No hay dulce que aminore la nostalgia por el suelo natal.
Imagen en el archivo de Ana Herrera, Las Vegas, Cojedes
La
inevitable muerte
En estas líneas trataré a la inevitable
muerte como parte de nuestro fenómeno migratorio: porque merece una
consideración especial y porque nos afecta de tal forma que ya no podemos ser
los mismos.
La contra parte de la vida al separar,
paradójicamente, une. Cuando alguien fallece, por lo general: los amigos, los
familiares y los allegados van a su encuentro para brindarle – bajo la religión
que profesen o la creencia que alberguen – el último adiós… último adiós que,
entre otras cosas, logra que los seres queridos se consuelen entre sí.
Privarse de esto genera emocional y
psicológicamente problemas. Privarse de esto ahonda el duelo, genera pesar.
La mayoría de los que enfrentamos – a
diario – esta privación; sabemos en carne propia lo que acarrea no ser
consolado ni consolar… lo que acarrea la impotencia de querer estar y no poder
estar… lo que acarrea llorar a un ser querido a cientos o miles de kilómetros.
Cuando algún migrante perece, ya sea de forma
violenta, natural o por accidente, por los costos excesivos que genera el
traslado la familia no puede repatriar los restos, ni mucho menos viajar… ¿cómo
podría viajar si las más de las familias venezolanas apenas tienen para comer?
Por ello, en la prensa no es raro encontrar notas como esta:
“Buscan a los familiares / En la morgue
de Medicina Legal permanece el cuerpo de Pedro Pérez, oriundo de Caracas –
Venezuela, quien hasta la fecha no ha sido reclamado. El cuerpo ingresó el 20
de mayo de 2019 y desde ese día, nadie se ha dado a la tarea de reclamarlo.
Para mayor información llamar al teléfono…”.
También están, en la misma condición,
los NN (Ningún Nombre), es decir, los que al momento de perecer no contaban con
ningún tipo de identificación: llámese cédula de identidad, carnet fronterizo,
o pasaporte. Es duro decirlo: la mayoría de los cuerpos no son reclamados y
terminan en fosas comunes.
Cuando algún familiar, amigo, o conocido
de un migrante muere, ya sea porque no cuenta con los recursos económicos para
despedir al ser querido, o porque el vuelo no salió, o porque cerraron (como
siempre cierran) la frontera, o qué sé yo; el migrante se queda con la
nostalgia de no haber acompañado al ser amado y con la frustración de no poder
remediar este hecho.
Imagínense el dolor de una madre que,
por estar en Aragua, no pudo ver por última vez al hijo que murió en
Montevideo. Imagínense el dolor de una hija que, por estar en Madrid, no pudo
ver por última vez a la madre que murió en Nueva Esparta.
Mi tía Alba Ruiz murió en San Carlos el
17 de abril de 2019 y por estar en Cartagena no pude darle el último adiós. Su
muerte no me unió con mis seres queridos. Como dicha unión no fue posible me
privé de ese consuelo. ¿Comprenden que gracias al fenómeno migratorio la
inevitable muerte tomó un cariz más doloroso? ¿Comprenden que para nosotros,
los venezolanos, se ahondó el pesar?
La
inevitable vida
Estudios demuestran que cuando hay
guerras, crisis económicas, desastres naturales, en fin, cuando la vida humana
se ve amenazada… la tasa de natalidad crece exponencialmente. Por ello, no es descabellado pensar que en
este lustro – lustro donde se ha acentuado la crisis venezolana más alarmante
de su historia – el número de nacimientos de nuestros niños, ya sea en
Venezuela o en exterior, ha crecido a ojos vistas.
En Cartagena, ciudad de la que hago
parte, nacieron, según el diario El Universal, 553 niños de padres venezolanos
en 2018 (290 de sexo masculino y 263 de sexo femenino) y este año, por lo que
veo, la cifra se duplicará. Ahora, háganse a la idea de cuántos han nacido en
cada una de las ciudades del mundo donde existe nuestra migración o en la
mancillada Venezuela del 2014 a la fecha. En Venezuela se ha acrecentado la
muerte, pero por esto mismo se ha acrecentado la vida. La naturaleza brinda
mecanismos para que la raza humana se conserve.
Para dar algunos ejemplos puntuales,
mencionaré a mi sobrino Luciano Aguiar Rojas, que nació en San Carlos estado
Cojedes hace apenas unos días… nació en el recrudecimiento del problema de la
energía eléctrica y de las manifestaciones, pero su nacimiento es un haz de luz
para mi hermano Miguel y el aliciente para que persevere en la adversidad.
También mencionaré a Daniangel Saúl
Marcano, hijo de mi primo Luis Daniel, que nació hace unos seis meses en
Medellín – Colombia. Me imagino que mi primo, en su vida, jamás pensó que
tendría un hijo colombiano. Pero lo tuvo, y va creciendo como símbolo de
esperanza.
La inevitable vida se percibe a cada
paso. Nuestras mujeres se entrelazan con nuestros hombres o con los hombres del
país que el destino les deparó. Nuestros hombres se entrelazan con nuestras
mujeres o con las mujeres del país que, gracias a la diáspora, les tocó
habitar. Así recomienza la historia.
Queramos o no, la busquemos o no, la
inevitable vida prevalecerá.
La
nostalgia de la tierra
El venezolano no era dado a migrar, si
salía al extranjero era en son de turista, por cuestiones de estudio, de salud,
de negocios, pero en ningún momento viajaba con la intención de erradicarse… es
más, era poco dado a dejar su región de origen.
Si un merideño dejaba los andes para ir
a las playas de Puerto Cabello: lo hacía en vacaciones o un fin de semana, o
por algo específico. Si algún sanfernandino dejaba a su caudaloso río Apure
para irse a estudiar al estado Anzoátegui, después de culminar los estudios,
volvía al río de sus querencias.
La mayoría de los guariqueños crecían y
morían en Guárico; la mayoría de los aragüeños crecían y morían en Aragua... ni
hablar de los maracuchos, para los maracuchos la patria es su amado lago. Como
bien se aprecia, nuestro denominador común es el apego a la tierra.
En el llano tenemos una máxima que dice:
“El llanero va a Caracas, pero no se acostumbra a Caracas”. El llanero puede ir
a New York, a Amsterdam, a Pekín, a donde sea, y no se acostumbrará. ¿Cómo se
va acostumbrar si su mundo tiene estrecha relación con sus sabanas, ríos y
esteros? ¿Cómo se va acostumbrar a la ausencia de un paisaje que, en síntesis,
es parte de su autonomía?
Hoy, que estoy lejos, extraño mi joropo;
extraño comerme una cachapa con queso; extraño el río Tirgua; extraño el olor
del mastranto, la flor del apamate, el mango bocao y al Tiramuto de mis amores,
en fin; extraño saberme en casa.
Justo el día que cumplí un año de haber
llegado a Cartagena me encontré, en el banco de una plaza, a una bella
falconiana con los ojos nublados de lágrimas. Venciendo mi timidez habitual me
acerqué a ella y le pregunté – después de unos segundos de incómodo mutismo –:
¿Le pasa algo? Respondió – con voz entrecortada –: “No me pasa nada, sólo tengo
la nostalgia de la tierra”.
Nuestros
mejores talentos
El recurso más importante que tenemos –
el recurso humano de los más talentosos – inevitablemente forma parte de la
diáspora venezolana y, por más que se quiera, no se puede renovar con
facilidad. Es triste que las personas más capacitadas, las más aptas en las
distintas áreas del saber, tengan que salir al exterior por falta de
oportunidades.
Cómo se puede renovar el talento del
clarinetista Daniel Simón Suárez, si pocos ejecutan el clarinete de la forma
que él lo ejecuta. Daniel Simón debería estar promoviendo el desarrollo de
nuestro Sistema Nacional de Orquestas, pero no le quedó otra opción que partir
a Francia: vive en París desde hace tres años.
Cómo se puede renovar el virtuosismo de
la cirujana Amanda Díaz, de buenas a primeras, si es una de nuestras médicas de
mayor prestigio. La cirujana Díaz tuvo que posponer su sueño de especializarse
en neumología gracias al descalabro político de la nación que le vio nacer. Hoy
vive con su esposo y su pequeño hijo en Paramaribo – Surinam.
Cómo se consigue, a la vuelta de la
esquina, a un hombre multifacético del calibre de mi buen amigo Reinaldo
Jiménez. Reinaldo es periodista, abogado, docente universitario y actor de
teatro. Hoy vive en Madrid – España. Ojalá que cuando la democracia se
restablezca podamos realizar, en una de las salas de Puerto Cabello, el
proyecto teatral que pospusimos.
Cómo se reemplaza, en corto plazo, el
talento de Angélica Alvarado Páez en el área de la docencia. Angélica es una de
las profesoras de matemáticas más destacadas del estado Carabobo y tristemente
el país perdió este gran talento por no proporcionarle las condiciones mínimas
para vivir con decoro… mi colega y amiga desde hace un año y nueve meses vive
con su familia en Chile.
Cómo se reemplaza, en poco tiempo, el
talante jurídico del abogado quiboreño Anzonnick Rivero, si cierran las
carreras universitarias por falta de profesores y de matrícula. (De los salones
de la Facultad de Derecho de la UNELLEZ – San Carlos quedan en pie un 25 por
ciento aproximadamente). El abogado Rivero vive desde hace más de un año en
Perú, cuando debería estar ejerciendo el derecho en su Quibor natal.
Cómo se sustituye, de la noche a la
mañana, a los odontólogos cojedeños José Gregorio Díaz y Francisbeth Aguiar,
cuando la carrera de odontología es imposible de costear y cuando talentos como
el de ellos no se encuentran con facilidad. Estos dentistas están viviendo en
Chile y en la isla de Trinidad y Tobago respectivamente.
Cómo se suplantan a los docentes que
están desparramados en el mundo. La ausencia de docentes es tan alarmante que
muchos planteles educativos han optado por permitir que padres y representantes
den clases para que los muchachos no pierdan el año.
Cómo se sustituye a los cientos de miles
de talentos venezolanos – en su mayoría jóvenes – que por las razones
migratorias hartamente conocidas tuvieron que salir del país. Lo lamentable es
que la mayoría no ejercen su especialidad en el extranjero: como es el caso del
mecánico de motos de baja y alta cilindrada John Manuel Tellez, que llegó hace
unos meses a la ciudad de Cartagena para trabajar en una marquetería o como mi
propio caso; pasé de profesor de Castellano y Literatura a vendedor ambulante
de medicina naturista.
No sé si la cúpula que ostenta el poder
en Venezuela caerá en una semana o en cincuenta años, lo que sí sé es que el
enorme hueco que genera la salida en masa de nuestros mejores talentos no será
fácil de llenar.
COVID-19:
Pandemia que hace
regresar
Si en tiempos de “relativa calma” los
eslabones más débiles del entramado social viven en estado de vulnerabilidad…
en época de confinamiento mundial – por el COVID-19 – los dramas humanitarios
crecen de manera alarmante.
Por estos días las redes sociales están
plagadas de mensajes que instan a mantenernos en casa. Esta medida sanitaria la
pueden cumplir sin dificultad: los ricos, los famosos, los que tienen casa
propia y ahorros, pero los migrantes venezolanos que vivimos del día a día y
que de paso somos echados a la calle por no poder pagar arriendos… lamentablemente
no la podemos cumplir.
No tener techo y comida es igual o peor
que el coronavirus que se está extendiendo en el mundo. Los miles de migrantes
expuestos al contagio en las calles de Bucaramanga, de Cali, de Bogotá y de
otras ciudades de Colombia dan constancia de lo que afirmo.
Ahora bien, las mujeres embarazadas, los
niños, los adultos mayores que están a la espera de que se abran canales
humanitarios y los jóvenes que a la desesperada emprenden, como buenos
caminantes, marchas kilométricas para llegar a casa… son los protagonistas de
una tragedia que no tiene parangón en nuestra historia contemporánea.
Ojalá que esta tragedia sirva para que
los jefes de Estado, de una vez por todas, se aboquen a nuestra causa
democrática… pues los venezolanos soñamos con un regreso feliz.
*Este
tópico fue escrito el 10 de abril de 2020 (Viernes Santo), para esa fecha
habían regresado a Venezuela miles de migrantes por las llamadas trochas y por
los puntos de control fronterizo cuando empezaron abrirse los canales humanitarios.
Francisco
Aguiar. Escritor venezolano (San Carlos, Cojedes,
1985). Licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura por la
Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora
(UNELLEZ). Cursó en 2014 el Taller de Formación Teatral que auspició la
Compañía Nacional de Teatro (CNT). La revista Memoralia publicó en 2015 su
monólogo La Alcantarilla. En 2018
participó en el XXII Festival Internacional de Poesía Cartagena de Indias
(FIPCA). La OIM – Colombia publicó uno de sus poemas, a mediados de 2019, en la
antología que se titula Pido la palabra. Ha
publicado entrevistas, artículos y notas en revistas, periódicos y blogs. Autor
del libro El cuento más largo.