Poesía, paisaje y tiempo se derraman en Falcón.
(archivo de Tulio Torres)
ECOS Y PASOS
ALLÁ Y AQUÍ -César Seco
Me fui de esas calles pero ahora las encuentro por donde voy. Escucho el eco de voces que llegan de allá a hoy sin mediar tiempo y distancia. Sin obviar el tono particular de cada voz, las escucho y paladeo en la mía que enmudece. Imagino el rostro de los que las dicen y las escriben, mientras aparto el polvo para ver, mientras hago oído para escuchar. No disocian los muros de silencio que les salen al paso en la ciudad, de la hoja en blanco donde vacían sus súbitos y aprehensiones, algunos en la soledad de una habitación, otros en la libación de sus angustias y placeres, otros caminando esas calles por donde ya no ando, pero que aún reconozco en la memoria como si fueran líneas de la palma de mi mano.
Degusto esas voces que prolongan a otras
ya ausentes, habitando por fin el reino de lo invisible a donde iban y llegaron
por la palabra, la misma que los hace presencia letrada entre nosotros. Con
unas y otras en el oído camino por esta otra ciudad, iluminado por la vastedad
de su cielo siempre encendido por la llama alta del oro negro que mueve al
país. Aquí las evoco e invoco para que vengan a asistirme en mi mudez de flaneur,
para que me lleven de vuelta a la ciudad de arena, para que me depositen en sus
solariegas calles y avenidas y despierten en mí todos los ecos con los que la
escritura posibilita allí el sueño y abre los ojos a la perplejidad, esa
que llamamos realidad por no tener otra palabra con la cual nombrar al súbito,
la intensa resolana o la muda noche que precede las apariciones súbitas, el
trasgo o el duende.
Me fui de esas calles pero ahora las encuentro por donde voy. Escucho el eco de voces que llegan de allá a hoy sin mediar tiempo y distancia. Sin obviar el tono particular de cada voz, las escucho y paladeo en la mía que enmudece. Imagino el rostro de los que las dicen y las escriben, mientras aparto el polvo para ver, mientras hago oído para escuchar. No disocian los muros de silencio que les salen al paso en la ciudad, de la hoja en blanco donde vacían sus súbitos y aprehensiones, algunos en la soledad de una habitación, otros en la libación de sus angustias y placeres, otros caminando esas calles por donde ya no ando, pero que aún reconozco en la memoria como si fueran líneas de la palma de mi mano.
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Me detengo en una plaza de aquí y ya llega de una
calle de allá la voz de Antonio Robles, el poeta que se demora en sus pasos
mientras se abisma en la sobrerealidad; flaco y desgarbado en su torre de
huesos, bajando por el paseo Talavera. Es él (me digo aquí, leyéndolo) quien
marca la ruptura, quien fue más allá del amago nuestro. Antonio Robles sí, me
gustaría llamarlo Helímenes, que fue el nombre que le conocí cuando era
liiceísta y enfrentamos la policía represiva de los años del disimulo. Lo
alcanzo en su escritura de filiación beat, pero sólo hasta allí
porque lo que logra decirme en la página siguiente, ya adentrado en su
libro Callejón X (2007), es muy suyo: un decir por el que anda
como vivo y desanda como fantasma, en esa ajenitud que mira a otro lugar y otro
tiempo. La suya es una poesía que siempre nos va a esperar más adelante, una
poesía que leída hoy nos dirá mañana tanto o más de lo que su eco nos devuelve
en el preciso momento en que viramos de esquina:
Entonces
he aquí que un muerto salió a la calle
entró en un
taller literario
y el
bahareque silencioso fue danza de palabras
“no
descanséis en paz criatura mía
dadme a
beber tu piel y me aliviareis
este delirio
psicótico”
Entonces he
aquí que un fantasma jíbaro se puso
a caminar
por la ciudad
y diseñó
símbolos figuras plegarias naturaleza
elementos
físicos alados
“nuestro reino
no es de este mundo “apoteósico le
diría a otro
espantapájaros para no aburrirnos y
recuerdo a
JACK NICHOLSON atrapado sin salida
y en los
años 50 JAMES DEAN se fue en busca
del paraíso.
Estoy
desubicado fuera de tiempo fuera de contexto
vacía
metáfora decir hoja seca en el viento
entonces ave
negra
¿me
entregarás tu carne o me negarás tres veces antes
de que
canten los cuervos?
me
inscribiré en el gran “hall” porque se me arrebató
el espíritu
Me voy de
ese paseo allá mientras aquí en Punto Fijo me dirijo al centro y decididamente
lo hago en esta hora solar de otro día en que el ruido de los autos y el
movimiento de sus gentes entrando y saliendo por las vidrieras del desmesurado
consumo, me hace pensar en la posibilidad de desplegar alas (si las tuviera) y
volar desde esta calle céntrica y concurrida de compradores compulsivos hasta
el pie de los médanos y dejarme ir entre las dunas con mi sombra a cuestas para
llegar a ese centro que siempre parece dormir y que bien ha sabido pintar en cuerpo
de mujer Nicasio Duno. Se trata de una posibilidad que sólo el arte y la
poesía, como la fe, nos hacen detentar como el sueño que es. Es el claro
instante en que a mí llegan como traídas por la ventisca unas palabras en que
reconozco la voz de Anthony Alvarado, llegando de Pueblo Nuevo a leerme unos
textos que ha concebido en su paciencia de avisor casado con los ecos del
simbolismo, atento a las aprehensiones que lo revelan como animal urbano
en las abiertas páginas de su libro inédito:
Andaba
como un cráneo, sujeto de vértebras, tendones, tejidos.
Andaba como
un hueso, pendiendo, oscilando, siempre
como péndulo
de mármol y concreto.
Andaba como
un crucifijo, una línea que desgarra la carne
y un
travesaño que secciona el alma.
Andaba en
fragmentos, propios e impropios, sin sujeciones
o bisagras
que concentraran este cuerpo desecho.
Desarmado
por los pasillos, en la estación de buses.
Desmembrado
como hormiguero zigzagueante,
a punto de
putrefacción y huesos,
sustituido
por prótesis que robaban mis movimientos.
Cosido por
los músculos blandos y los tendones frágiles.
Descosido
entre las junturas y los pliegues del asco,
entre
cabillas y tuberías improvistas. Trastocado por los latidos
y el
recorrido de la sangre que escapa por las heridas practicadas
a este
occiso apuñaleado entre la noche y el alba,
entrecortado
y desmembrado como una flor sin pétalos.
Después de oírlo ya no soy el mismo.
Me adentraré unas
cuadras más adelante allá, haré un zigzag antes de llegar a La Alameda donde
Ennio Tucci y Jennifer Gugliota junto al Grupo Musaraña levantan un tendedero
de poemas. Me sentaré a verlos compartir esa, su emoción, tan recatada
como febril, por la difusión del poema, mientras envestidos de dignidad y
pureza pergeñan esa escritura suya que apunta por el ojo del desenfado y la
denuncia. La ciudad se ha cocido la boca ante sus disparos verbales, pero
ellos no cesan de lanzar dardos poéticos y servir de editores de los más jóvenes
que les siguen hasta su Madriguera. El primero que viene a mi encuentro es
Ennio Tucci con su voz de niño reclamando de inmediato mi atención:
SINCERO
PÉSAME A LOS DÍAS HIPÓCRITAS
Sombríos
días de gente y marketing
monedas y
billetes prometen acabar con todos
vomitando la
comida sobre-condimentada
días
hipócritas de saludos plásticos con tallas B-36
y súper eses
y una que otra bata pa’ la abuela
cantando la
canción de moda
pregonando
en el tráfico con párrocos y políticos y estudiantes
y no olvide
regresar lo atenderemos como siempre
días
bambalinas de colores arbolitos santas y pesebres
de Querido
Niño Jesús que no se vaya la luz y no llueva
que no he
comprado el juguetito pa’ comenzar a matar gente
EL POEMA DE
LA FLACA
Flaca
Córtame una pierna
Hoy quiero
faltar al trabajo
Y hacerte
desayuno
Me quedaré
contigo
Y el sonido
del día al otro lado de la ventana
Córtame la
pierna por hoy
Mañana
regresaré al trabajo y al mundo
Sabes que no
puedo pasar tanto tiempo fuera del mundo
Sabes que
necesito estar sin piernas para pensar en ti
Saber que me
traiciono cada vez que puedo
Por eso te
digo flaca
Córtame una
pierna y deja el cepillo donde está
Hoy no me
lavaré la cara
No cepillaré
mis dientes
Sólo te
prepararé el desayuno
Córtame una
pierna y regresa a la cama
No la
prepares para el almuerzo
Quédate
conmigo y ayunemos juntos
Yo un nuevo
mocho y tu mi despeinada
sólo por hoy
hazlo
córtame una
pierna y regresa a la cama
Antes de dar un paso de regreso debo mirar a donde
estoy. Este es el omphalos de la ciudad de las tunas. Si aquí
el silencio te coloca tu propia lápida antes que te borres, estos jóvenes se
resisten a ser sepultados en el vocerío inconcluso que los persigue sin darles
tregua por calles y aceras. Ahora llega a mi oído la palabra de Jennifer
Gugliota. Ya Ennio me la ha dibujado con precisión en su poema antes que ella
se pose a nuestro lado como paloma. La escucho antes musitar la timidez que leo
en sus ojos, pero no en su poesía donde la encuentro recía, cierto látigo para
azotar la mentira histórica, incluso la apariencia que suele cubrir el rostro
de las gentes y la verdadera piel de las cosas a la que ofrece su visión
particular, critica y criptica, de mujer lúcida:
Ya éramos y
andábamos en guayuco,
Unos tantos
desnudos.
Y no hacía falta
este idioma
y sus
teorías simbolistas, semánticas y religiosas.
Nos bastaba
el signo para ser y éramos en verdad.
Del
instrumento, naturaleza, vibraba en nosotros
y así nos
multiplicábamos.
Nos
contábamos con los dedos de los pies y las manos,
con cada
grano cosechado y las lunas y los soles
conjugaban
esta poesía espiritual.
Nos
llamábamos y la lengua se hacía rio,
se hacía
mar, montaña y desierto.
Palpitábamos
en la tierra, manteníamos
la
respiración de los arboles.
Ya éramos
cuando su dios se posó en esta orilla.
Ya vivíamos
al son de nuestra sangre,
de nuestras
luchas y cotidianidades.
Éramos pues
un pueblo libre, descubierto,
nos
conocíamos. La ciudad está perimetrada.
Hoy prometí
llevar a los niños al cine, hace ya un año.
Los tomo de
la mano, hago cotufas en la cocina de la vecina.
Tiene en su
tele una porno.
Tapo los
ojos de los niños y los llevo al gallinero.
Nos sentamos
y vemos desde la cima de esta tierra
como el
gallo picotea el suelo, como surge el gusano
que logra
huir de la gallina pero no de la paloma
que salió
desde el tejado y en picada tropieza con el árbol
y arremete
contra la vida del gusano,
que yace
feliz en el suelo burlándose del gallo y sus gallinas.
Antes de irme me llevaré esta resonancia para no
perder el hilo en la fugacidad de esas nubes que miré pasar hace un momento. Un
rato después, más adelante, camino ya sosegado por un trago de cocuy que me di
sin mirar atrás. Enseguida recuerdo a José Paredes, quien como yo ha abandonado
los muros de barro y lo imagino caminar a mi lado, desbordado por su risa
pantagruélica. El delgado hilillo de sus versos me alcanza antes que me hunda
calle abajo con todo y sombra. Hay en su voz como una reminiscencia de la
dicción memoriosa y precisa que nos legó el entrañable poeta Álvarez, pero su
tono se agiliza como sus pasos y va al encuentro de un rostro aletargado en la
resolana, rostro que ya he visto en el cúmulo de nubes pasajeras que zurcen la
inmensidad celeste del cielo coriano a cierta hora de la tarde, o bien, he
avistado ya tras un postigo tan remoto como presente, sorteando la ferocidad
del clima con la gracia de un movimiento parecido al aire que apenas si mueve
una hoja en el patio de su infancia, tal como el poeta lo ha dejado escrito en
la página blanca ante la que se inclina risueño:
A Cruz
Medina, Maíta
Besa el agua
la harina
que la
moldeará
en bendito
sustento
Una nube la
aleja
de esta
terredad
Su voz
entrecortada
pregunta por
un lunes
que ha bajado
unas cuantas
horas atrás
Los
recuerdos la pueblan
la
desvanecen
en el vaivén
Ya sus
largos pasos
parecen
inexistentes
Aquellas
manos
hermosas
que pararían
al rayo
titubean en
su monologo
Ya no habla
con los números
Sus manos se
agitan
en el vuelo
que deja
absorto
al abanico.
Es el instante cuando estando aquí estoy allá y no lo
puedo evitar porque esa es la piel de mi estadía y la llevo a todas partes.
Siento que ando perdido en los recovecos de la vieja ciudad, pero un verso
desentendido de tanto polvo, de tanto silencio me hará volver a la alegría
pueblerina que aún se respira en Carirubana donde me espera Inti Clark cerca de
la piedra donde dicen que Alí Primera se sentaba a oír el dictado de su canción
necesaria demandante de justicia. Allí mismo, el poeta me pide que nos sentemos
porque ha de leerme unos poemas de su libro Tu cuerpo es una patria en
vértigo(2008). Encuentro en sus versos un amor y una militancia solidaria
que figura su compromiso asumido con la palabra y con la esencia toda de ese
pueblo que lo vio nacer. Encuentro esa ternura que dialoga con la voz mayor de
Guillermo De León Calles:
Y VOLVER,
VOLVER
Mi
único tiempo es descubrir contigo la alegría
de goma que
tienes agazapada
Todo tu
llanto también es esta ciudad
la calle
tiene ese olor
ese sudor
inventado
por la cama
Busco tu
pelo
pero es la
boca
la que se
atraviesa en la soledad
como si
fuera una bailarina
Me voy
pronto y puedo ver
todo el mar
arruinando mi tristeza,
cada quien
busca el punto exacto
del país
suyo, imbatible, eterno
entonces
queda decirte
que soy
tambor y Venezuela
caribeño y
que cree en un proceso político
dentro,
tengo otro pasaporte
y es el
abrazo con toda su ebriedad
Tantas cosas
pero sólo las palabras
guardan el
cofre sagrado
la otra
música
Se van
bajando los días
en el resto
de la Internet
no ven cómo
alumbro yo
relampagueando
desde el ombligo
hasta la
fiesta
gritando a
los cuatro vientos que me moldeaste
Ya es tarde, si he de volver a casa lo haré
seguramente, pero antes entraré en una tasca del centro a llamar los alcoholes
que Camilo Morón transpira y respira cuando anda de fiesta en Coro y nos llama
a oír lo que dicen las piedras pintadas de la Sierra y a probarnos en el
conocimiento de los fósiles por los que se va al origen, aun estando sentado a
las puertas de un bar a punto de que lo visite el poema donde arremete contra
la ciudad y la desnuda en sus taras y miserias para mejor ver el limpio hueso
de donde viene, de donde venimos todos, como lo aseveró Cruxent:
I
Un
bar en cálida penumbra
y la suave
aromática carne de madera.
La oscuridad
como un traje viejo pegada a la piel,
y de piedra
y ámbar la conciencia navegando saudades
en un vaso
de cerveza.
Perfila la
noche canciones ausentes.
Trasiego en
silencio círculos concéntricos.
II
Esta
ciudad amarilla
enrejada en
su silenciosa lluvia de arena y de tiempo
Esta ciudad
apergaminada colonial
y vulgar y
lamentablemente pantallera
a la vuelta
desordenada de todas sus esquinas
que
consagran sus instintos de canalla de puta y de beata
Esta ciudad
desmemoriada
y milenaria
abre las piernas e invita a ultrajarla
en un acto
de entrega infinita
Esta ciudad
de casas de fango seco y cuentos tuertos
me ha dado a
beber barro desde su pecho de adobe
y ha criado
en mi cabeza
una pajarera
de sueños bravos
Esta ciudad
de amos impotentes y esclavos sublevados
canta sus
llagas
con una
canción de guijarros impostores
Y sus
paredes caen manchadas por la lepra de los años
Y abre sus
puertas en la noche a una jauría de sombras
Y yo voy
encendiendo las luces
en las
cuencas vacías de las olvidadas calaveras
una a una
El bar entonces se habrá convertido en una
conversación de vivos y muertos como la suponía el poeta de la Cabra
sin ojos cruza el viento. Será el momento de tener presente de la magnífica
factura del poemario de Yariza Rincón, La mujer Caballo (2008)
de donde extraigo de memoria este poema donde ocurre el desdoble, la
alucinación más pura del desierto:
Conozco a
una mujer llamada Caballo
lavaba su
pelo cobrizo en los charcos
quedados de
la última llovizna
Construyó
una casa
vigilada por
caballitos de mar
No niego que
podría ser Nefertitis
desdoblada
en su espíritu perdido
para ser
adorada
por el
último sol y mar abierto
Un día me
prestó su casa
no hubo duda
era la mujer
Caballo
En ese instante impreciso vendrá a los intersticios
que pueblan mi recuerdo la voz nicótica de Gregorio Meléndez a darme noticia de
su Peor es nada (2010), libro donde da continuidad a sus
desamores y borrascas a medianoche en hoteles de mala muerte con la elegida de
turno. Escucharé atento esa dicción suya que manca y espina como abrojo y
salpica de ironía las sábanas que le encandilan como le exige esa sencillez
suya, que no simpleza, para darse a la poesía:
Es lastimoso
Dios me dio
los pases
y creyéndote
libre
quedas
condenada
Quizá
interceda
(si estoy de buenas)
hago la
segunda
tal vez
permita
entres a mi
cielo
*
Eres un
chance
“Tu peor es
nada, Poeta”
-palabras de
Carlos Miranda-
Un contento
de estrellas,
fugaz,
Resignación
para el abandono
culpable y sentenciado
El
compromiso para salvarte.
No me iré del bar de allá si antes no vuelvo aquí por
donde vine. Estaré llegando cuando la voz del caracol venga con su espiral a
dejarme en casa aquietando mis pasos. Me hablará ella, la mujer que tiene mi
llave. Me abrirá la puerta y los sentidos. Se llama Argelia Malaver y
mientras de sus manos salen ramos y ofrendas de rosas como si fueran
prolongación de su piel, me recuerda que ella escribe en esas horas en que el
silencio le devuelve el habla y que debe ella volcarlo en escritura con la
misma diligencia en que se conoce y vive. Será el momento en que acerque a mi
oído un poema de su libro Rosa Diligente (2006):
II
Solicito
un minuto del tiempo para saberme
Cuando el
silencio no me toca
rompo la
barrera del tiempo
en
escucharme
No se está
donde se quiere
se está
donde se debe,
escogí lo
que sabía mío
No me
aguarda el que quiero
sino al que
me debo
Siento
nostalgia por lo que dejé en el árbol
cuando tuve
que desprenderme
Aquietar mi
ser, lo que anhelo
encontrarme
lo que debo
Llegó lo que
un día
supe sería
mío,
este tiempo
vivido se repite
en línea
recta
No entiendo nada,
estoy
donde no
debo, donde quise,
donde
merezco
Si me
escondo me encontrarán
los
buscadores de agua
Qué sucede
en mí cuando
me tengo por
completo
sensación o
éxtasis
lo que
ocurre
Llegó el
momento esperado
el que
aguardaba en mis cajones
y ahora qué
taciturna
por la llegada del que me toca la puerta
y me dice ya
es hora
dónde tendré
el santo lugar para poner
la manta
roja que guardé hasta ahora
Escucha mi
latir incesante por salir de aquí
desata los
nudos que una vez hicieron otros
ya no hay
lugar para la espera
todo
concluye en un segundo
estoy de
vuelta
quiero
montarme en el árbol
atrapar
mariposas,
en verdad es
lo que quiero
quietud del
alma
reposo –
sosiego – paz
para ver los
ángeles que me aguardan
ya es hora
no hay otro
tiempo
juré seguir
creciendo
Se es Grande
cuando se es pequeño
Entonces habré llegado a donde ya no puedo devolverme
y recordaré a otras voces: Flor Smith, Manuel Bolívar, José Barroso, José
Gotopo, Gilmer Contín, Emilis González, Mayleen Sosa, Oscar Chirinos, Néstor
Rángel y otros que ahora escapan de mi memoria. Llegaré sí, envuelto por esa
diversa resonancia que me pide que otro día esté atento porque sus tonos e
inflexiones poéticas vendrán a encontrarme mientras vaya o venga, antes que el
olvido o el falso progreso los borre definitivamente.
Nota: CÉSAR SECO:
En Afinidades Electivas Venezuela
leemos la siguiente ficha de César Seco: “Poeta, ensayista y editor, Coro,
1959. Fundador de la Casa de la Poesía "Rafael José Álvarez" y de la
Bienal Internacional de Literatura "Elías David Curiel". Director de
la Revista OIKOS (Premio Nacional del Libro, 2005). Uno de los principales
poetas de la generación que comenzó a publicar durante los años 90. Integró la
redacción de la Revista Poesía y fue colaborador del suplemento literario
Verbigracia, de El Universal. Ha sido galardonado dos veces con el Premio
Municipal de Literatura de la Alcaldía de Miranda del Estado Falcón (1993 y
2000). Con el libro El viaje de los Argonautas y otros poemas obtuvo el Premio
de Poesía Bienal de Literatura «Ramón Palomares» (Trujillo, 2005). Ha publicado
los libros: El laurel y la piedra, 1991; Árbol sorprendido, 1995; Oscuro
ilumina, 1999, Mantis, 2004, El Viaje de los Argonautas y
otros poemas (2006), Lámpara y Silencio (Antología
poética, Monte Ávila Editores, 2007), y Transpoética (Ensayos, 2009)…”