lo podemos vender en el mercado – murmuró enojado uno de los ladrones.

- Vamos al cementerio que está a tres cuadras de acá y allí los repartimos. Es un sitio seguro; nadie se atreve a entrar en la noche.  – respondió el otro ladrón.

Se escabulleron entre la oscura noche solapados por los ropajes negros. Cuando llegaron al cementerio, que estaba detrás de la iglesia ubicada frente a la plaza,  treparon un árbol que los llevó hasta el techo de un mausoleo.  Dos mangos cayeron en la acera; acordaron en recogerlos al salir. Se instalaron en una tumba cercana a un farol que los iluminaba desde la calle. El ajetreo los tenía acalorados y uno de ellos se quitó el abrigo; debajo tenía una camisa de algodón blanco.  El resplandor del farol era difuso, apenas si podían ver las sombras de sus cuerpos. Encendieron las luces rojas de las linternas de cabeza para alumbrarse y a repartir los mangos.

- Uno para ti y otro para mí; uno para ti y otro para mí – repetía sin cesar uno de los ladrones.

 

II

Sentados en los bancos de la plaza, un grupo de hombres reunidos,  contaban historias sobre espantos mientras bebían ron.                                                                                                          

- En las noches sin luna, como la de hoy, el mismísimo Demonio pasea por el cementerio  vestido todo de negro, de pies a cabeza, dicen que es porque anda buscando ánimas para llevárselas al infierno – relataba con voz grave uno de los hombres.

Reían a carcajadas para simular el miedo que se había apoderado de ellos. Negaban la veracidad de las historias burlándose de ellas. La sangre que corría por sus venas estaba colmada de alcohol.  Era medianoche y las calles permanecían solitarias.

- Compadre, tengo que irme a mi casa. Mi mujer me espera y si no llego temprano va a pelear – balbuceó uno de los hombres.

- A mí me parece que usted no se va porque su mujer lo espera, usted se va porque tiene pavor de que le salga el diablo. – respondió el otro con ironía.

- No diga tonterías, compadre, yo no le temo al diablo. Ese bicho no existe.

Se despidió de sus otros amigos; al caminar tropezaba con las aceras y los árboles de la plaza. La noción que tenía de la realidad era ambigua, la embriaguez no le permitía pensar con claridad, sin embargo, sabía que para llegar a su casa tenía que recorrer la fachada del cementerio y darle la vuelta hasta la manzana siguiente.  Estaba atemorizado, pero se llenó de coraje para poder continuar su camino. Al pasar frente al camposanto escuchó la voz de un hombre que decía:

- Uno para ti, otro para mí; uno para ti, otro para mí.Se quedó paralizado del miedo, no sabía qué hacer. Por fin reaccionó, y al asomarse por una pequeña rendija de la pared, vio que sobre una tumba estaban sentados dos hombres, uno de ellos vestido de blanco y el otro de negro, en sus rostros no había facciones, solo una masa negra que botaba fuego por la frente. Asustado corrió hacia la plaza.

- ¡Compadre!, ¡Compadre! – dijo con voz entrecortada.

- ¿Qué le pasa mi amigo? Parece que acaba de ver al diablo.

- ¡Así es, compadre! ¡En el cementerio están Dios y El Diablo repartiéndose los muertos!

- ¿Cómo es eso?

- Bueno, como le digo. Los acabo de ver. Venga conmigo para que lo compruebe con sus ojos.

El compadre, se burlaba de lo que decía el amigo, sin embargo, lo acompañó. Trataban de ir con paso apurado, pero la ebriedad no se los permitía. Llegaron al cementerio y el sonido de una voz los atrajo. Al acercarse a la pared escucharon:

- Uno para ti, otro para mí.

Los rostros de los hombres palidecieron.  Se abrazaron recostándose en la pared para no caer al piso. En ese instante la voz exclamó:

- Falta repartirnos los dos que están afuera.

Los compadres se miraron aterrorizados ante lo que acaban de escuchar  y con la voz quebrada uno le dijo al otro:


- ¡Huyamos, compa, que esos somos nosotros!


*Nota: María Gabriela León Hernández es una joven escritora y poeta venezolana, nacida en Maracaibo, estado Zulia. Reside en Buenos Aires, Argentina.