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martes, 21 de noviembre de 2017

Cuentos Venezolanos de Navidad (12) "La Mujer de la Iglesia Santo Domingo" Relato de Samuel Omar Sánchez Terán

"...cuando ve a una mujer que viene caminando de una belleza misteriosa"
Imagen en el archivo de la docente cojedeña Elumir Guerra.


Desde tiempos de  la Colonia se oyen los cuentos del Carretón que con su carga de miedo recorre las calles empedradas, sembrando el terror a los que se atreven a caminar a esas horas de la madrugada, el grito de la Llorona, de la Sayona, y el temible Silbón, aun en esta época se le oyen, e igualmente visto por los lados de Palambra del Doctor, si no pregúntenle a Sixto Cisneros, Luis Adolfo Moreno y el señor Críspulo Landaeta y su esposa Ana Victoria Velásquez,  ni hablar a estos hijos que después de tantos años: Pablo, Ana María, y Delida Landaeta, se aterran en los meses de mayo cuando El Canillú recorre esa zona y Delida se pone como esos pollitos asustadita buscando a su mamá.
Hay un personaje en San Carlos, en el sector 23 de enero es Tito Ortiz “Titico”, el hijo de la recordada enfermera del Hospital de Los Llanos Rosario Pérez y Tito Ortiz, viejo camionero y amigo de los amigos, eterno jugador de bolas criollas, personas muy recordadas,  aun de muertos se les aprecia y “Titico”, ya próximo a jubilarse de las Oficinas de Cantv, en la principal vía al Hospital ahí se le encuentra, bonachón el muchacho e igualmente amante de la bohemia nocturna y de los patios de bolas criollas como su padre.
En las diferentes plazas Bolívar de cualquier municipio de nuestro estado, sentados en una banca escucharán algún testimonio como le sucedió a “Titico” siempre su madre Rosario, adolescente en las noches salía con sus amigos como se dice a echar un pie a cualquiera velada criolla que se efectuaban en los club como el Cestope, el club Mutuo Auxilio o el Club Canarias ubicado, en ese tiempo,  frente al recordado negocio de nombre “Ziruma” donde vendió esos ricos jugos de caña de azúcar y su propietario era Tito Vidal, “El zurdo o el renco Figueredo” administra ese club Canarias, hasta la orquesta la Billos Caracas Boys y Los Melódicos, dejaron para el recuerdo grandes bailes.
O si no lo está en el recordado negocio bar y patio de bolas criollas llamado “El Foco Rojo” atendido por sus propietarios la señora Antonia Velásquez y su esposo conocido con el apodo de “Nariz de goma”.
Sucedió un día 22 de diciembre “Titico” después de su faena de trabajo, se va a refrescar con unas heladas en algunos locales de San Carlos, son casi las doce de la medianoche cuando llega a la tasca-restaurant del Colegio de Abogados ubicada en la calle Figueredo diagonal a la Plaza Fernando Figueredo, se divierte un buen rato,  hasta se comió una parrilla de churrasco y acompañada con unas espumosas, a la una se despide de los amigos al salir ve el cielo encapotado y está frente a la Iglesia Santo Domingo y de la nada cae una repentina tenaz lluvia moja pendejo, no le queda más que guarecerse frente el portal de la Iglesia, cuando revienta un trueno acompañado de una centella siente un frío que lo heló hasta los tuétanos…ve pasar unos perros aullando asustados, cuando ve a una mujer que viene apuradita caminando de una belleza misteriosa, una catira pero con el pelo rojo como la sangre y vestida con una traje de color negro azabache.  Llega justo a él y se está protegiendo de la lluvia. “¿Buenas noches, dama de la noche, que haces por estas solitarias calles con este clima? Dice “Titico” con un una sonrisa pícara. La mujer  le responde: “Vengo de una fiesta navideña en casa de una amiga”.  “Titico” nota algo extraño;  la mujer viene mojándose, pero la ropa está seca e igualmente su pelo. De golpe este empieza a temblar como majarete, se despide y se viene empapándose,  la mujer  le dice: “¿Qué te pasa; tienes miedo?”.
“Titico” no responde y siente a la mujer a medio paso detrás de él, sigue caminando hasta llegar a la calle Federación, casi llegando a su casa y la mujer prácticamente lo viene acompañando, se recuerda que en su cartera lleva una imagen de “La Magnifica” y al sacarla la mujer se ríe a carcajadas y dice “Ay,  Titico,  te acordaste cuando estás en aprieto… hasta aquí te he acompañado; será en otra vez compañero de camino”  y en una estela de viento desapareció ante los ojos del pobre muchacho que estaba más pálido que  guarapo de caña clara y temblando como prendido en fiebre de cuarenta, entra a la casa más asustado que culebra al oler creolina.
Eso sí Titico, esa navidad por primera vez, la pasó en su casa, y compartió las fiestas con su familia, pero, el pensar en esa aparición lo atormentó por un tiempo.


Este testimonio oral es de Tito “Titico” Ortiz, escrito por Samuel Omar Sánchez Terán.

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