Una simple taza de sopa animó mi curiosidad
EL CAZADOR
Salió mi abuelo de cacería a la montaña y se
llevó una escopeta de pitón. Cuando iba caminando vio una huella de un venado,
llegó y cargó la escopeta, más adelante encontró la huella de un picure, volvió
a cargar la escopeta, vio las huellas de un cochino y volvió a cargar de nuevo.
Volvió a cargar de nuevo cuando vio las huellas de un tigre y estaba un poco
asustado. A medida que caminaba se le aparecían más huellas. Cuando vio hacia
delante volvió a cargar y se fijó que todos los animales estaban en la pata de
un cerro. Se acercó vio que eran muchos animales y cargó de nuevo la escopeta
hasta llenarla hasta el tope. Apuntó hacia ellos y disparó una hora y todo se
veía blanco de puro humo, fue tanto el impacto que mi abuelo quedó sordo por
tres días, cuando casi a la semana se disipó el humo, había quedado todo
desforestado y estaban todos los animales muertos, por aquel medio tirito que
echó. Duró dos meses cargando animales. Le dijo a un compadre que le ayudara
para hacer un pequeño sartén. Empezaron
su trabajo. Cada martillazo que echaban no se escuchaba en la otra punta según
lo grande que era aquel sartén. Pregunta el compadre para qué era ese sartén y
mi abuelo le dijo para echar juntos todos los animales que maté de un sólo
tiro.
EL MAESTRO Y LA MUERTA
Un día un maestro salió a dar clases a un lugar muy lejano. Su modo para llegar a
su trabajo era una burra vieja que tenía. Una noche que pasó por un camino, se
dio cuenta que había una mujer en el
camino y la montó para darle la cola hasta la casa de la muchacha. Al poco
tiempo se dio cuenta que la joven llevaba mucho frío, le prestó su chaqueta y
siguieron el paso. Llegaron a un
pueblito y la joven le dice que la deje por allí. Cuando el maestro iba un poco
más adelante se dio cuenta que le había
dejado la chaqueta a esa joven. Cuando el maestro viene de regreso al
siguiente día se para donde había dejado a la joven, llegó y tocó la puerta,
toca y toca. Al rato sale una mujer y le abre la puerta. El maestro pregunta
por la joven que le tenía la chaqueta y la señora le contesta: -¿Cuál joven?
El maestro le dice: -Una joven muy linda, a la que yo le di la cola anoche y se quedó con mi chaqueta. La señora le comenta: -Esa joven era mi hija, que cumplió ayer doce años de muerta.
Le insiste el maestro:-No puede ser, yo la dejé anoche aquí, en su casa.
Los dos fueron al cementerio y allí encontraron el nombre de la mujer en una cruz y su chaqueta encima de esa misma cruz. El maestro empezó a volverse blanco, tieso y frío como una tiza. Después se fue borrando de a poquito. Desde ese día no volvió el maestro a pasar por estos caminos viejos.
El maestro le dice: -Una joven muy linda, a la que yo le di la cola anoche y se quedó con mi chaqueta. La señora le comenta: -Esa joven era mi hija, que cumplió ayer doce años de muerta.
Le insiste el maestro:-No puede ser, yo la dejé anoche aquí, en su casa.
Los dos fueron al cementerio y allí encontraron el nombre de la mujer en una cruz y su chaqueta encima de esa misma cruz. El maestro empezó a volverse blanco, tieso y frío como una tiza. Después se fue borrando de a poquito. Desde ese día no volvió el maestro a pasar por estos caminos viejos.
LA RAYA
Un día,
mi tío Severiano Castillo salió con mi
tío Laureano a pescar para un pozo. Al llegar el pozo estaba blanquito de pura sardinas y coporos.
Dijo Severiano: -Pero, Laureano, vamos a lanzarle un tiro a esa vaina. Acomodan
la batería, meten el cable en el pozo y suena ese escandaloso ¡Boooon! Ese pozo
se vacía bello de la pescamentazón que
se miraba fuera del agua. Dice mi tío Laureano: -No, chico, eso hay que meterse
pa´ bajo. No ves que los más grandes quedan muertos abajo. Se metió mi tío
Severiano al agua con un cuchillo en la boca. Se mete al agua y espera y nada que sale. Dice mi tío Laureano: -Ah
vaina, Severiano sí dura, menos mal que sabe nadar.
Pasó una hora y nada. Dos horas y nada
todavía. Comenzó mi tío Laureano a desesperarse, agarra el morral y coge la
vuelta del caño a buscar ayuda, pero en esa ve un borbollón de agua rojito de
sangre. Dice mi tío: -Se murió Severiano. Pero en lo que ve mejor, se da cuenta
que es Severiano, quien sale con una asadura como de una vaca. Mi tío Laureano le
dice a Severiano:-Chico, yo pensé que te habías muerto. ¿Qué es eso que traéis
ahí?-No chico, lo que pasa es que cuando estoy en lo más hondo, como a sesenta
metros bajo el agua, veo una vaina que se alborotó. Cuando voy a ver es que esa
vaina se me viene encima y comienzo a echarle cuchillo. - Pero, chico, ¿qué fue
lo que mataste?
- Bueno, lo que maté fue un pichón de raya,
pero pequeño. Mira, tenía doscientos
kilos. Y yo deseando que me saliera la mamá ¡Pero qué tanta vaina! Lo único que
me pude traer fue este pedacito de asadura, porque venía nadando parriba tan
rápido, para darte la novedad, que toda esa carnamenta que traía se me
desboronó toiíta en ese agüero.
EL CAIMÁN
Según cuenta mi abuelo esta historia parecería
un embuste. -Pero yo ya estoy muy viejo para estar inventando vainas, me dijo
muy serio. Así fue como pasó el caso. Un
día me puse a pescar y zumbo un anzuelo al agua, pero como ya estaba viejo me
quedaba dormido y cuando sacaba el anzuelo no tenía ni presa ni carnada. En una
de esas vuelvo a lanzar el anzuelo y me
vuelvo a quedar dormido, entonces me despierta un templón y un ronqueo que se
mecieron hasta las piedras ¡No juegue! Era el hijo del caimán del caño que
apenitas tenía trescientos kilos, o a la mejor un poquito más, como quinientos
para no exagerar la cosa, allí veo que
el anzuelo se él había metido de la boca pa´ dentro hasta la punta de la
cola. Así pues tiro el sombrero al aire para distraerle la vista, cuando se
embelezó le echo yo un solo templón y me lo traje completito con lo de adentro
pa´ fuera.
EL PERRO
Pasa un día, que yo, Amelio Padrón, estaba
viviendo yo en Buenos Aires. Para allá llega un tío mío, me dice: - Amelio,
poray, en San Carlos, hay una competencia al perro que sea más grande. - ¿Qué
voy a estar ganando yo con ese bichito?, le contesto. -Bueno chico, pero llévalo a ver si gana algo.
Insistió. -Lo voy a llevar, pero usted, me acompaña. Nos vamos con mi abuelo. Cuando llegamos ya
había comenzado la competencia. El primero que desfiló fue un pastor alemán,
después pasó otro bien grande, de los Estados Unidos. Dijo el juez que ese
bicho sería el ganador. Cuando le van a dar el premio, detengo todo aquel
alboroto.
-Un momento, ese premio es
mío.
-Pero, ¿dónde está su perro?, dice muy molesto el juez.
-Déjeme que vaya a buscarlo, le contesto. Lo que estoy viendo es que no sé cómo voy a traerlo, porque ese animal sí que es grande de verdad. El juez cambia la cara y dice: -Bueno, si quiere yo le presto ese camión, que está a la orden.
-Noooooooo, ¿cómo cree? No cabe.
-Está bien, entonces tráigase una muestra, por lo menos. Porfío el juez.
-Eso sí se puede. Ya vengo. Al llegar al rancho, allá en Buenos Aires, veo unos perritos que los estaba matando la pulga y la sarna. En eso levanto la mirada y diviso una maceta de morrocoya bien vieja, sesteando en el ranchito de al lado. De una vez se me prende una idea. Agarró la morrocoya vieja, la meto en un saco y me regreso para el concurso del perro más grande. Al llegar el juez pregunta medio caliente:
- Ajá. ¿Dónde está la muestra?
-No, ya va. No pude hacer más nada. Lo único que puede traer, del perro mío, fue esta garrapata que tenía pegada en la oreja.
-Pero, ¿dónde está su perro?, dice muy molesto el juez.
-Déjeme que vaya a buscarlo, le contesto. Lo que estoy viendo es que no sé cómo voy a traerlo, porque ese animal sí que es grande de verdad. El juez cambia la cara y dice: -Bueno, si quiere yo le presto ese camión, que está a la orden.
-Noooooooo, ¿cómo cree? No cabe.
-Está bien, entonces tráigase una muestra, por lo menos. Porfío el juez.
-Eso sí se puede. Ya vengo. Al llegar al rancho, allá en Buenos Aires, veo unos perritos que los estaba matando la pulga y la sarna. En eso levanto la mirada y diviso una maceta de morrocoya bien vieja, sesteando en el ranchito de al lado. De una vez se me prende una idea. Agarró la morrocoya vieja, la meto en un saco y me regreso para el concurso del perro más grande. Al llegar el juez pregunta medio caliente:
- Ajá. ¿Dónde está la muestra?
-No, ya va. No pude hacer más nada. Lo único que puede traer, del perro mío, fue esta garrapata que tenía pegada en la oreja.
LA IGUANA
Un día mi tío Severiano Castillo estaba en el
conuco socalando el maíz y sale un animal corriendo a toda carrera. -Como es un
cachicamo más bien, se dijo para sus adentros. Reparó mejor, después de ese
susto, y tiró la vista hacia delante. El monte se estremecía. Cuando el barajuste
le viene cerca le tira un machetazo patantiá. Al ver que se aquieta el
barajuste, repara que es una iguana. El machetazo no la había herido y después
de verla bien la soltó. Siguió socalando y de nuevo ve que la iguana se le
viene adelante. No le paró, pero al rato vuelve la iguanita. Ahí fue que reparó
que el animal lo estaba buscando porque era tiempo de iguanas y ella quería
regalarle sus huevos ¡Ha bueno!, se dijo y la abrió con mucho cuidado, porque
era un animal pequeño. Después se preguntó ¿Cómo será que sacan estos huevos?
Empezó a sobarle la barriga y cayeron
los primeros huevos: Doce. Al ver que no le cabían en la mano de lo grande que
eran los huevos de ese animalito, se los metió en el mocho ´e pantalón. Así
estaba. Sacando huevos por docena y rellenan se hasta que ya casi no podía
moverse y el animalito seguía botando ñemas. Escucha un ruido y entonces decide
cortarle el cordón a la iguana para que no siga botando ñemas y se
vaya. El ruido eran sus hijos que tenían una bulla porque cada uno venía con
dos tobos como de ocho kilos de peso llenitos de huevos de iguana, se reunieron
y sacando fuerzas de cada quien lograron llevarse la carga. Los muchachos le
dijeron que eran de una sola iguanita, que se les había aparecido.
Ya llegando a la casa, mi tío escucha otra remezón en el conuco, el no pudo voltear de lo relleno que venía y los muchachos tampoco, porque venían simbraos con el peso, pero se le puso, que era la misma iguanita que aún no terminaba de botar todas las ñemas que tenía en el vientre.
Ya llegando a la casa, mi tío escucha otra remezón en el conuco, el no pudo voltear de lo relleno que venía y los muchachos tampoco, porque venían simbraos con el peso, pero se le puso, que era la misma iguanita que aún no terminaba de botar todas las ñemas que tenía en el vientre.
LA MUERTA DE LA MATA DE LA MANDARINA
Una vez en Buenos Aires, por un sitio llamado
Aguirre, salía una muerta en una mata de mandarinas. Persona que pasara por ahí
lo asustaba. Allí también había un hombre guapo que no le tenía miedo a nada. Al
oír de su valentía, alguien le cuenta de ese caso: -Mira en La Mata de La Mandarina, pasando la
quebrá, hay una muerta asustando a todo el que pase por allí. -Noooo, chico,
deje quieto que se aparezca a mí. Ja.
Un día que el hombre va pasando cerca de La Mata de La Mandarina se acordó del reto. En eso venía una tempestá muy grande, con relámpagos que alumbraban todo y vio para el mandarino, divisando la muerta, vestida de blanco. Cuando se quitó la claridad de los rayos, desapareció. Así estaba cada rato. El hombre guapo se dijo: A esta muerta la voy agarrar. Se llegó hasta el mandarino, esperando que en el próximo relámpago apareciera la muerta. Cuando le sale ese espanto le echa un manotazo. El hombre pensó: Esta condená lo que quiere es otra cosa. Se fue para su casa. Al llegar y prender un cabo ´e vela, le sale la muerta. Le agarra un brazo y se le desapareció. Le agarra el otro y también se le desaparece. Cuando se le tiro encima aquel espanto se puso bien bravo y se fue bufueando por todo el camino. Desde esa noche no se la ha visto más.
Un día que el hombre va pasando cerca de La Mata de La Mandarina se acordó del reto. En eso venía una tempestá muy grande, con relámpagos que alumbraban todo y vio para el mandarino, divisando la muerta, vestida de blanco. Cuando se quitó la claridad de los rayos, desapareció. Así estaba cada rato. El hombre guapo se dijo: A esta muerta la voy agarrar. Se llegó hasta el mandarino, esperando que en el próximo relámpago apareciera la muerta. Cuando le sale ese espanto le echa un manotazo. El hombre pensó: Esta condená lo que quiere es otra cosa. Se fue para su casa. Al llegar y prender un cabo ´e vela, le sale la muerta. Le agarra un brazo y se le desapareció. Le agarra el otro y también se le desaparece. Cuando se le tiro encima aquel espanto se puso bien bravo y se fue bufueando por todo el camino. Desde esa noche no se la ha visto más.
Estos relatos son del registro de Ronnys Almidio
Padrón Quintero: quien nace en Camoruco, estado Cojedes, el 21 de febrero de
1992. Cursó estudios en la Universidad del Deporte. Desde joven participa en eventos literarios como contador de
cuentos. Este es su primer libro de manuscritos y fue consignado en el año
2007. Los cachos de este cuaderno son narraciones legadas por sus
familiares Roso Amelio Padrón (nacido en
1944) y Severiano Castillo (nacido en 1936), personas muy respetadas en el
estado Cojedes.
Textos tomados del libro: 100 CACHOS:
ANTOLOGÍA DE LA NARRATIVA FANTÁSTICA
ORAL DE COJEDES (Compilación, Prólogo-Estudio, selección y notas de Isaías Medina López; 2013)
Publicado por la UNELLEZ-VIPI, en San
Carlos, Cojedes, Venezuela. Edición de la Coordinación de Postgrado y la Coordinación de Investigación
Excelentes cuentos, leídos y apreciados! Saludos!
ResponderEliminarGran labor de recopilación la que estáis llevando a cabo. Preciosas narraciones que se perderían en el tiempo sin remedio y nosotros ahora leemos, disfrutamos y compartimos con más gente...Genial labor, no me canso de decirlo..
ResponderEliminarExelente. Mil gracias
ResponderEliminarInteresante los dos primeros cuentos que leí. Seguiré leyendo. Buen ojo Isaías, buen ojo.
ResponderEliminarMuchas gracias a tod@s por leer mis cuentos...
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