KUAY NABAIDA
Mucho antes de que el
vaho de la pólvora, y después el del olvido, difuminaran sus plumas de pájaros,
sus quisques, sus pedrezuelas de adorno, sus tejuelos de oro, sus collares de
concha, sus caracoles blancos, sus sellos
de arcilla para los atavíos del cuerpo, sus tiestos de engobe, sus chaguales y
patenas, sus azabaches contra la desventuras, sus ídolos de tres puntas para
propiciar la abundancia de la tierra, sus colgantes de filigrana, sus diademas,
sus vasijas zoomorfas y encantadas, sus tallas y urdimbres;
Mucho antes de que cayeran por tierra sus mariposas de
obsidiana y sus tocados de tucán, sus yerbas y raíces milenarias contra los
males del cuerpo, sus granos y olicores contra la muerte, sus copales para la
sobrevida en la muerte, sus dominios terrestres y celestes, sus flautas de
barro y de hueso contra las pesadumbres del espíritu, sus calendarios, sus
ciencias y sus canciones;
Mucho antes de que fueran sus gentes esclavizadas,
servidumbradas, deshonradas, despojadas de la antigua piel de su alma;
Mucho antes de que sobre ellos cayera mandoble y desprecio,
las primeras tribus habían descubierto los grandes ríos, la cerúlea
bienaventuranza de la mar, las mesetas, las llanuras y las montañas del
continente.
Unos vislumbraron los brazos de un gran torrente bajo la
calinosa neblina del verde impenetrable, lo hicieron hermano y padre y
compañero respetado y lo llamaron Uriaparia, Wirinoco.
Eso fue mucho después de que los abuelos decidieran
abandonar las regiones desconocidas.
Pues al principio – cuentan los más ancianos entre los warao
- los hombres vivían en el Kuay Nabaida,
el mar de arriba.
Allí, sobre la copa de una manaca altísima, venía todas las tardes a posarse una bandada de pavas para pasar la noche.
Cierta vez un indio dijo a otro que le flecharan una, pues
tenía hambre.
El indio apuntó a una pava y disparó. La flecha pasó por
entre las aves sin alcanzar a ninguna y al caer se clavó fuertemente en la
tierra.
El muchacho fue en busca de la flecha pero no la halló.
Había desaparecido.
Buscando y buscando oyó que una anciana le llamaba: “Mauka, ji jatabu tamatika ja” (Mira, hijito, tu flecha está aquí”).
Pero la flecha estaba tan profundamente clavada que aun empleando todas sus
fuerzas el muchacho no pudo arrancarla.
-Cava alrededor – le dijo la anciana – y de ese modo podrás
arrancarla.
Los dos indios se pusieron a cavar y en eso estuvieron largo
tiempo.
Mientras más escarbaban, la tierra se iba hundiendo,
hundiendo. Toda la tierra se iba escurriendo mientras ellos cavaban alrededor
de la flecha.
Por fin apareció un boquete desde donde podía verse el mundo
de abajo y todas las cosas de la tierra. Los indios estaban asombrados y
llamaron a los otros indios y reunieron a los principales y a los ancianos de
la tribu para que fuesen a ver el mundo de abajo desde el bosquete abierto por
la flecha.
Los principales y los ancianos deliberaron y consultaron con
el pueblo sobre si debían bajar a conocer el mundo que tan hermoso se veía.
Todos querían conocer ese mundo verde e iluminado parecía, por lo que
decidieron descender por una maroma que tejieron con jáu, la fibra del moriche.
Uno a uno los indios se deslizaron por la maroma hacia
abajo.
Uno a uno se deslizaron, pero todavía faltaban un wisiratu y
su mujer, que estaba embarazada.
El wisiratu ordenó a su mujer que bajase primero, pero la
mujer embarazada no cabía por el hueco. Por más esfuerzos que hacia el wisiratu
por empujar a su mujer hacia abajo, ésta se quedaba atascada en el boquete sin
poder bajar ni subir.
Y por más que hizo, la mujer sólo pudo sacar un muslo con la
pierna y su pie. Y de allí no pudo moverse más.
En el boquete del Kuay Nabaida quedaron el muslo, la pierna
y el pie de la mujer. Quedaron allí para
siempre y se convirtieron en estrellas.
Por las noches esas estrellas, siete estrellas de la osa, se
pueden ver alumbrando las altas copas de las manacas y reflejándose en los
caños.
Los warao dicen al verlas: “No ji jabasi” (Uno de los dos muslos”).
Nota: Textos transcritos de Costado Indio de Gustavo Pereira, publicado por la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 2001)
Hermosos mitos fundadores. Hay tantas similitudes entre las cosmogonías de las culturas indígenas del norte de Sur América. Me ha recordado las historias y leyendas que perfilan las historia de mi comunidad de pertenencia. Gracias por este buen extracto.
ResponderEliminarLos mitos van dejando ese halo de magia
ResponderEliminarAplicables a la realidad.
Gracias por tan buena entrega.