Misterio, poder y feminidad de la palabra. Imagen el archivo de Anita Mendoza
De Los días asincrónicos de Tina
DÍA 30 ESTOY SUJETADA
El silencio se aglomeraba en los espacios de mi
casa, puede un espacio rectilíneo con esquinas curvas aglomerar los cabellos que
se caían, eran cabellos de ángeles y de hadas, eran mis propios cabellos. Pensé
en ocultarme en la montaña, prescindir del agua y de tu mirada; pero nada
silenció el ardor de tus ojos. Las motos galopan en la oscurana, hoy el
racionamiento eléctrico ha sido cruel. Ese chico africano fue vendido en Libia,
tantas torturas y filamentos que juguetean con la muerte, logró el asilo en
Alemania; la adolescente de Güiria no ha tenido la misma suerte, los
traficantes de personas la desaparecieron en el mar, en la inutilidad de un
documento de identidad, la nacionalidad o el nombre no lograron cernir sus
derechos sobre la barbarie humana, su joven madre ha sido amenazada por los
habitantes del pueblo, menoscabada en su dolor por la Fiscalía Pública, tiene
34 años y no sabe del paradero de su única hija: podría ser una pesarosa
estrella, estar en un asqueroso burdel en Trinidad y Tobago o sumergida en el
fondo de un mar que no quiere albergar más lágrimas.
El gasoil escurre por los vidrios del ceibo de madera
la gota cae en el tobo blanco
la linterna alumbra mi noche
el mantel tejido de la mesa cubre tu ausencia.
Estoy en la esquina de la plaza
de ese pueblo desconocido,
son rostros que nunca volveré a
ver;
es tarde para decir que las funciones
han sido descompuestas,
que los algoritmos no se resolvieron
y los niños no entendieron
los ejercicios de raíz cuadrada hechos en la
pizarra.
He devuelto mis pasos a los detractores,
oculté lo que aprendí,
días que acontecen en los escritorios y las hojas.
Viajas en la tolva del camión blanco
junto a los pobres que retornan,
mugre se esconde en los tobillos de asfalto,
el cabello graso ya no se mueve,
los ojos perdidos en las carreteras,
la Guardia los desprecia y evade;
tragas el cielo con tus ojos
bajas la cabeza en actitud de plegaria
y te encuentras con la mirada de los niños
confundidos por el paisaje y la intemperie
agobiados por la pobreza y el
desconsuelo:
¿A dónde vamos mamá?
DÍA DE SOSPECHAS 1
Había heredado un gran edificio en la Séptima
avenida: era lustroso, metafísico, cubierto por hojuelas de maíz. Las paredes
eran negras y se corrugaban como un acordeón, los pasillos eran extensibles
hasta el infinito, los ascensores no se detenían, llegaban hasta pisos
inconexos donde recogía mis dientes. El médico flagelaba a las chicas con su
habla pausada y confusa. Los cuchillos depositados como ofrendas saltaban a la
vista. Busqué la constancia del reposo y me fui.
Perifonea la Guardia Nacional sobre el toque de
queda, la cuarentena es radical, vivo en un municipio fronterizo, no hay cifras
claras de los contagiados y fallecidos del virus chino por parte del Gobierno.
La
parte más oculta de la memoria
la
deposité en los trozos de pan dados por Zofia a Inka,
como
una adolescente adolorida por el frío
camino sobre tus pasos,
tengo hambre
pero
he hurtado alimentos para ti.
En
Polonia miré su rostro cincuenta años después,
le
escribí un correo
donde agradecí su muestra de humanidad
en
medio de la sangre y el hedor,
corrí al hospital a cocinar,
quedó en tus manos la niña judía
desnutrida,
la
cuna con su colchón de heno
era
humedecido por lágrimas y orina,
sus
uñas tan largas que se enredaban en el techo.
Los
pájaros vuelan sobre un cielo gris
y las guerrillas ucranianas incendian las
casas.
Retrocedo a tu vientre, madre,
desconozco tu nombre;
su
rostro fue perforado en los agujeros de la cuna.
Las palabras no son de nadie, no tienen un
significado para la mayoría, he recibido y obsequiado palabras, dudo de su
efecto, mantienen mi figura atada a las piedras. Ninguna persona escribe un
maleficio sin antes recitarlo con odio, lo maceran en botellas que viajan hacia
el fondo de la tierra. La noche se columpia en mis dedos para martirizarme.
El árbol de aguacate en el patio de la casa de tía
Mariela, lo ha ocupado todo, allí cabría un edificio, pero el árbol se
ramifica, sus ramas son tentáculos que el viento agita en los techos, se traga
las paredes colindantes, el terreno; llega hasta la cocina queriendo entrar, me
reta con su mirada, revienta lo que le rodea, quiero irme y no verlo más, pero
su malignidad me sobrecoge. Ese árbol me observa, planea asesinarme cuando
duerma en mi sombra. Sospecho de sus malas intenciones.
DÍA 180 LUCES Y DEDOS
Era una línea delgada y luminosa
sobre la cual andaba junto a los niños
que perdieron la vida por decisión de su madre
cerraba los cuadernos y me hablaban desde el
vientre:
–Ella prefirió la belleza y la estridencia, el
sonido demacrado de cada palabra la desorientaba, tocabas la flauta dulce junto
a la sombra de la luna la noche que fuimos succionados abruptamente; las
serpentinas de papel crepé se agitan, enredas tus dedos en ellas, son color
fucsia y aguamarina, los preferidos de tu tacto que destila polvo de estrellas
y olor a siemprevivas.
Es inútil decir que Alice Cowan nunca regresó del
bosque y no respondió mi carta. Mi agradecimiento es amplio en las madrugadas cuando recuerdo las clases de
aquella lengua muerta, mis dedos se atropellaban con los latidos del corazón,
aprendí lo necesario para internarme en la oscuridad.
Los niños transitan por entre mis filamentos de luz
cae un sombrero negro que oculto en la espalda,
los párrafos son difíciles de estructurar
cuando descienden cabellos nacarados encima del
escritorio,
no es preciso estimar la moderación
que todo abunde
como el amor que faltó cada vez
que danzabas bajo los hilos de luz.
–Te puedes esconder en el escenario de tu idioma, en
la languidez impecable de la bifurcación o llaneza de cada letra, obrando el
desarraigo en ojos ciegos y manos tartamudas que no quieren leer. Desconozco el
significado de los vocablos que ocultas, nunca podré ayudarte, la tela está
herida de huecos y no circulan las transparencias. Desandas a través de tu
cabellera y no me miras como antes.
Los niños muertos me persiguen.
–Quiero morir, pero no estar muerta, un día estaré
irremediablemente muerta y no podré vestirme, o escoger el labial rojo que
enciende mis labios, ni mirar las puestas de sol que tanto amo. Esperaré hasta el final con asombro y
caminando con las puntas de mis pies en la claridad, esa que estalla cada vez
que el mar estrella sus olas contra mi cuerpo y deslizo mis dedos por las
ventanas cuando la lluvia cae detrás.
Los niños abren los libros
leen los cuentos de Virginia Woolf,
es imperfecto todo
ya nada es necesario.
Estar encerrada para siempre
en la casa,
una caja cataléptica
que nadie oye cuando rueda por el piso.
Tomas mis dedos y me sacas.
Puedo respirar.
Pieza incidental de dedos y de descalabrada ausencia
cuando pretendo existir.
Podría olvidar a quienes me abandonaron
pero los veo en mis dedos
cuento a los niños muertos con mis dedos.
Pretendes encerrarme para siempre
y que los trazos oscuros intercepten mis hebras de
luz,
encerrada para ti
escribiendo desde el balcón.
Mis dedos flotan al compás de la luz, flotan,
sabes de mi debilidad:
no hablar
y contemplar esa luz sobre mis dedos que escriben.
Neuralgia de dedos
pistas verosímiles para el desaliento.
· De Las pastillas de Amanda
CAUTIVERIO
Encerrada en mi casa desde días no registrados en mi
memoria, no entiendo mi letra mis dedos se resbalan de mis manos rodando hasta
los pies.
Podría decir que nací para estar recluida –a dónde
vas, que ya no lees al alba– los pájaros vuelan en picada hacia mi cama.
Has dicho todo, Ariadna, como si Teseo volteara tus
lágrimas hacia mí.
Confinada dentro de mí, habituada al encierro,
convertida en un minotauro sin cejas ni miradas, rasgando con mi dedo índice la
dentadura postiza de mis pasillos.
En un país donde la cuarentena es la extensión de la
muerte y el hambre, y las arenas más livianas invaden las casas de fantasmas ya
idos; me miro al espejo como quien busca una sombra y le pregunto a ese espejo
que me mira: –¿estoy viva o estoy muerta?
Ariadna viene a mí con su ovillo, me tira su hilo en
el laberinto de mi casa, lo desenrollo hasta traer las nubes de vuelta a mi
techo y a ese hombre que no me supo amar.
Han racionado todo en el país de hule, los huesos de
vidrio se han vuelto frágiles en las carreteras.
Estoy aquí, en los confines de mi balcón, apartada
por la pandemia china, el mar quiere entrar a la fuerza a mi hogar saltando
escalinatas de ahogo y desespero, el país se me rompe en las manos, el
horizonte se vuelve finito e insoportable, el tedio ensombrece mi entristecida
cabellera, mis ojos se apagan en los rostros de los retornados.
Sembré unicornios en el patio de mi casa y no
nacieron flores, esferas luminosas vienen a buscarme, los diálogos son
desprovistos de palabras y la magia es devuelta.
Voy a la otra esquina de mi patio donde no hay
unicornios, ni flores, ni derramamiento de estrellas, y consigo a la niña
transparente sentada de piernas cruzadas, saca su caja de madera de donde me
muestra sus colores, su manito dice que me acerque, camino lentamente, con
asombro, me cuenta que es un aborto del año 1918.
Sus dedos son largos y finos, crecen hacia mí como
enredaderas que me envuelven y me suspende en el vacío del sol que se hace
partículas en la extraña tarde, me va elevando a medida que sus brazos se
alargan, distorsiona mi pensamiento ya ausente, me lleva hacia su cuaderno de
notas y me escribe que tiene siete años, la edad en que debió morir, compagino
su dialecto con mis sílabas y comenta el lugar donde vivo:
–las luces no encienden el sol, el retiro de la
especie humana ha depurado el ambiente y los espíritus ahora guían el tránsito
de los demás seres vivos, se puede adormecer la esperanza, pero no la caridad.
Sus cabellos revueltos me confunden, la caja ondulaba
tragándose sus bordes y cierres; la niña me acompaña en el apartamiento.
Decido no dormir y subir por el cuello de la jirafa
a mi cuarto, pero la miseria de mi país de hule sigue detrás del cercado, las
ancianas de las casas traseras tantean el peso de los alimentos en la balanza
que mira la claridad y el horror; no hay nada, aquí ya no hay nada que esperar.
Las calles se reblandecen en alcohol, el aliento
etílico de las ánimas serpentea en los abismos vistos, los zamuros vuelan en
pespuntes de acero, malos presagios se agolpan en mis uñas.
Se ha consumido el trayecto de luz que me unía a tus
días, Ariadna; el país de hule se entrecorta, la devastación deseca las ruinas
que pisas –ya no puedes mirar el esplendor de antes– susurra a mi oído la niña
transparente.
Aislada en la deflagración de mi mente; las paredes,
ventanas y puertas, giran en círculos continuos hasta desaparecerme.
¿Guarda el espejo de mi peinadora mi cuerpo?
¿Dónde has ido niña transparente que hurtas mis
colores?
Mira que tengo "el corazón tan roto" como
el de Ariadna.
Aprisionada estoy, en un país disuelto, donde los
muertos deambulan junto a los vivos, mi féretro lo cargan en su carretilla una
jauría de perros y la niña abortada de mi patio.
No quiero estar en este país quiero estar en mi
país.
Teseo me ha abandonado en esta pequeña ciudad, muy
grande es el dolor de su falta.
Parto los cristales de mi ventana para poder entrar,
las fosas comunes están abarrotadas de fallecidos por la peste china, estoy tan
delgada que me cuelo por los barrotes; la niña transparente me ha dejado su
caja de colores sobre mi colchón sin sábana, han regalado mis pertenencias, mi
hija ya no está, el país de hule que me atormenta en mis sueños ya no está se
ha escurrido como líquido de mis recuerdos; los vivos se confunden con los
muertos y ya no sé quién soy.
Quiero estar enclaustrada para siempre y no mirar
más el sol.
Esconderme de ti, Teseo, de la peste, de la muerte.
He regresado y el país está despedazado, me han
apartado, y tú, Teseo, me has causado gran pena con tu alejamiento.
Aislada en estas paredes blancas y apisonadas por la
desgracia.
¿Dónde hallaré niña transparente más dolor e
infamia?
En una intergalaxia ocre y fétida, en el país de
hule asolado por la peste roja, en el confinamiento de Amanda por el virus
chino o en el abatimiento de Ariadna.
Teseo, salva de la destrucción a mi pueblo; y cunde
de amor mis manos, mis labios, mi cuello, con tus besos.
¿Soy Ariadna o Amanda o la niña transparentada que
roe sus huesos como una serpiente?
Voy vestida de Novia
con un traje blanco y muy largo,
con el cual me enredo,
mi embarazo no se nota
es una nuez en mi vientre,
los ríos confluyen muy transparentes.
Virginia y Grecia lavan las piedras,
no cuento con una caída en picada,
es denso el consentimiento de mi compañero,
una bruja vestida de negro volando en su escoba
asusta a los invitados a la boda,
se resguardan sobre la casa
que se desmorona en la cumbre.
"Lo que no vi callé, lo que admiré
lo convertí en el oscuro testamento de mis días.
Ahora mis huesos son cal para las aves de los
campos".
Regué luego las flores
que adornaron las mesas,
lancé mi bouquet
a una vieja solterona y desprejuiciada
que besó mil bocas suicidas
y sucumbió ante cuerpos
olorosos a almizcle y aguardiente,
mi boda fue una mañana azul
donde el viento no soplaba sino se enardecía
iba como una muerta
ya pálida y sin ninguna expresión,
el tiempo rebotó
junto a las ballenas venidas de un mar alterno,
ahogué mis ecos,
saturé mis pesadillas de rosas y dinero,
pasé por el dintel de su puerta
y crecí como levadura hasta el cielo,
miré tu rostro en mi desmemoria
y no supe más de Valmore en mis sueños,
ni de los fantasmas que me aterran
en las mazmorras viscosas
de los vasos curtidos por el tiempo.
"Pero he soñado Dylan Thomas, he soñado
con la sal de las apariciones
y la fecunda caída del tiempo entre mis manos".
Miro al novio y culmina mi boda.
De Las pastillas de Amanda (2019-2020).
Muchas gracias por su visita
Isaías Medina López (Coordinador)
Gracias, mi querido amigo Isaias, por tener presente la palabra en estos días de cautiverio. Abrazos inmensos.
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