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jueves, 17 de octubre de 2013

HISTORIA PARA ESCRIBIR EN SERVILLETA (Daciel Pérez)


Degustaba tiernamente  un ligero bocadillo (archivo de Sebastián Nava)

Entro al restaurante chino ubicado en la esquina de la alcaldía; lo típico al entrar solo, los demás clientes asientan sus miradas en mi andar, nunca he llegado a saber con exactitud cuál es la causa que motiva tales instintos, tal vez les resulte medio extraño que un imberbe llegué sin la compañía habitual del padre o la madre y con un esbozo de naturalidad suficiente como para ordenar el número 3 al mesonero cerca de la barra, evitándole la incomodidad de traerme el fastidioso menú, el mismo de siempre, sin variación, los mismos siete platos de siempre con los típicos adornos.
Parece que llegué a buena hora, hay varias mesas vacías. Mientras espero saco un libro de mi vetusto bolso… sí, igual que el menú el mismo de toda mi vida. Alguien interrumpe mi concentración en el tratado de Ritos, fuegos, ceremonias y fantasmas del Dr. Silva; no es más que un pobre diablo de los que usan imitaciones, andan acompañado de un hombre de perfil regular – al que dicho sea de paso no hacen más que lustrarle las botas – que desempeña cierto cargo en el gobierno o es familiar de algún diputado o concejal, usan un pacholí con jazmín que de ser yo funcionario de la sanidad lo pongo en cuarentena inmediatamente; el atorrante ser en cuestión le pregunta al encargado de la barra por una legumbre de aspecto raro que uno de los distribuidores del restaurante trae religiosamente todos los martes; el chino por cortesía le responde que la hortaliza se llama lo mei, lu mua, … o algo por el estilo. ¿Qué diantre va a ser alguien como él, que sin ánimos de despreciarlo, a simple vista se ve que vive de pedir prestados a los incautos y su techo es el que le ofrece la madre o el piadoso cuñado – con intervención de la hermana por supuesto – con saber eso? A priori se ve que no posee las ventajas corporativas ni comparativas para cocinar mínimo una lumpia.
Tal hastía estupidez ha servido para darme cuenta del esbelto mausoleo u oda a la mujer que no noté al entrar, que casualmente está frente a mí y que tiene todo lo que he deseado o aspirado en la vida de una mujer, ojos, cuerpo, piel, color… Tomo rápido una servilleta, muy transparente,  por cierto para la labor a la que está destinada, pienso en escribirle cualquier estulticia, aunque sea mi número para que me llame, que estupidez digo ella no me va a llamar, pero nada pierdo con acercármele.
Todo parece perfecto, como desearía detener el tiempo entre nuestras miradas huidizas, alguien tose devolviéndome a la realidad, es allí que observo al defecto que le hace compañía: un hombre pasado de los cuarentaitantos, a simple vista se deduce que es su pareja aunque pareciera más bien su padre; él le dirige la palabra, ella está inmutada, absorta en la puerta, si me vio entrar a lo mejor espera que alguien de mayor estatus y edad cruce la puerta. En más de tres minutos nadie ha pasado, además de mí, por esa puerta; trato de buscar su mirada, indagando un halo de seducción, escarbando empatías entre dos desconocidos que marchan divergentes, trato de ver lo intimo de su psique. El marido sigue hablándole y ella aún como si no le importará; empiezo a cuadrar cuentas, una esposa joven fastidiada + un marido pendejo = mujer necesitada, mujer necesitada + joven libinidoso + intenciones de arrollar al mundo en su cuerpo = affaire, esto último algo muy bueno para mi currículo. Ya las cuentas están listas, nada es mejor, ya empiezo a imaginar tu nombre Marlene, Maryory, Miriam… es lo que menos importa, empiezo a sacar los análisis financieros de una tarde contigo, mi cuerpo cediendo ante tus manos, nuestros labios caminando juntos al beso eterno, alimentándome de la ambrosia del vaivén de tus caderas… importas sólo tú y nada más, ahora resuena en mis recuerdos aquel aforismo maquiavélico extraído del libro que le robé al portugués de la frutería, no he fijado los medios pero los objetivos ya fueron dados.
            Yo mientras entre mis fantasías observándote sin que te des cuentas, o acaso ¿Sí lo sabes?  ¿Estarás jugando a ver si caigo en tu red? ¿Cuántos más habrán pasado por tus labios?, eso a mi moral le importa poco, total es fulgor de un rato. En eso llega el mesonero con el menú 3, el muy imbécil nubla mi panorama con su camisa otrora blanca hoy nácar, cuando por fin se aleja, algo ha cambiado, ¿De dónde diantre salió ese niño?, un bebé de brazos, ahora me explico el tamaño de aquel par de monumentos, todos los sueños se han ido contra el suelo, las matemáticas ya no están a mi favor, las ecuaciones perdieron su configuración inicial por esa variable imprevista, una esposa joven fastidiada + niño + marido pendejo = mujer en búsqueda de candidato, mujer en búsqueda de candidato + joven libinidoso = affaire, affaire + mujer desilusionada = problemas, problemas + marido pendejo celoso + amigos medio mafiosos o cleptómanos de vidas a sueldo = mi mamá tomando chocolate y mis allegados hablando de lo bueno que era el muchacho.

(*) Autor: Daciel Pérez. Tomado de su libro: Inducciones sobre el banquillo. Edición del Sistema Nacional de Imprentas- Cojedes. San Carlos, 2009.

4 comentarios:

  1. Me pareció original y cómico lo de las ecuaciones, lo disfrute de verdad, que bueno que se dio cuenta a tiempo del posible resultado de la cuenta, saludos Isaias

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  2. Muy ingenioso!!! Affaire más marido celoso son muy mala combinación jejeje. Gracias por esta estupenda historia. Saludos Isaías.

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  3. Hay que ver que inequívocas y exactas son las matemáticas para la vida!!! Me encantó este manual de servilleta. Un saludo, Isaías.

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  4. Divertida e inteligente historia que le quita a lo abstracto y complicado a las matemáticas.

    Saludos amigo, gracias por estos cuentos.

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