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viernes, 21 de agosto de 2020

Jueves de comadres y otros umbrales de Mauro Martina

 

"Campesino aroma de colores, brindis, y abrazos". 

Imagen llanera en el archivo de Santos Quiroga


UMBRAL 

“Todo umbral tiene su ojo, se mueve, cataloga la geometría que aspira conquistar”.

Umbral, la antigua madera, evaporada incertidumbre vegetal, derramado verde hecho tonel. Encrucijada en el envero, y en los ojos de los caminantes, dádivas ovales de los delirios.

Eclipsados los odres callan, tienen la mirada cerrada de frontera. Y las bocas rojas hieráticas… y la piel de los espejos. Acaso, reflejan de antemano pretéritas pendencia, alegrías o solo la confusión de los desmanes.

Anacleto, bebe ahora chicha y su jornal ilusorio ¡Oye! ¡Adivina! el horizonte de la vid, mas no, el hurto del paladar gitano. No importa la advertencia, vendrá abril en lagares y su tiempo de vendimia. Los tontos tocaran campanas. Al contrario, a los hombres frutales los veré desplomar de las manos el sabor de las tristezas,

… Remolinos de cestas, palas picos y silencios.

Destierren mis ojos la tarde evadiendo la lluvia entre espanto de palomas y cargas agobiadas. Sol furtivo, ¡bebe de las acequias!. ¡Aguas de ternura! letargos de frescuras a fatigas jornaleras.

Y Ellas… morenas, esperan como siempre en la cocina, como te espera tu María viñatero, con sus ojos de puñales haciendo tajos a la melancolía. Las especies capitularan sus anhelos en los olores del picante; disuelta sal de la rutina.

En la estación de las hojas sobre la calle, cada tanto, devanando hilos, teñirán sus ojos de claro oscuro, el cielo soñoliento y su espera.

Crepúsculos enquistados en manos ínfimas permanecen junto a la ventana. La penumbra traerá nuevas agonías cuando en rumores del viento se avecine el invierno, el dolor de las ausencias o el paso de sus hombres rumbo a la cantina.

El olvido trepana y deambulan lenguas ahorcadas, que callan su grito, abrumado. El patrón fermenta el tiempo sobreviviente, carcelario en la fragancia del roble y la alquimia de la rosa. Condena de huesos labradores a la próxima cosecha.

Y lejos… ahora ellos y tu Anacleto, en otros caminos o en la cantina,, acólitos de luna y arena en sudarios labriegos, pedirán al viento que sople, sople con fuerza y arroje del mundo las penas, hasta el umbral más alto, hasta  que se vuelvan estrellas.

 


Un amigo citadino me pide que publique un cuento y pregunté ¿Si todos somos otro ladrillo en la pared o como dice el alto poeta salteño Jacobo Regen en 

  Anécdotas

¿Dónde se ahogaron nuestras noches

de sueños para siempre irredimibles?

Sólo quedan anécdotas:

pugilatos de torva levadura

y el vino con que ayer amanecía

la confidencia del amor

al fondo de un bar decapitado. 

Sin pretensiones puedo decir, solo porque me gusta la música de Pink Floyd

You! Yes, you! Stand still laddy!

Another Brick in the Wall (Pink Floyd)

En esta ciudad, ¡cuidado!: ¡la intersección de las calles! Parecen laberintos superpuestos.

—Uno puede extraviar hasta el aliento — me dijo Federico. Yo soy menos filosófico, y lo único que encuentro allí son problemas con el tránsito, calor agobiante y puteadas entre congéneres.

Y mi madre, que taladra con su voz: —¡Vas a llegar tarde a la cita, vas a llegar tarde, como siempre! Las horas vuelan, hijo.

La radio del automóvil abordó a Pink Floyd y comenzó a sonar su canción Another Brick in the Wall. Tarareo mientras viajo, y la afirmación de Fede, no sé por qué, ronda mi memoria. Días pasados leía en la revista Cuarta Dimensión, que en los cruces puede habitar la duda, la perplejidad o tal vez la búsqueda afanosa de lo que puede ser, de lo que no es; una memoria distinta y, en algunos casos, aquello que fue. El destino, me contó la gitana, suele ser a veces hermético y azaroso, animal esquivo. Y en otras oportunidades sentenciado y voraz… o algo parecido. Todas macanas, pero me gustan.

Ahora el celular me distrae. Por un instante, girando mi cabeza, miro hacia el asiento del acompañante y tomo el maldito aparato para atender. De pronto… aquella sacudida aterradora.

Estranguladas las palabras, la confusión quiere digerir el pensamiento. Todo parece suceder en medio de imágenes veloces y a cabeza abierta.

Mi vista se desplaza para encontrar la acera de enfrente: los tacos de una bella mujer la surcan impertinentes y se llevan hasta la masculina celeridad de las miradas. Una señora gorda, bien vestida, desde una de las ventanas del bar-café a medio abrir, estampa sus gritos sobre vereda y tímpanos transeúntes.

Hace unos días, en una de las mesas de ese bar llamado La Paz, aventábamos temas de fútbol, filosofía y política, con opiniones casi siempre bordadas de ignorancia. También hablábamos, frenéticos, de mujeres, tango y algunas cosas banales.

Recuerdo como si fuera hoy cuando el mozo tardó en traer los pocillos de café y mi impuntualidad cayó sobre la mesa; y hasta la voz pausada, que siempre utilizo, fue motivo de bromas. En fin, el bar es un mundo: saludos, verborragia,  a veces saberes, recriminaciones u ocio. ¡Cuánto desperdicio sobre sillas, sin prisa

El loco Mauro, fotógrafo de ovnis, llama a esta mise en scène: “semiótica de la silla”, por supuesto, sin fundamento alguno. Tal vez solo fueran intentos de dar nombres ineptos o de iniciar una clase de Hablar sin Saber. Mauro cree que todo sucede de manera lenta y cuando nos damos cuenta de ello el suceso es pasado

No quiero distraerlos más. Ahora Juan Carlos, el mozo, está corriendo hacia la ventana con las manos en la cabeza y yo, que no colijo bien los porqués de las cosas, me digo  ¿porque nunca puedo terminar mi café?

¿La curiosidad sabrá de infortunios? El muchacho que siempre se ubica en la mesa más pequeña, está como paralizado; él no suele ser así: varias veces observé que es muy despierto. El martes, sin embargo, le gané de mano para usar el baño. ¿Por qué lavabos y excusados están casi siempre sucios? Por alguna razón extraña relaciono la suciedad con la muerte. Quizás sea porque a los muertos los tapan con tierra; no lo sé. El baño no estaba limpio, tuve indignación y dejé, a propósito, la canilla abierta, Él entró después; ¿qué habrá pensado?

A veces hay cierta inutilidad en los gestos, ¿en todos los gestos? Confieso mi ignorancia en estas cuestiones. Solo me interesa que no me tapen con tierra cuando desaparezca: prefiero ser un ladrillo en la pared, como invoca la canción. En definitiva, los ladrillos son más limpios, como el agua de la canilla que deje abierta y corriendo. La curiosidad y los infortunios van de la mano.

Ahora mis ojos despabilan contornos. No sabía que las cosas pudieran ocurrir a veces en Slow motion. ¡Qué terrible!

Sonidos de sirenas mutan las voces, mientras los hombres de algunas mesas corren y vociferan. Sus bocas prescinden de definiciones, a pesar de que el suceso, el asombro o la intuición los hará correr hacia la vereda y hasta pisar la calzada.

Ayer no fui a trabajar al diario… Hoy, de pronto, estoy elevándome, mirando todo, tengo la boca seca, ganas de correr… hacia la barra con la intención de… tomar vodka, de encontrar un cable a tierra, de reconstruir mi refugio. Estoy aislado, me intranquilizo, trato de comprender y siento escurrir mi propio dolor.

El aire está puercamente pervertido y el ruido aumenta la tensión. La ambulancia, agitada de ojos, se detuvo en la calle aullando como loca.

—¡La culpa la tienen los taxistas, los colectiveros, todos manejan como locos! —¡Así no se pude vivir!—clamorea un hombre mayor mientras su mano va y viene de la mesa a la barbilla. — la vida a menudo es como un relámpago, acota una mujer fea tratando de acomodar sus ridículos anteojos.

Debo escapar, tal vez como un pirata, buscar la salida pero allí, a lo lejos, veo que ¡está el enfermero… o es un médico, no lo sé! El batifondo me aturde, todo sucede sin dirección, sin rumbo, sin lógica. Una ráfaga de golpes a los sentidos apresa la escena. Vértigo y pensamientos que vuelan. ¿Alucino o ya comencé a transitar la locura? Luego pienso: ¡Por qué no traje la máquina de fotos, que buena nota para el diario!

Las cinco de la tarde, me dice el reloj que está en la pared. “La vida es un suspiro” exclamó ayer Federico, el jefe de redacción, y agregó con tono circunspecto: “—No sé por qué lo digo si eso no te interesa: vos crees que la vida es solo prisa y adaptación”.

— ¿Cómo dice? —repliqué.

—Ya me escuchaste bien, no te hagas el boludo. Esperá, pero tené cuidado. Verás como  la metamorfosis de todas las cosas llega y cualquier día de éstos te vas a llevar una sorpresa.

No le quise contestar ni agregar nada. Asentí con la cabeza, como dándole la razón, para evitar la lata del sermón de siempre.

¡La camilla, la camilla, demoraron mucho! ¡Pronto, el muchacho necesita urgente atención!

Hay olores que no son buenos, al de la sangre nunca lo juzgué ni tampoco al frío que siento ahora. Siento que caigo, mis ojos desean esconderse y mi lengua quiere escapar de la boca. Tengo los brazos flácidos y el cuerpo ignorado ¿Qué me está pasando? Todo este  caleidoscopio me reclama girar hasta el borde de la nada.

¿Cómo fue que sucedió? El taxi había intercambiado luces con el colectivo…, o fue el otro negro automóvil, que apareció como salido de una noche, para que todo estalle en mil pedazos, sin explicación.

Quizás vivir sea solo un juego con algunas trampas; a veces se disparan cuando uno menos lo espera: heladas, rojas y lóbregas, burlando la ventura de cada uno. Esta vez esas trampas están danzando entre el resplandor de luces alocadas.

Sobre una camilla, el cuerpo. Y aquella canción que desde la radio de mi automóvil venía repitiendo como un martillo: You! Yes, you! Stand still laddy!

La respiración entrecortada por la agitación parece no tener más hálito para mi ser. La quietud lo invade todo, hasta las llagas que guardo del amor.

Aquella esquina, sin alma, desolada, me había tragado en el impacto.

 


A veces la tristeza parece no tener fin. Catalina hada madrina y tía  Siempre en mi corazón hoy me quede sin palabras

 Arpegio de amor

                                                  A Catalina F. Lamberto.


“El amor un día imaginando

 retazos de nubes”

Gustavo Rubens Agüero


Telaraña…

Modesta, casera, belleza de binza silente.

Absurdos miedos del rincón, y la tarde soleada.

Amorosa en los atardeceres de la lluvia.

Y en los tensos hilos de la trama.

Me distraes de mis acosos, boletas, facturas

y el aumento de fin de mes.

Voy desvelado de anaranjado atardecer,

entre las sombras de la casa

y el cuadro que me mira.

Incredulidad suspendida en hilos,

Animado hálito de engaños e ingenios.

Antigua y geométrica naturaleza

que abanica gracia entre el sillón y la ventana.

Como tú, soy alma de riesgo.

Confieso, para nadie, mi propio engaño:

arpegio de amor sin ingenio ni red.

 

 

JUEVES DE COMADRES 

El viaje de la lluvia parece irremediable, como  el tiempo atardecido en una plaza. Semillas de fiesta en manos golondrinas, caerán al moreno olor de tierra mojada.

Raspa el Singani bajo el ojo del sol desgranando sombras,  gentío, piedra hecha calles, veredas  y en lo alto la celebración del deseo jugando con el papel picado y las miradas.

Más allá…  siete colores pinta el arco iris sobre cerro y quebradas. Cuesta abajo y cercanas al rió parcelas de cultivos bajo un cielo de llovizna, lisonjean al calloso arado y los olvidos.

Es carnaval y jueves de comadres en  Tilcara, campesino aroma de colores, brindis, y abrazos. Sediento arrojo de polleras en corazones de Sikus, albahaca y talco vuelan en la  serpentina  interminable de la danza.

Soplaron vientos  de cosechas, lunas empapadas de cielo galantean  al Pucará y la Pachamama.

Las gotas de agua suelen refugian espejismos. Misteriosas van las voces del ayer... y de  la gente que aman la tierra, el baile  y la comparsa.

 

PAVESA ESTELAR Mauro Martina

“De noche, a veces, suelo observar como afloran en luz las estrellas. Ellas exhaustas, silenciosas, me brindan su belleza. La ciencia voluptuosa me trae otras resonancias, repitiendo una letanía de años luz de distancias.

Creo, que las más lejanas son como el amor y quizás lo que estoy mirando fuere el hoy del ayer y ya no exista. Entre ese vuelo sin destino  y un delicado azul, es tal vez donde desertan un cielo que se apaga y nuestras voces.

Opaco claro de luna  la almohada. El cielo, destello de un pasado muy antiguo, que hoy viaja en el  presente, derivar en el tiempo. Casual perfume… la existencia.

¡Cuándo sueño, siento! ¿Voy lejano? El tiempo me apresa. A veces sucede rápido, atraviesa el presente  aunque tal vez solo retorne el pasado, ¿Qué será?, tal vez solo ¡grácil melodía y titilar! Otras veces el minutero cósmico, es lento, tan lento, que no puede suceder… Entonces ocurre el no tiempo, un vándalo del presente sin pasado. Y… ¿a mis Quipu -(espaldas)? ¡El desconocido futuro! Realidad, fábula, y la mirada fija en la  nada… y el alma, en una bocanada de infinito.

¡Cuánta locura tendrá el tiempo! ¿Nosotros? O todo será solo una cuestión de distancia”.

 


DESVÁN DE TRISTEZA 

Misterioso perfume del Más Allá, elegante y bella madera del ciprés; una antigua ritualidad, apostasía ajena de celebrar la vida, lo sembró como guardián del sitio.

Árboles altos, flexibles, embelleciendo lo áspero. Y en los aires de Buenos Aires, malos aires.

Inmovilidad en oscuras formas, gélido pórtico de entrada. Miradas e interrogantes. Cálidos, ¿Por qué? Y más preguntas, siempre las mismas preguntas.

Brisa sutil que enluta rostros y oprobios. Mañana de sol primaveral blanqueando nombres y huesos. Cita breve, familiar e inusitada y la lejanía del pago

Gruesas paredes erigen la incomprensión de lo evidente. Encierran las inquietas moscas, ánimos ocultos y monumentos; sin respuestas entre los olores dispares y la fatalidad de las flores del adiós.

Dominios del cemento y de la nada en variadas construcciones, algunas importantes, estrechas callejuelas. Geometría de la piedra y rectángulos en la tierra. Estigia en la mirada, palpitaciones y una espera atravesada en el pecho y la garganta.

¿Hay Piedad en las figuras de mármol? Cerberos de la palidez. Desván de la tristeza. Estampa de desterrados en el sendero de la fe. Un paisaje despoblado de voces y, al anochecer, cada tanto, la luz de la luna tragada por la niebla. Sombras del último aliento. Los inhumados y su ausencia.

¿Y los pájaros insomnes? ¿A dónde irán batiendo alas en este día de pesadilla? Hoy parecen torpes. ¿Habré olvidado la hermosura de su vuelo? Extrañas aves, coronas y viandantes. Descaro en las palabras y en los silencios. Y en las cabezas faltan imaginación, vuelo y movimiento.

La enterrada, ni su zarcillo, volverán a su puna. Juan Cuevas, en San Antonio de los Cobres no descifra arriba ni abajo, circulo ni recta, solo el no de un tiempo sin distancia en la distancia. Anclado al bar El Quitapenas, su laberinto perfecto.

 Al paso de los años, sin su amada compañera, el viento se le arremolina en el cuerpo y el recuerdo en los ojos; alcohol, polvo y huellas. La resignación, largo camino. Penas y, sin herida, certera puñalada.

 


María  Cuevas, guerrera de lo que fue (no está para las quejas). Alrededor, húmeda soledad, cruces y nostalgias


DERROTA ADAMANTINA

A Ella


Es medianoche, apremia el reposo. Alegrías, penas, anhelos y presencias intensas o, algunas veces, borrosas, de vez en cuando me atrapan, como esas cosas que vienen del aire. Yo no sé bien porqué: debe de ser por la audición de la radio, digo, quizás. A esta hora sintonizo el programa “Demasiado tarde para lágrimas...”.

El alero del techo me resguarda del leve rocío que cae, constante.

A mi lado, otro cómplice: el cuaderno de notas. Aun cuando no escribo, me agrada tenerlo cerca.

Desvelos implacables y la estrellada estancia poblada de antiguas voces.

En el aire, aromas persistentes de la pasada cena salen por la ventana de la cocina junto a sonidos cercanos. El croar de ranas acude desde el baldío vecino, quizás como un preludio para el sueño.

Instantes de monotonías graves, alterando silencios y tranquilizando ánimos. Tiempo escalonado y, en algún otro ruido lejano, la inquietud, el deambular en el pasado. Tal vez algún traqueteo ocurre en la calle. ¡No importa!, igual el tiempo sucede.

El silencio deshoja soledades. Todo ocurre antes del alba y, al parecer, sin un dios.

La tortuga Florencia guarda la cabeza en su coraza y se aloja, holgada, en un rincón. La observo: tengo los brazos apretados y, en la textura de mi poncho de Luracatao, un vano esfuerzo me acaricia.

Abrazo algunos pocos sueños perdidos y la idea loca de guardar, en un lugar del corazón, fe y retazos de mi felicidad pasada.

Luna y lumbre… parecen desaparecer en el ángulo más pequeño y extremo del patio, crecido en sombras. A salvo de la oscuridad, las rituales patas del quelonio y en un improvisado tablero de bordes y peldaños semi-ocultos me distraen algunos mosaicos: el rojo y amarillo de la derrota adamantina se refugian en los escaques del piso de granito.

La mirada ha cumplido su recorrido; está ahora detenida en la madreselva. Mustias y apretadas alas, danza borboleta en la fría piedra. Memoria, movimientos en las hojas, y el sabor agridulce de las cosas.

Presiento un nombre entre fragancias de enamorada del muro, pensamientos y otras galanterías que trae el viento como repitiendo una canción con antiguas hablillas.

Respiro profundo y ¡Ella ya está aquí! Me alcanzan los sonidos de su voz.

Párpados del ayer y, en mis ojos, las interminables escalinatas de la Facultad de Derecho. Y mí atormentada conciencia.

Sin poder creer, desespero, permanezco. ¿Amor, dónde estás?

 

 ·

Este relato lo publique en crudo una vez. Mi querido amigo Julio Reynaga realizo el trabajo de corrección Como siempre una labor superlativa Gracias Julito


EL MONO Y EL ORIGEN DE LA MENTIRA

(Variaciones sobre un cuento de Tolstoi)

Había escuchado todo, y bajo del árbol, como un mono. Como mono que era. Realizando una extraña pirueta y algunas monerías. En un santiamén reparó con disimulada satisfacción que el desconcierto delataba en el rostro de los otros animales, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. Dejando de lado su aparente torpeza, rascó su cabeza, y efectuó tres gestos inquietantes: primero, llevó sus manos al rostro y tapó los ojos; casi al instante abrió sus codos y cambió la posición de sus manos, extendiéndolas para cubrir también sus orejas; por último, consumando otro movimiento con sus manos, se tapó la boca. Después resolvió hablar e imitando una voz baja y cavernosa dijo: ¡Mmm..., el origen de la mentira... De alguna manera todos podrán tener razón y quizás nadie la tenga.

Otros asistentes comentaron que el mono había disparado el concepto a sabiendas de la alteración que provocaría a los presentes. Y así, paseándose con las manos entrelazadas en su espalda, por delante del ocasional círculo que se había formado como si ya fueren sus discípulos, continuó con su discurso.

La teatralización que llevaba a cabo el mono a esta altura de los acontecimientos oscilaba entre graciosa y académica. Titubeante, intentaba convencer a todos de que cada una de las calamidades que se puedan mencionar son parte de un todo, que hoy llamamos el origen de la mentira. Pero como todo es relativo y nada es absoluto, y en el universo el uno y las partes son lo mismo, interrogó. Dicen que sus palabras fueron: ¿No consideran ustedes que el bien también sea parte del origen de la mentira, como un todo? Así las cosas, algo que representa la mentira mañana podría ser bueno y viceversa. Dios necesitó de la ira. Y por ello ¿fue malo? ¿mintió?

Cuentan también que daba vueltas al ocasional círculo y que, en seco y sin titubear, afirmó: Si alguien expresa que sufre hambre de amor, ello puede ser verdad o mentira. Quizás nada es en sí mismo. Hizo una extensa pausa, y mientras se rascaba la barbilla habló de nuevo. No, no tienen razón. No han considerado el tiempo o el movimiento y además las cosas o la naturaleza, que está en equilibrio inestable, no tienen origen en la verdad o la mentira. Solo parecen o suelen ser transformaciones de una misma cosa nombrada energía. Y la energía no tiene ser. De alguna forma extraña se necesita la misma energía para la verdad o la mentira. Además, la hipótesis de que todo en definitiva es energía contradice la esencia del concepto de energía. Por ello, tal vez la verdad, la mentira, el miedo y el valor o el amor y el odio, deban ser solo apariencias. Caras de una misma moneda.

Así pareció dar por finalizada su intervención. Pero, al trepar y hamacarse en la primera rama del árbol con una actitud algo oronda y satisfecha, lanzó la última frase provocadora: ¡Distraídos!, están inmersos en sus problemitas y no se dieron cuenta de que les di tres pistas sagradas del conocimiento, como si fueran las sagradas negaciones de Pedro. Y entre risas exclamó: ¡Si no entendieron, busquen a un hombre, el ermitaño del bosque Y si no, esperen a que vuelva de la montaña el nombrado, Zaratustra!

Hay variadas versiones del encuentro, algunas contradictorias. Otras aseguran que el mono trazó con claridad todas sus respuestas. Aunque los concurrentes nada comentaron.

Bueno..., tal circunstancia no está mal ni bien. Los hombres muchas veces nada contestan cuando son interrogados en estas cuestiones, pero algunos alegan que cuando Dios murió, al menos algunas respuestas o todas las claves les fueron entregadas para que entiendan y hablen.

Lo cierto es que el mono continuó su discurso: Animalitos míos, la búsqueda siempre es infinita, tal vez puedan responder al interrogante. Pero ahí, en el acto nacerá otro interrogante. El desconcierto, era notorio. Nadie habló y los cuatro animales estaban allí, como petrificados. De manera decidida y quizás para aumentar la turbación en el discernimiento de sus oyentes, que lo observaban perplejos y casi todos con el entrecejo fruncido, argumentó: La mentira y la verdad, son tan solo como la sombra que uno proyecta. Todo está en el camino, sin origen o fin, junto a las demás cuestiones nombradas. Al percibirlas sentimos que existen, pero ¿existirían sin nosotros? Es un enigma difícil de resolver. Y sin decir más, con la boca abierta, saltó hacia la rama más alta. 




Muchas gracias por su visita 

Isaías Medina López (Coordinador)


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