Imagen del archivo de Adriana Infante
LEYENDA DE LA DIABLESA Y
EL FANTASMA DEL MORO
(Celestino Peraza)
Se
llamaba Magdalena, como la enamorada del Gólgota, y como ésta pasó del pecado
al arrepentimiento. Pero no hasta el punto de la rubia galilea, porque la
nuestra contrajo al fin matrimonio con Pedro Juan García, individuo que, muy al
contrario de Jesucristo, había estropeado en los bailes muchas mejillas antes
que le tocasen las suyas. Después de su matrimonio, se fueron a vivir al
vecindario de Tupuquén.
Tupuquén
era uno de los veintiocho pueblos fundados por los padres catalanes, hoy casi
todos en escombros. Y éste apenas seria conocido si no hubiese sucedido que,
frente a él, en el ríoYuruari que lo roza por la derecha, fue dónde se
descubrió por primera vez el oro de nuestra hermosa Guayana.
Hay
también otra razón por la cual Tupuquén goza de cierta celebridad en la región
aurífera. Además de ser el abanderado de los descubrimientos mineros, brota en
sus sabanas un pasto magnífico, especie de heno hecho venir de Egipto por “El
Moro”, inglés escéptico, descendiente directo de Lord Hamilton, quien se instaló,
se casó y murió en Tupuquén, sin querer volver a Londres, donde su familia
colmada de riquezas le llamaba con insistencia.
Con
todo y no obstante estar cerca de las explotaciones mineras, Tupuquén ha
seguido arruinándose y para la época a que nos referimos, apenas quedaban
cuatro o cinco casas de construcción antigua. En
una de estas, precisamente en la que habitó “El Moro”, de dos piezas solamente,
con corredores circulares de altos pretiles, vivía la Diablesa con su marido y
dos retoños de su reciente matrimonio. Allá,
en su juventud, Pedro Juan había sido de los afortunados en la mina. Había
sacado oro en abundancia, pero el maldito juego de azar le había llevado todos
los hermosos granos extraídos de la greda. De los restos de su pasada fortuna,
sólo había salvado la suma en que compró las doce vacas que sustentaban ahora a
su mujer y sus hijos. La
Diablesa, que oía referir con frecuencia a su marido los dones con que la
suerte le sonreía en otro tiempo, vivía siempre pensando en que aquello se repetiría
algún día.
Una
noche, la Diablesa se acostó pensando siempre en su idea favorita; y apenas se
quedó dormida, cuando comenzó a soñar la cosa más penosa y a la vez la más
agradable del mundo. Soñó que en el marco de la puerta que daba al corredor,
veía a un hombre alto, flaco, de patillas rubias, ojos azules y vestido con un
uniforme semejante al de coronel del ejércitoinglés, como ella lo había visto
despierta en los cuadros pegados en la pared de la salita.
Aquella
visión produjo en la Diablesa una pesadilla; quiso gritar, pero como sucede en
tales casos, el grito no salía de la garganta, ahogado por el sueño. En este
estado angustioso vio que el fantasma se llevó el índice a los labios en señal
de imperioso silencio, y parándose en lo alto del marco, bajó la mano y señaló
a sus pies, siempre mirando fijamente a la Diablesa. Cuando ella bajó la vista,
su pesadilla se transformó en alegría. Seis frascos, seis hermosos frascos
bocones, de esos en los que los pulperos guardan sus conservas, estaban allí,
en fila, abarcando todo el ancho de la puerta, repletos de oro en granos e
iluminando el lugar con brillo deslumbrador.
Largo
tiempo estuvo la Diablesa contemplándolos con su natural codicia, y cuando
levantó la vista aparente del sueño, el fantasma había desaparecido. La
soñolienta despertó emocionada y ya no le fue posible conciliar de nuevo el
sueño; pero no dijo ni una palabra a Pedro Juan que roncaba en su chinchorro. Esperó
con impaciencia el amanecer, y al llegar el día, después que su marido ordeñó
las vacas, despachó la leche para El Callao y salió a pastar sus animales a la
sabana en su yegüita castaña. Entonces
la Diablesa echó mano de una barra de hierro y se dirigió a la puerta. Sería
imposible describir su emoción cuando tuvo el marco de la puerta al alcance de
la barra. ¿Y si aquello no era cierto? ¿No sería una burla de su imaginación,
pensando siempre en el oro?
Si
todo resultaba puramente un sueño, ¿no se enfadaría Pedro Juan con la
demolición de su pobre vivienda? -¡Bah! ¡Adelante! –Exclamó con resolución-. Yo
misma arreglaré el marco si Pedro se disgusta.
Y
de un solo barrazo partió la tabla que coronaba el marco. Luego comenzó a
demoler la masa de tierra y piedras embutidas entre las varas que la sostenían.
Al quinto golpe, la Diablesa oyó el
sonido como de un cristal que se había roto, y su corazón palpitó con una
emoción profunda, indefinible. Tal era su alegría, que se sintió sin fuerzas
para continuar.
Por
fin, ya repuesta, dio otro barrazo en el mismo lugar del vidrio roto. La barra
atravesó la pared en sentido oblicuo, asomando su filo por la parte del
corredor, y cuando la sacó un chorro de granos de oro salió por el hueco que
dejó la barra. La Diablesa no pudo resistir aquel golpe de alegría y cayó
desmayada, en el mismo momento en que Pedro Juan llegó. Corrió a levantarla del
suelo sin saber de lo que se trataba…
Pedro
juan continuó la obra de su mujer. Allí estaban los seis frascos hermosos,
repleto de oro bruto, en pepitas de diversos tamaños. ¿Eran
de El Moro o de los padres catalanes? Nadie lo sabe. Lo que sí se sabe es que
Pedro Juan no perdió en el juego esta nueva caricia de la fortuna, sino que
compró un hato y educó a sus hijas en el convento de Demerara.
ABUELÓN (Mercedes Franco)
Fantasma conservacionista, que aparece en las
playas margariteñas para castigar a los pescadores inconscientes y a quienes
dañan el ecosistema marino. Tiene el aspecto de un hermoso anciano, con una
frondosa cabellera de espuma blanca, constelada de estrellas de mar y entretejidas
con algas y restos de conchas marinas. Su mirada profunda como el océano
despide un extraño fragor azul.
ACOSO SEXUAL DE FANTASMAS
(Mercedes Franco)
Aunque
pueda parecer increíble hay fantasmas que se enamoran de los seres vivos, y los
acosan sexualmente. Hasta se “despechan” por ellos. En su extraña pasión
persiguen y atormentan a la persona de la cual se enamoran, tratando de
seducirla. En la antigüedad se hablaba de íncubos y súcubos, demonios
masculinos y femeninos. En realidad eran entidades incorpóreas, de naturaleza
maligna, que asumían a veces agradable forma humana, con el fin de tratar de
atraer a los humanos y sostener trato carnal con ellos. A veces se acercaban a
la gente durante la noche, mientras dormían.
En muchos países del mundo se habla de
fantasmas enamorados, duendes y otros misteriosos seres que acosan a las
muchachas y en Venezuela, en el estado Falcón, se sabe de los llamados
Ceretones, duende invisibles que se enamoran de las jovencitas, y son capaces
hasta de raptarlas, para llevarlas a lo más profundo de La Sierra.
En el oriente del país también hay creencias
similares. En un pueblo llamado El Tejero, en el estado Monagas, se cuenta la
historia de Carmelina, una joven que recibía todas las noches la visita de un
invisible desconocido. Oía sus pasos fuertes, acompasados, y su voz varonil, de
timbre ronco y grato. Ella cerraba los ojos y adivinaba su rostro de fuertes
rasgos, sus ojos profundos. Aquel galán sobrenatural no faltaba una sola noche
a la cita. Era muy puntual, lo cual no se puede decir de muchos humanos. Se
acercaba a ella y la saludaba con cariño, preguntándole si se encontraba bien.
A los pocos días, Carmelina se dio cuenta de que se trataba de un fantasma
enamorado. En un primer momento pensó aceptar la amorosa amistad, pero luego
recordó que estaba recién casada y que su marido la celaba rabiosamente de
cualquier hombre, por más fantasma que fuese. Llamó entonces a su vecina
Narcisa, curandera, que tenía fama de caza fantasmas: era experta conocedora de
hierbas y plantas capaces de ahuyentar a los malos espíritus. Narcisa mandó a
desocupar la casa por un día y luego hizo lo que los conocedores llaman un
sahumerio: quemó en cada esquina de la casa hojas aromáticas, en este caso
raíces de una planta conocida como “piñón”. El etéreo pretendiente nunca más se
acercó a Carmelina, pero dicen que lo escuchaban silbando fuertemente en la
plaza, irritado por no poder volver al lado de su amada.
LA VIERNESFÓBICA (Eduardo Mariño)
A Mary Cruz la aterran las tardes de viernes
porque sencillamente ya las conoce demasiado y sabe que su seducción de
terminales y autobuses —concupiscente y atroz, es una invitación al desastre.
EL REFRÁN (Ramón
Lameda)
Le habían advertido que no fuera al
botiquin. Apenas franqueo la puerta, le metieron un tiro en el mismo sitio del
pecho en que se lo habían metido el año anterior era un tiro de nueve
milímetros, bueno para matar un buey. Pero como “un clavo saca a otro clavo”,
se sacudió la camisa y decidió regresar a su casa.
Como “chivo que se devuelve se
desnuca”, al abrir la reja del edificio, le cayó en la cabeza un enorme matero
desde el noveno piso. Fue una muerte con un sonido de tierra derramada.
Lo podría salvar, alegando de que no
era un chivo, pero un refrán hay que respetarlo.
SALVADO POR UN APAGÓN (Armando José Sequera)
Uf, no, después de que pase tres meses
pensando si iba o si no iba, por fin fui al dentista, porque ya no aguantaba el
dolor de muelas. Pero estando en el consultorio se me desapareció el dolor y me
puse a pedirle a Dios que me sacara de ahí. Se lo pedí con una fe que nunca
había tenido para otra cosa. Incluso, cuando el dentista me llamó y me senté en
la silla, yo no perdí la fe de que, aunque fuera a la última hora, algo
sobrenatural me salvara del taladro, porque es a lo que yo le tengo miedo. Y
cuando estaba con la boca abierta, entregado, me salvo la campana: se fue la
luz. En plena oscuridad, salí corriendo y, hasta ahora, no he vuelto, ni pienso
ir… Yo creo que si Dios se apiadó de mí en ese momento, era porque todavía no
me tocaba entregarle mi boca al dentista.
SEXO DE LOS DUENDES (Luis Arturo Dominguez)
A tal punto alcanza la creencia en los
duendes entre los campesinos venezolanos, que llegan a atribuirle sexo a dichos
seres, y a sostener que son muy celosos y delicados, y que a hora fija se
escapan de sus guaridas para recorrer el vecindario en busca de aventuras, que
acusan su presencia con un silbido particular y, como si en realidad los
hubieran visto en alguna ocasión, aseguran que los duendes tienen los pies
invertidos y carecen de los dedos pulgares de las manos.
También algunos pobladores de nuestro medio
rural suponen que cuando un niño está deponiendo y al mismo tiempo come algo,
al quedarse solo, le sale el duende para encantarlo y llevárselo a su guarida o
palacio maravilloso.
Con relación al rapto de los niños por el
duende, Jesús Manuel Subero, manifiesta: “Muchas personas refieren también de
niños extraviados y encantados en lugares impenetrables y al preguntarles quien
lo había llevado a ese lugar informaban que un muchachito o sea un duende”.
Ahora con respecto al sexo y a los secuestros
de los niños por los duendes, el profesor Rafael Olivares Figueroa, dice lo que
sigue:
“No es uno el duende; sino muchos, habiendo
asimismo duende y duenda, esto es: de un sexo y de otro, y constituyen, si
damos crédito a la tradición, las almas inquietas de muchachitos que murieron
antes de haber recibido el agua del bautismo. Rondan las cunas de donde se
hallan otros aún no cristianados y aprovechan el momento propicio para
substraerlos, depositándolos en lugares del monte a veces no muy accesibles,
por lo que las familias procuran no retardar el acto del bautismo, que los
inmuniza contra el duende, dándose la curiosa costumbre de llevarlo a cabo
particularmente (con la fórmula sacramental); pero sin recurrir, de momento, al
sacerdote, lo que se denomina: “echar el agua”. En un caso y en otro se nombran
padrinos, reservándose el dictado de “bautismo” para el segundo caso;
considerando al primero como provisional o de urgencia, y siendo así tolerado
en muchas regiones de Venezuela”. Y sigue: “Cuando desaparece un niñito, hasta
de tres años, han de salir en su
búsqueda sus padrinos como “el medio más eficaz” de hallarlo”.
HOMENAJE A ALFREDO ARMAS ALFONZO
(Algunos cuentos)
3 X 2
La pareja de
titirijís, macho y hembra, él de suntuoso plumaje gris y negro, ostentosamente
brillante, ella de apariencia mohína, cada vez que se apareaban descendían
sobre las casas de los hombres y la emprendían a picotazos con los perros que
obstinadamente, entre el aullido y el ladrido enardecidos, trataban de cercar y
destruir estas aves nocturnas sigilosas y fantasmales. Por eso, heridos del
afilado hierro del titirijí, era que aquí no había sino perros ciegos que se
golpeaban con los quicios y las silletas cuando caminaban.
6 X 6
Todos sus
huesos lo condenaban al sufrimiento o lo exponían a los dolores, y debido a esa
única circunstancia cuando se le sentó a Carlos Pinto para que le hiciera las
seis postales que estaba necesitando, en el retrato apareció la cara de su infelicidad,
y ninguna de las mujeres estuvo conforme con aquello. Aún más ninguna le acepto
el regalo y tuvo que reaccionar como correspondía en una situación semejante en
crisis emocional.
5 X 4
Se comía la
mariposa azul, la mariposa blanca y la mariposa amarilla del verano, se las
comía, la mariposa roja y negra, se la comía también y aún a las nocturnas a
pesar de que están revestidas del polvo lunar se las engullía, sin denotar
repulsión.
En el sueño,
después, él veía que de dentro de sus nalgas reaparecían las débiles criaturas
del viento, como si fuesen flores que flotaban en el aire, como semillas
esparcidas, como hojas sacudidas por el huracán. Las mismas expelencias
adquirían fragancia de tiamo, de guatacaro, de trompillo, de roble, de guásimo
y de cautaro.
Muy buena lectura amigo Isaias, un abrazo
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